Sí la pandemia nos
habla de una enfermedad que afecta a toda la población, lo que obliga a
adoptar o reforzar medidas que de otra manera no se seguirían; el
momento y la intensidad en que ocurrió la recesión, es un ejemplo magno
de lo que, desde la otrora mano sepultada del Estado, puede auspiciarse
legítimamente.
La obediencia y disciplina alcanzadas hablan del grado de lealtad de
que gozan los respectivos sistemas políticos nacionales, así como de la
eficacia con que los gobiernos pueden desplegar acciones de emergencia
con oportunidad.
Si algo hemos aprendido en estos torvos meses de encierro y temor, es
que no es suficiente con que las recetas guardadas en el arcón del
Estado o la academia sean sin más desempolvadas. Es necesario que se
actualicen y sean sometidas a examen crítico, cuyos filtros temporales y
espaciales, de tiempo y circunstancia, se muestran inapelables una y
otra vez. De no hacerlo, como lo estamos viviendo en estas semanas, los
países pueden resbalar trágicamente y verse obligados a intentar
dolorosas y costosas vueltas atrás.
Lo que ocurre hoy en Estados Unidos es una lección dura de la que aún
no sabemos si la patria de Lincoln se repondrá a tiempo; es decir,
antes de que su Estado en todos los órdenes de gobierno resienta el
embate de los
bárbaros en la puertaque ya se manifestaron ominosamente en las semanas de furia y ruido desatadas por un racismo implantado en lo más profundo del alma estadunidense. Allá, no sobra recordarlo,
todo el mundo está armado.
Estar a tiempo, también quiere decir tener las condiciones necesarias
para una recuperación que, en buena medida, depende del ritmo y la
extensión que la actividad económica, de producción y empleo, pueda
alcanzar para inscribirse en el rebote que la recesión desate.
Todo está en veremos, pero no todo es penumbra. Conocimiento
adquirido hay, también esfuerzos en prácticamente todo el orbe por poner
al día esos saberes. No se venden en los diezmados supermercados, pero
sí están a nuestro alcance en los millones de expresiones digitales que
Internet ha puesto a nuestra disposición y la pandemia y sus encierros
ha impuesto.
Más allá de la opinión y el comentario que inundan planas de
periódicos y ondas electrónicas de todo tipo, podemos ubicar fuentes más
robustas de saber y destrezas en los organismos internacionales y los
centros epistémicos, en las universidades y otras entidades de
investigación científica. Ni el poder ni el mando del Estado y el
capital pueden hablar de ausencia de información, deliberación y cultivo
del conocimiento. Pero nosotros, ciudadanos reducidos a observadores
más o menos pasivos por la severidad del claustro, sí podemos y debemos
quejarnos del pasmo en que han caído los partidos políticos entendidos
como componentes indispensables de la trama democrático-representativa.
Su renuncia a ejercer la voz, como la entendiera y nos legara el sabio
Hirschman, deja espacios estratégicos que nadie puede llenar. Menos el
ejército desorientado de la
opinión profesional, la comentocracia, que se sueña como isla en la que habitan algunos náufragos de la transitocracia.
No tengo claro cómo subsanar esta falla geológica del edificio a
medio construir de nuestro pluralismo. Será indispensable un mucho de
voluntad; también, un bastante de reforma e ingeniería institucional
dirigida a construir pasillos y elevadores, ductos y conductos que hagan
posible la comunicación entre gobernantes y gobernados, con un mínimo
de claridad y transparencia por parte de comunicadores y comunicantes.
Como nunca antes, el papel de la política es no sólo relevante, sino
crucial. De ella dependerán muchos de los desenlaces mayores en
cuestiones como la seguridad o el empleo, la cooperación económica o la
cohesión social. Ninguna de estas asignaturas ha sido hoy cursada, menos
aprobada y es dudoso que podamos hacerlo a título de suficiencia.
Presencial y por meses, tendrá que ser este curso en democracia
existencial que hemos pospuesto y que hoy pasa la factura. Para decirlo
pronto: de lo que hay que ocuparnos es de la reforma del Estado, de sus
órganos y tejidos, pero sobre todo de sus vínculos con el resto de la
sociedad y sus bases. Para saltar de la pandemia y enfrentar la anemia
que es de la política y los políticos.
No se puede gobernar una nave sin timón; tampoco con el empuje de
hombres providenciales o iluminados. La democracia es competencia y
afirmación frente al contrario o la adversidad; también es cooperación
asociativa, disposición al diálogo, al compromiso y al respeto.
Construcción permanente de consensos y proyectos solidarios e
incluyentes. Y, para recitar al poeta, sabia virtud de conocer el
tiempo… Digo yo para actuar con tino.
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