Llegan con sus ojitos tristes, perdidos en la zozobra, desesperanzados, con la urgencia de conseguir trabajo porque a eso vinieron: a trabajar. Son los niños-hombres y las niñas-mujeres a quienes les robaron la infancia, a quienes hicieron crecer de golpe como a sus  padres y abuelos.  Tienen apariencia de niños y adolescentes pero algo les fue robado, algo no logró desarrollarse en lo que debe ser el proceso natural de crecimiento de un niño en una sociedad sana, bajo la protección de un Estado  que debería ser el que les brinde las oportunidades de desarrollo para una vida integral. 
Llegan derrotados, vencidos, con sus cuerpos como astillas, con sus sueños como alambres de púas, con el estigma como huella dactilar. Y traen la cólera, la ira, el miedo, el desasosiego y las interminables noches de desvelo y las madrugadas de hambre y pesadillas; son los niños-hombres y las niñas-mujeres que son expulsados del país de origen y llegan a Estados Unidos con el anhelo de una vida que nunca será. 
Con sus alistas de mariposas, con sus alitas de golondrinas, con sus alitas de ronrón, con sus caritas agrietadas que anhelan una mirada que los cobije y que los entienda.  Los niños-hombres y las niñas-mujeres se pierden en el limbo de los millones que llegaron hace décadas en igual situación y que envejecieron siendo niños-hombres y niñas-mujeres en los campos de cultivo, en las fábricas, limpiando cada peldaño de los rascacielos, cuidando hijos ajenos, limpiando casas, cortando grama: en los interminables mil oficios de la clase obrera. 
El trabajo es el común denominador en la alcantarilla, la universidad está tan lejos, tan alto que es inalcanzable para quien ha sido criado para sostener el mundo en sus hombros; porque el mundo descansa jampón sobre el lomo de los excluidos. Pareciera que la vida de esos niños-hombres y de esas niñas-mujeres en Estados Unidos puede cambiar, y tal vez sí pero de una minoría porque el enorme porcentaje viene con la responsabilidad del envío de remesas para ayudar en la crianza de hermanos menores y apoyar económicamente  a sus padres y abuelos, a sus  hijos; porque sí muchos de  esos niños-hombres y esas niñas-mujeres también a su corta edad tienen la enorme responsabilidad de la crianza de sus hijos: en el caso de las niñas que muchas han sido por violación y no de maras exclusivamente, como se pretende silenciar sistemáticamente el abuso sexual que viven dentro del propio hogar por personas conocidas o del mismo círculo familiar. 
Muchas de esas niñas-mujeres llegan cargando en sus brazos a bebés recién nacidos, bebés que cargarán también en sus espaldas en los campos de cultivo. La mayoría de estos niños-hombres y de estas niñas-mujeres jamás pisan una escuela en Estados Unidos, aunque sean menores de edad al momento de su llegada, porque su urgencia es trabajar y los explotadores lo saben y los contratan para pagarles menos: el abuso sistemático que no tiene fronteras. 
Y sus manitas se arrugan y se les nubla la vista, sus cabellos se tornan en la nieve de los años que en sus lomos curtidos  se rompen en la diáspora y;  explotadas también  una  y otra vez sus alitas de mariposas, sus alitas de golondrinas y sus alitas de ronrón, porque esos niños-hombres y esas niñas-mujeres nunca tendrán la vida que debió ser. 
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Ilka Oliva Corado  @ilkaolivacorado
17 de marzo de 2019, Estados Unidos.