Emma González
Diferente
a otras matanzas absurdas en escuelas secundarias de Estados Unidos, la
de Parkland ha sido diferente por producir una ola de manifestaciones
masivas a lo largo de Estados Unidos y en varias partes del mundo. El
temor: sólo la juventud estadounidense podrá lograr algún cambio social
en este país, aunque más no sean unos tímidos cambios en comparación al
terremoto de los años sesenta, los cuales luego fueron casi aniquilados
por la reacción conservadora de la era Reagan-Thatcher. O casi, porque
si en este país existen más libertades individuales que entonces, fue
por esos demonizados movimientos de resistencia social y no por ninguna
guerra contra algún pequeño y lejano país.
Los sesenta
dejaron mucho, aunque luego fueron gradualmente desprestigiados por la
reacción y la propaganda conservadora que, según todas las mediciones,
aumentó la desproporción de la acumulación de riqueza en este país,
ahora concentrada casi toda en una micro minoría, mientras decenas de
millones de trabajadores y estudiantes no tienen más que deudas, decenas
de miles mueren por año debido a las drogas o al suicidio (mueren más
soldados al regresar que en el campo de batalla; conocí el drama
personal de más de uno), y decenas de miles mueren por armas de fuego.
En Estados Unidos, sólo los niños (esos que reciben fusiles para sus
cumpleaños y los Boy Scouts promueven como símbolo de libertad y
masculinidad) matan más personas, por accidente, que todos los
terroristas juntos, pero de eso ni una sola palabra en ningún apasionado
debate político.
Si este país en las últimas generaciones
ha logrado ciertas libertades, no se debe a los soldados en Vietnam,
como lo afirma el sagrado cliché, sino a aquellos valerosos
organizadores de luchas sociales como Luther King o César Chávez. La
guerra de Vietnam se perdió miserablemente y, aparte de millones de
muertos, no dejó nada positivo para este país. Menos libertades y
derechos. En cambio, la revolución feminista de Occidente, de los negros
en el Sur de la Unión y de los jornaleros de California sí, dejaron
resultados concretos, aunque hoy estén en tela de juicio por parte de la
última reacción, que tal vez no sea otra cosa que un manotón de ahogado
de un orden que se tambalea.
Uno de los rostros visibles
del más reciente movimiento es el de Emma González, sobreviviente de la
matanza de Parkland e hija de cubanos exiliados. Emma representa a
muchos otros cubano-estadounidenses de su generación, jóvenes liberados
de la paranoia y obsesión por la derrota de Bahía de Cochinos que, de
cualquier forma, debe convivir con elementos de la vieja generación,
alguno de los cuales son considerados terroristas hasta por el FBI pero
de cualquier forma caminan libres por Miami.
Uno de los
pocos escritores e intelectuales representantes de este grupo, la
escritora Zoe Valdés, se ha referido a Emma González como una comunista
“machorra”. La acusación no es novedosa. A lo largo de la historia, los
grupos más reaccionarios, las tradicionales clases dominantes de América
latina e, incluso, de Estados Unidos (diría que en menor grado) han
ejercitado el macartismo según el cual todo crítico capaz de decir sus
verdades incómodas al poder dominante es, automáticamente, un comunista.
Incluso, no importa si esas verdades están objetivamente documentadas.
Si afirmas que el golpe de Estado en Guatemala de 1954 fue orquestado
por la CIA y la UFC contra un gobierno democrático, eres comunista. Si
dices lo mismo de Chile en 1973, marxista-leninista, etc.
Sin
embargo, a los comunistas no hay que señalarlos. Por lo general, los
comunistas se reconocen como tal. Los fascistas, racistas y machistas,
en cambio, no. Hay que adivinarlos o deducirlos según sus dichos y
acciones.
Ahora, que una joven y millones de jóvenes
marchen por sus vidas y cuestionen con determinación la religión de las
armas, que no encajen en el impuesto estereotipo (prefabricado y
reducido a una caricatura) del patriota, en los límites estrechos de los
mitos sociales, que no sigan los caminos trazados por las vacas
sagradas rumbo al matadero, los convierte en peligrosos comunistas. Pero
me parece que esa costumbre de etiquetar como comunista a todo
crítico inconforme, a todo demócrata radical, es un poco exagerada.
Miami, en cambio, está lleno de excomunistas que un día se dieron
cuenta, como por una súbita revelación, del gran negocio (económico y
moral) que resultaba envolverse en la bandera del ganador y se cambiaron
de bando o se volvieron más cowboys que John Wayne.
La escasez de recursos intelectuales de quienes sacan la palabra mágica (comunista)
como quien saca un revólver, es bien conocida. Hace unos años, el padre
cubano del senador y candidato a la presidencia, Ted Cruz, afirmó que
la teoría de la Evolución era una perversión del marxismo. Incluso la
Teoría del cambio climático, que amenazaba las ganancias de las
superpetroleras, hasta hace poco era producto de esa mala gente.
Esta generación (una parte significativa) ha tenido el valor de decir Basta. Y lo ha dicho de una forma escandalosa para una sociedad fanática: “basta de rezos y de condolencias”.
Por eso deben demonizarlos como comunistas o peligrosos revoltosos,
lesbianas o conspiradores, como en los años cincuenta los sureños
marchaban con carteles denunciando la inmoralidad de los activistas con
carteles que afirmaban que “la integración racial es comunismo” mientras
les pedían a sus gobernadores que salvaran la “América cristiana”.
Los
ataques a Emma revelan cierto nerviosismo ideológico. (Un candidato
republicano la definió como “lesbiana skinhead”. Ella se asume como
bisexual. No es rebelde por ser lesbiana, sino por tener la valentía de
asumirse como es en una sociedad hostil y, no pocas veces, hipócrita.)
Emma representa el cambio, no sólo por ser joven, bisexual, y una
incomodidad insoportable para la poderosa Asociación del Rifle, sino
también por ser parte de una generación que puede representar un momento
crítico en la historia de este país y del mundo. Los hombres y las
mujeres (sobre todo los hombres) han escrito las leyes y las
constituciones. Los hombres y las mujeres (sobre todo las mujeres)
pueden y deben volver a escribirlos según las necesidades de los vivos,
no de los muertos.
Ni Zoe Valdés ni nadie tiene ninguna
autoridad moral para criticar a esta joven con coraje. Todo lo demás son
clichés de la Guerra Fría que la nueva generación no se traga tan
fácilmente. Son miedos propios de los superpoderes, que no son poderes
absolutos y lo saben cuándo un repentino temblor les mueve la mejilla.
Los
años siguientes veremos una lucha existencial entre la reacción de la
ola neo-patriarcal, nacionalista, racista e imperialista (unos
caricaturescos años ochenta todavía en ascenso, hoy en el poder
político), contra una generación más joven, de a pie, lista para
resistir las narrativas que ocultan los verdaderos problemas del mundo,
dispuesta a no creer más en mitos que ni siquiera funcionan, con la
suficiente rebeldía como para decir algo tan simple como Basta.
- Jorge Majfud es escritor uruguayo estadounidense, autor de Crisis y otras novelas.
https://www.alainet.org/es/articulo/191837
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