Deisa Tremarias Grimau (Venezuela, 1987) en America Latina. Huellas y retos del ciclo progresista.
La mayor novedad de los últimos días, meses y años, posiblemente
radique en dos fenómenos que las ciencias sociales y la teoría política
no pueden ignorar: ni las ideologías emancipatorias han muerto, como se
ha presumido desde la intelectualidad orgánica de las derechas globales;
ni los terrorismos económicos y estatales han desaparecido, como una
difundida versión del liberalismo latinoamericano ha propuesto, bajo la
idea de una supuesta “democratización” de nuestras sociedades
periféricas.
Lo único cierto del panorama político regional es
que, desde el final de las dictaduras militares en America Latina, solo
hemos asistido al engrandecimiento de un modo de organización social
hegemónica: el capitalismo sin fin. Sean dirigentes políticos de
derecha, liberales, conservadores, socialdemócratas -o todo esto junto-,
la imaginación de las clases políticas latinoamericanas solo alcanza al
umbral de la administración de este triste drama con ropaje neo-liberal
y democracias representativas.
¿Cómo perforar ese sistema que
parece no tener final?... ¿Qué lugar le cabe al Estado? ¿Cuáles son las
formas o las alternativas?... Podemos poco más que solo mirar las
estrategias de los pueblos en resistencia para discernir el camino de
luchas sociales que pueden abrir salidas. Sin embargo, una hipótesis
puede ser la de pensar que las fuerzas sociales en emergencia
constituyen hoy, las posibilidades o brechas de futuro de mañana.
Una mirada gramsciana
Desde la crisis del modelo neoliberal, a finales de los años 90, se
articuló en la región una discusión teórica de la política
latinoamericana en torno a la tensión hegemonismo-autonomismo. Estado
versus movimientos contrahegemónicos, o el Estado y su
articulación/reconfiguración con los movimientos sociales. No pocas
veces redundó en nuestras lecturas una cierta idealización de la
sociedad civil y sus organizaciones, como una contraposición a la arena
de la política propiamente dicha, generalmente asociada al Estado.
Sociedad y Estado, tal como se presentan en la cotidianeidad de
nuestros vínculos, constituyen grandes planos de una superestructura con
peso propio. La sociedad civil, ese entramado de organismos “privados”,
está articulada a la sociedad política -o Estado, en Gramsci- cuyo
dominio jurídico/político estructura el todo social. El mismo Gramsci
dirá que el Estado es una combinación de fuerza y consenso, hegemonía
revestida de coerción. [1]
Si miramos en retrospectiva,
lo que surgió a la salida de los ´90, no fue otra cosa que la
articulación de la lucha social y política de grandes movimientos
populares latinoamericanos con capacidad de desestabilizar algunos
consensos neoliberales básicos. La llegada a los gobiernos de la región
de negros, pobres, obreros y mujeres, fue consecuencia de batallas
ganadas en el debate político cotidiano y en cierta concepción del
mundo, expresada como sentido común, tal como afirma Gramsci.
Ahora bien, el breve periodo de afianzamiento en el poder de nuevas
derechas con vestigios modernizantes y prácticas tradicionales, no ha
hecho más que desestabilizar lo desestabilizado; es decir, de un momento
a otro, el contractualismo liberal y la idea de la articulación de las
clases sociales, en torno de una individualidad sustentada en el derecho
de propiedad (privada), se han hecho más sólidos en los sectores medios
y bajos de la población; quienes finalmente terminan defendiendo el
predominio del capital, aun en su contra.
La hegemonía de este
sistema en el que naufragamos está atada a la idea de democracia. Nos
dominan ya no por la fuerza, sino que logran ganarse el consenso del
jubilado que verá sus sueldos licuarse en unos meses, atraen al docente
que educa para la libertad pero no podrá acceder a paritarias libres,
convencen al ciudadano que se empobrecerá cada día más, pero siempre
sabiendo que la culpa es de los pobres de abajo, antes que de los ricos
de arriba…
Nuevamente nuestro continente observa a las derechas
en el poder ganando las batallas. Sea por la vía de la coerción pero
sobre todo a través del consenso de la estatalidad latinoamericana, en
Brasil -por ejemplo- se militariza la sociedad y se mina de militares la
burocracia estatal, al tiempo que en Argentina se liberan represores y
se asesina a niños por la espalda. [2] Si en algo fue cuestionado el sentido común dominante antes, se robustece con intensidad ahora.
La discusión teórico-política de la centralidad del Estado en América
Latina y la recurrencia de su formato político-institucional para
resolución de los conflictos sociales, ha vuelto a situar la
problemática del Estado en América Latina, como una de las aristas
necesarias para comprender el suceso de cambios políticos económicos y
sociales en la región.
Los debates por abajo
El
auge populista-progresista-nacional-popular en Nuestra América, implicó
debates sobre la dirección cultural y política de los procesos
económicos, debates que pudieron haberse profundizarse de cara a las
potenciales restauraciones conservadoras -hoy en vigencia-. De cualquier
manera, volvemos al punto cero otra vez: en la brecha de la estatalidad
y la acción callejera de los movimientos sociales, se sitúan las
disputas por el consenso entre las clases dominantes y los sectores
subalternos.
De lo que se trata es de un combate originado en
la intencionalidad de las clases dominantes de expresar sus intereses
corporativos y económicos, como los intereses de la sociedad en su
conjunto; en tanto los feminismos, los trabajadores urbanos y rurales,
el sindicalismo, la economía popular y los desplazados en general,
pueblan las calles.
En estos días, mientras el liberalismo
latinoamericano se hace fuerte en las medidas de ajuste y represión, las
marchas sociales y las discusiones políticas de los movimientos
populares se enriquecen. Solo para continuar con la referencia de
Argentina y Brasil, la unidad del reclamo sindical [3] en el primero, y los debates de la construcción popular posible ante el ataque al ex presidente Lula [4]
en el segundo, colocan a la discusión política en el punto de la
emergencia de lo que está por venir. Es en este último sentido es que el
Estado actúa como espacio de disputa, contra la mercantilización de
todos los ámbitos de la vida, y conmina a gran parte de la izquierda
latinoamericana todo un desafío teórico respecto de la estrategia de
poder y resignificación de los estados nacionales. Tal vez el Foro
Social Mundial 2018, en Salvador de Bahía, ayude a estos objetivos.
Notas
[1] Gramsci, A. “Notas sobre Maquiavelo, sobre la política y sobre el Estado moderno”. Buenos Aires, Nueva Visiona 1984, p.158
[2] Ni los niños se salvan del horror https://www.pagina12.com.ar/100810-ni-los-ninos-se-salvan-del-horror
[3] Unidad sindical para enfrentar el gobierno http://www.elcohetealaluna.com/unidad-sindical-confrontar-gobierno/
[4]
Guilherme Boulos líder del Movimiento de los Trabajadores Sin Techo
(MTST) de Brasil, lanzado a la candidatura de Presidente de la
Republica, con apoyo de Lula Da Silva, propone una unidad democrática de
la izquierda brasilera https://www.brasildefato.com.br/2018/03/03/guilherme-boulos-lanca-pre-candidatura-a-presidencia-da-republica/
Oscar Soto, Lic. en Ciencias Políticas. Estudiante de la Maestría en
Estudios Latinoamericanos - Universidad Nacional de Cuyo y la
Especialización en Epistemologías del Sur – CLACSO.
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