Bernardo Barranco V.
La preocupación del Papa en la que pidió “evitar la mexicanización”
de su país natal, Argentina, ha calado hondo no sólo en el gobierno,
sino en diversos sectores de la clase política. Se confirma la imagen
que tiene el país en el exterior y que, lamentablemente, hay sobrados
indicios que sugieren que la expresión con toda la carga que porta,
responde a una realidad que vivimos lo mexicanos. La expresión del Papa
ha lacerado porque fue hecha en privado, fuera de micrófonos y
protocolos oficiales. Por tanto, los enunciados son espontáneos y
genuinos que los hace a un amigo de manera confidencial. El mismo
Bergoglio revela a su amigo la fuente de su afirmación: los obispos
mexicanos.
Estuve hablando con algunos obispos mexicanos y la cosa es de terror, dijo. La cancillería ha reaccionado sin virulencia con evidente molestia y hasta desilusión, si tomamos en cuenta que el gobierno de Enrique Peña Nieto ha apostado por encontrar en la Iglesia católica una aliada natural a su gestión. Sin embargo, me parece que la nota diplomática del gobierno mexicano buscará no escalar a conflicto, en cambio mostrar un suave extrañamiento. Pero corre el riesgo de contribuir para que la locución mexicanización circule aún más en el mundo hasta universalizarse. Y sea equivalente a la colombianización, entonación que utilizamos en los años 80 para describir un siniestro coctel político social en aquel país marcado por el terrorismo, la corrupción, grandes cárteles, guerrilla, ausencia de autoridad, crisis económica y violencia descomunal.
El tema tiene muchas aristas. Primero reconocer la imprudencia de
Mario Bergoglio, así como de su interlocutor Gustavo Vera, quien jamás
imaginó el trance que armaría al dar a conocer de manera temeraria el
contenido del e-mail. El primer apunte es resaltar el
paulatino pero progresivo alejamiento del Papa y de misma Iglesia
católica del actual gobierno mexicano.
Los hechos así lo demuestran, en primer lugar la negativa del
pontífice de visitar México en septiembre de este año. Circulan por ahí
versiones de que el Papa pidió oficiar misa en Guerrero con los padres
de los estudiantes desaparecidos de Ayotzinapa y que el gobierno
objetó. Lo más sensato como hipótesis, es que Francisco se ha negado a
ser factor de distracción o de legitimación en la que su imagen fuera
utilizada políticamente. Un segundo indicio se aprecia en el
nombramiento de Alberto Suárez Inda, arzobispo de Morelia, como nuevo
cardenal, un religioso en edad de retiro que por su experiencia es
fortalecido para jugar un papel relevante en una zona de conflicto en
la que muchos sacerdotes han sufrido agresiones y muertes. Recordemos
que en lo que va del sexenio han sido asesinados nueve sacerdotes, los
recientes cuatro justamente en Tierra Caliente.
Una tercera señal de distanciamiento: el Papa ha enviado de manera
inusual dos veces mensajes de aliento al pueblo mexicano por las
desapariciones en Ayotzinapa, la primera declaración fue a finales de
octubre de 2014, el mensaje expresó lo siguiente:
Envío un saludo especial al pueblo mexicano que sufre la desaparición de sus estudiantes y por tantos problemas parecidos; en la segunda alocución Francisco expresó:
Se hace visible la realidad dramática de toda la criminalidad que existe detrás del comercio y tráfico de drogas. Estoy cerca de ustedes y de sus familias. El pontífice no está conforme en cómo ha evolucionado el caso Ayotzinapa. Ha enviado al nuncio Cristoph Pierre, quien se solidarizó con las familias y comunidades de Guerrero. En homilía les externó:
La Iglesia camina con ustedes. Lo peor cuando uno sufre es sentirse solo. Yo sé que ustedes no están abandonados. ¡Estamos con ustedes! ¡También el Papa está con ustedes!Igualmente, una de las primeras declaraciones del nuevo cardenal Suárez Inda en Roma giró en torno al temor de que el conflicto en Guerrero crezca, que los padres y comunidades, sea por convicción o manipulación, tomen la vía de las armas. Cuarto signo: los obispos mexicanos desde abril de 2014 han venido endureciendo sus críticas, en el espacio público, hacia el gobierno de Peña Nieto y expresan creciente inquietud por la situación actual. El año pasado redactaron dos duros documentos, uno en forma de preguntas en que cuestionaban las orientaciones de las reformas estructurales del Presidente. El segundo documento titulado ¡Ya basta! versa sobre la inseguridad y la violencia en el país. El tercer texto, ¡Alto a los corruptos!, publicado hace unas semanas, se refiere a la corrupción imperante en el país. Tema que Francisco ha abordado con insistencia con un discurso fuerte e incisivo.
Pese a
este alejamiento no significa ni la ruptura de las relaciones ni que
los actores rompen lanzas. Por el contrario, como ha ocurrido en otras
coyunturas, también cabe la posibilidad de que se esté reconstruyendo
la relación con base en un nuevo paquete de demandas. Al gobierno de
Peña Nieto no le conviene crecer un conflicto ni con el Papa ni con la
Iglesia. Francisco goza como nunca de la aceptación y popularidad
internacional. Y en el diseño original de gobernabilidad, Peña Nieto
incluyó a la Iglesia católica como aliada estratégica incondicional en
su proyecto. Finalmente, no creo que la querella del gobierno mexicano
se expanda. La política y la diplomacia vaticana tienen mucha
experiencia y sagacidad para enfriar con tacto el malestar e
incomodidad del gobierno. Probablemente el Papa ofrezca una explicación
o Federico Lombardi, un viejo lobo de la diplomacia a quien le sobran
recursos para apagar brazas humeantes y sabe cómo actuar en el control
de daños. Tampoco a la cancillería le conviene sobredimensionar una
disputa en que tiene más que perder, pues ante la opinión pública
internacional el gobierno mexicano actual padece una estropeada imagen
y una reputación cada vez más maltratada. Todo indica que se vaya
enfriando la aparente indignación mexicana y que reformulen bases de
entendimiento, pero ¿a qué costo?
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