Agencia
de Información Laboral
Este
18 de febrero se realizó el "Día de acción mundial en defensa del derecho de
huelga”, que en Colombia estuvo acompañado por movilizaciones y acciones
político-académicas organizadas por los sindicatos y las tres centrales
obreras; en momentos en que grupos de empleadores de todo el mundo están
tratando de acabar con este derecho fundamental.
Es
pues una buena ocasión para conversar sobre el tema de la huelga con un
intelectual que toda su vida le hizo seguimiento y estudió a fondo el
movimiento obrero colombiano. Se trata de Álvaro Delgado, periodista e
investigador especializado en movimientos sociales. Autor, entre otras
publicaciones, del libro "Auge y declinación de la huelga”, publicado en 2013
por el CINEP con el apoyo de Conciencias. La Agencia de Información lo contactó
y esta es la entrevista:
Afirma en su libro que los proyectos
para ampliar el derecho de huelga en Colombia no han avanzado. ¿Lo puede
explicar más detalladamente?
Álvaro Delgado: La huelga
laboral es un atentado frontal contra los intereses de la concentración del
capital y nunca va a ser aceptado enteramente por ese sistema, con mayor razón
hoy, cuando las potencias socialistas de ayer marchan hacia las formas de
producción totalmente capitalistas. Los asalariados del socialismo tampoco
tuvieron libertad de huelga, como creíamos, pero ellos venían de un nivel de
desarrollo de la producción y del mismo asalariado mucho más retrasado y que
contrastaba trágicamente con el existente ya en el capitalismo adulto. La mayor
urgencia de los obreros del socialismo – donde fueron una inmensa minoría – era
conquistar su derecho a una vida digna, sin hambre. El socialismo destruyó al
capital y los trabajadores conquistaron masivamente su derecho a comer,
vestirse decentemente y tener formación escolar y científica por la primera vez
en su vida. Sus protestas y sus primeras huelgas contra el socialismo fueron
fenómenos conocidos solo en el tramo de decadencia general y colapso de ese
sistema.
El
sindicalismo latinoamericano nació en medio de esa confrontación mundial y
nunca ha alcanzado el desenvolvimiento institucional que tuvo en los países
desarrollados. En Colombia fueron, de hecho, muy escasas y solo a partir de los
años 30 ganan cierta tolerancia a raíz de subida al poder del sector más
progresista del partido Liberal. Y en adelante fue todo tira y afloje entre
gobiernos y sindicatos para que se les permitiera la protesta y el paro. Y
sucedió todo lo contrario: Rojas Pinilla impuso lo que se llamó "plazo
presuntivo” y "cláusula de reserva”, mediante los cuales acabó con cualquier
sueño de tener un empleo duradero: el empleador podía despedir al trabajador en
cualquier momento, sin pago de indemnización y sin la obligación de precisar el
motivo del despido. Todo estaba dirigido a impedir la formación de sindicatos
y, por supuesto, paralizar cualquier intento de protesta y, menos aún, de la
huelga. Si el movimiento huelguístico colombiano se compara con el que tuvo
lugar en Argentina, Chile, Bolivia o Uruguay en la segunda parte del siglo
pasado, puede observarse nuestra insignificancia. Además, también a diferencia
de esos países, nosotros nunca alcanzamos unidad en las filas, incluso después
de creada la CUT. Seguimos con dos confederaciones nacionales más, sin contar
las agrupaciones llamadas autónomas. Colombia es una nación ajena a los
derechos y las libertades públicas, y además regida por la violencia. Parecería
que todo eso es del gusto de algunos dirigentes sindicales, porque les permite
supervivir largamente en los puestos.
Hasta los años 70 y 80 las huelgas
eran importantes en el sentido político, como un instrumento de movilización al
servicio de causas políticas, más allá de las reivindicaciones laborales. En
ese contexto, ¿qué diferencia ve con lo que ha pasado en las dos últimas
décadas?
AD: El sindicalismo
colombiano, como la generalidad del latinoamericano, es producto de las
condiciones políticas nuevas que creó el triunfo de las fuerzas revolucionarias
sobre el fascismo, allá en los años 20 del siglo pasado. Pero aquí encontró una
clase patronal latifundista y profundamente reaccionaria, un empresariado
industrial débil y pegado a la propiedad agraria atrasada y unas masas obreras
en formación dominadas por el temor a Dios que le dice: "No le hagas mal a tu
señor patrón. Él también tiene dolores como tú”.
Aquí
nunca ha habido libertad de huelga. El sector asalariado mayoritario está
compuesto por los empleados del Estado, es decir, los directamente influidos
por la mentalidad de sus patronos, y ellos solo tuvieron libertad de asociación
y huelga con la Constitución del 91, precisamente cuando comenzaba el último
descenso del movimiento, en el cual todavía estamos. Ahora en los sindicatos
domina una corriente que vive amenazando de luchas y parálisis pero que poco
atrae. Los sectores expulsados de esas organizaciones tratan de unificar
fuerzas por su lado pero poco avanzan. Los del sector minero-energético, por
ejemplo, que hoy son los más avanzados políticamente, vienen haciendo
experimentos unitarios desde hace por lo menos dos décadas, pero uno ve que sus
escasas protestas y huelgas no gozan del apoyo de los mineros de base. El
respaldo real de las organizaciones internacionales independientes es muy
escaso, y ellas mismas están debilitadas después del fracaso socialista.
Parecería que el tiempo de hoy es el de los campesinos, mineros y asalariados
agrícolas, como lo han mostrado los hechos del presente decenio. Cuando se
logre la paz del país las cosas van a cambiar para beneficio de todos los
trabajadores.
A su modo de ver, ¿cuáles son las
mayores dificultades para el ejercicio del derecho de huelga en la Colombia de
hoy?
AD: Tenga la seguridad
de que la lucha de los asalariados por sus derechos y por el cambio político
del país no podrá avanzar en medio de la polaridad y la división que hoy domina
entre los sectores que se reclaman como políticamente independientes. Usted no
puede esperar nada bueno de los sectores políticos amarrados a la corrupción
del Estado y la violencia. Una guerrilla multimillonaria no puede ser la
solución para los trabajadores, pero tampoco unos partidos ligados al crimen y
el saqueo de los bienes públicos, que están dispuestos a desconocer la
rehabilitación siquiera parcial de los ocho o más millones de colombianos
desposeídos y desbandados por las bandas paramilitares que siguen en pleno
vigor en muchas regiones. Y si no logramos la destrucción de ese gigantesco
aparato de muerte, olvídese usted de derechos laborales porque siempre será más
barato matar y desaparecer colombianos que respetar derechos ciudadanos.
La apertura económica y las
políticas neoliberales, ¿qué tanto han afectado el derecho de la huelga en
Colombia?
AD: El país está ya
loteado y cada vez más los capitales foráneos se apoderan de las riquezas
naturales de nuestro suelo. Esas compañías saciarán sus planes en cosa de pocos
decenios, si no antes, y nos dejarán eriales luego de haberse enriquecido
fácilmente al amparo de las facilidades contractuales que los gobiernos les han
entregado. Recuerde que todo eso se ha hecho con los ojos bien abiertos por
parte de los dueños del país, desde Gaviria hasta a Santos. Ahora los vemos
unidos en el afán de no tocar ni un pelo de los responsables del despojo. Va a
ver usted que ninguno de los grandes propietarios de tierras y negocios ilícitos
va a verse afectado por el cese inevitable de la guerra. Se van a enriquecer
todavía más, sin la tajada ni la vigilancia de la guerrilla.
¿La baja tasa de sindicalización
tiene alguna relación con la media de las huelgas en Colombia? Mejor dicho,
¿cómo afecta una cosa a la otra?
AD: No creo que por el
hecho de ser muy voluminoso, el movimiento sindical necesariamente haría más
huelgas. En la Unión Soviética, donde se contó por millones, no hizo ninguna
significativa, que se sepa, y en Estados Unidos las grandes huelgas fueron
contadas, si se considera el aparato inmenso que podría haberlas soportado. Me
parece que las altas tasas huelguísticas fueron notables más que todo en Europa
occidental, incluidos grandes y pequeños países. Pero todo eso parece haber
pasado ya. Yo diría que las huelgas laborales ocurren con mayor frecuencia allí
donde reinan libertades públicas más altas, pues las condiciones de vida y
contractuales casi no difieren entre uno y otro país. Argentina, Uruguay y
Chile podrían haber sido ejemplos.
Con los empleos precarios surgidos
de la tercerización y el auge de la economía informal, una gran masa de
trabajadores se quedó sin organización sindical ni derecho de huelga. ¿Cómo
analiza esa situación?
AD: Todo eso es
escalofriante, por decir alguna cosa. Pero me parece que la tasa de
sindicalización colombiana nunca ha sido notable, por lo menos en el ámbito
latinoamericano. En los años 60 o 70 tal vez oí hablar de que había llegado al
17%, pero después las cifras oficiales y de la Escuela Nacional Sindical dieron
cuenta de su baja sostenida, hasta llegar a las penosas cifras de hoy. Con la
colaboración del Cinep y Colciencias, hice el examen del movimiento
huelguístico del país en el curso de cincuenta años, entre 1961 y 2010. Dispusimos
de las más confiables cifras pero nunca percibimos una posible correspondencia
entre una y otra medida, o tal vez no se nos ocurrió buscarla.
El perfil político-social de la
dirigencia sindical, ¿tiene que ver con la pérdida de dinamismo de la huelga? O
sea, ¿hasta dónde los sindicatos y las centrales obreras han perdido capacidad
de movilizar para la huelga?
AD: No creo que el
número de las huelgas aumente o rebaje según sea la orientación política o
partidista de las directivas sindicales: Tulio Cuevas, conservador y creyente,
dirigió más huelgas que José Raquel Mercado, liberal y creyentísimo. Pero sí
creo firmemente que la unidad de acción de los trabajadores es la primera
condición de la lucha. En el curso de ese medio siglo del estudio se presentaron
4.820 huelgas laborales, que movilizaron a un total de 27.158.108 huelguistas y
de las cuales la CUT, aparecida solo en 1986, dirigió 1.945 (40,4% del total) y
movilizó a 13 millones de huelguistas; la CSTC, creada por los comunistas en
1962 y fundida en la CUT en 1986, comandó 479 (9,9%); la UTC (extinguida en
1986) lo hizo en 312 casos (6,5%); y la CTC en 220 (4,6%). Pero, ¡ojo!, quienes
no aceptaron entrar en la unidad, los llamados No Confederados, participaron
con 1.362 huelgas, el 28,3% del total de acciones y ocuparon el segundo puesto
general al contabilizar el 20% del total de huelguistas. La dirección conjunta
de las huelgas apenas sumó 149 acciones en los 50 años (3,1% del total de
huelgas), pero cubrió al 27,7% del total de huelguistas de los 50 años.
En Colombia el 90% de los sindicatos
no pueden hacer huelga, bien porque son minoritarios o por pertenecer a
empresas del Estado que prestan servicios vitales. ¿Qué comentario le suscita
esa realidad?
AD: Esa es la lucha.
Nada se gana sin lucha popular y todo no depende de la fortaleza o debilidad
del movimiento obrero y sindical. Vivimos en uno de los países más
retardatarios del mundo occidental y la tarea de los sectores progresistas y
revolucionarios sigue en pie.
Cómo se explica que el mayor número
de paros (que no huelgas) se den en el sector público y en subsectores que se
supone no pueden hacerla porque son de servicios públicos vitales; o en
empresas donde prima la tercerización y por eso no hay sindicatos o éstos son
muy débiles?
AD: A lo largo de mi
vida cerca de los sindicatos, solo he visto que lo peor que puede ocurrirles a
los creadores de la riqueza social es la división de sus filas frente a su
enemigo principal, que es el sistema social que nos rige y que en el caso
colombiano ha alcanzado los peores niveles de descomposición y crueldad. La
lucha nunca termina.
¿Hay relación del conflicto armado
con la media de huelgas en el país?
AD: Sinceramente no he
pensado en esa relación. Pero es claro que tan largo conflicto armado interno
contamina todo lo que toca, en este caso la lucha social, las garantías de la
libre movilización y protesta, sobre todo de la población campesina y los
asalariados que trabajan en el campo.
Dada la atomización sindical y la
poca fuerza numérica y política de los sindicatos, ¿qué tan válida es la
alternativa del paro cívico (la huelga de todo el pueblo) que tuvo su auge en
los años 70 y 80?
AD: Me parece que el
campesinado organizado, las mujeres del campo y los asalariados agrícolas y
mineros han dado pruebas de su decisión de lucha. El gran escollo es todo el
aparato represivo montado por los paramilitares y las bandas criminales con
ayuda de altos jefes militares, en ejercicio y en retiro forzoso, en los
retenes y desde sus cárceles doradas, en connivencia con gobernadores
latifundistas y Presidentes eternamente enfurecidos.
Finalmente, ¿qué opina de la
posición de los empleadores en el Comité de Administración de la OIT, que
quieren eliminar la huelga como un derecho asociado a la libertad sindical?
AD: Sinceramente, no
tenía esa noticia. Pero sí me ha sorprendido, por el colmo de la audacia
patronal, que el programa de acción de la Organización Regional de las Américas
(CSA), a la cual está afiliada la CUT colombiana, consigne que la más alta expresión
de lucha de sus sindicatos es la presentación y defensa de los pliegos de
peticiones, y nada diga de la huelga.
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