Eric Nepomuceno
El cuatro de abril será miércoles. Acorde a lo que dicen las páginas en las redes sociales, no habrá ningún concierto de Julieta Venegas.
Pero en Brasil será un día esencial: el Supremo Tribunal Federal, instancia máxima de la justicia en mi país, decidirá si el ex presidente Lula da Silva podrá o no ser llevado a la cárcel antes que se agoten todas las instancias a las cuales podrá recurrir.
Lula da Silva ha sido condenado, tanto en primera como en segunda instancia, por haber aceptado un departamento playero como soborno.
Lo más escandaloso del juicio es que no hubo una sola, única y miserable prueba de que eso haya ocurrido.
Convicción ha sido el principal argumento de la acusación, y la razón central de la condena del provinciano juez de primera instancia, Sergio Moro, reformulada (le aumentaron la condena) por los de segunda.
Brasil vive un caos. La economía ofrece débiles, muy débiles, señales de recuperación. El gobierno es rechazado por 74 por ciento de la opinión pública, y el desempeño personal del presidente Michel Temer es reprochado por 85 por ciento de los entrevistados.
La intención de los fundamentalistas del Poder Judicial –fiscales, jueces de primera instancia– era despertar el martes 27 de marzo con Lula encarcelado, o al menos rumbo a alguna cárcel.
La instancia máxima de la justicia lo impidió. Con eso, le dio al ex presidente más popular de la historia reciente de la República un alivio.
Es probable que la decisión final se arrastre por meses, e inclusive que el juicio que lo condenó –plagado, vale reiterar, de absurdos y desvíos– sea anulado. De esa manera, el golpe institucional que destituyó a la presidenta Dilma Rousseff habrá fracasado. Porque el verdadero y supremo objetivo del golpe no era alejar a una mandataria débil y un tanto inepta, sino fulminar al que impuso un cambio radical en el escenario social brasileño, Lula da Silva.
Ocurre que mi país es un tanto surrealista, para decir lo mínimo. Un país cubierto por absurdos.
El mismo Michel Temer que es el presidente más rechazado de la historia dice que podrá presentarse a reelección.
Bueno: para empezar, nunca fue electo presidente. Integraba la planilla encabezada por Dilma Rousseff, a quien traicionó de manera vil.
El intento de Temer, hoy por hoy, ronda el ridículo. ¿Cómo el presidente más impopular de la historia se anima a postularse a una reelección?
Pero mi país es terreno propicio a absurdos. Por ejemplo, hace poco más de un mes, al darse cuenta de lo obvio –su propuesta de reforma del sistema de jubilaciones no pasaría en el Congreso– Temer determinó la intervención militar en Río de Janeiro.
Faltando dos días para que la intervención militar cumpliese un mes, el asesinato de la concejala Marielle Franco y su motorista Anderson Gomes sacudió al país.
Hubo manifestaciones masivas en Río y en muchas otras ciudades, inclusive en el exterior. En las redes sociales, la ejecución de la concejala fue tema dominante.
Marielle Franco tenía 38 años y ejercía su primer mandato político. Su trayectoria ejemplar –negra, nacida y creada en una favela de violencia y miseria, madre a los 18 años que logró un diploma de ciencias sociales– la diferenciaba de sus pares en la cámara municipal de Río.
En sus escasos 15 meses como concejala se destacó por la intensa defensa de los derechos más elementales de los de su origen, violados un día sí y el otro también.
La manera en que fue ejecutada, cuando se supone que la seguridad pública de Río experimentaría algún alivio a raíz de la intervención militar, conmocionó al país y puso en relieve la situación de abandono y descontrol absoluto en que vive la población.
Y más: desafía frontalmente la medida adoptada por Temer y, como reflejo, también a los militares encargados de darle combate a la violencia.
La precisión y la frialdad de su ejecución indican que su autor es un tirador experto: utilizando una pistola calibre 9 milímetros, de uso exclusivo de la policía y de las fuerzas armadas, y en un automóvil en movimiento, disparó nueve tiros.
Cuatro dieron en la cabeza de Marielle, tres en el cuerpo del motociclista.
Además del impacto que conmovió al país y sacudió una vez más la ya muy débil figura de Michel Temer, la ejecución de Marielle Franco abre una serie de interrogantes altamente preocupantes.
Para empezar, todo indica que el ejecutor de la concejala integra algún grupo de la policía militar de Río, altamente corrompida. La otra posibilidad más palpable es que sea miembro de una de las milicias integradas por policías o ex policías.
Tales milicias son violentísimas. En tiempos recientes, en varias partes de la ciudad, los milicianos dejaron de disputar terreno palmo a palmo con narcotraficantes y pasaron a actuar en macabra sociedad.
Y, sin embargo, hay más, mucho más en ese enredo trágico.
¿Por qué justo ahora, cuando el general interventor y sus asesores directos empiezan a investigar el océano de denuncias de corrupción contra la policía militar, encargada de la acción ostensiva en las calles? ¿No habrá sido una manera de demostrar que la intervención es inútil, y que la impunidad prevalecerá?
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