Uruguay
Semanario Brecha
El
deshielo neoliberal y la emergencia de los gobiernos progresistas de la
región trajo consigo lo que podríamos denominar de perspectiva
“desarrollista” o “neo-desarrollista”. Para esta perspectiva es posible
(y deseable) el desarrollo capitalista en un sentido productivo,
generador de empleo “digno”, dinamizando actividades de alto valor
agregado e incrementando los niveles de bienestar social (“país
productivo con justicia social”). El horizonte histórico planteado es
la construcción de un capitalismo desarrollado; los modelos a seguir
varían: Nueva Zelanda, Noruega, Finlandia. “Un gobierno honrado, un
país de primera”, “Uruguay no se detiene”, son slogans que expresan
este metarrelato del desarrollo y lo traducen al marketing electoral.
El reciente ascenso de un político como Raúl Sendic, presentado como un
eficiente gestor, puede verse como otra muestra de esta “sensibilidad”
ideológica desarrollista.
A medida que la realidad no acompaña el
relato: no hay grandes pasos rumbo al capitalismo primermundista y se
acentúan en nuestras economías la explotación intensiva de los recursos
naturales, la perspectiva desarrollista ve surgir un antagonista: el
“anti-extractivismo”. Simplificando groseramente, esta perspectiva
considera que sobre la base del extractivismo como rasgo central de
nuestras economías estamos ante un proceso de degradación intensiva del
ecosistema al mismo tiempo que se atropella a sujetos “subalternos”
como el campesino y el indígena. A su vez esto estaría asociado a la
existencia de “comunidades epistémicas” de carácter eurocéntrico que
acaban reforzando la colonialidad del poder o una modernidad
colonizada. En contraposición a lo que sería un “paradigma del
desarrollo” colocan al Buen Vivir (“Sumak Kawsay”) y llaman a la
constitución de nuevas epistemes anticoloniales basadas en un
“paradigma biocéntrico”. No está claro cuáles son las modalidades
productivas de esta perspectiva, pero hay un fuerte acento en lo
comunitario-local, lo artesanal-ancestral y la pequeña propiedad
campesina. Si bien en Uruguay esta mirada es menos fuerte en relación a
otros países latinoamericanos con mayor presencia indígena y/o
campesina, la relativa fuerza que cobró la oposición a la minera
Aratirí y el registro discursivo desde donde se desarrollaba la
crítica, y la aparición del PERI en el juego electoral (aunque menos,
la UP también enarboló la bandera del antiextractivismo) pueden verse
como una manifestación de antiextractivismo a la uruguaya.
Ambas perspectivas comparten la crítica a la actual matriz productiva
(qué y cómo producimos). El antiextractivismo cuestiona además la
esfera de las relaciones sociales de producción (relaciones de
propiedad, control del excedente) y habla por lo general de la
necesidad de transitar hacia un “post-capitalismo”. El desarrollismo
por su parte, más allá de invocar una abstracta justicia social, no
cuestiona en gran medida las relaciones sociales de tipo capitalista
basadas en el control privado de los medios de producción y la
explotación de trabajo asalariado.
La anterior
controversia es asimétrica. La perspectiva desarrollista se encuentra
más extendida, consolidada y goza de fuertes consensos; mientras que el
antiextractivismo emerge más bien como reacción y aún es incipiente. Si
bien ambas miradas orientan la reflexión y la acción de parte de
nuestra izquierda, ninguna de las dos pareciera ponderar correctamente
las condicionantes estructurales que pesan sobre nuestro precario
capitalismo uruguayo en el marco de un sistema de acumulación global
del cual Uruguay es apenas una ínfima parte. Y esto porque uno y otro
omiten dos aspectos fundamentales que aquí se presentan como hipótesis.
Hipótesis A. El antiextractivismo no reconoce que:
Nuestra matriz productiva primario-exportadora y con base en la
explotación intensiva de los recursos naturales presenta una alta
rigidez para su transformación y la correlación de fuerzas donde esta
eventual transformación se dirime es de escala global y no nos tiene a
nosotros como actores relevantes.
El capitalismo es en su
esencia una unidad mundial. Nuestra matriz de producción expresa la
función que cumplimos en el marco de la actual división internacional
del trabajo y por tanto en el proceso de acumulación capitalista
global. El carácter “extractivista” de Uruguay y de gran parte de
América Latina no es un infortunio casual ni deriva de la “mentalidad
rentista” de nuestras burguesías, es el resultado de la configuración
del capitalismo como un todo. Somos parte de una región “Ni-Ni”, ni
tenemos mano de obra abundante y barata (China, sudeste asiático, parte
de A. Latina); ni contamos con altos niveles de productividad media
(EUA, Europa occidental, Japón) [3]. En el actual orden, donde
la escala de acumulación en el rubro de manufacturas ya no es
Manchester sino el mundo entero y la mayor parte de los bienes se
producen combinando los capitales más avanzados con una mano de obra
abundante, barata y disciplinada generando enormes potenciales
productivos de escala global, para existir en el mercado mundial no nos
queda mucha más opción que explotar nuestros recursos naturales para
apropiarnos de renta internacional y con eso ir llevando un orden
político que cada veinte o treinta años explota en revueltas,
revoluciones o dictaduras. No es sencilla la gestión de los equilibrios
políticos en un capitalismo periférico.
Modificar la
matriz productiva, acabar con la primarización, lograr niveles de
productividad neozelandeses, no es sólo cuestión de políticas de
Estado, manejo macroeconómico “ordenado”, innovación o buenas ideas y
hombres prácticos que las lleven adelante. Si así lo fuera hace rato
que estaríamos disfrutando del confort primermundista. Las limitaciones
hay que buscarlas en la configuración global del capital y en el hecho
de que transitar ese camino no requiere únicamente buenas intenciones,
sino tensar peligrosamente el equilibro de fuerzas entre las clases y
los Estados.
Hipótesis B. El desarrollismo no reconoce que:
Obtener algunos márgenes para modificar nuestra matriz productiva con
orientación hacia la satisfacción de las necesidades del pueblo
uruguayo, sólo es posible en el marco de un avance en la transformación
de las relaciones sociales de producción.
Mientras
el aparato productivo y el excedente social estén en su mayor parte
privatizados, el Estado no tendrá soberanía para orientar el proceso de
acumulación hacia una transición en materia de matriz productiva. La
orientación de la economía continuará pautada por la maximización de
los márgenes de ganancia de los capitales privados.
Por
otra parte, cualquier intento de transformación productiva requiere de
un fondo de acumulación necesario, es decir, de riqueza que se produce
pero no es consumida sino destinada a incrementar las capacidades
productivas. La inversión extranjera suele operar como este fondo de
acumulación, pero si se pretende no depender únicamente de la voluntad
del capital internacional para nuestro desarrollo, entonces se hace
necesario contribuir con recursos propios. Siendo que en su gran
mayoría los sectores trabajadores reciben como salario un aproximado
equivalente a lo que necesitan para la reproducción de su vida cotidiana [4],
pretender obtener desde el fondo de consumo obrero parte del fondo de
acumulación implicaría comprimir el consumo de la clase trabajadora más
allá de lo tolerable. Se hace necesario por tanto afectar los patrones
de consumo de aquellos sectores que utilizan recursos por encima de una
media determinada. En otras palabras, se trata de dejar de destinar
recursos a la obtención de bienes suntuarios para la reproducción de la
canasta de bienes y servicios de aquellos sectores con sobre consumo.
A modo de ejemplo, el país debería decidir si usará sus divisas para
importar motos acuáticas o camionetas Hummer, o si priorizará la
llegada de maquinaria de última tecnología o enviará un mayor número de
técnicos a formarse en el exterior. En el actual esquema de relaciones
sociales, que presupone una burguesía con su correspondiente canasta de
consumo, hay un inevitable uso suntuario de los recursos nacionales.
Las divisas que Uruguay puede generar son finitas, si éstas son usadas
para satisfacer la pauta de consumo de nuestras élites entonces no
serán usadas para apuntalar el incremento de las capacidades
productivas.
Una necesaria nueva síntesis
Si las hipótesis presentadas se validan, comienzan a visualizarse los
límites históricos tanto del desarrollismo como del antiextractivismo
en cuanto perspectivas que pretenden orientar nuestro rumbo. El
desarrollismo porque no se propone avanzar en la modificación de las
relaciones sociales de producción y se detiene ante ellas como quien se
somete a un orden natural, el antiextractivismo porque cree posible
negar nuestra matriz productiva, nuestro papel en la economía global y
la necesidad del desarrollo de nuestras fuerzas productivas en nombre
de un proyecto ecológico y comunitario que difícilmente podría
sostenerse en términos políticos.
Está verde el debate,
probablemente el fin de un ciclo de bonanza económica en América Latina
provocará contradicciones que lo harán madurar. No serán las palabras
las que interpelen a estas dos perspectivas sino sus limitaciones
expresadas en la realidad concreta. Esperemos que llegado el caso
podamos arribar a una nueva síntesis, que nos permita ponderar
correctamente nuestras limitaciones y condicionantes en el marco de la
economía mundial, al mismo tiempo que no se detiene ante unas
relaciones de clase que nos impiden avanzar en el mejoramiento de las
condiciones de vida de nuestro pueblo.
Notas
[3]
Comparando los PBI per-cápita de diferentes economías se puede
visualizar de forma aproximada las diferencias de productividad media
entre éstas. Por ejemplo, mientras que la economía uruguaya genera
anualmente un valor equivalente por persona de unos US$ 15.000, los
países centrales superan los US$ 40.000. Suponiendo que ellos se
estancan, ¿a qué ritmo deberíamos crecer anualmente para alcanzarlos en
2030? Responder esta pregunta puede ser útil para ver el grado de
realidad que hay en quienes nos convocan a ser un país desarrollado.
[4]
Afirmar que en nuestra región se remunera al obrero por lo que vale su
fuerza de trabajo es controversial. Son varios los autores, entre ellos
Ruy Mauro Marini en Dialéctica de la Dependencia (1972), que plantean
que un rasgo estructural de nuestras economías es la sobreexplotación
de la fuerza de trabajo, es decir, el pago de la fuerza de trabajo por
debajo de su valor, esto como necesidad del capital periférico para
compensar los diferenciales de productividad que tiene con los
capitales más avanzados.
Rodrigo Alonso es Economista.
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