Muchos entre los
autoproclamados periodistas progresistas y analistas en el mundo hacen
hincapié en la riqueza de los candidatos, en los millones de dólares
necesarios para ser elegidos, en los ingresos adicionales del candidato y
congresista elegido provenientes de los grupos de presión (“lobbies”),
en la corrupción y en la feroz rivalidad bipartidista. Sin embargo, casi
todo el mundo lo sabe, incluso en Estados Unidos. En este último caso,
por ejemplo, durante las elecciones presidenciales, la concurrencia de
los electores habilitados apenas alcanzó entre el 50 % y el 52 %. Aun
teniendo en cuenta el número récord de votantes durante las elecciones
de mitad de mandato de 2018, la abstención es aproximadamente del 50 %
de los votantes habilitados para hacerlo. ¿Por qué sería perjudicial
fomentar la noción de que los candidatos estén nadando en millones de
dólares, envueltos en corrupción y en el descrédito de las disputas
intestinas del partido, para la gente que se preocupa por ello?
“Los millones de dólares necesarios para ser elegidos: casi todo el mundo lo sabe”.
Time, 13 de agosto del 2012. Fotos: Cortesía del autor
Haciendo
énfasis en estos aspectos, las principales características del sistema
político estadounidense (tan importantes que constituyen una parte
fundamental de su cultura política) están encubiertas. Por cultura
política me refiero al pensamiento, la perspectiva y las actividades, en
este caso, del sistema político, tal como es aplicado y propagado por
las élites gobernantes.
¿Cuáles características de la cultura política estadounidense deberían conocerse?
1.
En cuanto al dinero, mientras más sutil es la publicidad a través de
los medios de comunicación, esta es mucho más importante. Por ejemplo,
la reciente campaña electoral de mitad de mandato y los resultados son
presentados por la élite de los medios en el Norte, y en muchos casos
son reproducidos en el Sur, como una batalla del bien contra el mal,
representado por Trump. Sin embargo, ¿cómo surge el “trumpismo”? Hasta
marzo de 2016, los medios de comunicación corporativos (especialmente la
CNN en inglés), bajo el pretexto de realizar reportajes, entrevistas y
paneles interminables donde se presentan panelistas pro-Trump, ya había
ofrecido al “ilustre viejo partido republicano” (GOP) de Trump, una
venta estratégica de 2 000 millones de dólares en medios gratuitos. Esto
significaba más “anuncios” gratuitos que todos los demás candidatos del
Partido Demócrata y del GOP combinados. Al final de la campaña para las
elecciones generales presidenciales de 2016, los medios corporativos
habían proporcionado un total de 5 000 millones de dólares en
visibilidad gratuita a Trump. En ese momento era imposible mirar CNN en
inglés sin escuchar el nombre de “Trump”. Por tanto, este medio elitista
creó a Trump, y en ese proceso aumentó el número de anuncios
empresariales destinados a CNN en inglés, así como las tarifas de dichos
anuncios.
2. El sistema bipartidista y el “menor de dos males”
están arraigados en la conciencia de muchos estadounidenses y de muchos
en Occidente y en el Sur, como, por ejemplo, en América Latina, inundada
con esta característica de la cultura política estadounidense. Todos
los medios corporativos estadounidenses están unidos en la actual
cacofonía diaria para presentar un ala del sistema bipartidista como la
“izquierda” (el Partido Demócrata) y la otra como la “derecha” (el
Partido Republicano). No son pocos los periodistas y analistas que
sucumben ante esto.
“Al final de la campaña para las elecciones generales presidenciales de 2016, los medios corporativos
habían proporcionado un total de 5 000 millones de dólares en visibilidad gratuita a Trump”
3.
El fetichismo electoral es un distintivo de la cultura política
estadounidense oficial. Estamos abrumados por una “campaña electoral
permanente”, impuesta por medios virtuales internacionales. Tan solo
para dar el ejemplo más reciente de las elecciones de mitad de mandato,
es de dominio público que la campaña política de verano y de otoño de
2018, y las campañas de la televisión durante la noche y los días
siguientes a los resultados —todo ello combinado y acumulado—, son
consideradas tan solo como un ejercicio de precalentamiento y como un
primer paso hacia las elecciones presidenciales de 2020. El principal
efecto secundario de esto no significa tan solo estar abrumados y
aburridos. El resultado de este fetiche es que las acciones cotidianas
progresistas anti statu quo (no el auto-proclamado “progresismo”
democrático) impulsadas por la gente en las calles, lugares de trabajo e
instituciones educativas, son sustancialmente debilitadas o
virtualmente asfixiadas. Si no es así, los medios corporativos cooptan
muy hábilmente muchas de estas actividades populares en forma de
propaganda electoral. Esto es facilitado en algunos casos cuando estas
acciones —consciente o inconscientemente— están diseñadas para el
consumo electoral.
4. Como resultado directo de tal situación, se
desprende la cuarta característica de la cultura política
estadounidense: la cooptación. El poderoso papel de los medios de
comunicación, cultivar la ingenuidad y a la vez lucrar con ella, es un
veneno que nunca debe subestimarse. Hay muchos ejemplos de cómo los
movimientos revolucionarios o progresistas en Estados Unidos son
cooptados en el callejón sin salida del sistema bipartidista. Sin
embargo, tomemos uno de los casos más recientes. Tras la masacre en la escuela secundaria de Marjory Stoneman Douglas,
en Parkland, Florida, los estudiantes inspiraron heroicamente a la
mayoría de los estadounidenses, muchos de los cuales se unieron
masivamente en las calles, y en manifestaciones y en huelgas en las
escuelas, para exigir acciones en materia del “control de armas”. Sin
embargo, aun cuando era real en la base, el movimiento estudiantil
multifacético fue cooptado simultáneamente desde la acción de masas
hacia la política electoral por el Partido Demócrata, en las elecciones
de mitad de mandato.
Adicionalmente, la cuestión de las masacres
es mucho más profunda que el “sentido común de las leyes que regulan las
armas de fuego”. La masacre de Thousand Oaks,
California, el 8 de noviembre de 2018, no es la primera ejecutada por
un exmiembro de las fuerzas armadas. Esto indica una vez más que, desde
la Segunda Guerra Mundial, las masacres domésticas están vinculadas a la
agresión estadounidense y a las masacres en todo el mundo. Los
tiradores masivos de EE.UU. son desproporcionadamente veteranos de la
guerra: 35%. Estados Unidos es, de lejos, la sociedad más violenta del
mundo, en la que esta cultura de la violencia doméstica e internacional
influye y contribuye a la cultura política general. De esta manera, el
movimiento por el “control de armas”, como cualquier otra actividad
legítima de masas, no puede atarse al fetichismo electoral y menos aún a
uno de los dos partidos dominantes. Sin embargo, mientras escribo estas
líneas, los estudiantes de Parkdale se están organizando para ejecutar
acciones de masa tras el tiroteo en Thousand Oaks, California. No
obstante, ¿serán estas valientes y persistentes acciones populares
capaces de impedir ser devoradas por el vórtice de las elecciones
presidenciales de 2020? ¿Será este creciente movimiento capaz de
resistir a las ilusiones de la Cámara de Representantes en el Congreso
controlado ahora por los Demócratas, y evitar ser contagiado por la
gloria política, la carrera y la popularidad personal de cada miembro
del Congreso con miras al 2020, lo que constituye siempre su principal
interés? ¿Llevará esto a que la iniciativa del movimiento sea cooptada
por el fetichismo electoral?
5. Este problema de la cooptación,
presentado en el ejemplo del movimiento contra la violencia armada,
también nos lleva a la cuestión fundamental de la violencia racista en
contra de indígenas y afroestadounidenses. Esta característica de la
cultura política reaccionaria se remonta a la fundación de las Trece
Colonias, en los siglos XVII y XVIII. De hecho, la historia y los
acontecimientos actuales indican que en Estados Unidos, el Estado
constituye un vestigio de la esclavitud y el genocidio contra los
indígenas estadounidenses. Esta apreciación realista del Estado debe —o
debería— permear la evaluación de la cultura política impuesta por las
élites estadounidenses. Esto es mucho más complejo que el tratamiento
superficial dado por los medios corporativos y algunos medios
progresistas a temas como la financiación, la corrupción y la guerra
salvaje interpartidista del sistema electoral, lo que resulta muy
evidente en la medida en que esta se normaliza: casi todo se puede
escribir o decir para ocultar que en Estados Unidos el Estado constituye
un vestigio de la esclavitud y el genocidio.
6. Los
afroestadounidenses han sido siempre —y lo siguen siendo actualmente— la
vanguardia de la oposición revolucionaria frente al statu quo de
la cultura política, como el necesario e inevitable resultado de su
condición histórica, impregnada de ideologías marxistas y otras
revolucionarias. Examinar el proceso electoral estadounidense, como el
de mitad de mandato, sin ocuparse de esta contradicción histórica como
piedra angular de la cultura política dominante —y donde cualquier ciclo
electoral posiciona a indígenas y afroestadounidenses—, equivale a
analizar un proceso político como, por ejemplo, en América Latina,
negándose a tomar en cuenta los efectos del colonialismo europeo y del
imperialismo estadounidense, sus aliados occidentales y sus serviles
oligarquías locales de la región.
7. ¿Cuál es entonces la
situación actual de los indígenas y afroestadounidenses en cuanto a su
vocación histórica, que aún está por realizarse? Los afroestadounidenses
son la vanguardia de la oposición a la cultura política dominante. Sin
embargo, esto nunca se sabe cuando se lee y se escucha la mayor parte de
la élite periodística y a los analistas, incluso aquellos que se
proclaman “progresistas”.
No obstante, la realidad reconocida por
la misma contraofensiva negra de los periodistas y activistas, su
propio movimiento, es debilitado y limitado por la capacidad del Partido
Demócrata de cooptar a una pequeña fracción de afroestadounidenses en
sus filas, como lo hace con otros movimientos de masa progresistas. De
este modo, parte esencial de la cultura política de los círculos
dominantes es que el Partido Demócrata, lejos de estar inclinado a la
izquierda o al menos ser más progresista que el Partido Republicano
moderno, como lo ha pretendido, es en realidad el cementerio del avance
de una verdadera izquierda alternativa. ¿Están algunos lectores
confundidos? No es sorprendente.
Por una parte, las fuerzas
revolucionarias de izquierda en Estados Unidos están muy familiarizadas
con este fenómeno: ellas padecen enormemente y de forma trágica el rol
de excavadoras de la tumba del Partido Demócrata, especialmente desde la
Segunda Guerra Mundial. Por otra parte, en otros lugares como en
Europa, América Latina y el Caribe, gran parte de la prensa, incluyendo
algunos medios de la izquierda progresista, dan una imagen opuesta del
Partido Demócrata: un vehículo de cambio, de progreso y un caldo de
cultivo para una “alternativa de izquierdas”. No obstante, esta óptica
provoca burlas por parte de la izquierda revolucionaria estadounidense.
Este es uno de los dilemas que este artículo se esfuerza por afrontar
como un primer paso.
No valorar este hecho —ya sea por limitación
intencional o ingenua— significa encubrir un aspecto esencial de la
cultura política.
En conclusión, basta con afirmar por el momento
que los escritores afroestadounidenses y no afroestadounidenses, y los
activistas, forman parte de esta lucha, de este movimiento de oposición
amplio y creciente frente a la cultura política del statu quo.
Compuesto por decenas de miles de periodistas, escritores, analistas,
activistas sociales, políticos, y los medios sociales, esta formidable
cultura política de izquierda −e incluso revolucionaria– merece ser
conocida por analistas y periodistas fuera de Estados Unidos, y así en
América Latina y el Caribe, a través de sus escritos, sus audiencias y
el público en general.
Nota: En noviembre 2016, en una
entrevista exclusiva a Punto Final (Chile), abordé aspectos de este tema
de la cultura política estadounidense, pero desde otra perspectiva.
Fuente: http://www.lajiribilla.cu/articulo/elecciones-en-estados-unidos-cultura-politica-o-cultura-del-dinero
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