Un
Estado Policiaco Global está surgiendo en tanto el capitalismo mundial
se hunde en una crisis sin precedente, dada su magnitud, su alcance
global, el grado de la degradación ecológica y del deterioro social, y
la enorme escala de los medios de violencia que se despliegan alrededor
del mundo.
Estado Policiaco Global se refiere a tres
dimensiones entrelazadas. Primero, se refiere a la existencia de
sistemas cada vez más ubicuos del control social de masas, de represión y
de guerra promovidos por los grupos gobernantes para contener la
rebelión real o potencial de la clase obrera global y la humanidad
superflua.
Segundo, se refiere a la cada vez mayor
dependencia de la economía global del desarrollo y del despliegue de
estos sistemas de guerra, control social y represión simplemente como
medio para sacar ganancia y seguir acumulando capital frente al
estancamiento – lo que denomino la acumulación militarizada, o la acumulación por represión.
Y
tercero, se refiere a la emergencia de sistemas políticos que cada vez
más se aproximan a lo que podemos caracterizar como el fascismo del
siglo XXI, o en el sentido más amplio, al totalitarismo.
El
impulso hacia un Estado Policiaco Global responde a nivel estructural
al Talón de Aquiles del capitalismo: la sobre-acumulación. La economía
global produce crecientes niveles de riqueza que la masa de los
trabajadores no puede consumir, dada la cada vez más aguda polarización
de los ingresos mundiales. Crece la brecha entre lo que se produce y lo
que el mercado puede absorber. Si los capitalistas no pueden vender (o
“descargar”) los productos de sus plantaciones, sus fábricas, y sus
oficinas, no pueden hacer ganancias. El resultado es crisis – en
estancamiento, recesiones, depresiones, conmociones sociales y guerra.
La
globalización ha tenido el efecto de agravar enormemente la
sobreacumulación. El nivel de polarización social y desigualdad global
es sin precedente. El uno por ciento de la humanidad más rica controló
más de la mitad de la riqueza del mundo en 2016 y el 20 por ciento
controló el 94.5 por ciento, mientras el restante 80 por ciento tuvo que
conformarse con apenas el 5.5 por ciento, de acuerdo con la agencia de
desarrollo Oxfam.
Esta extrema concentración de la riqueza
significa que la Clase Capitalista Transnacional no puede encontrar
salidas productivas para descargar las enormes cantidades de excedente
que ha acumulado. La Gran Recesión de 2008 – la peor crisis desde los
años 1930 – marcó el arranque de una profunda crisis estructural de
sobreacumulación.
En la medida que el capital se va
acumulando sin posibilidades para descargar el excedente de manera
rentable, los grupos capitalistas presionan a los Estados para crear
nuevas oportunidades de sacar ganancias. Ya para principios del siglo
XXI, la Clase Capitalista Transnacional se volcó sobre todo hacia la
especulación financiera junto con la acumulación militarizada organizada
por Estado para sostener la acumulación global frente a la
sobreacumulación.
La secuencia de olas especulativas en el
“casino global” desde los años 1980 ha incluido: inversión en el
emergente mercado global inmobiliario que resultó en la inflación del
valor de los bienes y raíces en una localidad tras otra; varios ciclos
de auges y descalabros del mercado accionario; el enorme aumento de los
flujos de fondos de cobertura (conocidos como “hedge funds” en inglés),
de especulación en monedas, y de toda clase de derivado, desde los
permutas de deuda, los mercados de futuros, obligaciones de deuda
colateralizada, esquemas de pirámide, y esquemas Ponzi.
Cada
vez que se agota la inversión especulativa en un sector, la Clase
Capitalista Transnacional simplemente se vuelca hacia otro sector para
descargar el excedente. Las salidas más recientes han sido el
sobre-valorado sector de alta tecnología y las monedas encriptados como
Bitcoin. La inversión en el sector tecnológico subió de apenas $17 mil
millones de dólares en los años 1970, a $175 mil millones en 1990, $496
mil millones en 2000, y luego alcanzó los $674 mil millones en 2017.
Asimismo, Bitcoin subió de menos de un dólar en 2010, a $13 para finales
de 2012, y luego a $1000 para principios de 2017, solo para disparar
vertiginosamente a lo largo de 2017, alcanzando $17,900 en diciembre del
año pasado, valor que no guarda relación alguna con la economía real.
La
brecha entre la economía productiva (o sea, lo que los medios de
comunicación califican como la “economía real”) y el capital ficticio
(es decir, el dinero arrojado a la circulación sin base en mercancías o
en la actividad productiva), ha llegado a niveles alucinantes. Por
ejemplo, el producto bruto mundial - el valor total de los bienes y
servicios producidos en el mundo - era de $75 billones en 2015.
Mientras tanto, en ese mismo año, solamente la especulación en monedas
giró alrededor de $5.3 billones diarios en ese mismo año, y el mercado
global de derivados fue estimado en un increíble $1.2 trillones.
Pero
esta especulación financiera es una solución temporal. No puede
resolver el problema estructural de la sobreacumulación a largo plazo
mientras el traslado de la riqueza de los trabajadores a la Clase
Capitalista Transnacional contrae cada vez más el mercado. La
especulación financiera tiene sus límites como solución, pero no así la
acumulación militarizada.
Digitalización y Acumulación Militarizada
Independientemente
de estas consideraciones políticas, la Clase Capitalista Transnacional
ha adquirido un mayor interés en la guerra, los conflictos, y la
represión como medios de acumulación. En la medida que la guerra y la
represión Estatal se privatiza, los intereses de un amplio gama de
grupos capitalistas convergen alrededor de un clima político, social, e
ideológico conductivo a la generación y el mantenimiento de los
conflictos sociales – tal como en el Medio Oriente – y hacia una
expansión de los sistemas de guerra, represión, vigilancia Estatal y
privado, y el control social.
Las llamadas guerras contra
las drogas y el terrorismo, las no declaradas contra los inmigrantes,
los refugiados y las pandillas (y más generalmente, hacia los jóvenes
pobres de la clase obrera), la construcción de los muros fronterizos,
centros de detención de los inmigrantes, complejos de encarcelamiento,
sistemas de vigilancia de masas, y la extensión de las empresas de
seguridad privada y de mercenarios – todos se convierte en mayores
fuentes de generación de ganancias.
Un rápido vistazo a
los titulares de los medios norteamericanos en los primeros meses del
gobierno de Trump ilustra la acumulación militarizada. El día después
del triunfo electoral de Trump, el precio de las acciones de Corrections
Corporation of América – la empresa con fines de lucro privado más
grande en Estados Unidos para la detención de los inmigrantes no
documentados – disparó en un 60 por ciento dada la promesa de Trump de
deportar millones de inmigrantes. Otra empresa con fines de lucro
privado que el Estado norteamericano subcontrata para administrar
centros de detención y vuelos chárter para deportar a los inmigrantes,
Geo Group, experimentó un incremento de 300 por ciento en el precio de
sus acciones en los primeros meses de la administración Trump.
Los
ataques del 11 de setiembre de 2001 marcaron un giro importante en la
construcción de un Estado Policiaco Global. El Estado norteamericano
aprovechó de dichos ataques para militarizar la economía global mientras
otros Estados alrededor del mundo aprobaron leyes “anti-terroristas”
draconianas a la vez que los gastos militares se dispararon. El
presupuesto del Pentágono se incrementó en un 91 por ciento en términos
reales entre 1998 y 2011, mientras entre la década de 2001-2010, las
ganancias de la industria militar casi se cuadruplicaron. A nivel
mundial, los gastos militares totales crecieron en un 50 por ciento
entre 2006 y 2015, desde $1.4 billones a $2.03 billones.
Crucial
al Estado Policiaco Global es el desarrollo de las nuevas tecnologías
relacionadas con la digitalización y con lo que se refiere a la cuarta
revolución industrial. El sector de la alta tecnología ahora está en la
vanguardia de la globalización capitalista y está impulsando la
digitalización de la economía global en su conjunto. La tecnología de
la computarización y la informática nos ha llevado a la antesala de esta
“cuarta” revolución, basada ahora en la robótica, la impresión
tridimensional, la inteligencia artificial, el aprendizaje automático,
el internet de las cosas, la computación cuántica y en nube, nuevos
mecanismos de almacenamiento de energía, y los vehículos autónomos.
Esta
digitalización está revolucionando la guerra y las modalidades de
acumulación militarizada organizada por el Estado, incluyendo la
aplicación militar de las nuevas tecnologías y una mayor fusión de la
acumulación privada con la militarización Estatal. Los nuevos sistemas
de guerra y de represión hechos posibles por una digitalización más
avanzada incluyen armamento automático impulsado por la inteligencia
artificial, tales como los vehículos no tripulados de ataque y
transporte, los soldados robot, una nueva generación de aviones no
tripulados, fusiles microondas que inmovilizan, ataque cibernética y
guerra informática, identificación biométrica, extracción estatal de
datos, y la vigilancia electrónica global que permite el rastreo y
control de cada movimiento.
Por tanto, la digitalización
hace posible la creación de un Estado Policiaco Global. Los grupos
dominantes aplican las nuevas tecnologías del control social de masas
frente a la resistencia de la población precaria y los marginados. La
función dual de la acumulación y del control social se juegan en la
militarización de la sociedad civil y en el cruce entre la aplicación
militar y la aplicación civil de los armamentos avanzados y en los
sistemas de monitoreo, rastreo, seguridad y vigilancia.
Las Zonas Verdes
La
profunda reconfiguración del espacio facilitado por la digitalización
se refleja en la extensión global de las llamadas “zonas verdes.” “Zona
Verde” se refiere al área casi impenetrable que las fuerzas
norteamericanas de ocupación establecieron en el centro de Bagdad a raíz
de la invasión de Iraq en 2003. La Zona Verde proporcionó al Centro de
Mando norteamericano y la elite Iraquí ubicados al interior de la Zona
con un cordón donde se mantuvieron inmunes a la violencia y el caos que
envolvieron el país.
Ahora surgen nuevas Zonas Verdes en
las áreas urbanas alrededor del mundo. Esta zonificación abarca el
aburguesamiento (gentrificación), las comunidades cerradas, los sistemas
de vigilancia y la violencia privada y Estatal. Al interior de las
Zonas Verdes, las elites y las capas medias y profesionales
privilegiadas se valen de los servicios sociales privatizados, el
consumo y el entretenimiento exclusivo. Pueden trabajar y comunicarse
por el internet y satélite clausurados bajo la protección de ejércitos
de soldados, policía, y fuerzas de seguridad privada.
Entre
las Zonas Verdes y la guerra abierta, se encuentran los complejos
encarcelamiento-industrial, los sistemas del control de los inmigrantes y
refugiados, la criminalización de las comunidades marginadas, las
campañas de limpieza social de los pobres, y la escolarización
capitalista. En particular, los aparatos mediáticos y culturales de la
economía corporativa persiguen colonizar la conciencia y socavar la
capacidad de pensar críticamente fuera de la lógica del sistema
dominante. Surge una cultura neo-fascista mediante el militarismo, la
misoginia, la extrema masculinización, y el racismo.
El
recrudecimiento de la crisis estructural resultará en una mayor fusión
de la economía digital con el Estado Policiaco Global. La nueva
tecnología seguramente engrosará las filas de la humanidad superflua y
también impondrá una mayor presión competitiva sobre la Clase
Capitalista Transnacional, y por ende, su necesidad de imponer formas
más opresivas y autoritarias de disciplina laboral.
Estado Policiaco Global y Fascismo del Siglo XXI
El
Trumpismo en Estados Unidos, el BREXIT en el Reinado Unido, y la
proliferación de partidos y movimientos neo-fascistas y autoritarios en
Europa y alrededor del mundo, representan una respuesta ultra-derechista
a la crisis del capitalismo global. Los proyectos del fascismo del
siglo XXI buscan organizar una base de masas entre los sectores
históricamente privilegiados de la clase obrera global, tales como los
obreros blancos en el Norte y las capas medias en el Global, quienes
ahora experimentan una mayor inseguridad e inestabilidad en sus
condiciones laborales y de vida.
Al igual que su
predecesor del siglo XX, este proyecto gira alrededor del mecanismo
psico-social del desplazamiento del temor y ansiedad de las masas en
momentos de aguda crisis capitalista hacia las comunidades designadas
como chivos expiatorios, tales como los trabajadores inmigrantes, los
Musulmanes, y los refugiados en Estados Unidos y Europa. Las fuerzas
ultra-derechistas efectúan este mecanismo mediante un discurso de
xenofobia, ideologías desconcertantes que abarcan la supremacía
racial/cultural, un pasado mítico e idealizado, el milenarismo, y una
cultura militarista y masculinista que normaliza y hasta glorifica la
guerra, la violencia social, y la dominación.
En este
sentido, la ideología del fascismo del siglo XXI descansa sobre la
irracionalidad – la promesa de restaurar la seguridad y la estabilidad
no es racional sino emotiva. El discurso público del régimen de Trump
del populismo y nacionalismo, por ejemplo, no guarda ninguna relación a
sus verdaderas políticas. En su primero año, el “Trumponomics” abarcó
la desregulación – el virtual aplastamiento del Estado regulatorio – un
mayor recorte del gasto social, las privatizaciones, la reforma
impositiva a favor de los ricos y el capital y explícitamente en contra
de los pobres y la clase obrera, y una expansión del subsidio Estatal al
capital: en resumidas cuentas, el neo-liberalismo con esteroides.
En
Estados Unidos, los movimientos neo-fascistas han experimentado una
rápida expansión desde el viraje del siglo en la sociedad civil, y
también en el sistema político mediante el ala derecha del Partido
Republicano. Trump demostró ser la figura carismática capaz de
galvanizar y envalentonar las diversas fuerzas neo-fascistas, desde los
supremacistas blancos, los nacionalistas blancos, las milicias privadas,
los neo-Nazi y Ku Klux Klan, los llamados “Guardianes del Juramento”
(conformado por ex-militares y policías de la derecha), el Movimiento
Patriótico, los fundamentalistas Cristianos, y los grupos de vigilancia
anti-inmigrante.
Alentado por la fanfarronea imperial de
Trump, su retórica populista y nacionalista, y su discurso abiertamente
racista, estos grupos han comenzado un proceso de polinización cruzada
en un grado sin precedente en las últimas décadas, y han logrado tener
una presencia en la Casa Blanca de Trump, y en los gobiernos estatales y
locales alrededor del país. Muchas de estas organizaciones han
establecido unidades paramilitares en un proceso que a menudo entraña
una cierta colaboración con las agencias represivas del Estado.
El
fascismo del siglo XXI y Estado Policiaco Global entraña una
triangulación entre: las fuerzas ultra derechistas, autoritarias y
neo-fascistas en la sociedad civil; el poder político reaccionario en el
Estado; y el capital corporativo transnacional. Respecto a este
último, las fracciones de capital más propensas a un fascismo del siglo
XXI parecen ser el capital financiero especulativo, el complejo
militar-industrial-seguridad, y las industrias extractivistas – estas
tres, a cambio, entrelazadas con el capital de alta-tecnología/digital.
Los
complejos extractivistas y energéticos deben desalojar a las
comunidades para poder apropiarse de sus recursos, lo que les hace
propensos a los arreglos represivos y hasta neo-fascistas. La
acumulación de capital en el complejo militar-industrial-seguridad
depende de la guerra sin fin y de los sistemas de represión. Y la
acumulación financiera requiere de cada vez mayor austeridad, lo que es
muy difícil, sino imposible, de imponer mediante los mecanismos
consensuales.
Hemos de recordar que el Trumpismo y las
demás respuestas ultra-derechistas y neo-fascistas a la crisis surgen a
lo largo del mundo reactivamente a la rebelión de las clases
trabajadoras y populares. Una rebelión global en contra de la Clase
Capitalista Transnacional se ha extendido a lo largo del mundo desde la
Gran Recesión de 2008. Quizás la tarea más urgente en estos momentos es
la organización de un frente unido contra el fascismo y la guerra
global. Será improbable que la elite transnacional en su mayor parte se
oponga a un fascismo del siglo XXI en el poder político si es que los
de abajo lleguen a amenazar el control desde arriba.
Sin
embargo, las elites con mayor sensatez buscarán proyectos reformistas –
hasta reformas radicales – en aras de rescatar el sistema de sí mismo.
Hemos de respaldar dichos proyectos reformistas en la medida que atenúen
las peores depredaciones del capitalismo global y que nos saquen del
umbral de la guerra y el fascismo. La clase obrera global necesita
amplias alianzas, incluyendo con los elementos reformistas de la elite
transnacional.
Pero la reforma del capitalismo
históricamente se ha logrado menos por la ilustración de las elites, que
por las luchas de masas desde abajo que obligan a las elites a
reformar. La mejor manera de lograr una reforma del capitalismo global
es luchar en su contra. Si fracasa el reformismo desde arriba y si la
Izquierda no logra tomar la iniciativa, podría quedarse abierto el
camino para un fascismo del siglo XXI fundamentado en un Estado
Policiaco Global.
- William I. Robinson, Profesor de Sociología, Universidad de California en Santa Bárbara.
Este artículo es resumen de un ensayo más extenso sobre Estado Policiaco Global que aparece en el nuevo libro del autor, Into The Tempest: Essays on the New Global Capitalism, publicado por Haymarket Books
https://www.alainet.org/es/articulo/190429
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