¿Se
te ocurre abrazar con una pregunta amistosa a quien te acompaña hace
tanto y todos los días en el paradero, quizás organizar un reencuentro,
sabotear por una vez tu agenda fabricada por los de arriba? ¿Se te
ocurre mirarnos a los ojos y decirnos la verdad? ¿Se te ocurre
desmantelar juntos/as esta soledad de fin de mundo, santiaguino/a?
Una
cosa es el previsible hundimiento de Michelle Bachelet en las encuestas
(es como si el ala más diestra del partido único hubiera decidido que
es mejor que se vaya todo el sistema político dominante a la mierda a
que arruinarse solo, o bien la ley del empate en la cancha de la
corrupción donde todos ellos pierden), los temblores del dólar en Chile
según el archisabido precio a la baja del cobre y los vaivenes de la
segunda guerra fría caminante; la desaceleración, los despidos en la
mediana, pequeña minería y gran minería transnacionalizada –que le
dicen “desvinculaciones” en la siutiquería cruel del empresariado-; los
golpes sistemáticos del Estado contra la fracción de pueblo Mapuche en
pie de combate; la fiesta sin fin del capital financiero y el retailer
(con sus respectivas tercerizaciones y reducciones de personal); la
evaporación y envenenamiento del agua por doquier y las cabezas rotas
que resisten. Pero otra cosa, cómo no, es ver a tanta y tanta gente en
Santiago, donde habita más de un tercio de la población del país,
sobrecogedoramente abrigada en su teléfono celular, da igual hacia
donde se mire.
Una cosa es el caso Penta, Dávalos,
Soquimich S.A., la corrupción y hermandad entre los grandes capitales y
el partido único en el Ejecutivo y el Legislativo que finalmente nos
vuelve tan latinoamericanos y mundiales en esta temporada amarga para
el pueblo trabajador del planeta lleno de contusiones asesinas; el
festival de Viña del Mar que pone fin oficial al verano chileno y
alerta a los escolares –como las fiestas patrias de septiembre son el
preámbulo del término del año-; los gastos y deudas de marzo asociadas
a los gastos educacionales, matrículas, cheques en garantía; los bonos
numerados para repobres con tarjeta científica de repobre, los
ridículos seguros de cesantía salidos del excedente producido por el
propio trabajador -¿otro ahorro forzoso?-; la cantidad sideral de
profesionales que laboran en cualquier cosa pero menos en lo que
estudiaron rápido y agobiados que sale tan caro para el bolsillo y la
salud, y de trabajadores/as insatisfechos/as que lo único que los ata a
su puesto en el taller y la oficina son las deudas; y otra cosa es esta
soledad ambiental, esta tristeza apenas compensada por algún
electrodoméstico a cuotas o un par de zapatos de segunda selección
importados y montados por manos infantiles y femeninas asiáticas y
africanas y latinoamericanas.
Chile con depresión,
dolencia mental galopante, no mires a nadie, la tutela de la
desconfianza y la desconfianza vigilada. Entonces, como se trata de
consolidar por arriba las relaciones insolidarias, mejor me invento un
personaje en las redes sociales y nos mentimos todos/as virtualmente
que es infinitamente menos riesgoso y complicado que conocer a un
otro/a que no conocías antes. Así nos convertimos con tierno cinismo en
protagonistas de telenovelas privadas, en psicópatas más o menos
inofensivos, total hay un acuerdo no escrito para engañarnos, para no
comprometernos, para limitar el miedo de las relaciones concretas, para
enajenarnos. Por el momento pareciera que ese es el acuerdo posible y
autorizado entre millones de santiaguinos.
Sí, sí, sí.
Que la dictadura y los gobiernos civiles consagraron en el altar de la
miseria humana las relaciones sociales fundamentadas en el egoísmo
necesario para explotar y expoliar tranquilamente. Que la CIA y el
Mossad. Que los chinos y los rusos dándose contra el imperialismo
norteamericano y el Estado alemán, muy capitalistas todos, por cierto.
Sin embargo, qué me importa que los criminales vestidos con traje a la
medida, los de la tiranía y los que esquilman a la mayoría (unos
condición de los otros y entre los cuales muchos son los mismos) vayan
tan sueltos de cuerpo por el Santiago breve, tan Montevideo, tan Ciudad
de Buenos Aires, tan Lima. Qué me importa la ruina no buscada de los
vagabundos/as, los borrachos, los migrantes, los jóvenes sin futuro que
rapean lúcidamente en las esquinas de las comunas empobrecidas, las/os
prostitutas/as que no lo hacen porque les gusta sino para costear el
arriendo y la mantención de su parentela. Qué me importa que el vecino
castigue a su pareja a diario –para eso basta aumentar el volumen del
equipo de radio y el televisor y santo remedio-, qué me importan los
grupitos de locos que intentan explicar por todos los medios las causas
hondas de tanta desgracia. Tienen razón cuando logro comprender lo que
quieren decir, consiento, pero estoy tan fatigado/a y me gustaría por
lo menos besar a mis hijos antes que se duerman, no ves que así alcanzo
a observarlos crecer con horario acotado y quiero que alguien me cambie
los pañales antes de ingresar a la recta final.
Soledad de archipiélago polar. Soledad planificada o como consecuencia.
Soledad indolente, gris-azul como los uniformes civiles y militares.
Por favor, déjame sobrevivir camuflado/a, no quiero problemas, no te
metas conmigo y, en general, no te metas en nada. Santiago con toque de
queda no declarado, pero efecto directo de la disciplina del capital.
Santiaguinos/as puteando a la locomoción colectiva cara y de frecuencia
cuartelaria y cuartel imaginario en cada calle, plaza y casa.
¿Se te ocurre abrazar con una pregunta amistosa a quien te acompaña
hace tanto y todos los días en el paradero, quizás organizar un
reencuentro, sabotear por una vez tu agenda fabricada por los de
arriba? ¿Se te ocurre mirarnos a los ojos y decirnos la verdad? ¿Se te
ocurre desmantelar juntos/as esta soledad de fin de mundo,
santiaguino/a?
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