Guatemala
¿Quién puede afirmar
que el régimen económico, social y político imperante en Guatemala
contiene un paradigma deseable a la búsqueda de bienestar y de felicidad
humana? Basta con aproximarse a sus resultados actuales para confirmar
que este régimen no es útil al fin de garantizarles el bien a las
grandes mayorías sociales.
En el ámbito social, esto se constata en
los niveles crecientes de explotación, pobreza y desigualdad; en el alto
desempleo y la constante expulsión de niños y jóvenes trabajadores a
otros países; en los enormes rezagos en cobertura y calidad de
educación, salud, seguridad social y vivienda; en la política de muerte
vía la represión; en la negación de derechos, la marginación social, la
conversión de la violencia en negocio, el tráfico de niños y de órganos,
la trata de personas; en el grave deterioro de bienes naturales como
ríos, lagos, suelos, bosques y aire.
En el ámbito político, es
evidente cómo el Estado sigue controlado por élites de poder
históricamente dominantes, a las cuales se han sumado estructuras de
crimen organizado, grupos de militares y políticos rentistas, con
quienes aquellas mantienen intereses y relaciones sinérgicas que las
hacen convivir con ellos en los ámbitos de poder y de política estatal.
El asunto más grave en la esfera política ha sido la capacidad de
estructuras criminales de acaparar y dirigir organismos del Estado. Esto
ha sido posible a causa de un sistema político profundamente rentista y
corrupto, configurado para representar e intermediar con exclusividad
los intereses antes referidos, los cuales configuran un modelo económico
que para nada se orienta al bienestar colectivo. Allí se explican las
incongruencias, debilidades e incapacidades del Estado para resolver los
graves problemas nacionales y producir resultados distintos a los
descritos.
Los resultados anteriores son apenas unos cuantos
del inventario que puede hacerse. Son la consecuencia de causas
históricas y estructurales que no encuentran respuestas coherentes en
las élites económicas y políticas, como tampoco en las instituciones del
Estado. Contrariamente, quienes controlan el Estado —y tendencialmente
lo seguirán manejando— están interesados en el aumento de sus niveles de
acumulación y de enriquecimiento, en la implantación de un régimen
basado en ideas conservadoras del pasado y del oscurantismo y en
políticas de privilegios e impunidad.
No obstante, en este
contexto emergen esperanzas que proceden de sujetos políticos
alternativos como las mujeres y los pueblos originarios. En específico,
los pueblos indígenas han venido planteando la perspectiva del buen
vivir, en la cual coinciden organizaciones de mujeres y feministas en su
búsqueda de gestar una economía para la vida.
El buen vivir
constituye un paradigma que aporta un conjunto de principios y valores
alternativos al individualismo y el antropocentrismo, a la fragmentación
en el pensar y el actuar, a la materialidad y el enriquecimiento a
cualquier costo como única búsqueda humana y, por consiguiente, a las
relaciones de explotación, expolio y destrucción que hoy caracterizan al
actual modelo económico y orientan al régimen político imperante.
Es un paradigma que concibe la estrecha y sinérgica relación entre ser
humano, madre tierra y cosmos y que promueve que dicha interdependencia
se base en la complementariedad sin jerarquías entre unos y otros. En
concreto, esto implica —entre otros elementos— gestar relaciones que
persigan el bienestar en y de lo colectivo, en y de lo común, con base
en el diálogo, el consenso, el acuerdo; en la armonía, el equilibrio, la
complementariedad, el respeto y la reciprocidad entre seres humanos y
pueblos, entre ser humano y madre tierra. Relaciones cuya ética se base
en el respeto a la integridad de todos los seres, en la preservación de
la vida, en compartir los saberes, en la consulta y el servicio.
Como paradigma, se constituye en la base de un proyecto de vida y de
bienestar colectivo en el que todos los seres humanos y la madre tierra
gozamos de derechos, como la libre determinación de los pueblos y de las
personas. Como búsqueda con consecuencias prácticas, nos obliga a
repensar la economía y la política, en especial cuando estas generan
resultados como los antes descritos. Aporta, asimismo, un conjunto de
ideas que son base del trabajo y la acción de sujetos que lo asumen y
que desde él persiguen la descolonización, la desmercantilización, la
despatriarcalización. Es, de hecho, uno de los pilares del proyecto de
Estado plurinacional que varias organizaciones y movimientos de pueblos
originarios, campesinos y mujeres, entre otros, han estado proponiendo
como alternativa para Guatemala.
Sin duda, esta perspectiva
constituye una fuente de principios y búsquedas que incluyen el diálogo.
Quienes queremos un cambio para nuestro país deberíamos aceptar ese
diálogo, preguntarnos qué significa para mí o para nosotros el buen
vivir y desde allí actuar colectivamente en busca de soluciones a los
históricos problemas que vivimos y que nos impiden el paradigma del buen
vivir.
Blog del autor: www.plazapublica.com.gt
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