Francia
Desde 1968 Francia no
ha conocido ningún movimiento social tan vasto como la actual rebelión
campesina y rural, de las clases medias pobres del campo y de la ciudad,
de los jubilados, de los desocupados reunidos en los Chalecos
Amarillos.
Esta es una ola social de fondo y arrastra por
consiguiente a capas atrasadas y a los bajos fondos, que comparten el
odio a las clases dominantes y su establishment o, simplemente,
aprovechan para saquear. Tanto puede degenerar como servir de base a la
derecha nacionalista y fascista o apoyar, si avanza políticamente, un
ala socialista anticapitalista Macron, como ministro de Economía del
anterior presidente socialista de derecha François Hollande, al aumentar
los impuestos indirectos sentó las bases de esta actual crisis social y
política que tiene fuerte impacto económico en la producción y en el
comercio.
Como presidente, cerró ramales ferroviarios,
canceló frecuencias de trenes e hizo todo lo posible para preparar la
privatización de los ferrocarriles enfrentando incluso una huelga de
tres meses. Al mismo tiempo retiró de las zonas rurales oficinas de
impuestos, escuelas, maternidades y hospitales obligando a los
habitantes a depender de automóviles viejos y contaminantes que no
pueden renovar. Redujo también el personal en escuelas, oficinas,
hospitales, casas para ancianos y en las cárceles, aumentando así la
intensidad de trabajo y de explotación a quienes se salvaron de esa poda
salvaje.
Simultáneamente, les quitó a los alcaldes hasta el 10
por ciento de su presupuesto impidiéndoles así hacer reparaciones u
obras y convirtiéndolos en pararrayos de la ira de los ciudadanos, se
negó a discutir con los sindicatos su política antiobrera y modificó
unilateralmente la legislación laboral para favorecer a los patrones, a
los que eliminó el impuesto a la renta y favoreció en todo mientras
cargaba de impuestos indirectos a todos los demás.
Macron
igualmente dejó cerrar grandes empresas que había jurado defender, logró
que los jueces y abogados se declarasen en huelga por la modificación
sin consultarles de su profesión y, para colmo, actuó como si fuese un
rey.
Eliminó en efecto los organismos estatales de mediación
(sindicatos, alcaldías, Parlamento, al que ignora a pesar de contar con
la mayoría absoluta). Realiza casi diariamente declaraciones
provocadoras y defendió tan abiertamente a su gorila principal -culpable
de disfrazarse de policía para golpear gente el primero de mayo- que
tuvo que desmentir públicamente que aquél era su amante. El episodio
provocó la renuncia de su ministro del Interior y, después, hizo
renunciar también al ministro del Ambiente porque se tragó sus promesas
de reducir las usinas nucleares y, además, autorizó la caza libre.
De este modo los ingresos reales de los franceses cayeron diez por
ciento en los últimos diez años y la riqueza se concentró descaradamente
en cada vez menos manos.
El aumento del impuesto al diésel
(el principal combustible de los autos de los pobres que, además,
dependen de su vehículo para ir a trabajar o hacer trámites) fue la
chispa que hizo estallar toda esa pólvora movilizando contra él y el
poder a la Francia profunda, que en un 60 por ciento se había abstenido
en las elecciones presidenciales e incluso había en parte sufragado por
su partido nuevo y desconocido por repudio a los otros y por temor al
fascismo de Le Pen.
Esta ola de fondo rechaza la pasividad y
el institucionalismo de las burocracias sindicales y a los partidos de
la izquierda tradicional (socialistas, socialdemócratas, comunistas) por
su electoralismo y cretinismo parlamentario. Está formada por gente que
se lanza a la acción. Si ella rompe las vitrinas de los barrios ricos,
quema los autos de lujo o escribe en el Arco de Triunfo palabras soeces
contra Macron es porque jamás va a esos barrios ni los monumentos a las
victorias militares son sus monumentos, cosa que los patrioteros como
Macron no entienden. Territorializa su protesta, como hizo la Comuna al
destruir la columna de la Plaza Vendôme, dedicada a las glorias
militares de Napoleón.
El de los Chalecos Amarillos es un
movimiento que pone en primer plano a la gente común, trabajadora, mueve
una gran cantidad de mujeres (lo cual indica la profundidad de la ola
social) y de jubilados, que son pobres pero cuentan con experiencias de
lucha a sus espaldas. A diferencia de las idioteces de Laclau y de
Chantal Mouffe que creen que los movimientos de este tipo necesitan un
Líder, éste evita la delegación y la representación y, como en los
Clubes de la Revolución Francesa o en la Comuna, elige dirigentes ad
hoc, no líderes ni caudillos.
No tiene un programa formal
pero sí exigencias programáticas comunes a todo el país: menos impuestos
a los pobres y más a los ricos, servicios públicos de calidad, trabajo,
aumento de jubilaciones, defensa del ambiente, más transporte
colectivo, ocho horas efectivas.
No es fascista. Incluso la
TV mostró chalecos amarillos que echaban a trompadas a fascistas
organizados y otros, en el Sur, marchando con la CGT y los sindicatos
más combativos. Pero, si no encuentra un canal a su anticapitalismo
primitivo, podría servir a la extrema derecha que tratará de sacar
provecho en las elecciones europeas a costa de la République en Marche
(el movimiento-partido de Macron).
Eso plantea un gran desafío a
los revolucionarios que deben participar en la lucha tal como es y por
los legítimos intereses generales sin tratar de sacar de ella provecho
para el partido si quieren ser escuchados y organizar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario