Robert Fisk
Jared Kushner se prepara para abordar el avión presidencial Fuerza Aérea Uno, en la base AndrewsFoto Ap
Hubo un tiempo en que
todos nos creíamos el mito de que los esfuerzos de paz de Washington en
Medio Oriente eran imparciales, neutrales, sin influencia de la
religión, el historial o las actividades de negocios de los
pacificadores. Incluso cuando en el gobierno de Clinton los cuatro
principales pacificadores eran todos judíos estadunidenses –su
principal negociador, Dennis Ross, había sido un prominente ex miembro
del equipo del más poderoso cabildo israelí, Aipac (Comité de Asuntos
Públicos de Estados Unidos e Israel)–, la prensa occidental rara vez lo
mencionaba. Solo era noticia en Israel, donde el periódico Maarev los llamó
la misión de cuatro judíos.
El escritor y activista israelí Meron Benvenisti escribió en el periódico Ha’aretz
que si bien el origen étnico de los cuatro diplomáticos estadunidenses
podría ser irrelevante, “es difícil pasar por alto que la manipulación
del proceso de paz fue confiada por Washington en primer lugar a judíos
estadunidenses, y que al menos un miembro del equipo del Departamento de
Estado fue seleccionado para la tarea porque representaba el punto de
vista del establishment judío estadunidense. La tremenda
influencia de ese establishment en el gobierno de Clinton encontró su
manifestación más clara al redefinir los ‘territorios ocupados’ como
‘territorios en disputa’.”
Pero, para no ser acusados de antisemitismo, señaló Benvenisti, los
palestinos “no pueden, ni Dios lo permita, hablar de la ‘conexión
judía’…” Tras ser acusada de antisemitismo solo por condenar la
brutalidad israelí y la ocupación de Cisjordania y Jerusalén Oriental,
el mismo miedo socava el valor de la Autoridad Palestina. Cuando el
yerno judío de Trump, Jared Kushner, se volvió el malhadado enviado
de paz del presidente, los palestinos, bien conscientes de que apoyaba
la persistente –e internacionalmente ilegal– colonización de tierras
árabes, recibieron con cortesía su súbita exaltación a pacificador.
Fueron los medios israelíes los primeros en destacar lo poco que sabía
del verdadero Medio Oriente, y las muy pocas personas que conocía allí.
Sin embargo, Dennis Ross, el ex hombre de Aipac, cuya inclinación
hacia Israel fue criticada por colegas israelíes al igual que árabes,
apoyó fuertemente a Kushner cuando fue designado enviado especial. En
cuanto a Trump, he aquí el registro oficial de sus ideas sobre la
eficiencia de Jared Kushner: “Saben, Jared es un excelente muchacho y
hará un pacto con Israel (sic) que nadie más puede lograr. Tiene talento
natural –ya saben de lo que hablo, natural–, un negociador natural. Le
cae bien a todo el mundo.”
Como inversionista en bienes raíces, tal vez Kushner sí sea un
negociador natural. Pero nadie hubiera esperado descubrir –como hizo el New York Times hace unos días– que, poco antes de que Kushner acompañara a Trump en su primer viaje diplomático a Israel, en mayo, su compañía familiar inmobiliaria recibió unos 30 millones de dólares en inversiones de Menora Mivtachim, una de las instituciones aseguradoras y financieras más grandes de Israel. El acuerdo –sorpresa, sorpresa– no se publicó. No hay evidencia de que Kushner estuviera directamente involucrado en el acuerdo y no parece haber alguna violación de las leyes federales sobre ética, según el diario.
Pero, como señaló el NYT, aparte de la decisión de Trump de reconocer a Jerusalén como capital de Israel, el acuerdo con Kushner
podría socavar la capacidad de Estados Unidos de ser visto como un negociador independiente en la región. Vaya, vaya. ¿Cómo podría ser eso? ¿Acaso el NYT no acepta que Kushner
se toma muy en serio las reglas sobre ética(así lo dijo un secretario de prensa de la Casa Blanca) y que, si bien no se puede impedir que las empresas Kushner hagan negocios con una firma extrajera porque Kushner trabaja en el gobierno,
no hacen negocios con entes soberanos o gobiernos?
Kushner sigue siendo beneficiario de fideicomisos que tienen
intereses en las empresas de su familia, pese a que renunció como
ejecutivo en enero del año anterior. Mi cita favorita viene de uno de
los abogados de Kushner, Abbe D Lowell, quien dijo que
conectar cualquier de sus muy publicitados viajes a Medio Oriente con cualquier asunto relativo a las empresas Kushner o a sus negocios es absurdo, y es un intento de sacar una nota sobre algo que no existe.
Así que está bien, entonces. Y si un miembro futuro de un importante
equipo negociador de paz estadunidense en Medio Oriente resultara ser
musulmán –por pura casualidad– (su origen étnico tan irrelevante como
dicen que es el de Kushner) y, al momento de trabajar para el presidente
estadunidense, fuera beneficiario de fideicomisos de una compañía que
hiciera negocios con, digamos, empresas en Arabia Saudita, Egipto o
–Dios nos libre– en Ramalá, en Cisjordania, sería una práctica abierta y
aceptable para un tipo cuyo único deseo en la vida sería llevar la paz a
isralíes y palestinos. Y si esas compañías árabes invirtieran en esa
compañía inmobiliaria del negociador de la paz, nadie alzaría una ceja
ni insinuaría que tal cosa fuera un poquito irregular o –no usemos la
palabra
falta de ética– no del todo apropiada.
Después de todo, los funcionarios electos estadunidenses siempre han sido un poco escépticos respecto de la
ayudafinanciera árabe a Estados Unidos, aun cuando haya llegado libre de cargo y sin interés adosado. Pensemos en el príncipe saudita Al-Waleed bin Talal –uno de los hombres más ricos del mundo, que hoy vive en un colchón del hotel Ritz de Riad como invitado involuntario del príncipe heredero Mohamed bin Salman–, quien en 2001 ofreció una donación de 10 millones de dólares al Fondo de las Torres Gemelas, para las familias y víctimas del ataque del 11-S. También mencionó la causa palestina porque, dijo,
desde el ataque los reporteros han preguntado repetidas veces cómo erradicar el terrorismo. Estados Unidos tiene que entender, añadió, que
si quiere extraer las raíces de este acto ridículo y terrible, tiene que resolver este asunto.
¡Sopas! Esta verdad evidente en sí misma fue demasiado para el
alcalde Rudolph Giuliani de Nueva York, que al instante dijo al príncipe
Al-Waleed bin Talal que se guardara su cheque. No se puede ofrecer
dinero y hablar de política al mismo tiempo. Pero mostró lo delicada que
puede ser la conexión entre dinero –incluso donaciones de un árabe– y
política en el eje Medio Oriente-Estados Unidos. No parece haber tales
problemas, en cambio, con respecto a Jared Kushner, quien obviamente
aprobó la grotesca decisión de su suegro de aceptar a Jerusalén como
capital israelí, con la cual cortó a los palestinos del acuerdo natural
que Trump aseguraba que podría lograr. Y por supuesto que la relación
de la compañía inmobiliaria de Kushner con las instituciones financieras
isralíes nada tiene que ver con ello.
© The Independent
Traducción: Jorge Anaya
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