Vivimos en uno de los puntos más frágiles del planeta tierra. Ya son parte de nuestro paisaje el volcán en erupción y la columna de humo en el horizonte. Generaciones de científicos han asegurado que una buena movida de placas tectónicas nos dejaría fuera de circulación para siempre y hasta cambiaría el mapamundi. Lo mismo una inundación. Así de vulnerables somos. Cada verano tenemos que paliar la sequía y cada invierno los efectos de las lluvias torrenciales, las tormentas tropicales y los huracanes. Ya lo sabemos, y sin embargo estos hechos siempre
Carolina Escobar Sarti
nos encuentran desprevenidos. Nunca estamos listos porque, por un lado, el cambio climático cada vez nos da más sorpresas y, por el otro, porque hay una falta de acción para contrarrestar y prevenir sus efectos. El cambio climático tiene arrodillada a la seguridad alimentaria de una gran parte de la población de nuestro país, en todos sus aspectos, desde la disponibilidad y el acceso a los alimentos hasta su utilización y estabilidad. Durante las últimas tres décadas, los cultivos de trigo y maíz del mundo se han visto afectados por el acelerado ritmo del cambio climático. El último informe de Oxfam señala que en los últimos dos años el 80 por ciento de la cosecha de maíz en Guatemala se perdió debido a la sequía. El representante gubernamental estuvo en desacuerdo y dijo que el cambio climático podría afectar más a 10 departamentos del país.
Como sea, es un hecho que los cambios en el clima están comenzando a poner en riesgo los avances en la lucha contra el hambre. En Guatemala aún tenemos cifras de desnutrición que avergüenzan, y ya vamos de regreso otra vez al hambre, porque el cambio climático afecta sobre todo a las poblaciones rurales. La producción y distribución de alimentos está en juego, así como el acceso a los alimentos, no solo porque las cosechas van a verse seriamente afectadas, sino porque los precios se irán a las nubes. Mucha gente comerá peor porque no podrá comprar alimentos de calidad, y ello redundará en daños a la salud.
Lo vimos con el incendio en el Mercado La Terminal que sucedió hace dos días. No fue producido por el cambio climático, pero evidenció la precariedad de nuestra respuesta en eventos como este. Más de cien incendios forestales se han producido en lo que va del año en el país, estos sí producto del cambio climático, y si no pudieron controlar uno localizado en la ciudad, ¿qué podrán hacer con incendios de grandes dimensiones en el campo?
Si la región latinoamericano-caribeña es una de las más propensas del mundo a sufrir los efectos del cambio climático, Guatemala, con sus índices de pobreza, se la verá a palitos si no hacemos algo ya. El hecho es que construir un sistema alimentario resiliente no pasa solo porque nosotros queramos, sino porque se tomen medidas urgentes en todo el mundo para detener el calentamiento global. Lo que podemos hacer aquí es comenzar por reducir las obscenas desigualdades en el acceso a alimentos, que dejan a muchos con la panza hinchada de tanto comer y a otros con la panza hinchada por todo lo contrario.
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