Roberto Herrera (*)
El escrutinio final del Tribunal Supremo Electoral salvadoreño (TSE) confirmó las cifras obtenidas por el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) y la Alianza Republicana Nacionalista (ARENA). El apretado resultado electoral causó sorpresa dentro del electorado, sobre todo en las filas efemelenistas, quienes esperaban una victoria abultada. Es muy difícil mantener la continencia en momentos de embriaguez electoral y de victorias, aunque éstas sean parciales. Pero no es tarea de la masa anónima, en momentos de euforia merecida, detenerse a reflexionar acerca de los pro y de los contra, implícitos en los números finales de las elecciones presidenciales 2014. Esta es responsabilidad de los organismos de dirección y planificación estratégica de un partido político electorero.
Dejar llevarse por el torrente de alegría desenfrenada,acompañar a la fervorosa multitud abarrotada en el Redondel Masferrer y percibir el calor de la campaña electoral en carne propia a 9.413 kilómetros de distancia es fisiológicamente imposible. Pero por otra parte, la misma lejanía, aunque relativa, gracias a la red informática mundial y las redes sociales de comunicación, facilita la lectura ponderada y el análisis sobrio de lo que se dice y se escribe acerca de El Salvador. En mi ensayo publicado en ContraPunto el lunes 17 de febrero 2014 (http://www.contrapunto.com.sv/columnistas/la-estadistica-la-democracia-y-la-economia-de-mercado) pronostiqué –sin pretensiones de ser prodigiador– que el escenario político electoral en la segunda vuelta sería muy distinto al del 2 de febrero y que ARENA aumentaría considerablemente sus votos. Y eso fue precisamente lo que ocurrió el 9 de marzo pasado.
No fue por nocaut técnico, como la gran mayoría de los correligionarios y simpatizantes del FMLN esperaban, sino por puntos. Tanto en el primer “round”, como en el segundo. Y precisamente en ese detalle es que está escondido el diablo, la bestia o el mal augurio. O las tres cosas a la vez. Tiempos borrascosos se perfilan en el horizonte salvadoreño, pues no existe gobierno débil que pueda gobernar con fuerza. Es un axioma matemático y político.
¿Qué pretende ARENA?, pregunta “Noticias UCA” en su editorial del 14 de marzo (http://www.uca.edu.sv/noticias/editorial-279). La pregunta es retórica. Pedirle a ARENA que acepte los resultados electorales y se someta a las leyes de la “democracia parlamentaria”, la misma que ellos han “apoyado y apreciado”, es como pedirle a un tigre cebado que no coma carne humana. Efectivamente, la Oligarquía salvadoreña o en el lenguaje contemporáneo, el grupo de los 20 (G-20) hará “todo lo que tenga que hacer”, vía ARENA o cualquier otro instrumento político-militar, para impedir que el nuevo Gobierno haga “escuela” en El Salvador, puesto que la Oligarquía salvadoreña ronca, pero no duerme.
La Oligarquía salvadoreña, según mi opinión, no le “tiene miedo” al partido político de FMLN ni a su programa de gobierno. ¿Cuándo se ha sentido realmente amenazada por la socialdemocracia? ¿Cuáles son los privilegios queha perdido en los últimos cinco años? ¿Representa el FMLN una amenaza real para la Oligarquía salvadoreña y el capital internacional? Pienso que no. Sin embargo, ¿Cómo se explica entonces lo furibundo de la reacción de la dirigencia de ARENA? En parte es frustración postelectoral, pero lo que está detrás de bastidores es la incompatibilidad de caracteres entre la Oligarquía salvadoreña disfrazada de ARENA y otras estructuras político-económicas y el FMLN. Utilizando la terminología del vocero oficial del FMLN, Roberto Lorenzana, “Ahora van– ellos los oligarcas – a negociar con el poder real del FMLN” y no con el gobierno de Mauricio Funes. Y creo que lo harán, más allá del escozor que les pueda causar el hecho de sentarse a la mesa de negociaciones con los antiguos enemigos de clase en un marco nacional que ya no es bélico, sino en un teatro de operaciones “democrático parlamentario” aceptado por ellos y por la comunidad internacional. Pero es sabido que en todo pacto de coexistencia pacífica, económica y política, concertación o contrato de cooperación, las partes contendientes o implicadas, estipulan negociadamente el reglamento o las leyes del juego. Entonces, ¿A qué temas y a que cosas están dispuestas la Oligarquía salvadoreña y el FMLN a ceder, a aceptar y a conceder?
A decir de Marcos Rodriguez, asesor de la fórmula presidencial Salvador Sánchez Cerén y OscarOrtiz, el FMLN es un partido con un “ideario socialista, así como el ideario del Partido Social Demócrata de Alemania también lo es”. De hecho, es más radical que el del FMLN”. ¡Más claro no canta un gallo!
Ningún alemán que esté en su sano juicio, afirmaría que las agendas política-económicas de los gobiernos socialdemócratas desde Friedrich Ebert (1919-1925) pasando por Willy Brandt (1969-1974), Helmut Schmidt (1974-1982) y Gerhard Schröder (1998-2005) fueron socialistas. Aquí Marcos Rodriguez confunde la gimnasia con la magnesia, puesto que no es lo mismo, hablar del carácter social de un programa de gobierno que el carácter socialista del mismo, es decir la solución de la contradicción madre en la economía de mercado: Capital-Trabajo.
Obviamente, Marcos Rodriguez no se refiere al “Socialismo científico o Marxista”, sino que al “socialismo” socialdemócrata del siglo XXI.
La diputada del FMLN y antigua comandante del Partido Revolucionario de los Trabajadores Centroamericanos (PRTC) Nidia Díaz, afirmó en su día lo siguiente: "Esta etapa de lucha, independiente de los resultados electorales de marzo del 2012, sigue siendo una etapa revolucionaria, por la Revolución Democrática, de cambios, de transformación, de construir democracia revolucionaria, rumbo al Socialismo".
Ahora bien, ¿a qué socialismo se refería la compañera Nidia Díaz en 2012? ¿Al socialismo de Marcos Rodriguez o al de Carlos Marx y Federico Engels?
Me imagino que la Oligarquía salvadoreña y sucesores también se preguntarán lo mismo a la hora de firmar pactos o concertaciones con los antiguos enemigos de clase.
(*) Columnista de ContraPunto
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