El ascenso autoritario
La radicalización reaccionaria de los gobiernos de países como
Paraguay, Argentina, Brasil, México u Honduras comienza a generar la
polémica en torno de su caracterización.
Ninguno de esos
regímenes ha sido el resultado de golpes de estado militares, en los
casos de Brasil, Honduras o Paraguay la destitución de los presidentes
fue realizada (parodia constitucional mediante) por el poder legislativo
en combinación más o menos fuerte con los poderes judicial y mediático.
En Brasil la Presidencia pasó a ser ejercida por el vicepresidente
Temer (ungido por un golpe parlamentario) cuyo nivel de aceptación
popular según diversas encuestas rondaría apenas el 3 % de los
ciudadanos. En Paraguay ocurrió lo mismo, y el presidente destituido fue
remplazado por el vicepresidente a través de un procedimiento
parlamentario express y luego fueron realizada elecciones presidenciales
que consagraron a Horacio Cartes un personaje de ultraderecha
claramente vinculado al narcotráfico.
En Honduras se realizaron elecciones presidenciales en noviembre 20171, la “Alianza de Oposición contra la Dictadura”
había ganado claramente pero el gobierno haciendo honor al calificativo
con que lo había marcado la oposición consumó un fraude escandaloso
afirmando así la continuidad del dictador Juan Orlando Hernandez.
Un caso por demás curioso es el de Argentina donde se realizaron en
2015 elecciones presidenciales en medio de una avalancha mediática,
económica y judicial sin precedentes contra el gobierno y favorable al
candidato derechista Maurizio Macrì. El resultado fue la victoria de
Macrì por escaso margen quien apenas asumió la presidencia avanzó sobre
los otros poderes del estado logrando al poco tiempo de hecho la suma
del poder público. Si a esa concentración de poder le agregamos el
control de los medios de comunicación y del poder económico nos
encontramos ante una pequeña camarilla con una capacidad de control
propia de una dictadura. Completa el panorama el comportamiento cada vez
más represivo del gobierno que por primera vez desde el fin de la
dictadura militar en 1983 ha decidido la intervención de las Fuerzas
Armadas en conflictos internos mediante la constitución de una “fuerza militar de despliegue rápido”
integrada por efectivos del Ejército, la Marina y la Aeronáutica y la
conformación de una fuerza operativa conjunta con la DEA utilizando la
excusa de la “lucha contra el narcotráfico y el terrorismo”2.
De ese modo Argentina se incorpora a una tendencia regional impuesta
por los Estados Unidos de reconversión convergente de las Fuerzas
Armadas convencionales, las policías y otras estructuras de seguridad en
policias-militares capaces de “controlar” a las poblaciones de esos
países. No siguiendo el viejo estilo conservador-cuartelario inspirado
en la “doctrina de seguridad nacional” sino estableciendo espacios
sociales caóticos inmersos en el desastre, precisamente atravesados por
el narcotráfico (promovido, manipulado desde arriba) y otras formas de
criminalidad disociadora siguiendo la doctrina de la Guerra de Cuarta
Generación.
En México como sabemos se suceden los gobiernos
fraudulentos inmersos en una creciente ola de barbarie y en Colombia la
abstención electoral tradicionalmente mayoritaria llegó recientemente a
cerca de dos tercios del padrón electoral3 adornada por un muy publicitado “proceso de paz”
que logró la rendición de las FARC asegurando al mismo tiempo la
preservación de la dinámica de saqueos, asesinatos y concentración de
ingresos que caracteriza tradicionalmente a ese sistema. En estos dos
casos no nos encontramos ante algo “nuevo” sino frente a regímenes
relativamente viejos que fueron evolucionando hasta llegar hoy a
constituir verdaderos ejemplos exitosos de aplicación de las técnicas
más avanzadas de desintegración social. La tragedia de esos países
muestra el futuro que aguarda a los recién llegados al infierno.
El panorama queda completado con las tentativas de restauración
reaccionaria en Bolivia y Venezuela. En el caso venezolano la
intervención directa de Estados Unidos busca recuperar (recolonizar) la
mayor reserva petrolera del mundo en momentos en que el reinado del
petro-dolar (fundamento de la hegemonía financiera global del Imperio)
entra en declinación rápida ante el ascenso de China (el mayor comprador
internacional de petróleo) que busca imponer su propia moneda
respaldada por oro (el petro-yuan-oro) en alianza presisamente con
Venezuela y otros gigantes del sector energético como Rusia e Irán.
En Bolivia el aparato de inteligencia imperial realiza una de sus
manipulaciones de manual inspirada en la doctrina de la Guerra de Cuarta
Generación. Pone en acción sus apéndices mediáticos locales y globales
intentando desplegar la histeria (en este caso racista) de franjas
importantes de las clases medias blancas y mestizas contra el presidente
indio. Aquí no solo se trata de barrer a un gobierno progresista sino
de apropiarse de las reservas de litio, las mayores del mundo (según
distintas prospecciones Bolivia contaría con aproximadamente el 50 % de
las reservas de litio del planeta), pieza clave en la futura
reconversión energética global.
Principales características
Las actuales dictaduras tienen todas la característica de presentar una
imagen civil con apariencia de respeto a los preceptos
constitucionales, manteniendo un calendario electoral con pluralidad de
partidos y demás rasgos de un régimen democrático de acuerdo a las
reglas occidentales. Por otra parte no nos encontramos ante mecanismos
explícitos de censura y aunque marginales o en posiciones muy
secundarias se escuchan algunas voces divergentes. Los prisioneros
políticos pasan casi siempre por los juzgados donde los jueces los
condenan de manera arbitraria pero aparentando apoyarse en las normas
legales vigentes. Los asesinatos de opositores son minimizados u
ocultados por los medios de comunicación y quedan por lo general
envueltos por mantos de confusión que diluyen las culpas estatales
amalgamando de manera sistemática los crímenes políticos con las
violencias policiales contra pobres y pequeños delincuentes sociales y
represiones a las protestas populares
Esa máscara democrática,
prolijamente desprolija, resulta ser lo que es: una máscara, cuando
constatamos que los medios de comunicación convertidos en un instrumento
de manipulación total de la población están controlados por monopolios
como el grupo Clarín en Argentina, O Globo en Brasil o Televisa en
México cuyos propietarios forman parte del estrecho círculo del Poder. O
cuando llegamos a la conclusión de que el sistema judicial está
completamente controlado por ese círculo del que participan los
principales intereses económicos (transnacionalizados) manejando a
discreción al aparato policial-militar. Y que en consecuencia los
partidos políticos significativos, los medios de comunicación, las
grandes estructuras sindicales y otros espacios de potencial expresión
de la sociedad civil están estratégicamente controlados (más allá de
ciertos descontroles tácticos) mediante una embrollada maraña de
represiones, chantajes, crímenes selectivos, abusos judiciales,
bombardeos mediáticos apabullantes disociadores o disciplinadores y
fraude electoral más o menos descarado según el problema concreto a
resolver.
El nuevo panorama ha provocado una notable crisis de
percepción donde la realidad choca con principios ideológicos,
conceptualizaciones y otras componentes de un “sentido común”
heredado del pasado. No somos víctimas de un rígido encuadramiento de la
población con pretensiones totalitarias explícitas anulando toda
posibilidad de disenso, buscando integrar al conjunto de la sociedad a
un simple esquema militar, sino ante sistemas flexibles, en realidad
embrollados, que no intentan disciplinar a todos sino más bien
desarticular, degradar a la sociedad civil convirtiéndola en una víctima
inofensiva, apabullada por la tragedia.
No se presentan proyectos nacionales desmesurados, propios de los militares “salvadores de la patria”
de otros tiempos o imágenes siniestras como la de Pinochet, ni siquiera
discursos hiper optimistas como el de los globalistas neoliberales de
los años 1990 o personajes cómicos como Carlos Menem, sino presidentes
sin carisma, por lo general torpes, aburridos repetidores de frases
banales preparadas por los asesores de imagen que conforman una red
regional globalizada de “formadores de opinión” made in USA.
En suma, las dictaduras blindadas y triunfalistas del pasado parecen
haber sido reemplazadas por dictaduras o protodictaduras grises que
ofrecen poco y nada montadas sobre aplanadoras mediáticas
embrutecedoras. Siempre por detrás (en realidad por encima) de estos
fenómenos se encuentran el aparato de inteligencia de los Estados Unidos
y los de algunos de sus aliados. La CIA, la DEA, el MOSSAD, el M16
según los casos manipulan los ministerios de seguridad o de defensa, los
de relaciones exteriores, las grandes estructuras policiales de esos
regímenes vasallos y diseñan estrategias electorales fraudulentas y
represiones puntuales.
Capitalismo de desintegración
Se forjan así articulaciones complejas, sistemas de dominación donde
convergen élites locales (mediáticas, políticas, empresarias,
policial-militares, etc.) con aparatos externos integrantes del sistema
de poder de los Estados Unidos.
Estas fuerzas dominan sociedades marcadas por lo que podría ser calificado como “capitalismo de desintegración”
basado en el saqueo de recursos naturales y la especulación financiera,
y la creciente marginación de población, radicalmente diferente de los
viejos capitalismos subdesarrollados estructurados en torno de
actividades productivas (agrarias, mineras, industriales). No es que en
los viejos sistemas no existiera el saqueo de recursos ni el bandidaje
financiero, en algunos momentos y países ocupaban el centro de la escena
pero en el largo plazo y en la mayor parte de los casos quedaban en un
segundo plano. La superexplotación de la mano de obra y el acaparamiento
de las ganancias productivas aparecían como los principales objetivos
económicos directos de aquellas dictaduras.
Tampoco es cierto
que ahora las élites dominantes se desinteresen de los salarios o de la
propiedad de la tierra, por el contrario desarrollan una amplio abanico
de estratagemas destinadas a reducir los salarios reales y adueñarse de
territorios, ya que si en los viejos capitalismos no existía solamente
producción sino también especulación y saqueo, en los actuales la base
productiva, en retracción a causa del pillaje desmesurado, sigue siendo
una fuente importantisima de beneficios. Sin embargo su preservación, su
reproducción en el largo plazo no está en el centro de las
preocupaciones cotidianas de las élites atrapadas psicológicamente por
la dinámica parasitaria de la especulación financiera y su entorno de
negocios turbios.
Entre otras cosas porque en el actual
imaginario burgués ha desaparecido el largo plazo, sus operaciones más
importantes están regidos por el corto plazo lumpecapitalista. En el
saqueo de recursos naturales a través de la megaminería a cielo abierto,
de la extracción de gas y petróleo de esquisto o de la agricultura
basada en transgénicos, se utilizan tecnologías orientadas por la
velocidad del ritmo financiero al servicio de gente que no tiene tiempo
ni interés para dedicarse a temas tales como la salud de la población
afectada, el equilibrio ambiental y otras áreas impactadas por los
“daños colaterales” del éxito empresario (financierización del cambio
tecnológico, la cultura técnica dominante como auxiliar del saqueo).
Estos capitalismos de desintegración son conducidos por élites que
pueden ser caracterizadas como lumpenburguesías, burguesías
principalmente parasitarias, transnacionalizadas, financierizadas,
oscilando entre lo legal y lo ilegal, crecientemente alejadas de la
producción. Son inestables no por accidentes de la coyuntura sino por su
esencia decadente. Por encima de ellas se encuentran las grandes
potencias y sus élites embarcadas desde hace tiempo en el camino de la
degradación, en un planeta donde los productos financieros derivados
representaban a fines de 2017 unas siete veces el Producto Bruto Global,
donde la deuda global total (pública más privada) era de casi tres
veces el Producto Bruto Global, donde solo cinco grandes bancos
estadounidenses disponían de “activos financieros derivados” por unos
250 billones de dólares (13 veces el Producto Bruto Interno de los
Estados Unidos), donde sumadas las ocho personas más ricas del mundo
disponen de una riqueza equivalente al 50 % de la población mundial (los
más pobres).
La formación y encumbramiento de esas élites
latinoamericanas son el resultado de prolongados procesos de decadencia
estructural y cultural, de un subdesarrollo que incluyó hace ya varias
décadas componentes parasitarias que se fueron adueñando del sistema, lo
fueron carcomiendo, envenenando, pudriendo, siguiendo la lógica
sobredeterminante del capitalismo global, no de manera mecánica sino
imponiendo especificidades nacionales propias de cada degeneración
social.
Por debajo de esas élites aparecen poblaciones
fragmentadas, con trabajadores integrados desde el punto de vista de las
normas laborales vigentes separados de los trabajadores informales,
precarios. Con masas crecientes de marginales urbanos, de pobres e
indigentes estigmatizados por los medios de comunicación, despreciados
por buena parte de las clases integradas que se van achicando en la
medida en que avanzan los procesos de concentración económica y pillaje
de riquezas.
No se trata entonces de espacios sociales
estancados, segmentados de manera estable sino de sociedades sometidas a
la reproducción ampliada de la rapiña elitista transnacionalizada, a la
sucesión interminable de transferencias de ingresos de abajo hacia
arriba y hacia el exterior, a la degradación ascendente de la calidad de
vida de las clases bajas pero también de porciones crecientes de las
capas medias.
Algunos autores se refieren al fenómeno calificándolo de “neoliberalismo tardío”4,
algo así como un regreso a los paradigmas ideológicos neoliberales que
tuvieron su auge en los años 1990 pero en un contexto global
desfavorable a ese retorno (ascenso del proteccionismo comercial,
declinación de la unipolaridad en torno de los Estados Unidos, etc.).
Nos encontraríamos entonces frente a una aberración histórica, un
contrasentido económico y geopolítico protagonizado por círculos
dirigentes empecinados en su subordinación al Imperio norteamericano,
interrumpiendo la marcha normal, racional, progresista y despolarizante
que predominaba en América Latina. Las derechas latinoamericanas se
encontrarían embarcadas en un proyecto a contramano de la evolución del
mundo.
Pero ocurre que el mundo no se encamina hacia una nueva
armonía, un nuevo ciclo productivo, sino hacia la profundización de una
crisis de larga duración, iniciada hace casi medio siglo. La misma se
caracteriza entre otras cosas por la declinación tendencial de las tasas
de crecimiento de las economías capitalistas centrales tradicionales y
la hipertrofia financiera (financierización de la economía global)
impulsando el quiebre de normas, legitimidades institucionales y
equilibrios socioculturales que aseguraban la reproducción de la
civilización burguesa más allá de las turbulencias políticas o
económicas. La mutación parasitaria-depredadora del capitalismo tiene
como centro a Occidente articulado en torno del Imperio norteamericano
pero envuelve al conjunto de la periferia y también afecta a potencias
emergentes como China o Rusia muy dependientes de sus exportaciones
donde los mercados de Europa, Estados Unidos y Japón cumplen un papel
decisivo. Así es como la tasas de crecimiento del Producto Bruto Interno
de China se vienen desacelerando y la economía rusa oscila entre la
recesión, el estancamiento y el crecimiento anémico.
Un aspecto
esencial de la nueva situación global es el carácter abiertamente
devastador de las dinámicas agrarias, mineras e industriales motorizadas
tanto por la potencias tradicionales como por las emergentes, cuyos
efectos han dejado de ser una borrosa amenaza futura para convertirse en
un desastre presente que se va amplificando año tras año.
Todo
ello nos debería llevar a la conclusión de que los regímenes
reaccionarios de América Latina no tienen nada de tardío, de
desactualizado, de desubicación histórica sino que son la expresión de
la podredumbre radical de sus élites, de su mutación parasitaria
enlazada con un fenómeno global que las incluye. Lo que nos permite
descubrir no solo la fragilidad histórica, la inestabilidad de esas
burguesías, tan prepotentes y voraces como enfermas, sino también las
vanas ilusiones progresistas negadoras de la realidad, que al calificar
de tardío al lumpencapitalismo dominante lo marcan como anormal, anómalo, a destiempo, alentando la esperanza del retorno a la “normalidad”
de un nuevo ciclo de prosperidad en la región, más o menos keynesiano,
más o menos productivo, más o menos democrático, más o menos razonable,
ni muy derechista ni muy izquierdista, ni tan elitista ni tan populista.
El sujeto burgués de ese horizonte burgués fantasioso solo está en su
imaginación, la marcha real del mundo lo ha convertido en un habitante
fantasmagórico de la memoria. Mientras tanto los grandes “empresarios”,
los círculos concretos de poder, participan de cuerpo y alma en la orgía
de la devastación, tan desinteresados en el largo plazo y el desastre
social y ambiental como en la racionalidad progresista (a la que
consideran un estorbo, una traba populista al libre funcionamiento del
“mercado”).
Reacciones populares y profundización de la crisis
La gran incognita es la que se refiere al futuro comportamiento de las
grandes mayorías populares que fueron afectadas tanto desde el punto de
vista económico como cultural por la decadencia del sistema. Las élites
pudieron aprovechar la desestructuración, las irracionalidades sociales
generadas por un fenómeno perverso que atravesó tanto las etapas
derechistas como las progresistas. Durante los períodos de gobiernos de
derecha civiles o militares promoviendo y garantizando privilegios y
abusos de todo tipo, afirmando un “sentido común“ egoísta, disociador,
subestimador de identidades culturales solidarias. Pero cuando llegaron
las experiencias progresistas esas élites utilizaron la degradación
social existente, la fragmentación neoliberal heredada (enlazada en
algunos casos con tradiciones de marginación muy enraizadas) impulsando
irrupciones racistas, neofascistas de las capas medias extendidas a
veces hasta espacios medio-bajos donde se mezclan el pequeño comerciante
con el asalariado integrado (en consecuencia por encima del marginado,
del precario).
Vimos así en Brasil, Argentina, Bolivia o
Venezuela movilizaciones histéricas de clases medias urbanas
neofascistas exigiendo las cabezas de los gobernantes “populistas”,
manipuladas por los medios de comunicación y los poderes económicos que
el progresismo había respetado como parte de su pertenencia al sistema
(admitida abiertamente, silenciada o negada de manera superficial o
insuficiente).
Ahora las llamadas restauraciones conservadoras o
derechistas no están restaurando el pasado neoliberal sino instaurando
esquemas de devastación nunca antes vistos. Pudieron triunfar gracias a
las limitaciones y desinfles de progresismos acorralados por las crisis
de sistemas que ellos pretendían mejorar, reformar o en algunos casos
superar de manera indolora, gradual, “civilizada”.
Pero las
crisis nacionales no se detienen, por el contrario son incentivadas por
los comportamientos saqueadores de las derechas gobernantes que siguen
practicando sus tácticas disociadoras, de embrutecimiento colectivo,
buscando generar odio social hacia los pobres. Los medios de
comunicación trabajan a pleno detrás de esos objetivos y como la
declinación económica avanza empujada por las políticas oficiales y por
la marcha de la crisis global, las manipulaciones mediáticas comienzan a
demostrarse impotentes ante la marea ascendente de protestas populares.
La virtualidad del marketing neofascista empieza a ser desbordado por
la materialidad de las penurias no solo de los pobres sino también de
capas medias que se van empobreciendo. Males materiales que al
amplificarse les abren la puerta a la rebeldía de quienes nunca fueron
engañados y de los que han sido embaucados. Es así como en Brasil el
repudio popular al gobierno de Temer es abrumador o en Argentina la
imagen edulcorada de Macri se va diluyendo velozmente mientras se
extienden las protestas populares.
La represión, la
militarización de los gobiernos de derecha aparece entonces como
alternativa de gobernabilidad, las dinámicas dictatoriales de esos
regímenes van engendrando dispositivos policial-militares con la
esperanza de controlar a los de abajo, van funcionando con cada vez
mayor intensidad los mecanismos de “cooperación hemisférica”:
operaciones conjuntas con la DEA, suministro de armamento y capacitación
para el control de protestas sociales, multiplicación de estructuras
represivas nacionales y regionales monitoreadas desde los Estados
Unidos.
Se trata de un combate con final abierto entre fuerzas
sociales que buscan sobrevivir y que al hacerlo pueden llegar a
engendrar vastos movimientos de regeneración nacional, radicalmente
antisistémicos y élites degradadas e inestables, dependientes del amo
imperial (que se reserva el derecho a la intervención directa, si las
circunstancias lo requieren y permiten), animadas por un nihilismo
portador de pulsiones tanáticas.
Notas:
1 Hugo Noé Pino, “Cronología del fraude electoral en Honduras”, Criterio.hn. Diciembre 8 de 2017, http://criterio.hn/2017/12/08/cronologia-del-fraude-electoral-honduras/
2 Manuel Gaggero, “Argentina. La historia se repite… como tragedia”, http://www.resumenlatinoamericano.org/2018/02/11/argentina-la-historia-se-repitecomo-tragedia/
3
Ana Patricia Torres Espinosa, “Abstención electoral en Colombia.
Desafección política, violencia política y conflicto armado”, Cuadernos
de Investigación, Universidad Complutense de Madrid, Facultad de
Ciencias Políticas y Sociología, http://politicasysociologia.ucm.es/data/cont/docs/21-2016-12-21-CI12_W_Ana%20Patricia%20Torres.pdf
Miguel García Sanchez, “Sobre la baja participación electoral en Colombia”, Semana, 2016-10-18, http://www.semana.com/opinion/articulo/miguel-garcia-sanchez-sobre-la-baja-participacion-electoral-de-colombia/499388
4
“El neoliberalismo tardío. Teoría y praxis. Documento de Trabajo nº
5”, Daniel García Delgado y Agustina Gradin (compiladores), FLACSO,
Argentina 2017.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
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