Elecciones presidenciales en Paraguay
Brecha
El oficialista hijo
del secretario del dictador Stroessner, y el líder de una alianza de
liberales y partidos de izquierda –que hasta hace poco se odiaban, pero
ahora buscan encarnar el cambio– son los principales candidatos que
disputan la presidencia guaraní este domingo. Ambos tienen un discurso
marcadamente conservador.
Su nombre es Mario Abdo Benítez,
tal como se llamaba su padre, quien fue el secretario privado del
dictador paraguayo Alfredo Stroessner y avaló sus atrocidades. Tiene 46
años, se hace llamar “Marito”, es el candidato presidencial del
oficialista Partido Colorado o Asociación Nacional Republicana (Anr),
que sostuvo a la tiranía paraguaya durante 35 años (1954-1979).
Mantiene un discurso moderno y de defensa de la democracia, aunque
reivindica “las buenas obras” del viejo general –para los todavía muchos
nostálgicos de aquella época– y resucita sus clásicos símbolos, como el
uso del pañuelo colorado partidario en el cuello de los ministros, la
intención de reactivar el servicio militar obligatorio y de rechazar
tajantemente cualquier proyecto de ley que busque aprobar el aborto o el
matrimonio igualitario. Varias encuestas lo señalan como el favorito a
ganar las elecciones de este domingo.
Su principal contrincante
es el abogado Efraín Alegre, de 55 años, del Partido Liberal Radical
Auténtico (Plra), la mayor fuerza de oposición, quien fue ministro de
Obras Públicas durante los primeros años del gobierno del ex obispo
católico y líder de izquierda Fernando Lugo (2008-2012), aunque en 2011
el entonces mandatario lo destituyó para intentar frenar su solapada
campaña hacia la presidencia.
Desde ese momento, Alegre pasó a
ser un abierto opositor a Lugo y fue uno de los que votó en el juicio
político o golpe parlamentario para desalojarlo del poder, en junio de
2012, tras la matanza de campesinos y policías por un conflicto de
tierras en Curuguaty. En 2017 estuvieron nuevamente enfrentados, cuando
insólitamente Lugo acompañó al actual presidente, Horacio Cartes, en su
intento de violar la Constitución e imponer por la fuerza la posible
reelección de ambos. En esa coyuntura, Alegre se había aliado a su
actual contrincante Marito para impedir la reelección de Cartes y de
Lugo, algo que finalmente lograron en marzo y abril de 2017, tras graves
incidentes de represión policial contra manifestantes, que acabaron con
la quema del edificio del Congreso y el asesinato por la Policía de un
joven militante liberal.
Ahora, aunque a muchos les resulte
difícil creer, Alegre y Lugo dejaron atrás sus peleas y de nuevo
aparecen abrazados en las campañas del frente electoral Gran Alianza
Nacional Renovada (Ganar), que, además del conservador Partido Liberal y
del izquierdista Frente Guasu, aglutina a otras organizaciones del
centro y de la izquierda, como el Partido Revolucionario Febrerista
(Prf), el Partido Democrático Progresista (Pdp), el Partido Encuentro
Nacional (Pen), el frente Avancemos País (AP) y el Partido del
Movimiento al Socialismo (P-Mas). Lugo es el principal sostén político
de Alegre y lo acompaña activamente como primer candidato a senador por
el Frente Guasu, tratando de trasmitirle la alta preferencia electoral
que el ex obispo aún conserva.
La heterogénea formación,
presentada oficialmente en febrero de 2018, ha sido bautizada por
algunos analistas como “la oposición Frankestein”, recordando al célebre
monstruo de la clásica novela de Mary Shelley, creado con retazos
diferentes de otros entes humanos.
Dura pelea política
Desde la caída de la dictadura del general Alfredo Stroessner, en
febrero de 1989, esta será la séptima vez que los paraguayos acuden a
las urnas en elecciones generales para elegir presidente,
vicepresidente, senadores, diputados, gobernadores, juntas
departamentales y representantes al Parlasur. Las elecciones municipales
se realizan en fechas distintas, con tres años de diferencia.
Para los comicios de este domingo están habilitados 4.241.507 electores y
existen 15.597 candidatos inscriptos para ocupar los 782 cargos en
pugna. Compiten 23 partidos políticos, 17 movimientos, 17 alianzas
electorales y cuatro concertaciones. El 57 por ciento del electorado
está compuesto por jóvenes.
En este diverso abanico, la mayor
parte de la atención electoral está concentrada solamente en los dos
principales candidatos a la presidencia, repitiendo una vez más el
clásico juego del bipartidismo que ha tenido en jaque a la historia
política paraguaya desde que sus dos mayores partidos, el Colorado
(representado por el color rojo) y el Liberal (por el color azul),
fueran creados en el mismo año, 1887 –luego de la Guerra de la Triple
Alianza contra Brasil, Argentina y Uruguay (1864-1870)–. Han llegado al
poder principalmente a través de conspiraciones y golpes de Estado, con
muy pocas experiencias de elecciones democráticas, hasta la dictadura de
Stroessner.
Con una síntesis de modernismo y caudillismo
tradicional, Marito es considerado un líder emergente en el Partido
Colorado, luego de haber logrado derrotar en las elecciones internas a
la lista promovida por el multimillonario empresario y actual
presidente, Horacio Cartes, quien apadrinaba al economista Santiago Peña
como su eventual sucesor.
La inesperada caída de Cartes cortó
el proyecto hegemónico de un sector empresarial ligado a los grandes
negociados con las obras públicas y el contrabando de cigarrillos a
Brasil, pero el actual presidente logró recuperarse del golpe, tejer una
alianza con Marito y apostar sus fichas a ser elegido como primer
senador del Partido Colorado, por más que la Constitución paraguaya
prohíbe que los ex presidentes sean senadores activos y sólo les reserva
la función de senadores vitalicios, con voz pero sin voto, y sin dieta
parlamentaria.
Demostrando una vez más la gran influencia de sus
millonarios recursos sobre el corrupto Poder Judicial paraguayo,
Horacio Cartes logró que la Corte Suprema de Justicia emitiera una
resolución especial el pasado 11 de abril, habilitando las candidaturas a
senador de él mismo (Cartes), del ex presidente colorado Nicanor Duarte
Frutos y del actual vicepresidente, Juan Afara, para que todos puedan
ser electos con presunta legalidad, aunque la Constitución lo prohíba.
La mayor parte de los legisladores de la oposición, incluyendo al
actual presidente del Congreso, Fernando Lugo, han prometido que tras
las elecciones no los dejarán jurar en sus cargos (como ya ocurrió hace
dos períodos con el ex presidente Duarte Frutos, quien fue electo
senador, pero a quien nunca le dejaron asumir y ejercer), lo cual
demuestra que la dura batalla política que había desencadenado el
intento de reelección de Cartes y Lugo hace un año todavía no se ha
acabado.
La analista política Estela Ruiz Díaz señaló (Última
Hora, 15-IV-18) que “esta decisión (de la Corte Suprema de Justicia)
alteró la última semana de la campaña. Cartes está testeando el clima
electoral para decidir si renuncia en junio o cumple su mandato y asume
la senaduría activa el 16 de agosto. El domingo se aclarará el panorama.
Si la Anr (Partido Colorado) y sus satélites logran una mayoría cómoda
en el Senado para permitir su juramento, irá hasta el final de su
mandato, pero si se cumplen los vaticinios de las encuestas que anuncian
pérdida de bancas del partido de gobierno, renunciará al cargo para
jurar el 30 de junio con los otros 44 (senadores de la Cámara alta). Sin
embargo, esto tampoco será fácil, ya que Fernando Lugo, presidente del
Senado y ante quien deben jurar los electos, anunció que no tomará
juramento a Cartes, Afara y Nicanor”.
Una vez más, el panorama
de la política paraguaya no dependerá tanto de lo que dicen las leyes,
sino de cómo se las interpreta según la conveniencia de los grupos
dominantes, y cuál será la reacción que esto provoque en la ciudadanía,
que en vísperas de los comicios permanece muy apática.
Cambios monocromos
“Es la campaña más triste que he visto. No hay ningún entusiasmo,
parece que el 22 de abril no vamos a votar; vamos a ir al doctor, a una
visita obligatoria a un análisis rectal y tenemos que hacerla. Nos va a
molestar, pero lo tenemos que hacer”, comentó el analista político
Marcello Lacchi en una columna del diario paraguayo Abc Color al
retratar la poca pasión que han despertado las diversas candidaturas.
El columnista político e investigador de derechos humanos Alfredo
Boccia coincidió con su colega (Última Hora, 7-IV-18): “Los dos
candidatos principales no se caracterizan por ser magnéticamente
carismáticos o por deslumbrar con una oratoria envolvente. Se han
difuminado las polarizaciones. Hay tanta policromía entre los corruptos y
mentecatos, tanta amnesia entre los desleales de ayer y los aliados de
hoy, tanto desencanto entre aquellos que parecían confiables y
defraudaron, que no sorprende la apatía ciudadana. Da la impresión de
que el 22 de abril, el sillón (presidencial) de los López cambiará de
inquilino, pero el poder no cambiará de dueño. La supremacía fáctica
nacional –los grupos empresariales enriquecidos gracias a sus negocios
con el Estado, la oligarquía ganadera y sojera, y los zares del tráfico
fronterizo- está contenta”.
En la confrontación de los
principales candidatos parece haber, de nuevo, simplemente dos colores:
colorado versus azul, aunque en las filas de la oposición se intente
mostrar una imagen de arco iris.
Más aun, Marito y Alegre han
evitado ir a debates televisados que impliquen alguna confrontación de
ideas o algo parecido que los arranque del libreto estrictamente
preparado por sus asesores. El único gran debate mediático en el que
aceptaron confrontar fue en el promovido el domingo 15 de abril por el
grupo empresarial Desarrollo en Democracia, en donde no se admitieron
posibilidades de interpelarse unos a otros, ni se pudieron profundizar
temas candentes, como la reforma agraria, el narcotráfico, el crimen
organizado, la discriminación hacia la comunidad Lgtbi, entre otras
cuestiones. Se notaron las grandes carencias programáticas y la falta de
capacidad para improvisar sin libreto, principalmente del candidato
colorado.
Prohibido girar a la izquierda
Si hay
algo que distingue a ambos contendientes es el discurso marcadamente de
derecha en que acabaron coincidiendo, para ponerse a tono con la fuerte
ola de conservadurismo que ha impregnado a una gran mayoría de la
sociedad paraguaya, luego del derrocamiento del gobierno de Lugo, cuando
se empezaron a borrar los pocos avances que se habían logrado, tras
incorporar nuevos conceptos de educación sexual y actitudes contra la
discriminación en los programas pedagógicos.
La ofensiva
conservadora de los llamados grupos “provida”, capitaneados por sectores
de la aún influyente Iglesia Católica, condiciona fuertemente a los
actuales candidatos. Los grupos de presión habían obligado al gobierno
de Cartes a borrar la palabra “género” de los textos del Ministerio de
Educación y estuvieron a punto de hacer desaparecer al propio Ministerio
de la Mujer por su afán de utilizar dicha palabra.
A pesar de
provenir de una familia “disfuncional”, en que su padre tuvo varias
uniones de hecho, y de que él mismo se divorció y volvió a casarse, el
candidato colorado asumió desde un primer momento una fuerte defensa de
la familia monógama y repitió incontables veces que vetará cualquier
proyecto de ley a favor del aborto y del matrimonio igualitario.
Su adversario, Efraín Alegre, aunque siempre se manifestó en contra de
la unión de personas del mismo sexo, intentó marcar una diferencia en
diciembre último, cuando expresó en un posteo en su cuenta de Twitter:
“Yo creo en el matrimonio entre el hombre y la mujer, como lo dice
nuestra Constitución, pero eso no significa que desconozca una realidad,
y me comprometo en crear una solución para encontrar una figura
jurídica que proteja el patrimonio de las parejas”.
Eso fue
suficiente para que los sectores conservadores lo catalogaran de
“progay” y “proaborto” con tanta virulencia que el candidato Alegre,
temeroso de perder los votos conservadores, se vio obligado a firmar una
declaración pública en la que se comprometió –en el caso de ser electo
presidente– a “respetar, proteger, defender y promocionar la vida, desde
la concepción hasta la muerte; la familia, conformada por el hombre, la
mujer y los hijos…”, marcando una ruptura con sus aliados de izquierda,
celosos defensores del aborto y el matrimonio igualitario.
“No
se sabe si (Alegre) recuperó la confianza de algunos votantes, lo claro
es que se alejó de una postura histórica del Frente Guasu y de los
votantes progresistas”, indicó Ruiz Díaz.
Con respecto a las
promesas electorales del candidato colorado, la analista sostuvo que
Abdo Benítez “no planteó novedades ni propuestas disruptivas, dando a
entender que seguirá la senda marcada por Horacio Cartes y otros
gobiernos colorados. En la campaña interna fue más abierto, con un
fuerte mensaje sobre la institucionalidad y la lucha contra la
corrupción, pero apenas ganó se metió en el caparazón partidario y su
mensaje apunta solamente al electorado republicano”.
Diez candidatos y ninguna mujer
Aunque Marito y Alegre polarizan las opciones electorales, en realidad
son diez los candidatos que disputan la presidencia de la República,
sólo que los ocho restantes ni siquiera aparecen en las encuestas. En su
mayoría provienen de movimientos y partidos no tradicionales, creados
en los últimos meses tan sólo para sostener candidaturas principalmente
personalistas, entre ellas las de un militar retirado, un viejo caudillo
stronista que ahora fundó un partido verde, un músico cantautor
popular, un economista veterano y hasta un odontólogo barrial. Lo
llamativo es que todos son hombres y entre ellos no hay ninguna mujer,
en un momento en que se discute en el Congreso paraguayo un proyecto de
ley de paridad que establece que las listas electorales deban incluir
mitad hombres y mitad mujeres.
La mayoría de los partidos que en
su momento se disputaron la posibilidad de ser la tercera fuerza
política en el país no han presentado candidaturas a la presidencia,
aunque sí a los demás cargos electivos.
Algunos grupos de
izquierda que no forman parte de la alianza Ganar, como la plataforma
feminista Kuña Pyrenda, han decidido presentar sus propias candidaturas
al Congreso. Su principal referente, la líder feminista Lilian Soto, ex
ministra de la Función Pública, apunta a llegar por primera vez al
Senado.
Otra fuerza de consideración, el partido Paraguay
Pyahura, brazo político de la poderosa Federación Nacional Campesina, ha
decidido una vez más no presentarse a elecciones, por considerar que en
estos comicios no existen verdaderas opciones que favorezcan al sector
popular, y llama a sus afiliados y simpatizantes a anular su voto.
Un país “demasiado igual”
Gane quien gane el domingo, el próximo gobierno seguirá siendo
marcadamente conservador y sin muchas sorpresas, aunque una eventual
victoria de Efraín Alegre le daría al devaluado proceso democrático
paraguayo la necesaria alternancia que hasta ahora casi no se ha dado
durante cerca de un siglo de historia.
Desde que el Partido
Colorado llegó al gobierno en 1947, solamente en una oportunidad pudo
ser desalojado del poder, en 2008, tras la victoria electoral del ex
obispo Fernando Lugo, al frente de una alianza entre el Partido Liberal y
los partidos de izquierda, pero no pudo llegar a concluir su mandato
debido a que los liberales le retiraron su apoyo y se aliaron con los
colorados para hacerle un juicio político, también considerado golpe
parlamentario, en junio de 2012. El período tuvo que ser completado por
el vicepresidente, el liberal Federico Franco, con un período de gran
inestabilidad y con muchas denuncias de corrupción, posibilitando el
retorno del Partido Colorado al gobierno, de la mano del magnate Horacio
Cartes, en 2013.
En su análisis sobre el largo proceso de la
transición tras el stronismo, que desemboca en estas elecciones, Alfredo
Boccia sostuvo que a los controladores del poder “el sistema
democrático paraguayo les resultó más funcional que la dictadura. Han
logrado disciplinar a un electorado desquiciado por la desesperanza que,
en masoquistas y resignadas filas, marchará a votar por aquellos que
les han negado siempre la plena calidad humana. Los que siempre los han
dejado sin hospitales, escuelas ni sueños. Vislumbro un país demasiado
igual. Lo que paraguayamente significa demasiado desigual”.
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