Carlos Molina Velásquez (*)
¿Fue Monseñor Romero un izquierdista? Pienso que es una pregunta esencial, dada la cantidad de personas que tienden a restarle importancia a su opción política y ponen en primer plano sus críticas a los grupos guerrilleros, movimientos de masas y organizaciones de izquierda.
Otros señalan —con razón— que Romero nunca fue marxista, sino que recurría constantemente a la Doctrina Social o a los Padres de la Iglesia, y que sus fuentes doctrinales siguieron siendo “conservadoras”, hasta poco antes de su muerte. Incluso añaden presuntuosamente: “No era de izquierda ni de derecha”.
Sobre lo primero, debo recordar que criticar políticas izquierdistas no es necesariamente una opción por ningún “centrismo”. Romero se tomaba en serio sus convicciones y las hacía valer frente a quien fuera. Además, algunos reclamos estaban dirigidos, más bien, a la estrategia empleada y no a lo justo de la reivindicación. Estas críticas nunca serían comparables a su constante denuncia de los crímenes de la derecha, escuadrones de la muerte y fuerzas de seguridad del Estado.
Y en cuanto a sus “fuentes no marxistas”, hay que considerar que, así como para ser izquierdista no hace falta estar inscrito en las listas de un partido, tampoco es requisito ineludible compartir las ideas de Marx. Que Oscar Romero no fuese marxista no lo ubica a la derecha, como pueden testificar miles de miembros de las comunidades cristianas de base, grupos ambientalistas, feministas, juveniles y un largo etcétera. En Romero encontramos un compromiso con la liberación y humanización de las mayorías, y con el nuevo mundo que debemos construir —el cual tampoco se encuentra “al centro” de nada.
Quienes se preocupan por alguna supuesta “politización” del Arzobispo mártir deberían saber que el profetismo utópico de Romero lo convirtió en un izquierdista auténtico y un “militante” como pocos, pues fue capaz de cumplir, hasta el fin de sus días, con el idealcristiano y político de “ser para los demás”. A Romero no lo mataron por defender los derechos de la Iglesia ante algún reino terrenal, sino por ponerse del lado de los pobres, esos a los que tanto el poder secular como las mismas iglesias habían explotado, oprimido y excluido. Su principal compromiso fue el mismo que le llevaría a profesar una fe que, si bien era la suya, no tendría por qué ser menos universal.
Ya sea por su rechazo a practicar el cristianismo dentro de los estrechos muros institucionales, por su lucha en favor de las mayorías populares o porque desafió a todos los potentados —seculares y eclesiásticos—, Romero encontró su casa entre los herejes y condenados por las ortodoxias terrenales y celestiales. ¡Y la derecha fue quien lo mató, no lo olvidemos!
Si hay algo de lo que millones de salvadoreños no tenemos ninguna duda, es de que, al igual que Roque Dalton e Ignacio Ellacuría, San Romero de América tendrá siempre un legítimo lugar a la izquierda de nuestro corazón.
(*) Académico y columnista de ContraPunto
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