Jorge Durand
Con certeza podemos
decir que Donald Trump es un ególatra, vanidoso, narcisista,
imprudente, precipitado, intolerante, sectario, intransigente y demás
epítetos.
¿Podemos decir que es racista?
Para calificar de racista a una persona, se requiere mucho más. No se
trata de un rasgo del carácter o de la personalidad. Es una actitud que
se relaciona con la xenofobia, con el miedo, rechazo u odio al
extranjero, al que es diferente. Y cuando este talante se expresa con
manifestaciones de rechazo, discriminación, agresión y desprecio a otras
personas o comunidades, por ser de raza diferente, podemos hablar de
racismo.
Hace ya muchos años me llamaba la atención que cuando le preguntaba a
los migrantes si se habían sentido discriminados en Estados Unidos,
invariablemente me respondían que no. Hasta que una vez me explicaron,
ellos mismos, que el sentimiento y reconocimiento de ser discriminados
está íntimamente relacionado con la comprensión, con el conocimiento del
idioma. Esta persona vivió muchos años en Estados Unidos y por más que
lo agredían, insultaban y se burlaban de él, propiamente no entendía en
toda su dimensión lo que sucedía. Simplemente hacía oídos sordos.
Obviamente se daba cuenta de que le gritaban o que estaban molestos con
él o su trabajo. Pero no pasaba de ahí. Lo atribuía al mal genio del
jefe o a que hizo mal su labor.
El racismo se expresa con el lenguaje. De ahí que sea tan relevante
que se haya denunciado públicamente, al presidente de Estados Unidos por
referirse a los migrantes que provienen de países de origen africano o
centroamericano como
lugares de mierda, shihole countries. Este exabrupto se dio cuando se negociaba el fin de las lotería de visas a cambio de que se les otorgara el permiso de residencia a migrantes de El Salvador y Haití que tenían un estatus migratorio temporalmente protegido (TPS).
La denuncia la hizo el senador demócrata Dick Durbin, al salir de la
reunión con Trump cuando se negociaba el tema migratorio y fue
corroborada por el senador republicano Lindsey Graham. Al mismo tiempo
otros dos senadores republicanos dijeron que no habían escuchado tal
expresión, aunque sí se utilizó un
lenguaje rudoen la reunión. Luego Trump afirmó que no era cierto, que no había dicho nada derogatorio en contra de los haitianos y que el no era racista, que era una falsa acusación de los demócratas.
Las imputaciones de racismo en contra del inquilino de la Casa Blanca
son tan numerosas y variadas como las de acoso y misoginia. No
obstante, siempre se mueve al filo de la navaja y no pasa nada. Lo dijo
hace tiempo de manera premonitoria, al empezar las primarias:
podría salir a la Quinta Avenida y disparar a la gente y no perdería votos.
Pero las evidencias se acumulan una tras otra.
Durante la campaña se le acusó que en otros tiempos había dado
órdenes a sus subordinados para que no aceptaran a inquilinos negros en
sus edificios. Lo que ciertamente resultaba discriminatorio por motivos
raciales. Obviamente negó tal episodio.
Al empezar su campaña política por la nominación, acusó a
México y migrantes mexicanos de ser criminales, violadores y traficantes
de drogas. Muchos analistas consideraron que había un trasfondo racista
en sus declaraciones.
A los pocos días de ser presidente Donald Trump emitió un orden
ejecutiva negando la entrada a inmigrantes y viajeros de varios países
musulmanes. Los jueces determinaron, en una primera instancia, que la
orden tenía visos de discriminación racial y religiosa y como prueba se
presentaros discursos y twitts del propio Trump.
Posteriormente, el 12 de agosto, en una manifestación
ultraderechista, de claros tintes racistas y fascistas, en
Charlottesville, Virginia, se negó a criticar y denunciar el incidente
de racista y supremacista, a pesar de que murió una manifestante
opositora arrollada por un coche de manera intencional.
Unos días después, el 25 de agosto, indultó al sheriff de
Arizona, Joe Arpaio, que había sido acusado de discriminación racial
cuando realizaba detenciones de migrantes e impulsaba a sus subordinados
a actuar de esa manera. La Casa Blanca calificó a Arpaio de patriota y
funcionario ejemplar.
Luego se afirma, según el New York Times, que en una reunión Trump dijo,al referirse a la presión de migrantes en busca de refugio, que
todos los haitianos tienen siday que los migrantes nigerianos
volverían a sus chozas. La Casa Blanca desmintió que se haya usado esos términos (diciembre de 2017).
Finalmente, al dar una conferencia de prensa sugirió que debía
promoverse la llegada de inmigrantes de Noruega, en obvia referencia a
las políticas migratorias de corte racista del pasado, que pretende
restaurar. Aunque muy posiblemente los noruegos, que viven en uno de los
países más ricos del planeta y con la mayor cobertura de seguridad
social, no tienen la menor intención de ir a Estados Unidos a contratar y
pagar por seguros privados.
Todo esto puede resultar circunstancial o discutible. De ahí la
relevancia de que se haya referido de manera despectiva a Haití y El
Salvador como
países de mierda. Obviamente él lo niega, la oficina de prensa de la Casa Blanca lo rechaza y dos senadores salieron en su defensa.
Muy pocos funcionarios y congresistas han tenido la valentía de
denunciarlo y mucho menos de renunciar. La excepción fue el embajador de
Estados Unidos en Panamá, John Feeley, quien afirmó que no se sentía
cómodo al representar a su país con un presidente como Donald Trump. Al
parecer fue la gota que derramó el vaso, pero su red de complicidades lo
protege y lo blinda, no le entran balas; ya habrá tiempo para pasarles
la factura.
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