-El neoliberalismo, la política de pillaje y rapiña llegó a su fin
-Con ello, el presidente consolidará la Cuarta Transformación
Como
tal, un anuncio inesperado. Pero bienvenido. Por “decreto”, el
presidente Andrés Manuel López Obrador pone fin a la “pesadilla”
neoliberal con 36 años de vigencia en el país, desde los tiempos de
Carlos Salinas de Gortari (1988-1994) a la fecha. Lo anunció el domingo
17 de marzo en Palacio Nacional, como debe ser para un asunto de tamaña
importancia para el país, con motivo de las consultas públicas para la
conformación del Plan Nacional de Desarrollo 2018-2024, su plan de
gobierno.
Esto no se acaba
hasta que se acaba —porque lo viejo se resiste a morir siempre, las
“fuerzas vivas” siguen rondando, resistiendo; atentos a eso—, pero es el
principio del fin. Apenas sentar las bases para iniciar los cambios de
política económica, fundamentales para redireccionar la economía del
país, desde las políticas del gobierno y así “abolir el modelo
neoliberal y su política de pillaje, antipopular y entreguista” y crear
una política posneoliberal.
Al
delinear 11 ejes para su PND, el presidente asentó: “Ahora tenemos la
responsabilidad de construir una nueva política ‘posneoliberal’ y
convertirla en un modelo viable de desarrollo económico, ordenamiento
político y convivencia entre sectores sociales”. Es claro, que se trata
de buscar el sano equilibrio entre el Estado y el mercado, como sucede
en varios países exitosos.
Adiós
al viejo régimen. Amén el desastre que generó al país, al caos
económico, al rompimiento del tejido social, la violencia, la corrupción
y la impunidad, así como el “entreguismo” para servir a los intereses
externos. Tremenda simulación del neoliberalismo, entre otras, es que el
mercado nunca hace política social.
No
olvidemos que el origen de dichas políticas, fundadas por Friedrich von
Hayek (1944) y Milton Freedman (1947), llevadas a la práctica por vez
primera en 1973 en Chile durante la dictadura pinochetista y 1976 en
Argentina, fueron adoptadas en 1979 en Gran Bretaña por Margaret
Thatcher y en 1980 por Ronald Reagan para los Estados Unidos.
Por Europa y Latinoamérica se propagaron dichas políticas neoliberales desde finales de los años 80. Cuando los Chicago boy
volaron de Chile hacia México, aterrizaron en los escritorios del
gobierno de Miguel de la Madrid, y Pedro Aspe Armella entonces jefe de
asesores de David Ibarra Muñoz, encabezó el equipo al que pertenecían
Jaime Serra y Herminio Blanco, los posteriores negociadores del TLCAN
con EUA y Canadá.
En ese
mismo gobierno, desde Programación y Presupuesto se forjó el “equipo
compacto”, encabezado por Carlos Salinas de Gortari y José Córdova
Montoya, que iniciarían las políticas a las que sumarían Ernesto
Zedillo, Luis Téllez, Francisco Gil Díaz, José Ángel Gurría y Jaime
Zabludovsky, entre otros. Eran los tiempos cuando en México se emprendió
la llamada “transformación profunda” —mejor conocido como proyecto
modernizador tecnócrata—, donde las medidas eran desplazar al Estado por
el mercado y hacer del “interés privado” el centro de dicha “estrategia
de desarrollo”, lo que condujo al país, a la postre, a un callejón sin
salida. Seis sexenios se mantendría el desastre, de Salinas a Enrique
Peña Nieto.
Recuento de
daños aparte, dicho modelo “neoporfirista” es lo que ahora comenzará a
revertirse con las políticas de López Obrador. Es claro que el corolario
del desastre que ha dejado dicho modelo en México, es tan dañino y
profundo que no terminará pronto. Se trata de los daños de más de tres
décadas que no se resolverán en poco tiempo; quizá cueste otro tanto.
Pero nunca es tarde para empezar y ese momento llegó. “No hay mal que
dure 100 años, ni pueblo que lo soporte”.
Se
requería, por supuesto, de un presidente emanado del pueblo, de un
presidente a quien en 2006 el sistema le arrebató la presidencia, que
ganara en julio de 2018 con suficiente legitimidad para emprender los
cambios profundos que requiere México; como el destierro del
neoliberalismo y combatir corrupción e impunidad, que marchan de la
mano.
Porque, dijo el
presidente, “el mercado no sustituye al Estado. Esa fue una patraña para
imponer la política neoliberal, un sofisma.” Pues en ningún país del
mundo el Estado se puede dividir, ni en China ni en Estados Unidos.
“Sólo a estos despistados tecnócratas se les ocurrió que no hacía falta,
y sólo lo usaron para rescatar al sistema financiero con el Fobaproa”.
Pero
no solo eso. Yendo, como lo hicieron siempre los salinistas tras los
bienes del Estado, se privilegiaron de las privatizaciones de las otrora
empresas paraestatales en favor de sí mismos como grupo —fuera vía los
“prestanombres” o favoreciendo a los amigos de la cúpula empresarial, a
los pocos—, el caso es que fueron todo menos unos “despistados”.
La
mejor prueba es que todos ellos se hicieron, de la mano de unos cuantos
empresarios, tanto más ricos que son dueños de empresas, gerentes de
empresas extranjeras antes beneficiadas, de pozos petroleros o de
refinerías en Pemex —la siempre codiciada cereza del pastel tanto para
las petroleras texanas como para el mismo grupo en el poder—, por citar
lo menos.
Claro que, tan
entreguistas como ambiciosos, los neoliberales se preocuparon siempre
por atender los “equilibrios macroeconómicos” exigidos por el sistema
financiero comandado por Washington y engañando con eso a la gente;
puesto que la economía real se hundía con tasas de crecimiento “cero”
(el 2% promedio es nulo si se suman el crecimiento poblacional y la
incorporación de nueva mano de obra al mercado laboral), con una vida
social deteriorada para los mexicanos durante ese largo periodo de
tiempo.
Ahora, con Andrés
Manuel López Obrador como presidente y su propuesta de erradicar el
neoliberalismo, el reto no es menor. Hay que sentar las bases de la
política posneoliberal anunciada. Se trata, dijo, de “mostrar que la
modernidad puede ser forjada desde abajo y sin excluir a nadie, pues el
desarrollo no tiene que ser contrario a la justicia social”.
Además,
bajo el principio de la democracia, tanto participativa como
representativa, el otro de los conceptos, lo que pretende es “atender a
todos, escuchar a todos”, con preferencia por los más necesitados, los
débiles, los explotados, los olvidados, los marginados.
Eso
sentará las bases del “humanismo que tiene que ser una característica
de vuestro gobierno”. Sin olvidar la paz —entre los 11 ejes— la
justicia, la generación de empleos, mejorar las condiciones de vida de
la sociedad y “resolver el grave problema de la inseguridad”, atendiendo
las causas que la generan. Es claro que a esta política le hacen falta
otras medidas, me refiero a la inseguridad.
Es la Cuarta Transformación
¿Alcanzará
un sexenio para consolidar el nuevo modelo de desarrollo anunciado el
presidente Obrador? No se ve sencillo, pero representa un reto. Ya
comenzó. Decía, supra, que se dio como un anuncio inesperado, porque así
es. No muchos se hacían a la idea que Andrés Manuel como presidente se
propusiera cambiar las cosas tan a fondo. Pero lo está haciendo. Al
menos por decreto, solo falta en la realidad aún y cuando en el camino
habrá fuertes resistencias.
Tiene
un filón de oro a su favor, todavía más amplio durante sus primeros 100
días de gobierno, que lo alcanzado en las urnas el 1° de julio del año
pasado: el apoyo de la sociedad en amplias mayorías, de los indígenas,
campesinos, de jóvenes, los ancianos, las mujeres, los niños y de las
benditas redes sociales. Denostadores aparte, los “conservadores que se
hacen pasar por liberales”, agrupados en medios de comunicación “fifí” y
los periodistas antes beneficiarios del sistema político, con el
“chayo” o “embute” en sus cuentas personales.
Se
pensó que, de buenas a primeras, con el combate a la corrupción
“barriendo como se barren las escaleras” de arriba para abajo, con una
nueva estrategia contra el narcotráfico atendiendo las causas desde la
propia base social, aparte de otras políticas como la revitalización del
sector energético —Pemex y la CFE— los acuerdos con los empresarios
para impulsar el crecimiento y una política social amplia con claro
sello “Estado de bienestar”, que con eso sería suficiente.
Pero
ya vemos que no. Que va en serio su propuesta Cuarta Transformación
(4T). Cuando la anunció, a su toma de protesta como presidente no se
vería claro cómo jugaría esa carta. Superar las otras tres no se veía
sencillo.
Siempre se
refirió a los momentos clave de la vida nacional: la Independencia, que
entre 1810 y 1821 liberó a México del coloniaje español; la Reforma,
entre 1858 y 1861 que dirimió el conflicto entre liberales y
conservadores con las “leyes de Reforma” impulsadas por Benito Juárez y
dio por resultado la separación de la Iglesia y el Estado; la Revolución
(1910-1917), el movimiento popular iniciado por Madero que devino
armado, no resolvió el problema social, pero trajo consigo la
promulgación de la Constitución actual.
Y
superarlos siendo un reto, una meta para un sexenio se ve lo menos
ambicioso. Pero ya está. Y es claro que recibirá apoyos, no se sabe si
los suficientes. Pero yo sostengo, como cuando era candidato asegurando
que merecía el beneficio de la duda, que ahora es lo mismo.
Ningún
país logra cambios de fondo sin medidas o políticas de trascendencia. Y
ese es el reto que se está planteando para México López Obrador. Una
cosa es cierta, lo han hecho otros países, porque el nuestro no. Sin
olvidar el factor Estados Unidos, el vecino de a lado, que tampoco es
poca cosa. Menos en el terreno de la geopolítica en la cual se inserta a
nuestro país, desde que se suscribió el TLCAN (hoy T-MEC) y se han
suscrito acuerdos en materia de seguridad como “América del Norte” (al
ASPAN, Alianza para la Seguridad y Prosperidad de América del Norte,
2005), y que nuestra soberanía energética no está cubierta, entre otros
temas de la relación bilateral que pueden significar dolores de cabeza.
Para
los retos, los mexicanos debemos estar preparados. Incluso para el
debate con los conservadores, que se están agrupando para descalificarlo
todo. Por ejemplo, desatados porque el nuevo gobierno desatiende y en
poco tiempo no resuelve problemas como la inseguridad, provocada y no
resuelta por ellos mismos.
Para
cambiar al país, Obrador goza de amplio respaldo y una legitimidad
incuestionable. El reto es por México. Por eso vale en “decreto”
antineoliberal, viene consolidar la 4T.
Escrito: 19-20 de marzo de 2019.
https://www.alainet.org/es/articulo/198808
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