Las clases medias, antiguas
o modernas, adoptan como sus modelos de comportamiento y de pensamiento
a la burguesía y a los representantes de las grandes empresas
extranjeras, tienen los gustos y costumbres de esos modelos, comparten
sus valores y su ideología. Al mismo tiempo envidian a los que endiosan
porque, como tienen en general mucha más cultura que la inmensa mayoría
de los burgueses, consideran una injusticia su papel de
segundones-servidores y el no poder vivir como los que admiran y tratan
de imitar.
Esas clases medias urbanas o rurales tienen dos sentimientos
contradictorios ante los trabajadores manuales, que sienten directamente
la opresión y la explotación del capitalismo, incluso cuando aún
carecen de una conciencia anticapitalista. Por un lado, comparten con
los obreros la necesidad de leyes sociales y la resistencia al poder y a
la arbitrariedad de los dominantes. Por otro, ante la tendencia
constante a la disminución de sus ingresos, tienen temor a caer en las
filas de los trabajadores a los que desprecian porque tienen menor
cultura y costumbres más rudas.
Los técnicos (abogados, jueces, gerentes, ingenieros, especialistas
en comercio, funcionarios, especialistas en servicios) participan
también en la explotación y dominación de los trabajadores de todo tipo
por el capital y naturalizan el capitalismo, que creen que existió
siempre y que siempre existirá, y están movidos por intereses materiales
procapitalistas y alejados por su vida y sus costumbres de las capas
populares, con las que no tienen casi contactos.
El desplazamiento continuo del capital de uno a otro ramo más
lucrativo o a la especulación, el hecho de que las empresas cambian de
país como se cambia una camisa, la degradación por las nuevas
tecnologías de empleos antes calificados, agravan por otra parte la
inseguridad en el empleo y colocan a los jóvenes diplomados en el área
de los trabajos permanentemente precarios. Los capitalistas aprovechan
esta situación para agravar aún más esa inestabildad y falta de
seguridad en un futuro imponiendo la llamada
flexibilidad salarial, o sea, la eliminación de las leyes laborales que protegían a los trabajadores.
Esta nueva situación provoca en esos sectores de las nuevas clases
medias irritación contra el capitalismo y los gobiernos de los patrones
pero, al mismo tiempo, temor permanente a la proletarización, que
consideran una caída en la escala social y odio contra los inmigrantes, a
los que ven como competidores en el mercado de trabajo aunque eso sea
totalmente falso.
Los bruscos cambios de actitud de las clases medias frente a los
trabajadores y las oscilaciones que las hacen pasar en muy poco tiempo
de un frente único con ellos a un enfrentamiento con ideas
fascistizantes derivan de esa mezcla inestable y explosiva de
sensaciones contradictorias, irracionales y confusas.
Además, es posible oponerse al capitalismo por diversas razones o
sea, tanto para luchar por su superación y por un futuro más libre y
justo,como en nombre de un pasado colonial o feudal y privilegios
clasistas y racistas claros y consolidados.
Según sea la perspectiva que, por una u otra razón, adopten
momentáneamente las oscilantes clases medias, cambian las actitudes de
éstas ante las instituciones e incluso la visión de las mismas: los
aparatos del Estado pasan entonces a perder el velo que los hacía
aparecer como
imparcialeso de
interés comúny aparecer al desnudo como organismos de dominación y de opresión, como sucede hoy con la justicia en Argentina o Brasil, donde se han confirmado con crudeza los dichos decimonónicos del Martín Fierro:
la ley es como el cuchillo, no ofende a quien la manejao “hacete amigo del juez/no le des de qué quejarse/ pues siempre es bueno tener/ palenque and’ ir a rascarse”. O La Iglesia Católica, que anteriormente se oponía al capitalismo en nombre de la Colonia, la hispanidad, las monarquías feudales y formaba aristocracias, si empieza a hablar de igualdad y de resistir a la opresión, pasa a ser enemiga de los medios y de los ricos, como le sucedió al Papa en Chile y en los medios de las grandes empresas latinoamericanas.
Cuando los trabajadores siguen aun mayoritariamente a partidos
burgueses partidarios de la conciliación o de la unidad nacional entre
explotados y explotadores, se encuentran mezclados allí con tendencias
fascistas o reaccionarias, que pueden infectarlos ideológicamente. Tal
es el caso en el peronismo, donde conviven fascistas y democráticos y
que añora al tirano Rosas, un gran terrateniente ultraclerical
idealizador de la Colonia, o también en el caso brasileño en el que los
agentes directos y más corruptos del capitalismo, como Temer, eran
cooptados como aliados por el Partido de los Trabajadores. La falta de
independencia política y de conciencia de clase impide entonces que los
obreros puedan tener peso político y moral sobre las clases medias ya
que los obreros que votan por esos partidos votan como siervos de la
ideología burguesa, no como trabajadores.
Esas direcciones burguesas desconocen además a los trabajadores,
tratan de desmovilizarlos o de someterlos a burócratas sindicales
millonarios y servidores del capital, maniatando así a las clases medias
y sectores populares. Si las diferencias nacionales o étnicas
dificultan además su unidad obrera surgirán sectores atrasados que
seguirán consignas racistas y xenófobas.
Por otra parte, la sociedad actual es compleja y las contradicciones
no se agotan con las luchas de clase. Los ejemplos de la victoria de la
resistencia de cinco décadas a la construcción de un aeropuerto en Nôtre
Dame des Landes, Francia o, anteriormente, del combate en Atenco, dicen
que la lucha tenaz derrota a los grandes capitalistas. La movilización
en defensa del ambiente y de los recursos naturales reúne a capas muy
amplias de la población pues todos desean respirar mejor, tener comida
más sana, preservar la Naturaleza. Por esa razón el anticapitalismo debe
ser ecologista y democrático o no es anticapitalismo.
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