En algún Congreso sobre Medios Alternativos se decía que “La
evolución de la Web, el surgimiento de los medios alternativos, las
redes sociales de Internet, así como los blogs y wikis, crean nuevas
posibilidades para la comunicación social y política. Este nuevo
escenario comunicativo a nivel internacional demanda cada vez más la
creación de condiciones para maximizar su aprovechamiento”. Sin caer
en empobrecedores maniqueísmos ni valoraciones moralizantes, ni tampoco
en triunfalismos exagerados que pierden la verdadera dimensión de las
cosas, digamos que toda esta amplia batería de nuevas tecnologías ofrece
interesantes posibilidades si lo pensamos desde una perspectiva
transformadora, quizá revolucionaria incluso, al mismo tiempo que no se
pueden desconocer sus peligros latentes. El reto está en ver cómo se
navega en esas aguas y se puede llegar a buen puerto.
Las
llamadas Tecnologías de la Información y Comunicación -TICs- son
especialmente atractivas, y con mucha facilidad pueden pasar a ser
adictivas (de la real necesidad de comunicación fácilmente se puede
pasar a la “adicción”, más aún si ello está inducido, tal como sucede
efectivamente). En una investigación que se hizo vez pasada en Guatemala
sobre este tópico se preguntó a jóvenes usuarios de estas tecnologías
-de distinta extracción social, de ambos sexos, con edades de entre 17 y
25 años- si al estar haciendo el amor reciben una llamada a su teléfono
celular, ¿qué harían? Muchos y muchas (alrededor de un 75%)
respondieron que, sin dudarlo, contestarían. No hay dudas que estamos
ante un importante cambio de actitudes.
Estamos invadidos por
una cultura del uso de lo digital; se nos ha dicho incluso,
interesadamente o no, que la llamada “Primavera árabe”, por ejemplo, se
provocó por la catarata de mensajes de texto transmitidos en los
teléfonos móviles y por el uso de las llamadas redes sociales. ¿Las
nuevas revoluciones, entonces, se construirán sobre la base de
realidades virtuales que movilizan a las masas? En Guatemala los
movimientos cívicos anticorrupción del 2015 que terminaron sacando del
poder a presidente y vicepresidenta se generaron casi exclusivamente a
través de redes sociales (luego se supo que hubo ahí una monumental
manipulación, habiéndose creado cantidad de perfiles falsos desde donde
se lanzaron las convocatorias).
Dejamos aquí el análisis
político pormenorizado tanto del movimiento de los pueblos árabes como
lo que se jugó en Guatemala, porque no es el espacio adecuado para
tratarlo, pero no podemos menos de indicar que estas nuevas modalidades
comunicacionales tienen una fuerza decisiva. En la actualidad vivimos
una cierta entronización de lo digital que puede llevarnos a verlo como
panacea. De todos modos, más allá de la interesada prédica que
identifica a las TICs con una nueva pretendida solución universal, no
hay dudas que tienen algo especial que las va tornando imprescindibles.
Estar
“conectado”, estar todo el tiempo con el teléfono celular en la mano,
estar pendiente eternamente del mensaje que puede llegar, de las redes
sociales, del chat, constituye un hecho culturalmente novedoso. ¿Quién
perteneciente a una generación anterior a la actual respondería
afirmativamente a la pregunta arriba citada, respecto a la intimidad de
su vida sexual y el uso de un teléfono?
La definición más
ajustada para un teléfono celular (lo mismo se podría decir de las TICs
en general) es que, poseyendo el equipo en cuestión -teléfono,
computadora, acceso a internet- se está “conectado”, que es como decir:
“estar vivo”. Definitivamente todas estas tecnologías van mucho más allá
de una circunstancial moda: constituyen un cambio cultural profundo, un
hecho civilizatorio, una modificación en la conformación misma del
sujeto y, por tanto, de los colectivos, de los imaginarios sociales con
que se recrea el mundo. Eso nos abre forzosamente la pregunta:
¿constituyen también un arma política? ¿Son un instrumento más para el
cambio social? La revolución socialista (pensemos que eso, aunque hoy
día esté supuestamente “pasado de moda”, sigue siendo una posibilidad),
¿puede beneficiarse de estos instrumentos?
Lo importante a
destacar es que esa penetración que tienen las TICs no es casual. Si
gustan de esa manera, es por algo. Como mínimo se podrían señalar dos
características que le confieren ese grado de atracción: a) están
ligadas a la imagen, y b) permiten la interactividad en forma perpetua.
La
imagen juega un papel muy importante en las TICs. Lo visual, cada vez
más, pasa a ser definitorio. La imagen es masiva e inmediata, dice todo
en un golpe de vista. Eso fascina, atrapa; pero al mismo tiempo no da
mayores posibilidades de reflexión. “La lectura cansa. Se prefiere el significado resumido y fulminante de la imagen sintética. Ésta
fascina y seduce. Se renuncia así al vínculo lógico, a la secuencia
razonada, a la reflexión que necesariamente implica el regreso a sí
mismo”, se quejaba amargamente Giovanni Sartori (1). Lo cierto es
que el discurso y la lógica del relato por imágenes están modificando la
forma de percibir y el procesamiento de los conocimientos que tenemos
de la realidad. Hoy por hoy la tendencia es ir suplantando lo
racional-intelectual -dado en buena medida por la lectura- por esta
nueva dimensión de la imagen como nueva deidad.
Junto a eso
cobra una similar importancia la fascinación con la respuesta inmediata
que permite el estar conectado en forma perpetua y la interactividad, la
respuesta siempre posible en ambas vías, recibiendo y enviando todo
tipo de mensajes. La sensación de ubicuidad está así presente, con la
promesa de una comunicación continua, amparada en el anonimato que
confieren en buena medida las TICs. (Muchos “tímidos” consiguen pareja
por su intermedio. Eso es un hecho. Además, a partir de ese anonimato,
cualquiera se puede permitir cualquier cosa, opinar, decir lo que jamás
diría cara a cara, insultar, provocar, etc., etc.).
La llegada
de estas tecnologías abre una nueva manera de pensar, de sentir, de
relacionarse con los otros, de organizarse; en otros términos: cambia
las identidades, las subjetividades. ¿Quién hubiera respondido algunas
décadas atrás que prefería contestar el teléfono fijo a seguir haciendo
el amor?
Hoy día la sociedad de la información, por medio de
estas herramientas, nos sobrecarga de referencias. La suma de
conocimiento, o más específicamente: de datos, de que se dispone es
fabulosa. Pero tanta información acumulada, para el ciudadano de a pie y
sin mayores criterios con que procesarla, también puede resultar
contraproducente. Puede afirmarse que existe una sobreoferta
informativa. Toda esta saturación y sobreabundancia de ¿información?, y
su posible banalización, se ha trasladado a la red, a las TICs en
general, inundando todo. De una cultura del conocimiento y su posible
apropiación se puede pasar sin mayor solución de continuidad a una
cultura del divertimento, de la superficialidad. Las TICs permiten ambas
vías. Se ha hablado, entonces, de intelicidio. Parecería que las
redes sociales contribuyen mucho a eso: el olvido (¿o la muerte?) del
pensamiento crítico. La opinión política, el análisis pormenorizado, la
reflexión profunda se va reemplazando por un tuit de 150 caracteres.
Si
bien las TICs se están difundiendo por toda la sociedad global, quienes
más se contactan con ellas, las utilizan, las aprovechan en su vida
diaria dedicándole más tiempo y energía, y concomitantemente viéndose
especialmente influenciados por ellas, son los jóvenes. Es evidente que
la globalización en curso uniforma criterios sin borrar las diferencias
estructurales; de ahí que, diferencias mediantes, las generaciones
actuales de jóvenes son todas “hijas de las TICs”, o “nativos
digitales”, como se les ha llamado. “Aquello que para las generaciones anteriores es novedad, imposición externa, obstáculo, presión para adaptarse -en el trabajo, en la gestión, en el entretenimiento-
y en muchos casos temor reverencial, para las generaciones más jóvenes
es un dato más de su existencia cotidiana, una realidad tan naturalizada
y aceptada que no merece siquiera la interrogación y menos aún la
crítica. Se trata en efecto de una condición constitutiva de la
experiencia de las generaciones jóvenes, más instalada e inadvertida a
medida que se baja en la edad” (2)
En esa dimensión, lo
importante, lo definitorio es estar conectado y siempre disponible para
la comunicación. De esa lógica surgen las llamadas redes sociales,
espacios interactivos donde se puede navegar todo el tiempo a la
búsqueda de lo que sea: novedades, entretenimiento, información,
aventura, etc., etc. En las redes sociales, usadas fundamentalmente por
jóvenes, alguien puede tener infinitos amigos. O, al menos, la ilusión
de una correspondencia infinita de amistades. En esa línea, creemos
importante no dejar de hacer notar que la superficialidad no es ajena a
buena parte de la cultura que generan las TICs. De ahí que debe verse
muy en detalle cómo estas tecnologías comportan, al mismo tiempo que
grandes posibilidades, también riesgos que no pueden menospreciarse. La
cultura de la ligereza, de lo superficial y falta de profundidad crítica
puede venir de la mano de las TICs, siendo los jóvenes -sus principales
usuarios- quienes repitan esas pautas. Sin caer en preocupaciones
extremistas, no hay que dejar de tener en vista que esa entronización de
la imagen y la inmediatez, en muchos casos compartida con la
multifunción simultánea (se hacen infinitas cosas al mismo tiempo),
puede dar como resultado productos a revisar con aire crítico: “en términos mayoritarios [los jóvenes usuarios de TICs] adquieren
información mecánicamente, desconectada de la realidad diaria, tienden a
dedicar el mínimo esfuerzo al estudio, necesario para la promoción,
adoptan una actitud pasiva frente al conocimiento, tienen dificultades
para manejar conceptos abstractos, no pueden establecer relaciones que
articulen teoría y práctica”. (3)
Pero si bien es cierto que
esta cibercultura abre la posibilidad de esta cierta liviandad, también
da la posibilidad de acceder a un cúmulo de información y a nuevas
formas de procesar la misma como nunca antes se había dado, por lo que
estamos allí ante un fenomenal reto.
Los medios alternativos
de comunicación -como el presente, en el que se está leyendo este texto,
y que hacen uso de la red, de todas estas nuevas herramientas
digitales- son un granito de arena más en la larga y continuada lucha
por un mundo mejor. Hoy, caído el Muro de Berlín, y con él muchas
esperanzas, no hay dudas que el campo popular está un poco (bastante)
falto de ideas claras, de referentes precisos en la batalla por esas
transformaciones. Los ideales de algunas décadas atrás, si bien no han
desaparecido, quedaron golpeados. La fabulosa ola neoliberal que todavía
nos sigue afectando ha significado un golpe muy grande para la
izquierda, para el campo popular, para la ideología de la
transformación.
En ese marco, la cultura digital que ha
llegado con una fuerza fabulosa, abre un reto: obviamente, en tanto
tecnología, no es “buena” ni “mala”. Plantearlo así es sumamente
reduccionista, equivocado en definitiva. Pero no se puede dejar de
considerar cómo funciona, quién la maneja, qué papel juega para los
grandes poderes globales como negocio y como mecanismo de control
social. La posibilidad de construir ahí un espacio alternativo está
abierta.
Eso, sin dudas, implica una
lucha (¿hay acaso algún aspecto de lo humano que no la implique?), pues
los grupos de poder utilizan este instrumental con fines de
conservadurismo, para que nada se altere. Y por cierto que lo saben
hacer muy bien. De hecho cada vez más asistimos a un uso mentiroso de
estas posibilidades tecnológicas. Por lo pronto, en forma creciente y en
todas partes del mundo, la práctica política se basa en el más
repugnante engaño bien montado, mercadológicamente ofrecido. “ En la
sociedad tecnotrónica el rumbo lo marcará la suma de apoyo individual de
millones de ciudadanos incoordinados que caerán fácilmente en el radio
de acción de personalidades magnéticas y atractivas, quienes explotarán
de modo efectivo las técnicas más eficientes para manipular las
emociones y controlar la razón ”, pedía el polaco-estadounidense
Zbigniew Brzezinsky. Y así es, pues cada vez más asistimos a la creación
de los llamados “perfiles falsos” en las redes sociales por parte de
los políticos y/o las usinas ideológicas para hacer creer lo que no es
(que los políticos tienen muchos seguidores, que la población los ama,
que está de acuerdo con su accionar, inoculando ideología, diezmando el
pensamiento crítico. ¿Queda claro por qué lo de intelicidio?).
¿Por qué una gran cantidad de personas en todo el mundo repite lo que
repite sin cuestionárselo? Que en Venezuela hay una narcodictadura, por
ejemplo; que los misiles nucleares norcoreanos son peligrosos para la
paz mundial, pero no así los estadounidenses, solo para poner algunos
patéticos ejemplos. El engaño sigue estando presente en el ejercicio del
poder, y las redes sociales (atractivas, envolventes, fáciles de usar)
lo permiten muy ampliamente. O más aún: lo estimulan a niveles
exponenciales.
No debemos dejar de tener en cuenta que se han
abierto ciertos canales para una relativa democratización de la
información. En cierto sentido, todos podemos dejar nuestra marca en la
red de redes, decir, denunciar, hacer evidentes ciertas cosas. Pero no
hay que olvidar que ese fabuloso espacio virtual también está hiper
controlado por los enormes poderes de siempre, que el tráfico satelital
no lo maneja el campo popular, que tecnológicamente dependemos de unos
pocos servidores que manejan ese tráfico. La ilusión de creer que la
revolución se agota en una pantalla es un peligro. Bienvenidas las
tecnologías digitales, sin duda. Aprovechémoslas, conozcámoslas en
profundidad, saquémosle el máximo posible de provecho. Pero estemos
conscientes que la organización popular, que la revolución socialista no
son cuestiones puramente técnicas. La tecnología, si no está al
servicio de la causa del Ser Humano como especie, sigue siendo un
mecanismo de dominación.
Los medios alternativos de
comunicación son un elemento más de un prolongado combate popular en pro
de un mundo con mayor justicia, combate que por cierto no ha terminado
aún, que ha perdido quizá la batalla de estas últimas décadas, pero no
la guerra.
____________________
NOTAS
- Sartori, Giovanni. Homo videns. La sociedad teledirigida. Ed. Taurus. Barcelona, 1997.
- Urresti, Marcelo. Ciberculturas juveniles. La Crujía Ediciones. Buenos Aires, 2008.
- Estévez, C. La comunicación en el aula y el progreso del conocimiento , en Urresti, Marcelo. 2006.
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