Radio U. de Chile
Estamos en el día
siguiente de la nueva asunción de Sebastián Piñera a la Presidencia de
la República y se nos ocurre que un escalofrío sacude al país y que son
muchos más los que permanecen atónitos por el triunfo de la derecha.
Aunque, a decir verdad, más que una victoria, lo que se ha Estamos en el
día siguiente de la nueva asunción de Sebastián Piñera a la Presidencia
de la República y se nos ocurre que un escalofrío sacude al país y que
son muchos más los que permanecen atónitos por el triunfo de la derecha.
Aunque, a decir verdad, más que una victoria, lo que se ha producido
realmente es la bochornosa derrota de quienes estuvieron llamados a
consolidar democracia, justicia social y darle reparación a los millones
de chilenos abusados por la Dictadura, como por un régimen tildado de
neoliberal que ha perpetuado la inequidad y la vulneración de los
derechos sociales. Que ha acrecentado también la concentración de la
riqueza y entregado a dominio extranjero nuestras reservas naturales y
fuentes productivas.
En efecto, más que el retorno de Piñera lo que
debemos constatar es el fracaso de los gobernantes de la Concertación y
de mal llamada Nueva Mayoría. Desgraciadamente, la presencia del Partido
Comunista en el gobierno saliente, más que alentar los cambios, terminó
consintiendo con la continuidad de la Concertación. Con ese “más de lo
mismo” proclamado cínicamente por algunos políticos de la posdictadura,
cayendo en las mismas prácticas de quienes se hizo aliado. Esto es,
ocupar cargos para justificar muchos despropósitos y permitir que se
postergaran o sepultaran muchas promesas. Al precio, incluso, de
divorciarse de lo movimientos sociales y de las organizaciones políticas
vanguardistas, con quienes ahora sus dirigentes buscarán afanosamente
conciliarse para hacer oposición a los nuevos gobernantes.
El
legado político lo define siempre el futuro, pero nada podrá borrar en
nuestra historia la forma en que los sucesores de Pinochet salvaron a
éste de un juicio y condena en el principal Tribunal Internacional. Se
podrán celebrar algunos avances y muchas obras de desarrollo en estos
años, pero no se puede soslayar que en tres décadas de posdictadura, hoy
los ricos sean más ricos, y los pobres continúen esperando
oportunidades de trabajo digno, justas remuneraciones y pensiones que
les permitan encarar su tercera y cuarta edad sin mendigarle bonos al
Estado, como los que de las dos administraciones de Michelle Bachelet.
Al tiempo que los jubilados de las FFAA y de las policías percibían
millonarios estipendios y la “clase política” consolidaba ingresos y
prebendas treinta o cuarenta veces por encima de los salarios mínimos y
medio.
Hasta en materia de Derechos Humanos, quien fuera una
detenida y torturada política no tuvo la voluntad de hacer justicia y
reparación, si se consideran solamente los miles de chilenos que
quedaron sin tener reconocimiento oficial, como el desdén a las más
elementales demandas de las organizaciones de los presos, ejecutados y
detenidos desaparecidos. Seguramente a la espera de que sigan
falleciendo para así procurarle ahorros al erario nacional en materia de
reparación. Tal como el Dictador un día reconoció que los cadáveres de
los chilenos asesinados eran sepultados de a dos o más por urna con el
mismo propósito.
Quizás si la única fortaleza demostrada por los
últimos gobiernos haya sido la coincidencia de todos éstos en negarle a
nuestros países vecinos el diálogo y el justo consentimiento a algunas
de sus demandas, habida cuenta que fue mediante una guerra fratricida
que nuestro territorio creció y se hizo dueño del cobre, del salitre y
del litio del Desierto de Atacama. Millonarias cifras para incrementar
nuestro poderío bélico y así alimentar la ociosidad militar, cuanto
garantizarse la complicidad de aquellos oficiales cargados de
charreteras y distinciones por guerras que en sus vidas nunca ganaron,
salvo que contabilicen las masacres cometidas en nuestro propio
territorio, como la de Santa María de Iquique y la denominada
“Pacificación” de la Araucanía. En vez de buscar, como se prometió,
también, un camino de hermandad que le habría reportado a nuestra
economía valiosos recursos para cimentar su crecimiento, en la
explotación conjunta, por ejemplo, de los ricos recursos de nuestras
fronteras para goce común de chilenos, bolivianos y peruanos.
Un
enorme celo político militar, sin duda, para defender nuestra soberanía,
en circunstancia que el mar, los ríos, fiordos, bosques, el subsuelo y
los recursos energéticos fueron transferidos a precio vil a las
transnacionales por el propio Pinochet, tanto por quienes le sucedieron.
Constatación que se hace en la colosal riqueza que hoy ostenta su yerno
Julio Ponce Lerou, acrecentada considerablemente después que su suegro
muriera impune y en la paz de su hogar.
¡Vaya cuánta desvergüenza
podríamos agregar todavía con el fenómeno de la corrupción que, si bien
se hizo transversal en toda la política alcanzó hasta el más cercano
entorno de los mandatarios con el bullado escándalo del MOP Gate y, en
el último gobierno, por el tráfico de influencia y otros delitos
cometidos por familiares directos de la Presidenta Bachelet! Por su
nuera Compagnon formalizada por la Justicia y un hijo que seguramente
todavía ha sido imputado solo por la lenidad de un fiscal que desestimó
las más contundentes pruebas en su contra. Persecutor público al que la
Mandataria, en uno de sus últimos actos, quiso recompensar nombrándolo
notario de la ciudad de San Fernando. Es decir, para asegurarle en forma
vitalicia un suculento ingreso. Desplazando, para ello, al que ya había
sido nombrado por su abyecto ministro de Justicia, en una maniobra que
las nuevas autoridades acertadamente desbaratarán.
Es innegable
que Piñera asume la Presidencia mejor premunido que en su primera
oportunidad, cuando buena parte de la clase empresarial y numerosos
políticos del sector desconfiaban de él y acusaban su voracidad en los
negocios, para desafiar las leyes y cimentar una de las más veloces
fortunas del país y del mundo. Ahora, no se puede negar que solo es
visto con desconfianza por algunos parlamentarios y dirigentes de
partidos o agrupaciones. Pero qué duda cabe que puede estar al tris de
sumar apoyos en una nada de despreciable falange de demócratas
cristianos desencantados con su partido. Así como también ha logrado
empatizar con los credos evangélicos y la propia Conferencia Episcopal
católica, entidades que, pese a sus propias prácticas de abusos y
corrupción mantienen mucho arraigo en la sociedad.
Pero nada de
ello asegura que su actual gobierno pueda manifestar muchas diferencias
con el anterior. Años atrás le escuchamos decir al historiador Gonzalo
Vial que la derecha chilena francamente no era democrática y que solo
consentía con este régimen de gobierno si el marco institucional
garantizaba sus intereses. Afirmación que fundaba en el Golpe Militar de
1973, justamente cuando un presidente como Allende se propuso hacer
transformaciones profundas que sin duda afectarían la hegemonía que les
propiciaba la Constitución, las leyes y las Fuerzas Armadas.
Por
esto es que sería ingenuo pensar ahora que lo que no hicieron sus
antecesores pudiera realizarlo el mandatario recién asumido. Esto es,
avanzar a una nueva Carta Magna, frenar la desigualdad social y, aunque
tardíamente, esclarecer toda la verdad de lo acontecido durante la
Dictadura, señalando a los culpables y reparando a sus víctimas.
Tampoco
sería razonable suponer que la corrupción pueda ser sancionada por
quienes con ella justamente han consolidado riqueza y poder las familias
gobernantes. Si consideramos que esta lacra desde siempre se ha
manifestado es en las cúpulas patronales y en los políticos entronizados
en las instituciones públicas, gracias al histórico cohecho y el
financiamiento irregular de las elecciones.
Tampoco un derechista
como él va a manifestar demasiado interés por una educación
igualitaria, cuando al fin de cuenta (y muchas veces lo han reconocido)
lo que necesita el país son elites “emprendedoras”, así como mano de
obra barata. Y la cultura, cuanto la instrucción, realmente conspiran
contra ello y la posibilidad de que nuestras exportaciones sean
“competitivas”. Por lo mismo que frente a temas como el de la
inmigración se consentirá con este fenómeno solo si los que llegan están
dispuestos a trabajar por menos paga que los chilenos y mientras no
osen, por supuesto, organizarse y luchar por sus derechos.
Lo que
también nos hace temer que en el agudo conflicto de la Araucanía lo que
hará este gobierno será ponerse de parte de las grandes industrias y de
los más poderosos instalados en la zona a fin de perpetuar el despojo
de las ancestrales pertenencias y derechos de la nación mapuche. Al
estilo de lo que hicieron los conquistadores y la república autoritaria
entonces consolidada por las constituciones del año 1833 y 1925. Como
ahora por la actual, y que seguirá vigente mientras el pueblo no tome
plena conciencia de que es el legado de Pinochet el que ha marcado la
razón de estado de todos los gobiernos que le siguieron.
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