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domingo, 22 de abril de 2018

Osvaldo Dorticós Torrado: el presidente olvidado por la prensa


Tatiana Coll

En estos recientes días una avalancha de noticias sobre Cuba y la histórica reunión de la Asamblea del Poder Popular realizada el miércoles 18 de abril han venido repitiendo la misma afirmación sin sustento, por no decir llanamente mentira: su carácter histórico descansa en que por primera vez en 59 años ninguno de los Castro será presidente de Cuba. Todos los medios, tv, radio y prensa escrita lo han repetido, y digo todos porque incluso nuestro periódico por algún desliz reproduce la nota de AFP, DPA, AP y Sputnik, que textualmente dice: El ingeniero electrónico de 57 años, se convertirá en el primer gobernante de la isla que no lleva el apellido Castro en casi seis décadas, al suceder al actual mandatario Raúl Castro.

No creo que verdaderamente sea un mero fallo de la memoria, un olvido intrascendente de tanto barullo mediático, porque en realidad lo que se busca recalcar es que la dinastía Castro, como le han llamado algunos, permaneció en el poder virtualmente 60 años. El hecho real e histórico, ese sí, es que Osvaldo Dorticós Torrado fue el presidente de Cuba, tras la dimisión intempestiva de Manuel Urrutia, desde el 17 de julio de 1959 hasta el 2 de diciembre de 1976, cuando entró en funcionamiento nacional el actual sistema político cubano, la Asamblea Nacional del Poder Popular y desapareció el cargo de Presidente de la República y surgió el de Presidente del Consejo de Estado. En ese año 76 fue elegido por la asamblea como presidente del consejo Fidel Castro y Osvaldo Dorticós fue elegido vicepresidente.

Dorticós que nació en la bella ciudad de Cienfuegos en 1919, fue un hombre destacado en la lucha antibatistiana desde el golpe de Estado en el 52. Era militante del Partido Socialista Popular de Cuba desde joven, compartió luchas, reflexiones, compromisos con Juan Marinello, Blas Roca y Carlos Rafael Rodríguez, entre muchos otros. La lucha lo llevó a enfrenar la cárcel y el exilio en México en aquel año del 58. Después del triunfo de la Revolución se integró plenamente al proceso al grado de convertirse en el presidente de Cuba durante 17 años, durante los cuales también desempeñó numerosas tareas, como la de presidente del Consejo Central de Planificación. Recordado por su histórico discurso en las Naciones Unidas en el difícil mes de octubre de 1962, tarea que enfrentó junto a Raúl Roa, nombrado por ello el canciller de la dignidad.
Otros comentarios igualmente difundidos mediáticamente, pero aclaro que no por nuestro periódico en este caso, se refieren al hecho que califican como totalmente antidemocrático de que en Cuba no se elige presidente directamente como en todos los países, han llegado a decir. En primer lugar es evidente la mala fe, pues todo mundo sabe que en España, Inglaterra y muchos otros países el régimen parlamentario es el que designa a los presidentes, incluso en Estados Unidos, un candidato como Hillary Clinton puede ganar el voto popular y no llegar a la presidencia.
Además de la intención política está el hecho de que muy pocos son los que conocen, analizan y valoran el complejo sistema político electoral cubano. Muchos analistas que critican nuestro sistema por la desmedida corrupción, gasto electoral excesivo, inequidad, injerencia de autoridades, compra del voto, fraudes, etcétera, no dudan sin embargo en descalificar automáticamente el sistema cubano. La Asamblea del Poder Popular se integra con una altísima representación de 605 delegados para una población de 11 millones (basta comparar con la nuestra), estos candidatos son propuestos en reuniones ciudadanas celebradas en espacios públicos abiertos directamente por la población y por las organizaciones sociales de masas. De esta manera se integran los delegados de base que formarán las asambleas municipales y de ahí hasta la Asamblea Nacional. Los delegados se rigen por los principios que se enunciaron en la Comuna de París: 1. No tienen sueldos especiales, mantienen el suyo. 2. Son revocables en reuniones de sus electores y, 3. Deben informar sistemáticamente a sus electores.
La Asamblea Nacional debe integrarse por verdaderos representantes y no sólo por los nombres más conocidos, por ello puede llegar a ser delegado incluso alguien que recoge la basura, como en la legislatura pasada. Se requiere de una representatividad de edades, de género, de profesiones, de etnia, etcétera, que se corresponda con la realidad y esto es sumamente complejo. La asamblea que es el órgano supremo del Estado, elige al Consejo de Estado que es el que ejecuta sus acuerdos y está integrado por 23 miembros, generalmente representantes de las organizaciones de masas y otros como científicos, deportistas, periodistas, como es el caso actualmente, es una instancia colegiada que gobierna entre las sesiones de la asamblea.

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