Este
es un verano especialmente agobiante en Brasil. El pasado jueves, por
ejemplo, la sensación térmica en Río de Janeiro fue de 48 grados, con
los termómetros parados en la marca de los 42. Hubo noches en que a la
una de la madrugada los termómetros indicaban temperaturas de 31
grados. Hace meses que en São Paulo, la más poblada y rica ciudad
sudamericana, falta agua. En incoherencia divina, temporales bíblicos
transforman calles y avenidas en ríos y lagunas, árboles se desploman
(más de 700 en lo que va del año) y rompen los cables transmisores,
dejando barrios enteros sin luz por cuatro, cinco, seis días. Es decir,
no hay agua, pero si llueve mucho no hay luz.
La respuesta de la naturaleza cada vez más herida por la ambición
humana no será, en todo caso, el único recuerdo de este verano furioso:
buena parte de los brasileños también se sienten agobiados y
principalmente desorientados por las medidas que el nuevo equipo
económico de la presidenta Dilma Rousseff va goteando con la misma
alegría con que los sádicos cumplen sus rituales de perverso amor.
Para parte sustancial del electorado de Dilma se hace cada vez más
difícil reconocer en la actual ocupante del sillón presidencial la
candidata de hace poco más de tres meses. Y más aún reconocer un
gobierno con reiterados compromisos sociales y de cambio en los
anuncios que se suceden sin que nadie –excepto los dueños del capital–
logre entender, con seguridad, dónde se pretende llegar.
La candidata Dilma Rousseff, luego de cuatro años de gobierno, advertía, en la campaña electoral, que sus rivales gobernarían
para la banca, mientras el Partido de los Trabajadores (PT) tenía un riguroso compromiso con los asalariados. Decía que la primera medida de su adversario, el neoliberal Aécio Neves, si llegase a la presidencia, sería aumentar la tasa de interés. Y de su adversaria, la evangélica Marina Silva, decía que, en caso de victoria, haría un
gobierno de banqueros. Decía que Neves liquidaría derechos laborales duramente conquistados por los trabajadores brasileños. Aseguraba que, al contrario de lo que decían sus adversarios, las cuentas públicas estaban
saludables y en orden, y que el flojo desempeño de la economía brasileña era reflejo de la crisis que afectaba a todos los países del mundo.
La candidata Dilma Rousseff recordaba que con los gobiernos del PT
los bancos públicos habían favorecido el crédito a los más pobres y
estimulado a pequeños empresarios. Decía que, en caso de que sus
adversarios resultaran victoriosos, la política de ofrecer préstamos
con intereses inferiores a los de la banca privada desaparecería.
Mencionaba cómo se había facilitado la concesión de financiamiento para
adquirir vivienda propia. Reforzaba su compromiso con los programas
sociales que llevaron 40 millones de personas a una ascensión social
sin antecedentes en la historia del país, y juraba que ninguna medida
sería tomada en detrimento de los compromisos históricos del PT.
Dilma
se religió en una contienda apretadísima con el neoliberal Aécio Neves.
Y a los pocos días la tasa básica de interés anual fue elevada. A la
hora de elegir quién sería su ministro de Hacienda, Dilma buscó nombres
en la banca privada. Designó a Joaquim Levy, un tecnócrata de pura cepa
neoliberal que ocupaba la función de director del Bradesco, el segundo
mayor banco privado sudamericano.
Ahora, las primeras medidas son anunciadas: se aplicará un ajuste
de, al menos, 30 mil millones de dólares en el presupuesto nacional. Se
introducirán cambios drásticos en la concesión del seguro de desempleo,
de las pensiones por viudez y el auxilio por enfermedad destinado a
trabajadores que, por razones de salud, obtienen licencias médicas. La
finalidad es ahorrar unos 3 mil millones de dólares anuales, sólo con
esos
ajustes. Además, las tasas de interés de los bancos estatales –Banco do Brasil y Caixa Económica– en los créditos inmobiliarios, serán elevadas.
Joaquim Levy, conocido por Levy Manos de Tijera, admite con
feroz candidez que habrá aumento de impuestos. No para la banca, que es
la segunda más lucrativa del mundo (los bancos brasileños sólo pierden,
en este rubro, con los de Hong Kong, pero generan más ganancias que la
banca suiza), ni para los especuladores del mercado financiero, y menos
para las operadoras de tarjetas de crédito, que aplican tasas de
interés que pueden llegar a 250 por ciento –exactamente eso: 20 por
ciento al mes– anuales.
El aumento que Levy pretende aplicar se destina a los pequeños y
microempresarios. Y más: luego que Dilma declaró que el lema de su
segunda presidencia es
Brasil, patria educadora, Levy anunció que se estudia un
ajuste(es curioso como ningún neoliberal usa la palabra
corteo
recorte, siempre
ajuste) de 3 mil millones de dólares en el presupuesto destinado a la educación. Son algunas de las primeras medidas anunciadas por el gobierno de Dilma Rousseff, quien asumió el primer día del año su segundo mandato presidencial.
Lo que mucha gente se pregunta es dónde fue a parar la candidata
Dilma Rousseff, aquella que aseguraba que haría exactamente lo
contrario de lo que está haciendo la presidenta con el mismo nombre.
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