“Los pueblos consiguen derechos cuando van por más, no cuando se adaptan a lo «posible»”.
Sergio Zeta
Del Manifiesto Comunista a la Caída del Muro de Berlín
Esta
Carta abierta en modo alguno pretende ser derrotista, pesimista, un
llamado a bajar los brazos. En todo caso, siguiendo a Pablo Neruda (“Podrán cortar todas las flores, pero no detendrán la primavera”), o a Xavier Gorostiaga (“Quienes seguimos teniendo esperanza, no somos estúpidos”), es
un intento de reflexión, sereno y objetivo, sobre cómo están las cosas,
cómo queda el mundo luego de la pandemia, y qué posibilidades reales se
ven para la revolución socialista. En ese sentido, podríamos seguir
mejor a Antonio Gramsci cuando plantea “actuar con el optimismo del corazón y el pesimismo de la razón”.
Rápidamente
debe indicarse que no nos damos por vencidos en nuestra esperanza de un
mundo distinto, libre de opresiones, con mayores cuotas de justicia
para todas y todos. Sabemos, pues la experiencia histórica y el estudio
sopesado de las ciencias sociales lo indican, que no hay paraíso
esperándonos en ningún lado. La historia no ha terminado, y mientras
haya seres humanos, habrá historia. Es decir: conflictos, desavenencias,
choque de contrarios. Pero eso, de ningún modo, justifica el actual
sistema de inequidad en que vivimos: el capitalismo, donde sobra comida
para nutrir perfectamente a toda la Humanidad, pero por mezquinos
intereses lucrativos el hambre permanece como uno de los peores
flagelos.
Definitivamente,
el sistema económico-político-social que representa el primado del
capital sobre los trabajadores (cualesquiera sean estos: proletariado
industrial urbano, amas de casa, obreros rurales, personal
técnico-profesional de capas medias, asalariados en el ámbito de los
servicios, incluso sub-ocupados y abiertamente desocupados, y ¿por qué
no?, trabajadoras sexuales), sistema que hoy está absolutamente
globalizado, es una formación histórica determinada, con un origen (el
Renacimiento europeo podría establecerse) y, sin dudas, un final. Ahí
empieza a platearse el problema: ¿cuándo es ese fin? Y más aún: ¿cómo es
el mismo?, ¿qué habría que hacer para que se consustancie?
Según
lo planteado por quienes más exhaustivamente estudiaron estos temas:
Carlos Marx y Federico Engels durante la segunda mitad del siglo XIX, el
crecimiento y organización de la clase obrera industrial sería el
camino para la transformación revolucionaria de la sociedad, el día en
que se hiciera del poder e iniciara la construcción del socialismo
expropiando los medios de producción a la actual clase burguesa
dominante. Hacia el final de sus días, Marx reconsideró eso, poniendo
especial interés en el movimiento campesino ruso (para eso se puso a
estudiar ese idioma), encontrando ahí un posible fermento de cambio. Lo
cierto es que las revoluciones socialistas habidas durante el siglo XX
(Rusia, China, Cuba, Vietnam, Nicaragua) se dieron en países con escaso
desarrollo industrial, donde primaba el atraso económico con amplios
sectores campesinos, en muchos casos en situaciones paupérrimas. Ello
invita a pensar en cuál es hoy realmente, con la recomposición del
capitalismo planetario, el sujeto revolucionario, la verdadera chispa
del cambio. Valen aquí palabras de Fidel Castro: “¿Puede sostenerse,
hoy por hoy, la existencia de una clase obrera en ascenso, sobre la que
caería la hermosa tarea de hacer parir una nueva sociedad? ¿No alcanzan
los datos económicos para comprender que esta clase obrera -en el
sentido marxista del término- tiende a desaparecer, para ceder su sitio a
otro sector social? ¿No será ese innumerable conjunto de marginados y
desempleados cada vez más lejos del circuito económico, hundiéndose cada
día más en la miseria, el llamado a convertirse en la nueva clase
revolucionaria?”.
Lo
cierto es que el sistema capitalista, luego de varias décadas de ascenso
de luchas populares durante el pasado siglo y una última revolución
socialista triunfante en 1979 (Nicaragua), logró un cambio de estrategia
fenomenal: después de algunas décadas de una política capitalista con
un Estado benefactor (capitalismo con rostro humano, fundamentalmente en
algunos países centrales), endureció tremendamente su nivel de
explotación, apareciendo lo que se conoció como neoliberalismo. Eso fue,
en realidad: una mayor, monumental concentración de la riqueza social
en cada vez menos manos, y un control omnímodo de la gran masa
trabajadora y popular a partir de la tremenda precarización de las
condiciones laborales. Coincide la instauración global de ese
capitalismo salvajemente antipopular con la desintegración del campo
socialista este-europeo y el paso de la República Popular China a
mecanismos de mercado.
Ante
esos acontecimientos, al perderse un referente de importancia como era
el primer Estado obrero y campesino, la Unión de Repúblicas Socialistas
Soviéticas, y al caer el Muro de Berlín -emblemática caída que la
derecha supo capitalizar muy bien en términos propagandísticos-, la
izquierda mundial quedó bastante huérfana, golpeada. Sin temor a
equivocarnos podríamos decir que entró en shock, del que todavía no
terminó de salir.
Sobre llovido, mojado: pandemia de coronavirus
Luego
de la implementación de esas políticas neoliberales, intentos de
recomposición de las fuerzas de izquierda ha habido, y sigue habiendo,
muchas sin dudas. Está claro que englobamos aquí en “izquierda” muy
diversos planteamientos antisistémicos, que van desde fuerzas
partidarias tradicionales a movimientos armados, de acciones en el marco
de la legalidad burguesa hasta organizaciones populares varias
(sindicatos, asociaciones, cooperativas, algunas ONG’s, grupos
estudiantiles, etc.) Lo cierto es que, en ninguna de estas fuerzas se
encuentra exactamente el rumbo. ¿Es “culpa” de la izquierda? Quedarse
con ese expediente es demasiado sencillo; de hecho, mucha gente que
estuvo en fuerzas anticapitalistas buscando transformaciones, ahora,
desde fuera, suele decir, no sin altanería y suficiencia, que “la
izquierda está perdida”. ¿Estamos perdidos? En todo caso, esto llevaría a
revisar los postulados fundamentales del materialismo histórico, no
partiendo de la base que están “superados”, sino para encontrar su mejor
adecuación al momento actual. El materialismo histórico sigue vigente
porque lo que lo hizo surgir (la explotación de clase) sigue
absolutamente vigente.
Por supuesto, quedan preguntas
muy importantes por responder: ¿por qué, luego de los primeros
balbuceos, las experiencias socialistas pareciera que involucionaron?
¿Cómo explicar ese fenómeno que se ha repetido varias veces? ¿Estaban
equivocados Marx y Engels? Las cosas, evidentemente, son más complejas
de lo que los clásicos imaginaron. Definitivamente, por tanto, esos
debates son impostergables. Lo cierto es que, desde la instauración de
las políticas neoliberales en la década de los 70 del pasado siglo, el
campo popular ha venido siendo golpeado sin clemencia, y ninguna
organización de izquierda puede levantar hoy propuestas sólidas, que
hagan real mella en el sistema capitalista mundial. La máxima de
Margaret Thatcher “no hay alternativa” pareciera imponerse sin miramientos.
Sumado
a ese estado de precarización, ahora aparece la pandemia de
coronavirus. Está todavía muy confuso el panorama, y nadie sabe a
ciencia cierta (o no lo dice al menos) cómo surgió este agente patógeno;
las primeras hipótesis quedaron silenciadas: ¿arma bacteriológica,
mutación natural? Lo cierto es que la enfermedad existe, y si bien no es
tan altamente mortífera (con una letalidad no superior al 4%), ha
venido a recomponer la fisonomía del mundo. Dado su algo grado de
contagio, las medidas implementadas por todos los gobiernos del planeta
consistieron, básicamente, en confinamientos. Seguramente, en términos
epidemiológicos, estas medidas son necesarias. La cuestión es que los
poderes las están aprovechando de un modo que nos deja sin iniciativa.
Es
ahí donde se abren interrogantes, y donde el campo amplio de la
izquierda debe moverse con celeridad, con contundencia. Todo lo cual,
pareciera, se nos ha ido arrebatando, haciéndosenos perder la
iniciativa. La izquierda, cada vez más, termina siendo reactiva, sin un
proyecto definido y realizable, como sí parecía haber a principios y
hasta mediados del siglo XX, o hasta la última revolución en 1979.
Hoy
la enfermedad COVID-19 existe, y los muertos ahí están. Eso no está en
discusión. Pero junto a ello, también existe una crisis sistémica
fenomenal, cosa que no se dice en absoluto en el extendido discurso
mediático comercial, el cual, básicamente, fomenta el pánico. De lo
único que se habla es de la pandemia de un modo que crea zozobra,
angustia. ¿Y la situación económico-política del mundo? ¿Acaso el
capitalismo se arruinó por el coronavirus? “Aunque haya una
relación innegable entre los dos fenómenos (la crisis bursátil y la
pandemia del coronavirus), eso no significa que no es necesario
denunciar las explicaciones simplistas y manipuladoras que declaran que
la causa es el coronavirus. (…) No solo la crisis financiera
estaba latente desde hacía varios años y la prosecución del aumento de
precio de los activos financieros constituían un indicador muy claro,
sino que, además, una crisis del sector de la producción había comenzado
mucho antes de la difusión del COVID, en diciembre de 2019. Antes del
cierre de fábricas en China, en enero de 2020 y antes de la crisis
bursátil de fines de febrero de 2020. Vimos durante el año 2019 el
comienzo de una crisis de superproducción de mercaderías, sobre todo en
el sector del automóvil con una caída masiva de ventas de automóviles en
China, India, Alemania, Reino Unido y muchos otros países”, indica con claridad Erick Toussaint.
No
hay ninguna duda que asistimos a un período de profunda crisis,
sanitaria, por un lado, económica por otro. El confinamiento y la
paralización de buena parte de la economía mundial trae consecuencias
graves. Quien paga los platos rotos, como siempre, es la gran masa
popular, la clase trabajadora, los asalariados y sub-asalariados. Pero
no todo el gran capital está quebrado.
Ante
la crisis, los gobiernos de los diferentes países del mundo han tenido
que salir a rescatar a sus empresas (¡la sacrosanta propiedad privada
ante todo!), y secundariamente, a la gran masa trabajadora, o
trabajadores sub-ocupados. Esos rescates, que para los de a pie
representan una magra ración de comida para no morir, se viabilizan con
créditos. Créditos que se toman, básicamente, en los organismos
crediticios internacionales como el Banco Mundial y el Fondo Monetario
Internacional. Si analizamos más, sabemos que esas instituciones son el
brazo operativo de la gran banca mundial (JP Morgan Chase & Co.,
Wells Fargo & Co, Bank os America, Citigroup, etc.). Es decir: el
núcleo más poderoso del actual capitalismo financiero. No parece que el
sistema esté en quiebra precisamente: antes bien, esa gran banca se
fortalecerá más aún, y la gran mayoría del planeta deberá estar
pagándole por años. Si alguien está en crisis, es la población, cada vez
más desprotegida, hambreada, sin perspectivas. La micro, pequeña y
mediana empresa pasará angustias. Los monstruos globales, no.
De
los otros grandes negocios del mundo, ¿cuál quebrará? ¿Fabricantes de
armas? (Boeing, Lockheed Martin, General Dynamics, Northrop Grumman,
etc.): sigue siendo el rubro comercial más redituable. Y se siguen
fabricando y vendiendo, todos los días. La carrera armamentística, ahora
con la misilística hipersónica de la que Rusia ha tomado claramente la
delantera, sigue tan vigente como siempre, incluso acelerándose.
¿Narcoeconomía?: drogas se siguen vendiendo en cantidades industriales;
junto a la actual entrega a domicilio de comida o medicamentos, el
negocio de los tóxicos ilegales sigue siendo uno de los fuertes y más
saludables, también repartidos a domicilio en estos tiempos de
confinamiento. ¿Farmacéuticas? (Pfizer, Johnson & Johnson, Merck,
Bayer, etc.): continúan con grandes ventas, y si aparece la vacuna
contra el COVID, ni se diga. ¿Informáticas-digitales?: (las llamadas
Silicon Six: Microsoft, Facebook, Google, Apple, Amazon, Netflix.) Nunca
facturaron tanto como ahora; el encierro y el uso obligado de esos
recursos tecnológicos disparó sus ganancias de un modo hiper
exponencial. Sin dudas quiebran pequeños y medianos negocios; los
grandes pilares del capitalismo, no.
Las
petroleras, por ejemplo, probablemente sientan más la crisis
(curiosamente la familia Rockefeller, ícono de la riqueza
estadounidense, salió del negocio del oro negro en el 2017. ¿Vamos hacia
las energías renovables?). No hay que olvidar que las fortunas más
grandes se van acumulando en estos últimos años en las empresas ligadas a
la cibernética, la inteligencia artificial, la informática, la robótica
(de las que China, pareciera, ha tomado la delantera sobre el resto del
mundo. Evidentemente, su imagen de fabricante de “juguetitos de mala
calidad” quedó totalmente atrás). Los monumentales capitales del
circuito financiero, los que deciden la marcha del mundo, ahora, además
de lavarse en paraísos fiscales, se reinvierten fundamentalmente en las
tecnologías digitales. El capitalismo, evidentemente, está cambiando: no
se hizo menos explotador, sino que ahora explota de otra manera, con
mayor sutileza (el llamado teletrabajo, ¿no es una forma inmisericorde
de explotación también?)
Toda
esta recomposición de la arquitectura capitalista global nos afecta,
nos golpea grandemente al campo popular. ¿Cómo dar la batalla entonces?
Capitalismo renovado: ¿cómo dar la lucha?
“Estimulado
por la pandemia de coronavirus, el capitalismo global está al borde de
una nueva ronda de reestructuración a nivel mundial basándose en una
digitalización mucho mayor de toda la economía y sociedad global. Esta
reestructuración empezó tras la Gran Recesión de 2008 pero las
condiciones sociales y económicas cambiantes propiciadas por la pandemia
acelerarán enormemente el proceso. Probablemente aumentará la
concentración del capital a nivel mundial y empeorará la desigualdad
social. Habilitados por las aplicaciones digitales, los grupos
dominantes, a menos que sean obligados a cambiar de rumbo por la presión
de masas desde abajo, recurrirán al aumento del Estado policial global
para contener los próximos levantamientos sociales”, afirma categórico William Robinson.
Como
vemos, el capitalismo sigue siendo capitalismo, no importa la cara con
que se presente. Es decir: un sistema basado en la propiedad privada de
los medios de producción (no importa si es el latifundio terrateniente
de una conservadora oligarquía latinoamericana o la más moderna
industria informática robotizada de inversores globales que se mueven
por la nube digital) y la explotación de la fuerza de trabajo de seres
humanos de carne y hueso. En definitiva, todas y todos, la casi absoluta
totalidad de la población planetaria (ingenieros con doctorado, obreros
rurales, vendedores callejeros informales, psicoanalistas, docentes
universitarios de la más alta calidad académica o albañiles) somos
trabajadores. Explotados sí, en todos los casos; y también las amas de
casa, que no reciben salario. Esa es la célula básica del capitalismo:
la explotación, la extracción de plusvalor a partir del trabajo humano
(el trabajo hogareño, aunque no reciba remuneración, también es
explotado -elemento no muy analizado por Marx en su momento en el
desarrollo de Das Kapital, una de las agendas pendientes a
revisar-, gracias al cual se está en condiciones de salir a trabajar
fuera de la casa, a “ganarse la vida”).
¡Explotación!
Ese núcleo, entrevisto ya claramente por el escocés Adam Smith en el
siglo XVIII, escamoteado en su formulación teórica considerándolo de
orden “natural”, pero puesto como elemento fundamental para entender la
dinámica capitalista por Marx y Engels en el XIX, sigue siendo ya
entrado el XXI el motor del sistema. La hiper robotización a que vamos
asistiendo, con exclusión creciente de trabajadores humanos en el ámbito
fabril, no elimina el corazón del sistema: la explotación del
trabajador asalariado (el ama de casa, aunque no recibe salario, sigue
siendo también la explotada, porque contribuye a la explotación del
asalariado).
Sucede que el
desarrollo del sistema ha ido modificando mucho de lo entrevisto por
los clásicos hace 150 años; no se eliminó la estructura básica de las
relaciones sociales, es decir: la explotación de una clase sobre otra,
pero sin dudas el mundo fue tomando una forma cada vez más compleja,
obviamente imposible de ver un siglo y medio atrás. Las primeras
revoluciones socialistas (Rusia, China, Cuba, Vietnam, Nicaragua)
mostraron que efectivamente era posible el socialismo, un Estado
manejado por los trabajadores donde se dieron portentosas mejoras para
el amplio campo popular (mejora en la salud, en educación, en viviendas,
en condiciones más dignas de vida, en crecimiento humano. “Hay 200 millones de niños de la calle. Ninguno de ellos en Cuba”,
pudo decir Fidel Castro en la isla socialista). Todas las críticas
posibles -que no debemos maquillar, que hay que hacer con el más
profundo rigor analítico en cuanto a la burocratización de esos
procesos- no invalidan el planteo de base. Es decir: debe apuntarse a
construirse un mundo sin clases sociales. Para ello, es necesario este
período revolucionario que se llama socialismo, donde la clase
trabajadora, en el más amplio sentido del término, conduce su vida, se
autogobierna. Tarea difícil, sin dudas, pero no inalcanzable. La democracia de base por supuesto que es posible, pues fermentos de ella ya hay muchos.
Si
bien la izquierda busca afanosamente el cambio, no hay que olvidar que
el sistema busca más afanosamente aún evitarlo. Por eso despliega el más
inimaginable arsenal de recursos para detener cualquier posibilidad de
alteración del orden establecido. En esa lucha (lucha de clases a
muerte, que ¡¡no ha desaparecido!!, aunque interesadamente se la dé por
fenecida), para la clase dominante todo se vale, desde los más sutiles
mecanismos ideológico-culturales a las cámaras de tortura, desde los
cultos neoevangélicos que atontan hasta los misiles nucleares
intercontinentales. Las fuerzas conservadoras están dispuestas a todo
para no perder un milímetro de sus prebendas. Y sin dudas, ese
capitalismo sabe renovarse con celeridad para no verse modificado.
La
actual pandemia de coronavirus abre una perspectiva muy favorable a la
perpetuación del capitalismo, significando un aplacamiento de las ya muy
aplacadas luchas populares. “El emergente paradigma capitalista
post-pandemia se basa en una digitalización y aplicación de las
tecnologías de la así llamada cuarta revolución industrial. Esta nueva
ola de desarrollo tecnológico es posibilitada por una tecnología de la
información más avanzada. Lideradas por la inteligencia artificial (IA) y
la recogida, procesamiento y análisis de inmensas cantidades de datos
(big data), las tecnologías emergentes incluyen el aprendizaje
automático, la automatización y la robótica, la nano y biotecnología, el
Internet de las Cosas (IdC), la computación cuántica y en la nube, la
impresión 3D, nuevas formas de almacenamiento de energía y vehículos
autónomos, entre otras. (…) La economía global post-pandemia
supondrá una aplicación rápida y expansiva de la digitalización a cada
aspecto de la sociedad global, incluidas la guerra y la represión.”
(Robinson). Es probable que luego de la crisis sanitaria se den
reacomodos a nivel mundial en el sistema capitalista; todo indica que
Estados Unidos está perdiendo su papel hegemónico, pero que exista una
China con “socialismo de mercado” como superpotencia económica y
científico-técnica y una Rusia como superpotencia militar, no significan
que eso sea una buena noticia para la clase trabajadora mundial. Ambos
países, que comenzaron a transitar una senda socialista décadas atrás,
hoy están en procesos que no van por el socialismo. En tal sentido, el campo popular global está muy huérfano.
No
puede afirmarse nada con certeza respecto a este pandemónium que parece
haberse abatido sobre la Humanidad toda. Definitivamente, es una
enfermedad de la que hay que cuidarse; los obligados confinamientos
militarizados que estamos viviendo pueden ser producto de la necesidad
de “salvar vidas”, dado lo precario de los sistemas de salud tan
debilitados por años de neoliberalismo que se ven colapsados ante tantos
enfermos. O puede ser también un ensayo de control poblacional para lo
que vendrá. Si esto es un plan finamente urdido por poderes globales, de
momento no es posible saberlo. Lo que sí está claro es que el sistema
parece mucho más favorecido para reacomodarse y golpear con mayor fuerza
a la organización de base, a las masas populares, cada vez más
desprotegidas, que una izquierda que no puede liderar luchas (¡porque no
sabemos bien cómo hacerlo!).
“Se ha creado una simbiosis entre algunas de las mayores empresas tecnológicas y el aparato político del capitalismo”, expresan Daniele Burgio et alia.
Léase: las industrias de las telecomunicaciones, gigantes comerciales
por supuesto, en connivencia con los gobiernos para: 1) ganar dinero, y
2) espiar (controlar) a la población. En 1998, el entonces director de
la CIA, George Tenet, afirmó que “las nuevas tecnologías darán a
Estados Unidos una importante ventaja estratégica. Nuestra Dirección de
Ciencia y Tecnología ha elaborado un plan para crear una nueva
estructura empresarial con la tarea de obtener acceso a la innovación
del sector privado” (léase: participación en las Silicon Six, las
empresas más rentables de la actualidad). El capitalismo más
desarrollado va presentando nuevas modalidades: las más refinadas
tecnologías de la información y la comunicación marcan el rumbo hoy (ahí
están las fortunas más grandes), y los servicios de inteligencia de las
grandes potencias marchan de la mano con ellas.
Ante
todo ello, el mundo inmediato que nos espera luego de la pandemia puede
ser terriblemente desesperanzador para plantear el cambio social: una
población asustada, dócil, acostumbrada a ejercicios militarizados de
ley marcial y toques de queda, implorante de “medidas fuertes” para
evitar las catástrofes sanitarias, habituada al distanciamiento social, a
usar “tapa-bocas” (¿qué significa eso: taparse la boca, no hablar?),
afecta al hiper manipulado “¡Quédate en casa!”, controlada con
tecnologías digitales de avanzada (en China ya está en marcha el 6G,
superador del actual y revolucionario 5G), trabajando mansamente desde
casa, postrada más aún que en estos años de neoliberalismo para negociar
contratos laborales, sin organización sindical, acostumbrada a la
no-reunión (eso es peligroso, puede ser contagioso). El otro, en vez de
ser visto como uno más, compañero de ruta, amigo, persona cercana, pasa a
ser visto como sospechoso (¿posible portador de enfermedad?). Parece
una vuelta al Medioevo europeo y el alejamiento de los leprosos,
encapuchados y con campanas que anuncian su paso. Sin caer en dramas
orwellianos, todo eso parece ser ya la realidad que vivimos, y que
seguirá presente cada vez más en los meses venideros.
Entonces:
¿qué hacer desde la izquierda? ¿Cómo plantearse hoy la revolución
socialista? Está claro que hay que repensar la situación actual. Los
métodos clásicos de organización popular no parecen ser los más
adecuados hoy día. Los mecanismos de control del sistema son cada vez
más omnímodos (¿ya estará en el disco duro de algún super ordenador de
los sistemas de vigilancia este texto que estás leyendo?). El mentado
panóptico, que parecía pura fantasía ficcional un breve tiempo atrás, es
una realidad concreta. ¿Cómo dar la lucha popular entonces? ¿Habrá que
pensar en los hackers
como una alternativa? Pueden ser muy válidas las protestas de antaño
(marchas multitudinarias, pintadas callejeras, organización
barrial-sectorial-gremial, estudio de literatura revolucionaria, etc.,
etc.). La cuestión es determinar si todo eso alcanza para golpear
efectivamente a un sistema que parece monolítico, que nos controla desde
los drones y satélites geoestacionarios, y que decide quién tiene
trabajo y quién “sobra”.
La
idea de circular esta Carta abierta es para invitar a la militancia de
izquierda de todas partes a reflexionar sobre estos acuciantes asuntos.
No tengo las respuestas. Creo, modestamente, que hoy nadie las tiene,
por eso es una necesidad apremiante comenzar a estudiar en profundidad
el asunto para buscar las alternativas válidas. La explotación sigue
existiendo, pero el sistema -que sabe mucho, que parece tener más
iniciativa que el campo popular- nos viene tomando la delantera. ¿Qué
hacer entonces? Que nos sirva de inspiración el epígrafe: “Los pueblos consiguen derechos cuando van por más, no cuando se adaptan a lo «posible»”
https://www.alainet.org/es/articulo/207765
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