La Jornada
En el primer día de 2018, en su mensaje de Año Nuevo, el máximo dirigente de Corea del Norte, Kim Jong-un, instó a su país a incrementar la producción de bombas atómicas y de mi- siles capaces de transportarlas. Afirmó, asimismo, que su régimenpuede afrontar cualquier amenaza nuclear de Estados Unidosy cuenta conuna disuasión fuertepara impedir que Washingtonjuegue con fuego. Aseguró queel botón nuclear siempre está en mi mesa; no es chantaje, sino la realidad.
El presidente estadunidense, Donald Trump, no ha sido más moderado en sus declaraciones recientes acerca de Norcorea; de esta manera, Washington y Pyongyang colocan al mundo en una crisis sin precedente desde la confrontación entre el país vecino, la Unión Soviética y Cuba, por la instalación de misiles nucleares soviéticos en la isla caribeña y la respuesta estadunidense de un bloqueo marítimo.
Las expresiones amenazantes se multiplican en ambos bandos. Ayer también el senador republicano Lindsey Graham dijo que en este año Washington va anegar a Corea del Norte la capacidad de golpear a nuestra patriay afirmó que hay 70 por ciento de probabilidades de que el gobierno de Trump responda con acciones militares directas si Pyongyang realiza una nueva prueba atómica, adicional a las seis que ya ha efectuado.
Es cierto que el desarrollo de armas atómicas por Corea del Norte, así como la capacidad de transportarlas en misiles de larga alcance –incluso de rango intercontinental, capaces de alcanzar territorio estadunidense, al parecer– es consecuencia de una circunstancia nacional de acosos bélico, económico y diplomático de casi siete décadas, y una decisión gubernamental que tiene como antecedente directo la invasión de Irak por parte de Estados Unidos y sus aliados, pero los gobernantes de Pyongyang interpretaron esa agresión de una manera distinta: si pudo tener lugar fue porque Bagdad carecía de armamento para desalentarla; en consecuencia, un Estado amenazado por Washington debía desarrollar esa capacidad de disuasión si pretendía sobrevivir.
El problema de ese cálculo es que tal vez habría podido funcionar en otra circunstancia mundial, pero no necesariamente en la actual, cuando la lógica de la disuasión parece estar rota por diversos factores, empezando por la presencia en la escena mundial de personalidades imprevisibles, como los propios Donald Trump y Kim Jong-un, para los cuales resultan prescindibles la moderación y las concesiones al pacifismo, así fueran discursivas.
Resulta iluso, en tales condiciones, suponer que Washington y Pyongyang serán capaces de resolver por sí mismos el callejón sin salida de amenazas mutuas en el que se han metido. En estas condiciones es imperativo que la comunidad internacional, empezando por la Organización de las Naciones Unidas, la Unión Europea, Rusia y China, empeñen sus máximos esfuerzos para orillar a las dos partes a una solución negociada que lleve a la congelación del programa nuclear de Corea del Norte y a un cese del permanente hostigamiento estadunidense contra ese país asiático. De otra manera, el mundo se acercará a una guerra atómica que sería obligadamente desastrosa para todos y que nadie en su sano juicio puede desear.
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