Jorge Eduardo Navarrete
En el semestre de la pandemia
se han registrado una variedad de respuestas nacionales a la pandemia,
tan amplia quizá como el número de naciones y territorios afectados, que
rebasa los dos centenares. Aunque en su mayoría han seguido un patrón
casi único, han tenido distinciones nacionales notables. Alguna vez se
trazarán las similitudes y diferencias que integran la imagen global de
esas respuestas. En el mapamundi de la distribución territorial del
Covid-19, publicado por la OMS, sólo Turkmenistán se muestra en blanco,
no por ausencia de contagios, sino porque prefiere no reportar. (Tres
estuvieron teñidos de rojo intenso, color que simboliza más de 100 mil
contagios adicionales en la semana previa, del 29 de junio al 5 de
julio: Estados Unidos, India y Rusia).
Han sido muy escasas, en cambio, las respuestas multilaterales
–regionales o globales. Se ha insinuado que el ánimo de cooperación
internacional también parece haber sido atacado por el virus. Esta
lectura metafórica de actitudes nacionales resulta acertada ante la
asumida por Estados Unidos en el caso del remdesivir, (producido por
Gilead Sciences, primer fármaco aprobado para tratar el Covid-19 en
Estados Unidos, cuyo gobierno adquirió ipso facto medio millón
de dosis, que equivale a la oferta total en julio y nueve décimas de la
disponible en los siguientes dos meses. Muchos se preguntaron qué
augurio encierra este comportamiento para cuando esté disponible la
vacuna en cuyo desarrollo trabajan muchos centros de investigación
alrededor del mundo.
En contra, la respuesta de la Unión Europea (UE) –objeto de largos y
complejos debates que en más de una ocasión han estado al borde del
rompimiento– resulta, hasta ahora el mejor ejemplo de que la pandemia no
ha cerrado por completo los espacios a la cooperación entre las
naciones, aunque pueda dudarse que, como algunos afirman, la haya
potenciado.
La UE resolvió discutir de manera conjunta su presupuesto de largo
plazo para el septenato 2021-2027 y el plan de recuperación para
responder a la crisis resultante de la pandemia. Hay que advertir, en
primer término, que las magnitudes financieras contempladas en estos
ejercicios son una prueba de la voluntad de dar primacía a la dimensión
de las necesidades y permitir que sea ésta la que determine el esfuerzo
de movilización de recursos –provenientes en su mayor parte de las
aportaciones de los estados miembro– que se requiere para financiar los
rubros de gasto identificados. No hay que olvidar que el procedimiento
solía ser el inverso: tomar como punto de partida el monto de
aportaciones esperable y limitar a éste las necesidades que sería
posible financiar. Para el presupuesto 2021-2027 y el plan de
recuperación se programan un billón 100 mil millones de euros y un
refuerzo temporal, denominado
UE Próxima Generaciónpor 750 mil millones de euros. Estas magnitudes se suman a las tres
redes de seguridad, para trabajadores, empresas y gobiernos, por 540 mil millones de euros, definidas de antemano.
Al acercarse al proyecto de programa de recuperación europeo –que se
espera sea aprobado por una cumbre de jefes de Estado o de gobierno el
19 de julio próximo– que quizá sea el primer encuentro presencial en
tiempos de (pos)pandemia– debe tenerse en cuenta que es fruto del
acuerdo entre Alemania y Francia, o, si se prefiere, entre Merkel y
Macron: un presidente que se apresta a buscar su relección tras un
mandato en general alejado de turbulencias severas, y una canciller
federal que vive el ocaso de un gobierno largo y celebrado, ha elegido
ya, no con mucha fortuna, a su sucesora aparente y parece estar contando
los días que le restan para entregar el poder. Sin embargo, le
corresponde ejercer en esta segunda mitad de 2020 la presidencia del
Consejo de la Unión. En un artículo reciente, Wolfgang Munchau se
pregunta ( Financial Times, 6/7/20) qué movió a Merkel a
ir más allá de lo acostumbrado, más allá del mínimo indispensable para solo asegurar la supervivencia del proyecto de integración europeay comprometer el volumen ingente de recursos arriba señalado.
La propuesta franco-germana no concitó el consenso inmediato. Nadie
lo esperaba. Pero tampoco se preveía, creo, una oposición tan marcada y
desde tan diferentes ángulos. Salvo que su aquiescencia es necesaria
para el consenso, no cabe perder el tiempo con las objeciones de, por
ejemplo, Hungría y Polonia, pues habría que preocuparse más por sus
eventuales expresiones de apoyo. En cambio, no será sencillo acomodar
las resistencias expresadas por Austria, Dinamarca, Países Bajos y
Suecia, que reflejan el acaso reforzado rechazo al fortalecimiento de
los instrumentos comunitarios y a las ayudas directas a los países menos
avanzados de la Unión Europea.
Debe suponerse que la UE aprobará a mediados de mes tanto el
presupuesto como el programa de emergencia, lo que estimularía las
acciones internacionales de cooperación en los diversos frentes en que
debe enfrentarse a la pandemia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario