La disputa en América Latina ya
no es principalmente electoral. La restauración conservadora tiene
otros mecanismos. Y no necesariamente son las urnas. La vía elegida casi
siempre es otra. Cada caso es diferente: todo depende del país
objetivo. Utilizan una u otra herramienta en función del escenario y la
disponibilidad. Cada contexto condiciona el método de intervención para
detener/eliminar al bloque progresista. Si aún tienen control del Poder
Judicial, entonces se busca esa vía para lograr sentencias en contra; si
lo que ostentan es el Poder Legislativo, se procura un golpe
parlamentario. Y siempre, sea donde fuere, el poder económico y el poder
comunicacional actúan en modo conjunto. El primero usando todas sus
armas para poner en jaque el equilibrio económico-social alcanzado, y el
segundo erosionando la imagen con posverdades o fake news que acaban siendo parte del sentido común destituyente. Y a esta lista de poderes no falta nunca jamás
el poder internacional, que se une para aplicar todos los dispositivos de presión posible para deslegitimar cuando conviene o legitimar opciones no democráticas afines a sus intereses.
En Brasil, claramente no van a permitir que Lula se presente a las
elecciones esgrimiendo una excusa judicial sin sentido. Antes, ya habían
sacado a Dilma Rousseff de la presidencia a pesar del resultado
electoral con un ridículo pretexto de pedaleo fiscal mediante
un golpe parlamentario. Poderes Judicial y Legislativo, orquestados con
el económico y el comunicacional, todo ello con la complicidad
internacional, para ganar sin tener que pasar por las urnas. Temer gobierna como demócrata a pesar de no haberse presentado a contender como presidente.
Ecuador, otro escenario y otros métodos. Se usó al sucesor para
evitar que la Revolución Ciudadana tuviera continuidad. Gracias a un
pacto entre el actual presidente Lenín Moreno y toda la vieja
partidocracia hubo una consulta sin tomar en consideración a la Corte
Constitucional, con el único objetivo de limitar que Rafael Correa
pudiera presentarse en una nueva cita electoral presidencial. Un nuevo
modelo: restaurar desde adentro. La oposición se presentó a las
elecciones y perdió. Pero eso no fue obstáculo para ganar la batalla
política gracias a que usaron el
rencor contra Correade Lenín Moreno y cierta dirigencia. La banca y todos los medios se sumaron al nuevo consenso restaurador con la intención de poner fin al ciclo progresista encarnado en la figura de Correa.
En Argentina, a pesar de que hubo una notable arremetida
comunicacional y económica, la vía electoral bastó para acabar con el
periodo kirchnerista. Había una ventaja: no se presentaba Cristina
Fernández, sino el sucesor: Daniel Scioli. Ellos ganaron por la mínima
en los votos. Y luego, rápidamente, vinieron las detenciones judiciales,
los procesos abiertos, las portadas de prensa. Aún es pronto para saber
cómo vendrá la disputa presidencial para 2019, pero de ser necesario,
sacar del mapa electoral a Cristina Fernández o a cualquier otro
candidato potencialmente ganador desde una propuesta progresista, que
nadie tenga duda que se intentará por la vía judicial o parlamentaria.
En Venezuela, todo se amplifica. Lo último ha sido lo más
evidente: definitivamente la oposición decide no acudir a las
elecciones. Demuestra así que no le interesa la vía electoral para
intentar obtener el poder político. De hecho, en este país se ha
intentado un golpe de Estado en el formato ortodoxo (año 2002); se ha
ensayado un continuado golpe no convencional con una guerra económica
sostenida de alta intensidad (vía precios y desabastecimiento); ha
habido violencia en la calle ocasionando muchas muertes; se ha procurado
un estallido social para derrocar al presidente; ha habido decretos de
Estados Unidos con amenazas y bloqueo; ha habido prácticamente de todo
(OEA, Parlamento Europeo, Grupo de Lima, Mercosur, riesgo país, banca
internacional). Y ahora, finalmente, no aceptan ir a las elecciones.
Extraños demócratas que no creen en las reglas democráticas cuando
auguran que van a perder. Lo interesante del caso es que en este país,
el actual gobierno tiene absoluta conciencia de que el campo de disputa
es tanto en lo electoral como en el resto de dimensiones. Y esto le
permite ser un superviviente en esta nueva fase.
En Bolivia también sucedió algo similar. El referendo revocatorio fue atravesado por un reality show
que hizo daño a la popularidad de Evo Morales. La artillería pesada
vendrá de cara a las presidenciales de 2019. Sin embargo, el presidente
ha entendido desde hace tiempo, desde los intentos de interrupción
democrática en la etapa de la Asamblea Constituyente, que esta disputa
es multifactorial. No significa que le será fácil, y todo es posible a
partir de ahora. Pero hasta el momento, Evo Morales apunta a ser el otro
superviviente a esta arremetida restauradora. Ha sabido
superar el último gran escollo: encontrar el mecanismo legal que le
permitiera presentarse a la reelección. Era consciente de que vendrían
críticas por ello, pero prefirió esto a poner en peligro la continuidad
del proyecto. Sabia decisión para seguir adelante con el aval del pueblo
boliviano.
Definitivamente, estamos ante otra fase histórica del siglo XXI en esta
América Latina en disputa. Lo electoral cuenta, pero no es el único camino elegido para acabar con el ciclo progresista. Algunos lo supieron desde siempre, y otros ya lo han aprendido después de haberlo sufrido en sus propias carnes. El campo de disputa política es cada vez más complejo: los votos son necesarios, pero también lo son el poder económico, comunicacional, Legislativo, Judicial y el internacional. Y a lo militar, aunque parezca una cuestión del pasado, jamás debemos dejar de prestarle atención, porque siempre está más presente de lo que imaginamos.
* Director Celag
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