Alainet
Hace más de dos décadas, el padre
Ignacio Elacuría llamaba con vehemencia a que el pueblo hiciera oír
su voz. Así lo proclamaba: “Que el pueblo reflexione, desde el punto
de vista de la Iglesia, en sus comunidades de base; desde el punto
de vista social en sus cantones (…) Que reflexionen sobre la
situación del país, que exijan ser bien informados. Que hagan sentir
cómo se necesita cuanto antes un desarrollo económico profundo del
país, cómo se necesita que se resuelva su problema de injusticia”.
Mucho de esto muestra uno de los más recientes informes del Programa
de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), denominado “La
pobreza en El Salvador”. El documento ofrece la palabra de cientos
de personas con las cuales se conversó con el propósito de entender
la pobreza desde su vivencia.
El estudio presenta un cambio de enfoque respecto a otras
investigaciones sobre la pobreza. Parte de que para definir bien
este fenómeno y dar pistas para su erradicación es indispensable
tomarle la palabra a quienes lo sufren. Es decir, para hacer un
diagnóstico apegado a la realidad, se requiere un cambio de
informante. En lugar de darle la primacía a la estadística, es
indispensable ir a la fuente humana. En consecuencia, se realizaron
numerosos encuentros con comunidades, previamente identificadas como
parte de las que aglutinan a los hogares con mayores niveles de
privaciones. En las consultas se indagó sobre las carencias más
sentidas, con lo que se identificaron ocho dimensiones: vivienda,
trabajo, esparcimiento, seguridad, salud, alimentación, educación e
ingresos. Así, la pobreza fue entendida y medida considerando su
carácter multidimensional y desde la óptica de los empobrecidos.
¿Cómo definen los pobres la pobreza? Rigoberto, de la comunidad
Santo Domingo, en Guazapa, San Salvador, afirma: “Pobreza es tener
escasez, pero de todo”. Xiomara, de la comunidad Santa Lucía, en San
Julián, Sonsonate, declara que la “pobreza es vivir en lo más pésimo
que puede haber. Es no tener los recursos para poder comprar y
satisfacer las necesidades que tenemos. Por eso, pobreza es la
escasez de trabajo, porque si no hay trabajo, no hay dinero. O hay
trabajo, pero si no se tiene la educación, no se logra”. Alcides, de
Altos del Matazano, La Libertad, señala que la pobreza “es
incertidumbre, es no saber si se tiene algo para mañana. ¡Ah! si
tuviera maíz y arroz para un mes… ¡fuera feliz! Ya no sería pobre”.
Las personas consultadas en el estudio, pues, describen la pobreza
en términos de las carencias más sentidas en sus vidas. Recojamos
algunas aseveraciones emblemáticas registradas en la investigación
del PNUD, que apuntan hacia las distintas dimensiones de este
problema desde la perspectiva de quienes lo padecen.Pobreza es no tener los recursos económicos. Y se explica en los
siguientes términos, en voz de uno de los entrevistados: “No tenemos
trabajo, y sin trabajo no hay dinero para salir adelante. Nosotros
vivimos en una zona marginal. ¿Qué significa eso? No tener para
comprar un terreno. No podemos salir de la pobreza porque no hay
moneda para echar a andar nuestros proyectos”.
Ser pobre es no tener una vivienda digna. “En el polvo uno se
acuesta”, dice un habitante de la comunidad La Cuchilla, en Antiguo
Cuscatlán. “En el polvo uno tira capas y se acuesta, pero en el
suelo enlodado, ¿cómo?”. ¿Cuál es la casa que desean? fue una
pregunta que se hizo en las distintas comunidades consultadas. La
“que tiene la capacidad de que resista un terremoto y un huracán,
inundaciones también”. “Una casita más o menos... que no esté
rodeada de lámina picada, como que es zaranda”, dicen habitantes de
Altos del Matazano.
Pobreza es rebuscarse para el alimento del día. Las consultas hechas
apuntaron dos características de la dieta de la pobreza: la
monotonía y la escasez. En otras palabras, comer lo mismo —por lo
general, tortillas y frijoles— y, en muchas ocasiones, “salteado”.
Los alimentos se compran para el día y, si el dinero alcanza, para
todos los miembros de la familia. “Aunque no pueda yo, pero que
coman los hijos” es un comentario que apareció con frecuencia en el
estudio.
Salir a pasear resulta prohibitivo para quienes viven en pobreza:
“Yo no salgo, no tengo dinero para ir a vagar”, expresa un habitante
de la comunidad Santo Domingo. “¿Cómo le digo a mi esposa ‘te voy a
invitar’? ¿De dónde? Si uno no trabaja, no hay dinero. Mi esposa me
dice: ‘Viejo, ¿cuándo vamos a ir con los niños a pasear al pueblo o
a la capital?’. ‘Híjole’, digo yo”. Por otra parte, Kimberly, de 8
años, dice: “Chivo fuera que por lo menos tuviéramos dónde jugar o
algunos columpios aquí por la casa”.
La pobreza llega porque no tenemos trabajo todos los días. “Para mí,
el problema más importante sería lo del desempleo, porque si uno
tiene una escritura, una casa, necesita tener un trabajo para
sostenerla”, explica un habitante de Altos del Matazano. Por su
parte, Edmundo, que vive en esa misma comunidad, comenta: “Si uno
observa en los parques, hay muchísima gente que tal vez viene
cansada de buscar un trabajo y no lo encuentra”. Y Besy, de San Luis
Tepezontes, La Paz, señala: “En el campo hay más pobreza porque no
hay dónde trabajar; la gente trabaja en la finca, pero gana la
cuarta parte de lo que gana en la ciudad”.
Pobreza es carecer de acceso a los servicios de salud. Comenta
Jesús, de la comunidad El Trébol, en Santa Tecla: “A veces a uno no
lo operan porque falta dinero… Entonces, uno se queda esperando que
Dios lo sane, porque es el único doctor que nosotros tenemos. Pero
Él ha dejado a sus doctores, para que también hagan curaciones, y si
uno no tiene dinero, ¿cómo termina? Esperando la muerte”. Y Ovidio,
de la comunidad Tierras de Israel, en San Pedro Masahuat, dice que
si uno “está alentadito, la alegría es trabajar para ganarse el pan
de cada día”. David, de esa misma comunidad, comenta: “Aquí todos
padecemos enfermedades terribles y estamos olvidados. Yo voy a la
clínica a las seis de la mañana y vengo a las cinco de la tarde.
Pero una enfermedad grave aquí no la curan, lo que dicen es: ‘Váyase
para el hospital’”.
La delincuencia profundiza la pobreza. Jairo, habitante de Santo
Domingo, en Guazapa, manifiesta: “Antes, a pesar de que hubo guerra
y no teníamos electricidad y había deficiencias con el servicio de
agua potable, vivíamos mejor, porque si uno salía al río, salía a
trabajar, dejaba su casa sola y venía a encontrar todo en orden. En
cambio, ahora lo que abunda es la inseguridad”. Por su parte,
Josefina, de Nuevo Amanecer, en Santa Ana, dice: “A veces hay
problemas y se necesita la Policía. Se les llama y vienen hasta las
dos o tres horas… y a veces hasta que ya enterraron al muerto”.
La pobreza limita la calidad y cantidad del estudio. Elba, de Dos
Amates, en La Libertad, relata: “Yo tengo cinco hijos y nada más uno
es bachiller. A los demás no pude darles estudio, por la pobreza. A
mi hijo le daba dos dólares para que fuera hasta el puerto y me
decía: ‘Ay, mami, yo no como porque con dos dólares no me alcanza’.
‘Pero, mijo’, le decía, ‘¿qué puedo hacer?’ Yo vendía pan, vendía
gaseosa, cualquier cosita para que él estudiara. Los demás me
dijeron: ‘No, mami, no voy a estudiar, usted mucho se sacrifica para
que estudie’. Imagínese, con lo necesaria que es ahora la educación
para conseguir un buen trabajo y solo uno de mis cinco hijos pudo
graduarse”.
La pobreza, desde esta óptica, está asociada a sufrir grandes
dificultades para alimentarse, no tener una vivienda digna ni un
trabajo fijo, carecer de acceso a servicios de salud y a una
educación de calidad, así como a los niveles requeridos para poder
conseguir un trabajo bueno y estable. Una de las grandes virtudes
del estudio es no dar por supuesto que ya se sabe qué es la pobreza
con independencia de lo que viven y piensan los pobres. De ahí la
importancia de escucharlos con responsabilidad y seriedad. Por este
camino se puede llagar a que duela de verdad la realidad de las
mayorías empobrecidas. En este sentido, se habrá cumplido uno de los
objetivos trazados en el documento del PNUD: romper con la
impasibilidad, indiferencia y apatía ante el sufrimiento ajeno;
romper con la falta de indignación ante la injusticia y la exclusión
social.
Carlos Ayala Ramírez es director de radio YSUCA, El Salvador.
Fuente: http://www.alainet.org/active/
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