“Actuar con el optimismo del corazón y con el pesimismo de la razón”
Antonio Gramsci
La
pandemia de COVID-19 que se desplegó por todo el mundo nos ha dejado o
sin palabras, por un lado, o con la imperiosa necesidad de hablar y
hablar para encontrarle sentido, por otro. Ambas reacciones son tan
normales como esperables: no sabemos bien qué decir, o hablamos
infinitamente para tratar de entender lo que está sucediendo. ¿Qué
debemos hacer entonces? ¿Qué es lo “correcto”? No hay corrección a la
vista. Hay preguntas abiertas, solo eso. Y bastante ansiedad.
En
medio de ese cúmulo infinito de preguntas y decires surge de todo un
poco: desde intentos serios y profundos de escudriñar la situación a
repeticiones mecánicas de lo dicho desde el discurso oficial dominante,
desde visiones apocalípticas a lecturas en clave de conspiración, desde
memes y chistes para descomprimir la angustia a lúgubres percepciones
agoreras. En verdad, nadie tiene “la” explicación, simplemente porque no
la hay. Estamos ante un sinnúmero de factores complejos que muestran lo
tremendamente intrincado del mundo actual (¿presencia y efectividad del
“efecto mariposa”?)
Con un mínimo de seriedad y aplomo
científico, es imposible decir que todo esto estuvo pergeñado por
alguien, el cual se beneficiará a mediano plazo. Lo que sí es cierto, es
que habrá quien sí saque más provecho de la situación, y quien se verá
más perjudicado. Como van las cosas de momento, asumiendo que esto es un
fenómeno natural que tocó a toda la Humanidad y que no hay mano
criminal en el asunto, ciertos grupos de poder (digamos: muchos de los
de siempre) saldrán ampliamente beneficiados. En términos generales,
desde una lectura clasista del proceso en juego, está más que claro que
pequeños grupos de poder harán su negocio, mientras que las grandes
masas populares de todo el planeta retrocederán. Eso ya está sucediendo.
Algunos
grandes conglomerados económicos (aquellos ligados a las tecnologías
digitales, la gran banca internacional, las farmacéuticas, la
narcoactividad) siguen intocables sus negocios. En este nuevo capitalismo renovado
que estamos viviendo, cada vez más centrado en lo que ahora se llama
“cuarta revolución industrial” (primera revolución: máquina a vapor,
luego la electricidad, posteriormente computación, ahora la
digitalización), nos todos pierden. Al contrario: la pandemia está
sirviendo para expandir ciertas actividades comerciales al máximo, de un
modo superlativo. No todos se perjudican con el cierre de la economía.
Por ejemplo: mientras las empresas petroleras están trabajando a
pérdida, las empresas ligadas al mundo digital están más robustas que
nunca. Para la clase trabajadora mundial, para los pueblos de a pie que
no tienen cómo responder a la crisis socio-económica, sí es pura
pérdida.
Si bien estamos aún en medio de la pandemia con más de
600,000 muertos en todo el planeta, la misma terminará en algún momento.
En algunos lugares, la curva se aplanó en parte. Solo Cuba socialista,
con un modelo de salud realmente centrado en la población, pudo salir
airosa de la situación (¡cosa que jamás menciona la prensa comercial!).
La crisis sanitaria golpea duro. Los confinamientos no terminan, y los
sistemas de salud, debilitados al máximo por los programas de
privatización neoliberal habidos en las últimas décadas, están
colapsados en prácticamente todos los países. Todo el mundo está
esperando ansioso la post pandemia. ¿Y qué sucederá cuando salgamos de
esta sombría noche y aparezca nuevamente el sol?
Las opiniones se
dividen. Insistamos en esto: nadie sabe con seguridad qué pasará, pero
sí se pueden ver tendencias, y en muchos casos, esas tendencias ya son
realidades concretas que han tomado forma y no parecen poder
desactivarse. ¿Será un mundo mejor? La pregunta puede ser ingenua, o mal
formulada. ¿Por qué sería “mejor”? No falta quien, desde un optimismo
desbordante, así lo cree: “Otro mundo emergerá de los escombros que
deja la pandemia. Tenemos que trabajar para que sea un mundo no
solamente otro, sino un mundo donde quepamos todos, sin exclusiones, con
dignidad, sin injusticias, con igualdad, sin opresores, con libertad,
sin egoísmos, con convivencia en comunidad, sin una voz única, con coros
plurilingües de esperanzadora utopía. Está en nuestros corazones
concebirlo y en nuestras manos diseñarlo, construirlo y habitarlo. (…) Los
siglos contados del capitalismo parecen estar abriendo las compuertas
de otro modo de producción y de vida, en la conclusión inexcusable de su
fase neoliberal”, como, por ejemplo, puede expresar Adalid Contreras. O, como dice un comunicado de la Conferencia Episcopal de Guatemala: “Contemplar esta realidad [patética del país, profundizada ahora por la crisis sanitaria] puede desanimarnos, pero al mismo tiempo nos ofrece la oportunidad de vivir una real y genuina solidaridad”.
Por
supuesto que sería deseable un mundo más equitativo, más balanceado y
solidario, libre de tantas injusticias y asimetrías indefendibles
(24,000 muertos de hambre DIARIOS en un mundo donde sobran alimentos),
pero sabemos que las cosas no son simplemente como las deseamos. Los
paraísos son siempre “paraísos perdidos” (a no ser los paraísos
fiscales, donde los humanos de a pie no cabemos, donde solo caben
dineros de dudosa procedencia, y para algunos “elegidos” no están
perdidos). ¿No es un tanto quimérico pensar que terminada una enfermedad
la realidad social mundial va a cambiar como por arte de magia? Las
luchas de clases, la extracción de plusvalor, la guerra como negocio de
algunos… ¿terminarán porque se extinga ese agente etiopatogénico surgido
en China?
Otros, por el contrario, con un análisis más exhaustivo
del panorama, con un criterio más crítico, pueden entrever otra
realidad post pandemia como, por ejemplo, el economista William
Robinson: “Estimulado por la pandemia de coronavirus, el capitalismo
global está al borde de una nueva ronda de reestructuración a nivel
mundial basándose en una digitalización mucho mayor de toda la economía y
sociedad global. Esta reestructuración empezó tras la Gran Recesión de
2008 pero las condiciones sociales y económicas cambiantes propiciadas
por la pandemia acelerarán enormemente el proceso. Probablemente
aumentará la concentración del capital a nivel mundial y empeorará la
desigualdad social. Habilitados por las aplicaciones digitales, los
grupos dominantes -a menos que sean obligados a cambiar de rumbo por la
presión de masas desde abajo- recurrirán al aumento del Estado policial
global para contener los próximos levantamientos sociales”. O Santiago Alba, quien considera que (El) “estado
superior del capitalismo es el feudalismo mafioso tecnologizado. Este
es el peligro que nos espera en ese planeta desconocido, frente al cual
tenemos pocos recursos”.
Hoy día, hablando de lo que vendrá
luego de la pandemia de coronavirus, se ha popularizado el término “la
nueva normalidad”. ¿Qué significa eso exactamente? Entra a tallar aquí,
de un modo decisorio, la nueva modalidad productiva y de relacionamiento
social dada por la tecnología dominante: la revolución digital, la que
dio un salto impresionante en estos últimos años, pero que con la
pandemia se profundizó en forma espectacular. Definitivamente, estamos
ante un hecho civilizatorio de proporciones gigantescas, quizá aún no
considerado en toda su dimensión. “Nunca ha habido un momento de mayor promesa, o mayor peligro”, lo define Klaus
Schwab, fundador del Foro Económico Mundial. ¿Qué mundo sigue entonces,
teniendo en cuanta que la vida de todo el planeta se va
“digitalizando”? ¿Qué es esa “nueva normalidad” de la que tanto se
habla? ¿Es una promesa de cambio o, por el contrario, es más de lo
mismo, o peor aún: lo mismo con más?
Según la UNESCO, el
órgano especializado del Sistema de Naciones Unidas para la Educación,
la Ciencia y la Cultura -organización que promociona la campaña “La nueva normalidad”-,
lo que vendrá cuando se haya aplanado completamente la curva
epidemiológica del COVID-19 (la de los muertos por inanición no se
aplana nunca, ¡no olvidarlo!), invita “a reflexionar sobre lo que es
normal, sugiriendo que hemos aceptado lo inaceptable durante demasiado
tiempo. Nuestra realidad anterior ya no puede ser aceptada como normal.
Ahora es el momento de cambiar”.
¿La “hemos aceptado”, o se nos ha impuesto? “Los
desastres y las emergencias no solo arrojan luz sobre el mundo tal como
es. También abren el tejido de la normalidad. A través del agujero que
se abre, vislumbramos las posibilidades de otros mundos”, agrega
Peter Baker en el marco de la referida campaña. Las cosas no surgen
simplemente porque las deseemos, por un acto de buena voluntad, por
apelación a un “abracadabra” fantástico y todopoderoso. Tal como va el
mundo, todo indica que la normalidad a la que volveremos luego de la
pandemia podrá ser distinta en determinados puntos: habrá que usar
mascarillas, lavarse continuamente las manos, distanciarse del prójimo,
no darse un beso en la mejilla, desinfectar la suela de los zapatos.
Pero en cuanto a lo que decide nuestras vidas (que tiene que ver más que
nada con los paraísos fiscales, que no con nuestras muy honestas y
apreciables apetencias): ¿más de lo mismo o lo mismo con más?
Trabajar
por un mundo donde quepamos todos, tal como lo pide el arriba citado
Adalid Contreras, y tantos otros también, es algo que va más allá de la
pandemia. ¿Solo una enfermedad esparcida globalmente nos puede movilizar
en tal sentido? Suena raro. Quizá ante el trauma de un evento con algo
de catastrófico por lo ahora vivido (en muy buena medida, exagerado
convenientemente por los medios comerciales de comunicación), puedan
surgir estas aspiraciones “bondadosas”, de llamados a un nuevo modo de
relacionamiento. Pero siendo crudamente realistas, todo indica que
quienes marcan el rumbo no son los “empleados asalariados” sino sus
jefes: “Hay mucha gente que ya le encontró el gusto por trabajar
desde la casa, y las empresas ya se encontraron el gusto de que la
totalidad de la gente no vaya a las oficinas”, como dijo Franco
Uccelli, alto directivo del JPMorgan Chase & Co, uno de los bancos
más grandes del mundo (estadounidense), de esos que sí, efectivamente,
marcan lo que es “normal”.
¿Hemos “aceptado” la normalidad donde
mueren diariamente 24,000 personas por hambre o por causas ligadas a la
desnutrición? Si es cierto que “Ahora es el momento de cambiar”,
como pide muy esperanzadoramente la UNESCO, queda por verse cómo hacer
ese cambio. ¿Es un acto de corazón? ¿Se “abuenarán” los malos que nos
matan de hambre? Todo indica que lo dicho por este funcionario de uno de
los bancos más poderosos del mundo marca la “nueva normalidad”. El
mundo digital que ya se abrió, de momento no parece favorecer a las
grandes mayorías. Trabajar desde casa ¿es un triunfo popular? ¿Cómo se
formarán los sindicatos entonces? ¿O en la “nueva normalidad” eso ya no
cabe?
“El capitalismo no caerá si no existen las fuerzas sociales y políticas que lo hagan caer”, dijo certeramente Vladimir Lenin. Y reafirmó el Che Guevara años después: “La revolución no es una manzana que cae cuando está podrida. La tienes que hacer caer”.
Marcelo Colussi
Analista político e investigador social, autor del libro Ensayos
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