En el caso Ayotzinapa ‘‘le apostaron al olvido y aquí estamos’’
Alonso Urrutia, Patricia Muñoz y Emir Olivares
Periódico La Jornada
Martes 27 de enero de 2015, p. 4
Martes 27 de enero de 2015, p. 4
“Le
apostaron al olvido... y aquí estamos’’. Virtualmente proscrita del
discurso presidencial a partir de este año, Ayotzinapa volvió a las
calles. Diseñada para colapsar la ciudad y acorde con el estribillo
clásico, de norte a sur y de este a oeste, la octava Jornada por
Ayotzinapa, en demanda de la presentación con vida de los 43
normalistas desaparecidos, esparció por toda la metrópoli el reclamo
social. Desde Indios Verdes, Taxqueña, Zaragoza y el Auditorio
Nacional, las marchas se prolongaron casi todo el día y confluyeron al
atardecer en el Zócalo.
A un mes de la última movilización masiva en la capital, y tras un
largo periodo vacacional, la protesta volvió a las calles. Era el día
26 del mes convertido en día de luto y de lucha, al cumplirse un mes
más –ya son cuatro– de aquella jornada de terror en Iguala. Esta vez se
optó por asfixiar la capital. Las cuatro principales arterias (Tlalpan,
Insurgentes, Reforma y Zaragoza) fueron intransitables por las marchas
de ‘‘pies cansados’’, que se realizaron deliberadamente pian pianito.
A las 10 de la mañana comenzó la operación. Desde Tlalpan sale el
contingente llegado desde Guerrero y que encabezó un grupo de los
padres y madres de los 43 desaparecidos. Maestros de la Coordinadora
Estatal de Trabajadores de la Educación de Guerrero (Ceteg) y
estudiantes de Ayotzinapa salieron rumbo al Zócalo. Seis horas duró el
trayecto, con dos mítines intermedios y sólo un momento de tensión: el
paso por el cuartel de Guardias Presidenciales, ubicado en Tlalpan y
Viaducto.
Desde el norte, otro grupo de familiares marchó arropado por
profesores de Chiapas, Hidalgo, Distrito Federal, Veracruz, Jalisco,
San Luis Potosí, Puebla, Tlaxcala, Sinaloa, Sonora y Zacatecas.
Hicieron varias pausas a lo largo del trayecto, pero la más tensa fue
frente a la sede nacional del PRI, en Buenavista.
Muy temprano, Paseo de la Reforma se vio saturado a la altura del
Auditorio Nacional por miles de maestros de la sección 18 de Michoacán,
quienes acompañaron a los familiares de los normalistas. Fueron siete
paradas las que hicieron a lo largo de las glorietas. Decenas de
ciudadanos salieron al paso de este contingente para mostrar su apoyo y
solidaridad y exigir justicia. Un joven padre se encaramó sobre la
base de una luminaria para mostrar una sencilla cartulina: ‘‘Hijo, no
quiero que seas un 43, por eso salgo a las calles…’’
Familiares de los 43 desaparecidos y maestros de la Ceteg avanzaron por la calzada de TlalpanFoto Víctor Camacho
Al
oriente marcharon los docentes de Oaxaca, quienes acompañaron a otro
grupo de paterfamilias, que en cada una de las paradas exigían
investigar al Ejército. Con el atardecer, contingentes universitarios,
sindicales y de diversas organizaciones se suman a la marcha central,
cuyo trayecto fue del Auditorio Nacional al Zócalo. Si las
movilizaciones matutinas fueron esencialmente magisteriales, con
aportes de grupos campesinos llegados desde Chiapas, por la tarde la
pluralidad se hizo presente.
Entre la Diana Cazadora y el Ángel de la Independencia, un grupo
lanza consignas con una rúbrica inusual: ‘‘Ayotzi, aguanta, la Iglesia
se levanta. Era un ‘‘movimiento ecuménico’’ conformado por católicos y
evangélicos, explicó el pastor Ricardo Guillermo, quien expresó:
‘‘Jesús dijo: ‘bienaventurados los que buscan la justicia’. Y en eso
estamos’’. A unos pasos, una religiosa de la congregación de las Hijas
del Espíritu Santo lanza encendidas consignas por la aparición con vida
de los 43 normalistas.
Más adelante, integrantes de la Unión Nacional de Marionetas
condenaron la ‘‘inacción gubernamental’’ en torno a Ayotzinapa. Dijeron
que, desde su origen, ‘‘el títere ha sido un rebelde, un
contestatario’’, como refirió Sara Guzmán, en cuyas manos fantasmas de
rostros endurecidos acompasaban sus gritos contra la barbarie cometida
en Iguala. Llenos de rabia e indignación, estudiantes universitarios
también inundaron las calles con pancartas y cartulinas en las que una
frase sintetizó su sentir: ‘‘prohibido olvidar’’. Ya en el mitin del
Zócalo el mensaje fue muy claro: ‘‘Si creen que su hipótesis convencerá
al pueblo y a nosotros, se equivocaron desde el comienzo’’.
Al final, una vieja consigna con nueva fecha: ‘‘26 de septiembre...
no se olvida’’. Concluía así la jornada. Alguien dijo: ‘‘No marchamos
juntos ni al mismo tiempo, pero seguimos siendo un chingo de
indignados’’.
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