Nodal
El
2015 cierra un ciclo marcado por la renovación de las dirigencias
progresistas en América Latina, y abre uno nuevo donde los equilibrios
políticos parecen modificarse nuevamente a requerimiento de los nuevos
mercados internacionales. El recambio comenzado con la consolidación
-fraudulenta o no- de la derecha en Honduras, continuó luego con las
elecciones en Chile, Colombia, Brasil, Bolivia y Uruguay, y podría
llegar a culminar con las próximas legislativas en Venezuela y las
elecciones generales en Argentina. La tendencia parece estar marcada
por cierto reflujo de las fuerzas populares y progresistas en favor de
vertientes moderadas o inclusive de derecha. Un rumbo favorecido por un
nuevo flujo de capitales hacia el continente y su injerencia en las
nuevas relaciones de poder.
El año electoral argentino se abrió
del peor de los modos. El escándalo desatado por la inconsistente
investigación del Fiscal Alberto Nisman acerca del supuesto
encubrimiento en el marco de la causa AMIA por parte de altos
funcionario -incluida la presidenta Cristina Fernandez-, y su aún más
escandalosa muerte, signan hoy el debate político en el país. No deja
de asombrar la evidente intervención de los servicios secretos
extranjeros en todo el asunto -de EEUU e Israel principalmente-, en un
país cuyo gobierno está a punto de dejar el poder y todos los
candidatos con posibilidad de ser electos resultan más favorables a
esos mismos intereses que el actual ejecutivo. Porque si algo queda
claro del panorama electoral argentino es que cualquiera de las tres
principales opciones -el oficialista Daniel Scioli o los opositores
derechistas Sergio Massa y Mauricio Macri-, va a resultar un retroceso
para la profundización de la integración latinoamericana. Daniel Scioli
comenzó la construcción de su figura a nivel internacional con un
rápido acercamiento al sector de la “Tercera Vía” liderado por Bill
Clinton y Tony Blair -último ejemplo de ello es su participación en el
encuentro “El futuro de las Américas” en Miami en diciembre pasado-, y
que tiene como principal figura latinoamericana a Juan Manuel Santos.
Si bien Argentina tiene hoy vínculos preferenciales con otros sectores
de la política regional, los movimientos del pre-candidato oficialista
dejan entrever un fuerte debate sobre el rumbo a seguir dentro del
partido de gobierno. Massa presentó su equipo asesor en política
exterior hace pocos meses. Entre sus integrantes se destacan Santiago
Cantón, quien fue denunciado públicamente por el mismo Chávez y debió
renunciar a su puesto en la CIDH a causa de su vinculación con la CIA
en tareas de desestabilización de gobiernos de la región; y Andrés
Cisneros, vicecanciller bajo el gobierno de Carlos Menem en la época de
las “relaciones carnales” con EEUU. Mauricio Macri, por su parte, ya
dejó en claro su posición a nivel internacional al asegurar que la
Argentina debía acatar sin protestas la decisión del juez
norteamericano Griesa y pagar de inmediato todo lo que pedían los
fondos buitre. Así, la política exterior argentina podría
transformarse, en el mejor de los casos, en algo similar a las
pretensiones anunciadas por Tabaré en Uruguay, que a todas luces
buscará “otros socios” por fuera de América Latina para profundizar
relaciones políticas y comerciales. Una explícita referencia a EEUU y
la Unión Europea, con la cual el Mercosur tiene aún pendiente la firma
de un importante Tratado de Libre Comercio. Mientras tanto, Brasil se
consolida como plataforma de entrada de los principales capitales del
mundo a la región. La decisión de Rousseff, de abrir las puertas de su
gobierno a economistas que bien recuerdan a los expertos neoliberales
conocidos como los “Chicago Boys”, puede ser considerado como el
reflejo de la decisión del gran capital transnacional de tratar a
Brasil como la niña mimada de América Latina. Su gobierno, si bien no
renuncia a su perfil social, progresista y estadista, especula con la
posibilidad de modificar su inserción históricamente subordinada en el
mercado de capitales. Pero para hacerlo deberá llevar consigo todo el
Mercosur hacia una mayor apertura a las liberalizaciones, la presencia
de grandes capitales financieros con enorme capacidad de lobby, a
cambio de compartir los aparentes beneficios de pertenecer al club más
de moda del momento, los BRICS, con sus promesas de construcción de un
mundo multipolar. La contienda electoral argentina se convierte
entonces en una cita importantísima para definir estos asuntos, y
averiguar si la Casa Rosada estará dispuesta a avanzar hacia un
territorio en el cual, aunque sea sólo discursivamente, ha tratado de
negar.
Venezuela es la otra cita importante del calendario
electoral 2015 de cara a la configuración de nuevos equilibrios en
América Latina. Bajo el jaque permanente de la desestabilización, las
sanciones, los ataques desde adentro y desde afuera, el gobierno
bolivariano ha perdido cierto protagonismo en la actualidad de la
región. Desde abril 2013, cuando la oposición lanzó una violenta
ofensiva desconociendo la derrota en las elecciones presidenciales, el
presidente Maduro guía la revolución bolivariana en aguas agitadas, y
lo que fue un norte para los movimientos y partidos populares en
América Latina hoy se nos presenta a la defensiva, sumando apoyos y
solidaridad más que tomando la iniciativa. Con las legislativas de
septiembre Maduro vuelve a jugarse una carta importante de en la
política interna para sostener el proceso, en un momento cada día más
parecido a lo que sucedía en Chile durante los meses previos al golpe
genocida de Augusto Pinochet contra el gobierno de Allende.
Junto
con Venezuela, todo el ALBA se mantiene sin dar pasos agigantados como
nos tenía acostumbrados en la primera década de este siglo. Bolivia es,
quizás, el único gobierno revolucionario que se encuentra en fuerte
avanzada, tanto en su proyecto político como en la actualización
ideológica de su práxis. Junto con Pepe Mujica, Evo Morales es quizás
el presidente más reconocido por fuera de América Latina por su perfil
de dirigente social y su honestidad, más que por el peso geopolítico de
su país. Ecuador, promotor de grandes renovaciones a nivel
macroeconómico en el continente -de allí surge la idea de construir una
nueva estructura financiera para América Latina ante la crisis mundial
que comenzó en 2008-, también morigeró su protagonismo entre los países
revolucionarios de la región para volcarse, como la mayoría, a sostener
lo construido a nivel nacional e internacional. No quita esto que el
ALBA, bloque que más ha avanzado en construir políticas sociales y
económicas alternativas a las relaciones capitalistas y con el
protagonismo popular como principal impulsor, se mantiene como una
alternativa sólida frente a un contexto quizás un poco más adverso. Sus
gobiernos han debido leer esta coyuntura, a tal punto que hace tiempo
ya comenzaron su acercamiento al segundo bloque presente en el
continente, profundamente distinto al encarnado por Venezuela, Ecuador
y Bolivia, que es el que conforman la mayoría de los países fundadores
del Mercosur. Brasil, Argentina y Uruguay mantuvieron su búsqueda de
una suerte de “capitalismo serio”, alejándose de las relaciones
“carnales” con los grandes centro del poder mundial y devolviendo un
rol protagónico al estado pero muy lejos de la intención de
construcción de poder popular de los gobiernos revolucionarios. Esta
posición mucho más moderada los favorece en la coyuntura actual. La
posibilidad de creación de nuevos centros del poder económico mundial
(representados principalmente por Rusia y China) y sus buenas
relaciones con las economías del Cono Sur pueden ayudar al crecimiento
de estas economías, aunque, claro está, muy lejos del horizonte del
socialismo del siglo XXI. Lo que se presenta entonces es un alejamiento
de las viejas estructuras financieras en las que América Latina cumplía
un rol subordinado y de rodillas frente a las potencias del norte, por
un nuevo sistema de cooperación en que nuestros países obtengan mayores
beneficios, sin modificar su estatus de agro-minero exportadores. De
allí que los países con una fuerte matriz neo-desarrollista vean hoy la
posibilidad de una inserción más ventajosa en el escenario mundial. Y
ese es quizás el dato más relevante de esta nueva ronda electoral en
Brasil, Uruguay y Argentina. En los dos primeros casos se vio derrotada
la derecha que pretendía volver a alimentar el antiguo sistema
económico de sumisión incondicional, que en Argentina está representada
por los dos candidatos de la derecha. Las opciones ganadoras, sin
embargo, mantienen los rasgos de la acumulación capitalista
tradicional, con un fuerte rasgo extractivista y tendencia a la
flexibilización en lo laboral.
El tercer bloque continental,
representado en la Alianza del Pacífico, sigue creciendo en la medida
en que EEUU fortalezca su política activa en la región. Sin embargo,
las circunstancias que pasan los gobiernos adherentes al bloque
neoliberal (especialmente México y Colombia), con un fuerte reacomodo o
crisis a nivel institucional, podrían debilitar su acción continental,
limitándose a ser base de apoyo para la intervención directa en los
asuntos de otros países, como es el caso de Colombia hacia Venezuela.
El
ciclo latinoamericano comenzado con la llegada al poder del comandante
Chavez en 1998, marcado por el protagonismo popular, la búsqueda de
nuevas vías de desarrollo y el rechazo al neoliberalismo, está entrando
en la mitad de la segunda década del siglo en una mutación importante.
Las opciones más radiclaes y esperanzadoras para la construcción de una
nueva humanidad entraron en una etapa de resistencia que necesita de
todo el apoyo a nivel internacional, y se han visto obligadas a
recostarse sobre aquella alianza estratégica instaurada con gobiernos
más moderados. Éstos, a su vez, ven hoy la posibilidad de inserción en
el mercado mundial desde condiciones diferentes a las del siglo XX, a
cambio de ciertas concesiones al capital internacional, y se están
acomodando desde lo político para eso. Esto no significa que habrá una
inevitable derechización de la política continental. Aún existen
fuerzas populares en todo el continente que permiten esperar en la
agudización de ciertas tensiones internas en favor de una agenda mas
suelta de las imposiciones externas. La construcción de poder comunal
en Venezuela, el empoderamiento indígena en Bolivia y campesino en
Brasil, el enorme movimiento por la paz con justicia social en
Colombia, o los miles de movilizados contra la narcopolítica en México
son un ejemplo de que los movimientos sociales aún tienen la vocación
de poder necesaria para incidir en la política de palacio. Como lo han
hecho en Venezuela, Bolivia o Ecuador. Si bien el contexto histórico no
es de los más favorables, las rebeliones de principio de siglo han
obligado a modificar la antigua institucionalidad en muchos países
latinoamericanos, dando un rol a estos movimientos de mayor incidencia.
Las renovadas dirigencias en nuestra región deberán quizás buscar
nuevos equilibrios para evitar que el surco que las divide de estos
actores políticos se ensanche cada vez más.
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