Marcos Roitman Rosenmann
Cúcuta, Colombia, el hambre
acecha a miles de hogares de campesinos, la región es la más deprimida,
pobre y degradada del país. En su territorio conviven terratenientes,
contrabandistas, especuladores, paramilitares, narcotraficantes y guarimberos
venezolanos. El 23 de febrero de 2019 su territorio escenificó una
farsa. Los halcones de la Casa Blanca buscaron asestar un golpe
definitivo contra el gobierno legítimo de Venezuela. Una caravana de
dudoso contenido humanitario, procedente de las reservas militares de
Estados Unidos, se convirtió en el pretexto para una invasión. Los
cucuteños contemplaron atónitos la trama. Iván Duque, mandatario de
Colombia, el anfitrión, escolta al autoproclamado
presidente encargadode Venezuela, Juan Guaidó. Le acompañan el secretario general de la OEA, Luis Almagro, los presidentes de Chile, Sebastián Piñera; de Paraguay, Mario Abdó, y la vicepresidente de Colombia, Marta Lucía Ramírez. Todos supervisados por Kimberly Breier, subsecretaria de Estado para asuntos del hemisferio occidental, cuya presencia delata quién está al mando de la operación. Un día antes, Elliott Abrams, el enviado especial de Donald Trump para Venezuela dio las instrucciones. La trama se recubre de un tono lúdico festivo.
La celebración del concierto ad-hoc, financiado por el
empresario británico Richard Branson: Venezuela Aid Live, es la excusa
perfecta. Entre sus participantes, Miguel Bosé. Mismo jacarero que actuó
en el Chile de Pinochet mientras se torturaba y se desaparecían a
cientos de militantes de la izquierda chilena. No fue una, sino varias
las ocasiones en las cuales recibió los parabienes e invitación del
tirano. Actuó en el festival de Viña del Mar en 1981, 1982 y 1984. Su
persona y su música fue un reclamo de la dictadura. Sus discos se
vendían como una forma de acallar el llanto, dolor y quejidos en las
sesiones de tortura. Pero Miguel Bosé no tiene límites, el 23 de febrero
de 2019, cantó para los golpistas venezolanos en Cúcuta. En su
actuación, éxtasis de por medio, increpó a la alta comisionada de
Naciones Unidas para los Derechos Humanos, la chilena Michelle Bachelet:
Ven aquí, mueve tus nalgas y hazte valer con la autoridad que tienes o si no, para esto no sirves ¡fuera!Entre aplausos y caras de estupor no faltaron las críticas. Sin saberlo, Bosé aupaba a Michelle Bachelet a la condición de mártir, provocando una ola de adhesiones a la alta comisionada. Atrás quedaban sus años como presidenta de Chile, en cuyos mandatos se violaron los derechos humanos, se asesinaron a dirigentes Mapuche, se reprimieron a los estudiantes, se torturó, encarceló arbitrariamente y se restringió la libertad de prensa (Caso Clarín).
A pesar de todo, las palabras del jacarandoso Bosé no cayeron en saco
roto. La ex presidenta de Chile parece haber escuchado a Bosé, movió
sus nalgas y se ha prestado para escenificar una situación de caos,
crisis humanitaria, torturas, asesinatos y persecución del gobierno
constitucional y legítimo de Venezuela, frente al indefenso Juan Guaidó y
la oposición menos beligerante y pacífica en la historia de América
Latina. En su informe anual, presentado estos días subrayó estar
muy preocupada por el debilitamiento de la democracia, especialmente por la continua criminalización de las protestas pacíficas (...) mi oficina documentó numerosas violaciones de los derechos humanos y abusos de las fuerzas de seguridad y grupos armados progubernamentales incluyendo el uso excesivo de la fuerza, asesinatos, detenciones arbitrarias, torturas, amenazas e intimidaciones (...) también le inquieta el aumento de las restricciones la libertad de expresión y prensaTales afirmaciones me hacen dudar, se refiere a Venezuela o aluden a Chile, Brasil, Argentina, Honduras, Ecuador, Colombia, El Salvador, Guatemala, Paraguay, Perú, Nicaragua, Panamá, México o Haití. No me queda claro. No sé si también se refiere a Estados Unidos.
Mientras Bachelet, baila al son de Amante bandido, de Bosé,
le preocupa que sus enviados en Caracas sufran presiones y sus
entrevistados persecución o cárcel. Ninguna alusión a las guarimbas,
los atentados perpetrados por paramilitares colombianos en la frontera,
el llamado al magnicidio, la sedición, el sabotaje o la ilegitimidad de
un autoproclamado presidente que se jacta pidiendo un golpe de Estado y
solicitando una invasión extranjera. Aun así, para cubrir el
expediente, Bachelet decide bailar al son del éxito de Bosé Libre ya de amores,
alertando que las sanciones de Estados Unidos pueden agravar la crisis
económica. Para la comisionada, no hay más que unos responsables de la
situación que enfrenta Venezuela: el gobierno del presidente Nicolás
Maduro. La parcialidad, falta de neutralidad e incapacidad de un
análisis equilibrado deja a las claras las futuras conclusiones de la
Alta Comisionada de la ONU, que debe emitir en junio de este año. Para
este viaje no hacen falta alforjas.
Es una pena que el mérito más señalado de Michelle Bachelet sea la
condición de hija del general Alberto Bachelet, muerto en la tortura por
mostrar lealtad al gobierno de Salvador Allende. Era encargado de las
Juntas de Abastecimiento y Precios (JAP), organismo destinado a combatir
el acaparamiento de productos de primera necesidad, medicinas,
alimentos básicos diseñado por los empresarios y comerciantes a fin de
crear una situación artificial de hambre y desabastecimiento. Su gestión
puso al descubierto una parte de la trama civil del golpe de estado. La
Alta Comisionada, su hija, olvida que su
tío, como llamaba en la intimidad al general Gustavo Leigh, amigo y compañero de armas de su padre, con quien compartía tardes de domingo, fiestas y secretos, lo mandó torturar hasta la muerte. Tal vez, Michelle Bachelet, su hija, sufre el síndrome de Estocolmo, ha mutado en golpista, prefiere recibir órdenes de Donald Trump, o asumir todas a la vez. Seguramente los fantasmas de los desaparecidos y asesinados en Chile y América Latina, en nombre de la seguridad de Estados Unidos no le perturban sus sueños.
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