David Brooks
La semana pasada se cumplió el
16 aniversario de la guerra de Estados Unidos en Irak, algo que casi
nadie en calles, universidades, cafés, antros, parques o edificios
gubernamentales registró, y menos aún comentó. Ni el
comandante en jefe. Esa y las otras guerras ya se ha vuelto parte del ruido de trasfondo de este país. Una guerra más, una mentira más.
Esta mentira costó más de 190 mil civiles muertos por violencia
directa de esa guerra, casi 5 mil militares estadunidenses que han
perecido, cientos de miles de civiles y militares heridos, y un costo
mayor de 2 billones de dólares hasta la fecha (y eso que no es la guerra
activa más larga en la historia del país; esa tiene 17 años y está en
Afganistán), según el informe Costos de Guerra, de la Universidad Brown.
La gran mentira implicó que miles de jóvenes estadunidenses –en su
gran mayoría pobres y de clase trabajadora– fueron enviados a Irak o
Afganistán a matar y herir a otros jóvenes como ellos. Los que
regresaron, si es que no en un ataúd o en una camilla, sí con heridas
sicológicas de largo plazo, fueron recibidos por una población que, la
verdad, si es que se acuerda de ellos, prefiere no ponerle mucha
atención a todo eso, más allá de rendir homenajes a
nuestros veteranosantes de un partido de beisbol o de futbol.
Seguramente es el único país en la historia donde uno puede pasar por
las calles de todas las ciudades y grandes pueblos sin darse cuenta ni
acordarse que está en medio no sólo de una, sino de varias guerras.
Como toda guerra, la de Irak fue producto de una gran mentira, una
mentira propagada por casi todos los principales medios (con algunas
notables excepciones) y por una clase intelectual profesional vinculada
al poder, y todos éstos, hasta hoy día, jamás han pagado las
consecuencias y muchos menos han tenido que rendir cuentas por su
complicidad.
Es una guerra en la cual se fabricó la justificación frente a todos:
se declaró que Irak tenía armas de destrucción masiva, que era en parte
responsable de los atentados del 11-S, que era un Estado que daba
refugio a
terroristas. Todo eso fue falso. Y se sabía en esos mismos momentos; millones de personas en algunas de la movilizaciones antiguerra más grandes de la historia lo sabían, no cayeron en en el engaño.
El objetivo no tenía nada que ver con
democracia,
libertad, asistencia humanitaria ni nada de eso. Tenía el objetivo de
cambio de régimeny, ni hablar, petróleo.
Entre los promotores más feroces de la mentira en el gobierno de
George W. Bush estaban Elliott Abrams y John Bolton, junto a un amplio
elenco de los mismos jefes de medios e intelectuales de tanques pensantes, tanto conservadores como liberales, que hoy día invitan a todos a creerles algunas más, incluido el caso de Venezuela.
Como señala el periodista Matt Taibbi, de Rolling Stone,
el daño que esta historia (la guerra contra Irak) causó en nuestras reputaciones colectivas aún es poco entendida en el negocio (de los medios), y señala que esa mancha no se podrá lavar
hasta que enfrentemos qué tan mal fue, y es mucho peor de lo que estamos admitiendo, aun ahora.
¿Cuántas otras guerras repletas y justificadas con mentiras continúan
hoy día? Hay una contra los inmigrantes en la frontera (con despliegue
militar), otra permanente contra el narco, y ni contar las
acciones bélicas activas de Washington en varias partes del mundo,
incluidos por lo menos siete países que casi ningún estadunidense puede
siquiera nombrar.
Según el informe Costos de Guerra, Estados Unidos conduce hoy día
actividades anti-terroristasen 80 países (40 por ciento de los países del planeta), ha gastado más de 5.9 billones en las guerras posteriores al 11 de septiembre de 2001, han muerto un total de 480 mil personas en Irak, Afganistán y Pakistán, incluidos 244 mil civiles por violencia directa, casi todo con justificaciones engañosas.
Las mentiras oficiales cuestan muy caro, pero casi nunca para los mentirosos, sino para todos los demás. Esa es la verdad.
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