“Cuando
[…] se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre
su cama convertido en un monstruoso insecto”.
Franz Kafka – La Metamorfosis
¿Último viaje a la Mitad del Mundo?La figura de Néstor Kirchner con el brazo izquierdo tendido hacia el horizonte parece espectral ante un nebuloso atardecer de febrero de 2019. Y a un costado las banderas, que al soplo de un viento ligero ondean sin afán ni prisa a estas alturas, como entonando en silencio su indolencia por el rumbo a seguir. Atrás parecieran haber quedado las altisonantes trompetas bicentenarias, en los pasillos mudos de un edificio tan imponente como ajeno a su medio y que, por ende, jamás tuvo alma. Nunca antes el trayecto hacia la sede de la Unasur se había sentido como un recorrido hacia el Norte, hacia un atónito y monumental vacío. Nuestro último viaje a la Mitad del Mundo tal vez. Ni modo. Una perdida en el camino le pasa a cualquiera, y más de una vez a menudo. La voz cálida de Eduardo Galeano nos da consuelo y socorro: “La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. ¿Entonces para qué sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar”. Pero solo es un instante. Una inquietud sutil nos invade. ¿Cómo abrigarse frente a los nubarrones cargados de rayos y lluvia que se asoman por doquier detrás de las montañas de un edificio descomunal y sin alma? ¿Qué hay por detrás de las montañas?
Una idea y acaso solo ella
No hay que darle muchas vueltas al asunto. La Unasur estaba estancada mucho antes del impasse institucional comenzado formalmente en enero de 2017 como para echarle toda la culpa a los nuevos gobiernos de derecha y al deus ex machina predilecto de ciertas izquierdas: el imperialismo estadounidense. Ya en 2014 se la veía, eufemísticamente, de “baja intensidad”. No obstante, el paso del estancamiento a la parálisis ha sido mucho más corto y rápido de lo esperado, de lo imaginable y de lo imaginado. No pocos quedamos sorprendidos al observar como una “retórica deshabitada con una sede sin mando” desembocaría en poco más de un año en la “autosuspensión” de seis Estados Miembros y, tan sólo unos meses después, en un “portazo” propinado por el presidente de Colombia Iván Duque, secundado ahora nada menos que por el mandatario ecuatoriano Lenin Moreno. Y cabe la sospecha de que esta decisión un tanto inesperada del “conciliador” de Carondelet tenga alguna relación con el acuerdo recién sellado con el FMI u otros arreglos de última hora, si la información que recabamos de fuentes diplomáticas hace un mes en Quito nos aseguraba que el gobierno de Ecuador, por el momento, no tenía intención ni interés en denunciar el Tratado.
No hay que darle muchas vueltas al asunto. Pero también hay que ser muy claros, por lo menos desde la izquierda. En la agenda de la Unasur jamás tuvieron cabida, o se esfumaron desde un comienzo cuando no fueron descartados de entrada, ingredientes esenciales para un regionalismo “posliberal” o “poshegemónico” que contemplase al menos algún elemento de integración. Nos referimos al sector energético, comercial o financiero, por ejemplo. Y si bien es cierto que algunos consejos sectoriales como los de defensa y salud lograron dar vida a experiencias de cooperación intergubernamental bien interesantes y bastante dinámicas, también lo es que hasta Evo Morales y Hugo Chávez tuvieron que doblegarse ante el pecado original (y neoliberal) del proyecto: una IIRSA apenas retocada en IIRSA-COSIPLAN que en nada modificó su naturaleza destructiva y, sobre todo, antitética a la integración regional.
Lo que importa, en realidad, fue la idea de Unasur y acaso solo ella, en perfecta sintonía con el espíritu del tiempo después de 2003 y 2008: la invasión de Irak y el crack de Lehman Brothers como parteaguas de una nueva era, aquella del parto doloroso hacia un orden global multipolar sumido en el caos todavía. Una simple y añeja idea que retorna a estas tierras cíclica e irredimiblemente, desde nuestro nacimiento como cuasi Estados con disfraz de naciones. Alcanzar de forma colectiva un poco más de autonomía que aquella que la potencia hegemónica de turno está dispuesta a conceder y aquella necesaria para que el núcleo duro de nuestras vernáculas clases dominantes pueda reproducirse. ¿Acaso en el umbral de una era compleja y turbulenta esa idea encierra una “paradoja” mayor que la llana aplicación de la lógica aristotélica y racionalidad cartesiana del realismo “científico” al regionalismo latinoamericano? El problema, si acaso, consiste en saber qué significa hoy en día autonomía regional. De quién y de qué. Para quién y para qué.
Desde su gestación la Unasur ha estado envuelta en una contradicción insalvable: búsqueda de autonomía en lo político y afianzamiento de la subordinación y dependencia en lo económico. Es decir, mientras se generaba un espacio propio para la solución de conflictos y la lenta construcción de un pensamiento estratégico suramericano, también se reacomodaba físicamente la región a los circuitos y requerimientos de una globalización neoliberal en crisis. Si en su acepción estratégica no se logró diseñar una política común de defensa, en su acepción extractivista ni si quiera se intentó romper con el “consenso de los commodities” y sus nefastas secuelas.
Tras dos décadas de horroroso neoliberalismo, a inicios de siglo la idea de autonomía fue impulsada por líderes “visionarios” y “libertadores” según algunos. Líderes impacientes en todo caso, apresurados y aun megalómanos al fin y al cabo, como los de antaño, los de ahora y posiblemente de mañana, cuando se trata de levantar “elefantes blancos” aun sin saber bien si y cómo echarlos a andar. Líderes que desgraciadamente se han mostrado incapaces de medir fortalezas y debilidades, de balancear lo deseable con lo posible, de solventar sus intereses y diferencias y, por supuesto, de hacer tesoro de una larga lista de desaciertos en la integración del pasado. “Visionarios” y “libertadores”, quizás, pero sin masas por detrás, unas mayorías fluctuantes como mucho, y a fin de cuentas más hábiles en disciplinarlas o desmovilizarlas, más diestros en embriagarlas con sus fantasías modernizantes pronto desfiguradas en frustraciones cuando no en pesadillas.
Una idea perdedora, en fin, una vez más. Otra “oportunidad desperdiciada”, nos dijo el profesor Antônio Ramalho. Así es la política. ¿Hasta el próximo ciclo?
A la deriva
La acefalía de la Secretaría General, la “autosuspensión” de seis Estados Miembros y el retiro, hasta ahora, de dos de ellos son tan solo los desenlaces más vistosos de la parálisis que sufre la Unión de Naciones Suramericanas. Si hace dos años los ánimos apuntaban todavía a que la Unasur llegase a “buen puerto” y con un “capitán en el barco”, hoy en día el organismo surca las turbulentas aguas hemisféricas sin rumbo, brújula ni estrellas. Está lista para hundirse, sin salvavidas ni marineros de rescate a la vista.
En el último año aparecieron preocupantes denuncias y fricciones burocráticas en la sede y salieron a la luz graves problemas financieros que paradójicamente tuvieron un respiro, momentáneo al menos, gracias a los desembolsos efectuados por Venezuela en agosto (2,3 millones de dólares) y Colombia en diciembre (100 mil dólares), tal como nos confirmaron fuentes diplomáticas y un funcionario del organismo.
Para el regocijo de la prensa, no han faltado tampoco algunas circunstancias bastante cómicas, como el anuncio de Evo Morales en septiembre de 2018 quien, al inaugurar la galáctica sede del parlamento del organismo ubicada a 40 km de Cochabamba, habría manifestado que el moderno edificio, calificado como la “casa grande de Sudamérica”, podría ser aprovechado también para otros eventos como asambleas y cumbres y también para graduaciones y matrimonios. Tampoco han faltado episodios tragicómicos salpicados de venganzas personales altamente simbólicas. Nos referimos al ofrecimiento del presidente Lenin Moreno a la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (CONAIE) de convertir la suntuosa sede en las afueras de Quito en la universidad del movimiento.
De nada sirvió la gestión del gobierno de Bolivia para tratar de destrabar el impasse que le dio la bienvenida en el ejercicio de la Presidencia Pro Témpore. En todo caso, cabe preguntarse: ¿había cómo desenredar el punto muerto del nombramiento de un nuevo secretario general? ¿De verdad era éste la manzana de la discordia? ¿O, más bien, cuando asomó la candidatura oficial del embajador argentino José Octavio Bordón, la Unasur ya se hallaba ante un callejón sin salida? Desde luego, jamás tendremos respuestas precisas a esos interrogantes, ni mucho menos la “verdad”, porque en verdad no existe y, para colmo, desde octubre del año pasado el repositorio digital del organismo está sin acceso, aunque tampoco sin nuevos documentos probablemente, a raíz de una negociación que un funcionario diplomático nos describió como “complicada y secreta”. No obstante, juntando a posteriori las piezas de un rompecabezas que va más allá de la Unasur, nuestras investigaciones nos sugieren que hubiese sido muy difícil o cuando menos improbable ponerle arreglo a la situación. No hacen falta teoremas conspirativos para darse cuenta de ello.
El ex subdirector de 2011 a 2014 del Centro de Estudios Estratégicos de Defensa (CEED) del Consejo de Defensa Suramericano (CDS), el ecuatoriano Pablo Celi, nos comentó que el “entrampamiento burocrático” de Unasur posiblemente haya sido el resultado de un manejo ligero desde el punto de vista político y diplomático para la designación del nuevo secretario. Aquí los neofuncionalistas y los institucionalistas podrían corroborar sus tesis ya que, como es bien sabido, desde un inicio la regla del consenso ha sido un dolor de cabeza para nombrar al secretario general, así como para el funcionamiento del organismo. Con una agravante. La contradicción inherente, según Antônio Ramalho, que encierra la idea de querer una figura con una función esencialmente administrativa y ejecutiva y al mismo tiempo la expectativa de los Estados Miembros de que fuese un líder político, un ex presidente o un ex canciller, quien ocupe el cargo. De acuerdo con el ex funcionario del CEED, lo que ocurrió fue una disputa entre candidaturas excluyentes y no un planteamiento de consenso inclusivo. Además, en el caso de Bordón no se respetaron los “rituales diplomáticos apropiados”, nos comentó el profesor Ramalho. A estas alturas, sin embargo, el clima en la Unasur, en palabras del ex director de Asuntos Sociales Mariano Nascone, se había “sobreideologizado” en la estera de la renovada polarización entre gobiernos de la región.
La polémica política y personal entre la entonces canciller de Argentina Susana Malcorra, la cual quería que la Unasur volviese a su “idea original” de integrar la infraestructura, incrementar el comercio y atraer la inversión extranjera, y la ex canciller de Venezuela Delcy Rodríguez respondiéndole que “[l]os gigantes del sur no pensaron en Unasur como una empresa constructora”, ya presagiaba lo que ocurriría. Por otro lado, los seis meses de prórroga de Ernesto Samper tampoco fueron esclarecedores, sobre todo si es cierto que el secretario saliente no tenía intención de seguir en el cargo y que, de todas formas, no tenía el consenso de varios países. Finalmente, la constitución de una especie de secretaría general de facto solo puede interpretarse como una obra maestra de incompetencia, mezquindad política de diferentes actores tanto gubernamentales como del organismo y un escaso interés por la suerte de la Unasur al fin y al cabo.
Ahora bien, todo ello no tendría ningún sentido por fuera del renovado empuje de las derechas en la región, del golpe-impeachment en contra de Dilma Rousseff y, en particular, del recrudecimiento de la situación venezolana. La descomunal crisis económica y social de un país y un gobierno envuelto en una creciente espiral autoritaria y acorralado desde el exterior – por el secretario de la OEA, el Mercosur, el Grupo de Lima, los Estados Unidos, la Unión Europea – constituyen un elemento esencial para comprender la deriva de la Unasur y su futuro desenlace.
Un “cadáver insepulto” sobre el altar de Prosur
“La Unasur está prácticamente fallida, murió y olvidó acostarse” sentenció en diciembre el vicepresidente de Brasil, el general retirado Hamilton Mourão. Estaba en excelente compañía. Es un “cadáver insepulto”, agregó a mediados de enero el canciller colombiano Carlos Holmes Trujillo luego de que Iván Duque, junto a su homólogo chileno Sebastián Piñera, se develara como el verdugo de la Unión de Naciones Suramericanas para darle luz al Foro para el Progreso de América del Sur (¿o Foro para el Progreso y el Desarrollo de América Latina?), alias Prosur. El año comenzaba y la ofrenda estaba echada. Transcurrían los primeros días de febrero y el gobierno paraguayo confirmaba su asistencia a la cumbre que se celebraría el 22 de marzo en Santiago. La cosa iba en serio. Nos pusimos manos a la obra y en este caso la curiosidad no mató al gato. Varias fuentes diplomáticas confirmaron una primera reunión de embajadores llevada a cabo el 11 de febrero en la capital chilena. Al parecer la cancillería del país anfitrión presentó un borrador de Acuerdo Marco para circular entre los cuerpos diplomáticos de los gobiernos invitados. Poca cosa en realidad. La usual retórica patriagrandista retomada casi al pie de la letra del Tratado Constitutivo de la Unasur, una estructura extremadamente flexible y liviana como aquella de la Alianza del Pacífico, la adhesión abierta a países extrarregionales, más dos puntos en verdad sobresalientes: la propuesta de crear una zona de libre comercio y el apego del nuevo organismo a la normativa que rige el funcionamiento de la Asamblea General de la OEA.
¿Tendremos entonces un Prosur vinculado a los dictámenes políticos de la OEA y a las prácticas comerciales de la Alianza del Pacífico? Quién sabe. Habrá que esperar hasta el viernes para confirmarlo. ¿Se trata de una respuesta reactiva, la última, para enterrar definitivamente las veleidades integracionistas de los gobiernos “progresistas”? Parecería un objetivo, aunque de verdad no hacía falta. ¿Lograrán las “simpatías circunstanciales” formalizar una nueva propuesta a la vez neoliberal y conservadora? ¿O se trata solo de un show político con fines domésticos para Chile y Colombia?Pero, sobre todo, ¿tendrá Prosur los colmillos que nunca tuvo el Grupo de Lima para seguir con la agresión a Venezuela? ¿Acudirá a la cita el autoproclamado presidente Juan Guaidó? ¿Jair Bolsonaro regresará de su gira por Estados Unidos con alguna sorpresa?
¿Y todo eso con qué se come? Aún no lo sabemos. En todo caso, tras el sueño intranquilo del ciclo “progresista” cuyo castillo sin alma reposa en la Mitad del Mundo, la farsa de una metamorfosis conservadora en un monstruoso insecto parido por un puñado de presidentes CEOs, ultraconservadores cuando no propiamente fascistas, no puede ser nada buena.
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