Para ver brotar talentos como el de Yahaira Tubac es necesario cambiarlo todo
La elección del
presidente del organismo legislativo es un ejemplo ilustrativo de cómo
en Guatemala no se premian el talento, la experiencia, la capacidad y la
ética sino el poder del dinero. Claro como el agua. Al otro extremo
está esa población obligada a buscar sus propias respuestas para salir
del abandono y la miseria a la cual la condena un sistema depredador e
injusto. Por allí, en la lejanía institucional de la Guatemala profunda
–como gustaba decir alguien que ya olvidé- apareció esta niña prodigio,
la pianista de 7 años Yahaira Tubac quien interpreta con una precisión
asombrosa obras de Mozart y Beethoven. Yahaira fue gestada y criada con
amor y educada con una sensibilidad excepcional a pesar de haber llegado
a una familia de escasos recursos, alejada de los centros en donde se
cuecen los privilegios. Es la prueba viva de cuán fácilmente perdemos la
ruta del desarrollo cuando prevalecen, en las altas esferas, la
negligencia y la ignorancia. Pero también retrata cómo un mínimo acceso a
las artes universales puede transformar la vida y el destino de un ser
humano, a cualquier edad.
Esas altas esferas, no por altas
calificadas ni capaces, deciden el destino de la niñez de este país
marcado por las carencias. Desde los despachos oficiales se recortan y
reparten los dineros pertenecientes a la población. Se decide, por
ejemplo, cuáles asignaturas formarán parte del pensum escolar y a cuáles
condenarán a la pobreza. Estas políticas educativas, sin embargo, han
sido la marca de identidad desde hace mucho y se reflejan no solo en la
infraestructura miserable de las escuelas a nivel nacional, también en
el desprecio por la cultura y el arte expresado de todas las maneras
posibles por las clases política y económica.
Las razones
sobran: las nuevas generaciones ya vienen con un código de barras en el
ombligo destinadas, no a sobresalir en el mundo gracias a sus distintos
talentos, sino a servir a las clases dominantes como mano de obra
barata, muy barata, no vaya a ser que el país pierda competitividad. Y
las niñas, niños y adolescentes pasan por un rasero castrador de genios,
emparejador hacia abajo para evitar la terrible amenaza de los
liderazgos comunitarios. Eso, considerado una especie de política
pública pergeñada en alguna oficina ministerial, y no necesariamente con
una visión de futuro, sino con una instrucción de más arriba para no
perder la perspectiva de la línea trazada por los centros de poder
económico.
¿Cuántas Yahairas podría tener Guatemala si desde
mucho antes de nacer ya tuvieran un lugar protegido y enriquecedor en el
cual crecer y desarrollarse? ¿Es que acaso somos tan escépticos que
dudamos hasta de la posibilidad de ver surgir decenas de niños prodigio
llenos de potencial? Triste cosa es una sociedad que no crea en sí misma
hasta el punto de aceptar los tijeretazos oficiales a la educación de
sus descendientes, quizá creyendo en las buenas intenciones de sus
gobernantes. Más triste aún es resignarse a la respuesta obligatoria
-“no hay presupuesto”- a sabiendas de su falsedad.
A la niñez se
le ha negado todo y las consecuencias son devastadoras: reducción de la
talla y el peso, desnutrición crónica, pérdida de capacidades
intelectuales, muerte temprana y alta vulnerabilidad a enfermedades
prevenibles. Por encima de ese castigo, la violencia física, sexual y
psicológica a la cual los enfrenta un sistema inclemente con la
población más pobre, condenándola a luchar desde cualquier trinchera
para sobrevivir.
Como Yahaira, también la cantante kaqchiquel
Sara Curruchich demuestra cuán posible es vencer las barreras para
proyectarse al mundo como un ejemplo de talento y cultura, a pesar de
los pesares.
Los obstáculos al surgimiento de talentos excepcionales tiene origen en políticas discriminatorias y racistas.
Blog de la autora: www.carolinavasquezaraya.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario