En el mes de abril tendrá lugar en Lima la VII Cumbre de las Américas,
cita en la cual se ha previsto el encuentro de todos los jefes de
Estado y de Gobierno del continente; y que curiosamente, en la
circunstancia, debatirá temas vinculados a la democracia, la
gobernabilidad y la corrupción, virus que corroe la base misma de la
sociedad en nuestro tiempo.
Es bueno recordar que este evento
constituye la continuación de otros, ocurridos a partir de 1994, cuando
-en Miami- se produjo por primera vez, bajo la férula del gobierno de
los Estados Unidos de Norteamérica.
Cuando ella ocurrió, el
escenario continental era otro. Básicamente estaba bajo el dominio de
las fuerzas tradicionales de Poder que al compás de Washington regían,
lo que llamara el poeta, “una sociedad sin esperanza”.
Fue precisamente a partir de aquellos años que la situación comenzó a
cambiar en la tierra de los libertadores. En Argentina, la crisis tocó
fondo, y cayeron –una a una– diversas administraciones corruptas en
tanto se afirmaba el fresco y honrado mensaje de don José de San Martín
en la conciencia de millones.
En la Patria de Bolívar, entre
tanto, también soplaban aires nuevos. El Comandante Hugo Chávez Frías
usaba un lenguaje distinto, y buscaba diseñar caminos propios para
encarar los problemas de su pueblo.
América comenzaba a moverse
nuevamente tomando en sus manos viejas banderas. Los sueños de Pancho
Villa y Emiliano Zapata, de Augusto Sandino y Farabundo Martí, asomaban
otra vez entre las nubes del cielo americano y brillaban con luz propia,
alumbrando nuevos derroteros.
La década de los 90 no parecía
la mejor, por cierto. Luego de la caída de la URSS y de la quiebra del
socialismo en Europa del Este, Washington cantaba victoria.
Cuba atravesaba lo que se dio en llamar “el periodo especial”
y su pueblo heroico hacia frente con singular estoicismo a retos
inéditos en la construcción de una nueva sociedad. En Chile se salía de
la dictadura asesina de Pinochet en una discutible “sucesión” que dejara
el Poder en manos de la derecha reaccionaria. Y en el Perú se afirmaba
la dictadura Neo Nazi de Alberto Fujimori.
En otros países de
la región, y casi sin variantes, una burguesía parasitaria administraba
una crisis asegurando con empeño mantener intactos los privilegios de
las grandes corporaciones imperiales.
Por eso Washington aceptó
instalar la Cumbre de las Américas, convencida como estaba la Casa
Blanca que la historia había terminado y que sólo se abría entonces una
puerta: el mundo unipolar, bajo la hegemonía yanqui. Fukuyama dixit.
Pero la vida de los pueblos cambia. Y poco a poco se fue modificando la correlación de fuerzas en el plano continental.
Surgieron los Kitchner en Argentina; Lula, en Brasil; Ortega, en la
Nicaragua Sandinista; Evo Morales, en Bolivia; Correa, en Ecuador; se
afirmó el proceso bolivariano en Venezuela; triunfó el Farabundo Martí,
en El Salvador; se formaron coaliciones más avanzadas en Chile; asomaron
gobiernos progresistas en Honduras y Paraguay, bajo la dirección de
Manuel Zelaya y Fernando Lugo, respectivamente. Y en otros países, como
México, Perú, o Colombia –con distintos matices y diverso grado- se
hicieron presentes segmentos que proclamaron voluntad de enfrentar al
dominio yanqui.
Por eso fue que en la VI Cumbre celebrada el
2015 en Panamá, Estados Unidos no pudo oponer resistencia, y Cuba brilló
con fuerza propia en ese escenario continental.
Cuando en
abril se reúna la VII Cumbre en Lima, sin embargo, habrá nuevos vientos
de fronda, y ellos serán azuzados por una oligarquía envilecida y en
derrota. Tras ella, la siniestra figura del Imperio digitará los hilos,
para agredir a los pueblos.
En el Perú, por ejemplo, la “Prensa
Grande” y los sectores más reaccionarios de la vida nacional, han
re-iniciado una violenta ofensiva contra la administración de Caracas y
en particular contra el Presidente Nicolás Maduro. Sin empacho alguno, le han cargado todos los epítetos para denigrar su imagen y afear su rostro.
Como parte de ese operativo de alcance continental, ha arribado al Perú un prófugo de la justicia -Alfredo Ledezma-
a quien Pedro Pablo Kuzcynski ha recibido en su casa sin importarle, en
absoluto, la naturaleza de sus delitos en la Venezuela de hoy. Y como
parte también, en los próximos días la flamante “Canciller” peruana,
Cayetana Aljovín, visitará la Casa Blanca, en tanto que el Secretario de
Estado yanqui vendrá a Lima.
Nada de eso debiera
sorprendernos. No sólo porque PPK es un adulón del Imperio sino porque,
además, es amigo cercano de otros asesinos de horca y cuchillo, como
Alberto Fujimori a quien llama –con proverbial servilismo- “ex
Presidente”, y cuyos execrables crímenes “pasa por alto“,
considerándolos apenas “errores” y “excesos”.
En
el continente, la campaña contra el Presidente Nicolás Maduro, no es
sólo contra él. Forma parte de un despliegue mucho más amplio, y se
expresa contra Lula, en Brasil, al que se le busca excluir del proceso
electoral de su país con aviesas maniobras seudo legales; en Bolivia,
donde amaga una ofensiva desestabilizadora contra Evo Morales a fin de
impedir la renovación de su mandato presidencial; en Ecuador, país en el
que busca profundizar las diferencias entre el actual presidente, y
Rafael Correa, al que la reacción detesta; en Argentina, donde destila
todas sus baterías contra Cristina Fernández; en Nicaragua, contra
Ortega y el régimen Sandinista; y en Honduras, país en el que busca
perpetuar en el Poder, por medios ilícitos, a un “régimen suyo”, el
gobierno de Hernández, cuestionado en las ánforas en los recientes
comicios en los que legítimamente triunfara la Oposición.
La campaña contra Nicolás Maduro busca también distraer la atención del pueblo respecto a la perniciosa presencia de Donald Trump
en nuestro suelo. Busca preservarlo del masivo repudio ciudadano, que
sin duda ocurrirá cuando llegue a estas tierras rebeldes y
contestatarias.
Los que dicen que Maduro es “un asesino”, no
dirán una palabra contra Trump que ahora mismo tiene tropas en Irak
matando cotidianamente a centenares de personas; que tiende la mano y
proporciona armas a los terroristas que atacan al gobierno legítimo y
constitucional de Siria; que golpea a Palestina azuzando a la camarilla
sionista de Israel contra los pueblos árabes; que alienta la guerra en
Corea enfrentando a dos pueblos hermanos –el del norte y el del sur-
para preservar su bases militares instaladas en las cercanía de Seúl,
contra los rusos.
Pero Trump, no es solo enemigo de los pueblos
del Medio Oriente y el sud este asiático Es también irreconciliable
enemigo de los pueblos de América latina, a los que considera “poblaciones inferiores”.
No hace mucho, hizo una alusión procaz contra Haití y algunos pueblos
africanos. Y es que ese concepto, es el que anida en su espíritu
atravesado por el odio y por la guerra.
Si alguien quiere una
prueba de ello, debiera leer simplemente las expresiones de Trump contra
el pueblo mexicano, al que busca mantener “detrás de un muro”; pero, además, percibir la esencia de lo que constituye hoy la “política migratoria”
que impulsa la administración yanqui. Y que se orienta, sin ninguna
duda, a discriminar, y aún expulsar, a los latinoamericanos que radican
en los Estados Unidos, considerándolos poco menos que “indeseables”.
Si miramos las cosas con objetividad, debiéramos considerar que la
Cumbre de las Américas podría -desde el punto de vista de los pueblos-
calificarse como la tumba política de Trump y de sus inclinaciones
neonazis.
Gustavo Espinoza M. Colectivo de dirección de Nuestra Bandera.
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