Vergüenza planetaria. Hambre cero, imposible con este modelo
Fuentes: Rebelión
Sergio Ferrari desde la ONU, Ginebra, Suiza
Desde hace años se promete mucho y se cumple poco. El *hambre
cero* se sigue posponiendo y el panorama para la próxima década no es
halagüeño. Sin embargo, un tercio de los alimentos producidos en el
mundo para consumo humano se pierde o desperdicia anualmente.
La brecha de riqueza-pobreza
se agudiza, la sociedad planetaria se polariza, y los seres humanos
insuficientemente nutridos llegan casi a los 3 mil millones. 690 millones, es
decir uno cada diez habitantes del planeta Tierra, padecen hambre.
Hace cinco años las
Naciones Unidas se habían propuesto terminar con este flagelo en el 2030. El
horizonte se estira, las apuestas se alejan. La situación internacional lejos
de mejorar, empeora. En el último quinquenio, en vez de reducirse los números,
60 millones más de personas engrosaron las filas de los desheredados de la Tierra.
Cinco de las organizaciones
onusianas publicaron en la segunda semana de julio, El estado de la
seguridad alimentaria y la nutrición en el mundo (http://www.fao.org/3/ca9692en/online/ca9692en.html). El planeta sigue grave. Y el COVID-19 no mejora las cosas, pudiendo sumar,
según estimaciones, 130 millones adicionales a la categoría de
insuficientemente alimentados.
Derecho
humano esencial
Tal como lo define el Comité
de Derechos Económicos, Sociales y Culturales (el DESC) en su documento de mayo
de 1999, “el derecho a la alimentación adecuada se ejerce cuando todo hombre,
mujer o niño, ya sea solo o en común con otros, tiene acceso físico y
económico, en todo momento, a una alimentación adecuada o a medidas para
obtenerla” (https://conf-dts1.unog.ch/1%20SPA/Tradutek/Derechos_hum_Base/CESCR/00_1_obs_grales_Cte%20Dchos%20Ec%20Soc%20Cult.html#GEN12)
Tres años antes, durante
la Cumbre Mundial de la Alimentación realizada en Roma, se había acordado dar
un contenido más concreto y operacional a dicho derecho reconocido en la Declaración
Universal de los Derechos Humanos de 1948, y consagrado 18 años más tarde, en
el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales.
En el 2000, la Comisión
de DDHH de la ONU estableció el mandato de Relator Especial sobre el derecho a
la alimentación. Y tres años después, la Organización de las Naciones Unidas
para la Alimentación y Agricultura (FAO) estableció un Grupo de Trabajo
Intergubernamental que elaboró en 2004 las Directrices Voluntarias en apoyo
a la Realización Progresiva del Derecho de una Alimentación Adecuada en el
Contexto de la Seguridad Alimentaria Nacional. En síntesis, se trata de recomendaciones
que los Estados deben cumplir coherentes con el artículo 11 del Pacto
Internacional.
Los expertos en el tema subrayan
tres componentes esenciales para asegurar el ejercicio de este derecho en todo
el planeta. La disponibilidad de los alimentos ya sea mediante la
producción directa (agricultura, ganadería etc.) o bien a través de la
adquisición de los mismos en tiendas y mercados.
La accesibilidad, que implica asegurar que todo ser humano (incluyendo
niños, enfermos, discapacitados o mayores) pueda tener acceso físico o
condiciones para obtener o comprar los productos esenciales. Sin comprometer
por ello, la satisfacción de ninguna otra necesidad básica: medicamentos,
alquiler, gastos escolares, entre otras.
Y, como tercer elemento
y condición absoluta, asegurarse una alimentación realmente adecuada a
las necesidades, libre de sustancias contaminantes y culturalmente adaptada a
las costumbres de cada grupo social determinado.
Diagnóstico
preocupante
En el último lustro el
“hambre aumentó al ritmo del crecimiento de la población mundial”, sostiene el
estudio elaborado conjuntamente por la FAO, el Fondo Internacional para la
Agricultura (FIDA), el Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF), el
Programa Mundial de Alimentos (PAM) y la Organización Mundial de la Salud
(OMS).
Según su impacto
regional, en Asia viven 381 millones de mal alimentados. 250 millones en África
y cerca de 48 millones en América Latina y el Caribe. Si de porcentajes se
trata, es África el continente más golpeado por este flagelo social, y cuenta
casi con un 20 % de su población mal alimentada. 8,3 % en Asia y 7,4% en
América Latina y el Caribe. De mantenerse la actual tendencia, más de la mitad
de la población africana sufrirá de hambre crónica en el 2030.
El acceso a una
alimentación realmente de calidad – incluyendo 2300 calorías y 69 gramos de
proteínas diarias- constituye ya un sueño de ricos para casi la mitad de la
población mundial. Se calcula que los alimentos sanos son cinco veces más caros
si se compara con un régimen a base de carbohidratos que da respuesta solo a
las necesidades energéticas.
Su precio está por
encima de la noma internacional de la pobreza internacional (definida en 1.90
dólares diarios por persona). Por otra parte, los países con bajos ingresos consumen
más alimentos de base y menos frutas, verduras y carnes que los países de
ingresos más altos. Una gran parte de la población mundial no cuenta hoy con el
mínimo de 400 gramos por persona y por día de frutas y verduras, recomendados
por la OMS.
Según el informe de las
cinco agencias de Naciones Unidas, las niñas y los niños se encuentran entre
las principales víctimas de esta ilógica realidad mundial. El año pasado, 144
millones de menores de 5 años (21,3% del total de los infantes) padecieron un
retraso en el crecimiento, 47 millones (6,9%) sufrieron emaciación es decir pérdida
involuntaria de más del 10% del peso corporal, y 38,3 millones de sobrepeso
debido a la mala alimentación.
Nubarrones
sobre América Latina
Para el continente las
previsiones tampoco son alentadoras. Según el informe, la situación actual es
peor que en el 2015. “Desde entonces nueve millones de personas más viven con
hambre”, afectando a un 7,7% de la población total. En perspectiva ese
porcentaje llegará al 9,5 en el 2030.
A nivel subregional, las
previsiones para 2030 indican tres puntos de aumento en América Central, llegando
casi a los 8 millones de víctimas del hambre. Sudamérica superaría, entonces,
casi los 36 millones. El Caribe, a pesar de leves avances, no cumplirá con la
meta de hambre cero y contaría con 6,6 millones de seres humanos mal
alimentados al finalizar esta década.
También son preocupantes
los matices intermedios. Casi un 10 % de la población actual sufre de
inseguridad alimentaria grave, es decir gente que por diversas razones no
cuenta regularmente con alimentos y pueden llegar a pasar uno o varios días sin
comer.
Si se introduce la
categoría de “inseguridad alimentaria moderada”, casi un tercio de la población
latinoamericana y caribeña, es decir 205 millones de personas, la padecen. Se
trata de la incertidumbre sobre la capacidad para obtener alimentos lo que las
lleva a reducir la cantidad o la calidad de la comida que consumen.
En cuanto al acceso a
una dieta realmente saludable, 104 millones de habitantes de la región no lo
logran. El precio de 3,98 dólares por día es el más alto del mundo y es 3,3
veces más caro que lo que una persona bajo la línea de la pobreza puede invertir
para alimentos.
Derroche
criminal
Hipótesis novedosa: el informe concluye afirmando que un cambio global
hacia regímenes alimentarios sanos ayudaría no solo a frenar el hambre sino
también a lograr enormes ahorros en el plano internacional. Ese cambio es
posible asegurando que se haga de “manera durable para las personas y el
planeta”.
Las organizaciones especializadas de la ONU calculan que ese cambio de
paradigma (de comida chatarra a alimentos sanos) permitiría compensar casi
totalmente los costos de salud resultante de una mala alimentación -solo en
Estados Unidos se calculan en 1.300 billones de dólares. Y reducir en tres
cuartas partes el valor actual del costo social de las emisiones de efecto
invernadero ligadas a la producción de alimentos, calculado en 1700 billones de
dólares estadounidenses.
Llaman a los gobiernos a integrar la nutrición en sus estrategias agrícolas
y a esforzarse en reducir los factores de aumento de los costos en la
producción, stock, transporte, distribución y comercialización de alimentos.
Y proponen, además, ayudar a los pequeños productores locales a cultivar y
vender productos más nutritivos garantizándoles un acceso al mercado.
Recomiendan favorecer el cambio de comportamientos a través de la educación y
comunicación e integrar la nutrición en los sistemas de protección social y en
las estrategias oficiales de inversiones.
Una reflexión esencial en las líneas de acción futura consiste en reducir
gastos debido a la ineficacia, pérdidas y derroches.
La FAO calculaba ya en 2019 que 1.300 millones de toneladas de alimentos
humanos producidos cada año se pierden o desperdician (http://www.fao.org/platform-food-loss-waste/es/).
Según la ONG helvética WWF en Suiza representan 2,8 millones de toneladas.
Es decir, se derrochan 330 kilos por persona y por año.
En Francia al igual que en México se botan 10 millones de toneladas
anuales. En Argentina 16 millones y en Brasil 41 millones de toneladas. La
población de Estados Unidos tira a la basura un 30% de los alimentos producidos
(unos 400 gramos por día y por persona), en tanto en Europa, como promedio, representa
el 20%.
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