Pero el secretario general de la Organización de las Naciones Unidas
(ONU), António Guterres, acaba de alertar sobre un peligro de un
desastre aún mayor que el incremento del autoritarismo, la devastación
económica, el aumento exponencial del desempleo y el hambre que ya son
visibles como secuelas de la pandemia de covid-19.
Se trata de, dijo, de potenciales “ataques bioterroristas” que desplieguen gérmenes mortales.
El máximo responsable de la ONU destacó que el mundo carece de
preparación ante el caso hipotético de que una enfermedad sea
“manipulada deliberadamente para hacerla más virulenta o sea liberada
intencionalmente en múltiples lugares a la vez».
Por eso, Guterres planteó que «a la vez que consideramos cómo
mejorar nuestra respuesta a futuras amenazas de enfermedades, también
deberíamos dedicar mucha atención a prevenir el uso deliberado de
enfermedades como armas».
El secretario general lanzó este alerta el 2 de julio, en un debate
de alto nivel en el Consejo de Seguridad sobre el mantenimiento de la
paz y la seguridad internacionales y las implicaciones en ello de la
covid-19, que se celebró por videoconferencia y que contó con la
presencia de varios ministros de Exteriores de los 15 miembros de ese
órgano rector.
Guterres calificó en ese encuentro a la Convención sobre la
Prohibición del Desarrollo, la Producción y el Almacenamiento de Armas
Bacteriológicas (Biológicas) y Toxínicas y sobre su Destrucción como
«una norma fuerte y duradera contra el uso aborrecible de la enfermedad
como arma».
Pero recordó que ese tratado internacional, que entró en vigor en 1975 y es más conocido por su nombre abreviado de Convención sobre Armas Biológicas (CAB), ha sido suscrito hasta ahora por 183 Estados parte.
Por ello urgió a los 14 Estados que aún no forman parte de la
Convención a “hacerlo cuanto antes” y demandó reforzar al instrumento
que hasta el momento no tiene mecanismos de verificación de su
cumplimiento.
De los 14 países fuera de la Convención, 10 no lo firmaron ni
ratificaron: Chad, Comoras, Eritrea, Israel, Kiribati, Micronesia,
Namibia, Sudán del Sur, Tuvalu Yibuti. Otros cuatro lo suscribieron pero
no lo ratificaron: Egipto, Haití, Somalia y Siria.
John Loretz, exdirector de programas y consultor sénior de la Asociación Internacional de Médicos para la Prevención de la Guerra Nuclear (AIMPGN, en español e IPPNW, en inglés), aseguró a IPS que el secretario general tiene la razón en sus evaluaciones.
Como dijo Guterres, afirmó, “la CAB es un tratado fuerte…que necesita
ser fortalecido y la construcción de nuestras instituciones de salud
pública y la infraestructura de respuesta a la pandemia garantizarían la
existencia de recursos esenciales en caso de que tengamos que enfrentar
un ataque con armas biológicas».
Pero uno de los obstáculos para lograr una supervisión y
verificación efectivas de la Convención, quizás el mayor, ha sido el muy
activo lobby por parte de las industrias farmacéuticas y biomédicas y
sus aliados para frenar las iniciativas al respecto.
Ese muy poderoso sector argumenta que es difícil evaluar y determinar
la intención de si alguien está usando una toxina por razones legítimas
(por ejemplo, desarrollo de vacunas) o por razones prohibidas (es
decir, armas).
Por ello, aduce, las inspecciones serian una intrusión que
comprometerían los secretos comerciales y los derechos de propiedad
intelectual.
Loretz dijo que aquellos que quieran fortalecer la CAB tendrán que
encontrar una manera de superar las barreras de esas industrias para
poder brindar al tratado herramientas de cumplimiento como las
incorporadas en el Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP) y la
Convención sobre las Armas Químicas (CAQ).
Jez Littlewood, un investigador independiente con experiencia en
armas biológicas, control de armas y temas de seguridad nacional, dijo a
IPS que el uso de un arma biológica sería un acto que implica la
manipulación deliberada de enfermedades.
El caso sirio
El especialista en no proliferación armamentista, John Hart, consideró
que las armas químicas que las armas químicas que se asegura que han
usado las facciones en guerra en Siria clasifican más apropiadamente en
la Convención sobre Armas Químicas, que también cubre el ámbito de las
toxinas.
Las acusaciones de uso de armas en Siria se refieren al cloro, el sarín y
la mostaza de azufre. Estos agentes no cumplen con la definición de
arma biológica bajo el Convención sobre Armas Biológicas, declaró a IPS.
El gobierno sirio llevó a cabo una investigación de toxinas que caracterizó como de naturaleza defensiva.
Este trabajo se menciona en la declaración de Siria a la Organización
para la Prohibición de las Armas Químicas, que regula el complimiento de
la Convención, y se ha discutido en las reuniones de su Consejo
Ejecutivo y fuera del mismo, dijo Hart.
"Tengo entendido que este asunto en particular ahora está resuelto en
gran medida. El asunto se menciona en declaraciones y en alguna
documentación pública oficial", aseguró.
Y, aseguró, “hay datos consistentes” sobre que el uso deliberado de enfermedades “puede tener consecuencias potencialmente devastadoras” para todo el mundo.
El brote de ébola en África occidental en 2014, la pandemia de gripe
de 1919 y las enfermedades llevadas por los exploradores y colonos
europeos a América desde el siglo XV en adelante tuvieron consecuencias
muy significativas para la poblaciones de nativas de los lugares donde
se asentaron, recordó.
Littlewood reconoció que el bioterrorismo ciertamente existe, pero
también aseguró que desde que en 1995 se produjo el atentado con armas
químicas en el sistema de metro de Tokio, matando a 13 personas e
hiriendo a 6000, el bioterrorismo se ha mantenido de bajo nivel y
relativamente poco sofisticado.
Los terroristas han matado a muchas más personas con vehículos,
bombas de todo tipo, cuchillos y armas de fuego básicas que lo puedan
haber hecho con organismos que causan enfermedades, dijo Littlewood,
quien estuvo en comisión de servicio en la Oficina de Asuntos Exteriores
y de la Commonwealth de Gran Bretaña y trabajó en las Naciones Unidas
en Ginebra.
John Hart, erudito no residente del estadounidense Centro James
Martin de Estudios sobre No Proliferación, consideró a IPS que el
mensaje básico de Guterres es que la preparación contra brotes de
enfermedades también fortalece la preparación contra los llamados
eventos deliberados de crear o usar enfermedades con fines con fines
hostiles.
Señaló que las infraestructuras de salud son frágiles y la
resiliencia social es débil. Por lo tanto, la preparación internacional
contra la guerra biológica requiere un mayor fortalecimiento y por eso
hay sectores que trabajan para hacer más sólida y amplía la arquitectura
mundial contra cualquier intento de bioterrorismo.
Littlewood sí consideró que actualmente los diques para generar un
arma biológica son más débiles que incluso hace una década, pero, a su
juicio, “causar deliberadamente un brote de una enfermedad a gran
escala, está lejos de ser fácil”.
Para el investigador, son los Estados y no los bioterroristas quienes
están más cerca de poder desarrollar armas biológicas con potencial
importante, porque son los que tienen más posibilidades en cuanto a
capacidad técnica y organizativa para ello.
«La manipulación deliberada para el armamento y los ataques múltiples
requiere capacidades que ningún grupo terrorista ha demostrado aún que
tiene, y ningún grupo conocido ha demostrado que se haya acercado a tal
capacidad», analizó.
Aun así, Littlewood advirtió que el bioterrorismo no debe
descartarse, pero los datos empíricos de los últimos 25 años son claros
en indicar que algunos grupos terroristas tienen mucho más interés en
las armas biológicas que capacidad de desarrollarlas y usarlas.
Manipular deliberadamente la virulencia de un organismo que causa
enfermedades con el fin de usarlo como arma es mucho más probable que
esté en el ámbito de un programa dirigido por el Estado que uno
terrorista, pese a que el cine de Hollywood ciertos discursos políticos y
la ciencia ficción puedan hacer creer lo contrario, adujo el
especialista quien también ha trabajado en una universidad canadiense y
otra británica.
«Ningún Estado admite abiertamente o afirma tener interés en
desarrollar armas biológicas, lo que demuestra la fuerza de las
restricciones normativas sobre el uso deliberado de la enfermedad como
arma», afirmó.
Sin embargo, Littlewood señaló que la falta de preparación para
contener la propagación de brotes de enfermedades contagiosas es
preocupante y añadió que estar listo para bloquear la expansión de
gérmenes y virus naturales es la base para responder a cualquier intento
de un uso deliberado de un arma biológica.
También en eso coincidió con Guterres, quien aseguró que un mejor
control de las armas biológicas es a su vez una acción efectiva contra
las enfermedades contagiosas naturales. Sistemas de salud pública y de
veterinaria son una herramienta esencial contra la covid, y a su vez un
elemento disuasorio “eficaz” contra el desarrollo de armas biológicas.
El secretario general dijo durante la videoconferencia del Consejo de
Seguridad que todos los temas que puso durante el debate sobre la mesa
deben estar en la agenda de la Novena Conferencia de Revisión de la
Convención, que se celebrará en 2021.
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