Por qué la gobernanza de Internet concierne a los defensores y las defensoras de la justicia social
¿Qué
tiene que ver la forma de administrar Internet con el desarrollo o la
justicia social? ¿No sería un asunto solo para los especialistas
técnicos, para que aseguren que todo funcione correctamente? Pues, en
realidad, no.
El
problema es que Internet, y cómo lo usamos, está reformulando una
dimensión fundamental de la existencia humana: la comunicación; es
decir, el espacio en el cual las personas se comunican; las formas,
tradiciones y culturas de la interacción; cómo conformamos nuestras
afinidades y construimos nuestras identidades a través de los ojos de
los demás; y crecientemente también, cómo manejamos la economía.
La
gobernanza de Internet, es decir, cómo se desarrollan y se implementan
los estándares, reglas y procesos de toma de decisiones que dan forma a
la evolución de Internet, resulta fundamental en cuanto a si -y cómo-
este espacio motiva o desmotiva la creatividad, la innovación, el
compartir, la igualdad, la privacidad, la libertad de expresión; y
también si las personas, sin importar quienes sean o donde estén,
pueden acceder a este espacio y sus herramientas de manera justa y
equitativa para todos y todas. En resumen, la gobernanza de Internet
determina, en última instancia, a favor de qué intereses operará este
nuevo espacio de comunicación actualmente en desarrollo.
La gobernanza internacional de Internet aún no está del todo definida. Más bien existe un gran desorden[1].
Cómo se resuelva ese desorden en los próximos años configurará
Internet, y en gran medida la misma comunicación humana, durante las
décadas por venir.
La
expansión explosiva de Internet, aprovechando en parte la estructura
existente de telecomunicaciones, le permitió pasar a un lado de la
gobernanza institucional existente, o incluso desbaratarla; así,
inclusive la iniciativa más chiquita basada en Internet, en cierto
sentido nace global. Internet está gobernado actualmente por un
conjunto de entidades ad hoc, que en mayor o menor medida interactúan
entre sí, con procedimientos a menudo no documentados. Los titulares
de las noticias denuncian a gobiernos que tratan de “capturar” Internet
y estrangularlo con burocracia; o (en menor medida), hablan del control
oculto que manejan las grandes corporaciones y algunos países muy
poderosos.
En el debate mismo, existe un acuerdo amplio de que la participación “multisectorial”[2]
en la gobernanza es vital, pero no hay discusión sobre lo que esto
significa. Pero tras una fachada de frases bonitas, se libra una
férrea lucha. Al centro de esta lucha, desde una perspectiva de
justicia social, está la cuestión de hasta qué punto la gobernanza de
Internet será, a futuro, democrática y genuinamente incluyente; si será
diseñada para crear un espacio de comunicación que promueva el interés
público y la justicia social, y si será dirigida a abordar la creciente
brecha entre una élite privilegiada y el resto de la humanidad.
O
bien, si se adoptará un proceso de toma de decisiones a favor de un
espacio incluso más comercial, tallado y configurado según los
intereses de algunas corporaciones globales y unos pocos gobiernos
neoliberales de occidente.[3]
Mientras
tanto, muchos defensores y defensoras de la justicia social, incluyendo
del ámbito de la comunicación, permanecen a un lado, desconcertados por
la terminología hermética e impenetrable, con dudas sobre cómo
integrarse a tal debate, y sobre todo, poco convencidos de que la
problemática merece el gran esfuerzo que implicaría intervenir.
Después de todo, mientras el acceso a Internet siga expandiéndose, el
email y la web se mantengan aparentemente abiertos, los medios sociales
se puedan utilizar de formas cada vez más creativas, y cada vez más
servicios innovadores sean “gratis” - ¿por qué deberían preocuparse los
defensores de la justicia social?
La vigilancia y el derecho a la privacidad
La
vigilancia generalizada de Internet por parte de gobiernos, en unos
casos principalmente a escala nacional, en otros a nivel global, como
fue expuesto de forma espectacular por las revelaciones de Edward
Snowden, es el motivo más evidente de preocupación. Con mucha razón los
defensores y defensoras de la justicia social se sienten horrorizados
en principio, no solo ante el descarado atropello a los derechos
humanos, especialmente al derecho a la privacidad; sino también, en la
práctica, al pensar que cada email, cada campaña, cada lucha, sea
abierta al escrutinio y al darse cuenta de que la comunicación
cotidiana no es segura de ninguna manera, y carece de la protección
básica que se tomaba por sentada con el uso del teléfono o del correo
postal.
Pero
poca gente ha vinculado este monstruoso sistema de vigilancia a la
misma gobernanza de Internet. Normalmente, incluso los grupos más
progresistas asignan la culpa a las agencias de seguridad nacional
excesivamente recelosas e incapaces de resistir la tentación de
utilizar las herramientas técnicas que les dan acceso a más información
de la que jamás soñaron tener. Pero,
de hecho, esta negación de la privacidad está profundamente arraigada
en el sistema actual de gobernanza de Internet, tanto técnicamente,
como desde sus fundamentos históricos.
Hace
veinte o treinta años, los ingenieros que construyeron la base de lo
que hoy es Internet, se empeñaban simplemente en compartir información
científica en una red cerrada de computadoras que para su época eran
poderosas. No lo usaban para compartir fotos en Facebook, realizar
transacciones bancarias, organizar demostraciones o planificar sus
vacaciones. La privacidad no era una preocupación porque solo unos
pocos centenares de miles de personas estaban conectados.
Los
protocolos de comunicación que desarrollaron no anticipaban la
masificación de Internet, no tomaban en cuenta el interés de las
agencias de seguridad estatales de monitorear nuestra actividad online,
y no contemplaban que empresas como Google o Facebook pudieran analizar
el contenido de cada mail que enviamos, y cada “like” que damos para
enviarnos publicidad personalizada. Y nunca se imaginaron que los
perfiles en línea desarrollados por empresas del sector privado para
personalizar la publicidad, se pondrían a disposición, con o sin orden
judicial, de las agencias de seguridad gubernamentales.
Que
Internet favorezca la privacidad y facilite la libertad de expresión,
por sobre la vigilancia y la censura, es en gran medida una cuestión de
las normas técnicas que se acuerden, como parte de la gobernanza. Pero
muchos de los actores importantes prefieren estándares técnicos que
comprometen tu privacidad. Google, Facebook y otros quieren poder
escanear tus comunicaciones y entregar publicidad personalizada. Otros
quieren escanearlas con propósitos aún más invasivos. Los estándares
técnicos que podrían asegurar una comunicación segura no han sido
implementados, simplemente porque la estructura actual de gobernanza de
Internet no lo ha priorizado. Es por eso que estas estructuras tienen
tanta importancia.
Si
la situación actual es mala, en el futuro podría ser mucho peor. Las
mismas tecnologías de vigilancia son capaces de mucho más. En junio de
2014, se mostró que Facebook había manipulado información en los
canales de noticias que reciben 700,000 usuarios, en un experimento que
concluyó que podía alterar su estado emocional.[4]
¿Qué pasaría si Facebook decidiera alterar las noticias de los
usuarios de manera que afecte el resultado de las elecciones
nacionales, por ejemplo?
Hay
abundantes ejemplos de cómo los magnates de los medios de comunicación
tradicionales, que son relativamente regulados (pensemos en Rupert
Murdoch) han afectado los resultados electorales, a menudo con la
publicación a última hora de grandes titulares alarmistas. ¿Cuánto
poder tendría, en una campana electoral, o en un momento crucial de
decisión gubernamental, un Facebook desregulado, armado con datos
masivos sobre gran parte del electorado, y con el control sobre los
algoritmos que determinan lo que este electorado ve en su suministrador
de noticias?
El costo de la “comida gratis”
Aparte
de la privacidad, un segundo conjunto de problemáticas de justicia
social surge del uso de los abundantes servicios “gratis” ofrecidos por
corporaciones como Google, Twitter y Facebook, y del modelo de negocios
que los sustenta. Por supuesto, los servicios no son gratuitos. A
cambio de ellos, Los usuarios proveen información valiosa que es usada
para dirigirles publicidad personalizada, con fines lucrativos. De
hecho, los datos son considerablemente más valiosos que los servicios,
como lo evidencian las grandes ganancias que generan para estas
corporaciones. Más allá del hecho de que las personas no reciben pago
por la gran cantidad de información que proveen involuntariamente[5], ¿qué está en juego aquí y qué relación tiene con la gobernanza de Internet?
Para
empezar, está el tema de poder elegir. Cada vez más, las sociedades
saturadas por Internet no tienen más remedio que utilizar, por ejemplo,
Twitter, Facebook y Google. Una vez que llegan a una masa crítica de
usuarios, como en su momento lo hizo el sistema operativo Microsoft
Windows, se vuelve prácticamente imposible ofrecer una alternativa. La
“red” da lugar a un monopolio natural que presenta barreras
insuperables para los demás, y ofrece oportunidades gigantes de generar
ganancias de monopolio, recursos que utilizan para extender su control
aún más. Sin embargo, la gobernanza de Internet se caracteriza por
negar la existencia de los monopolios naturales. Su mantra dominante
es que “los gobiernos deben quedar fuera y permitir que la competencia
tome su curso”, competencia que de hecho no existe, y no puede existir.
Pero
de nuevo, la pregunta se debe plantear claramente: ¿Qué implicación
tiene para la justicia social la cuestión de tales monopolios?
Ciertamente, las ganancias excesivas no corresponden al interés
público. El control monopólico de la infraestructura digital sobre el
cual funciona Internet conlleva a tarifas más altas que tienden a
excluir a los usuarios de bajos ingresos, lo que en sí mismo es un
problema. Pero existen también preocupaciones más profundas sobre el
modelo de monopolio corporativo de las plataformas de Internet,
alcanzado mediante la entrega de servicios aparentemente gratuitos.
La comercialización de cada rincón de la esfera de la comunicación
Estas
preocupaciones más profundas se relacionan con el sistema principal de
negocios de Internet y el credo que proyecta hacia los usuarios, lo
cual gradualmente permite internalizar sus principios profundamente
dentro de la psique pública. Y eso porque no solo se asienta en la
entrega gratuita de informaciones por parte de un grupo de usuarios
siempre en expansión, sino que estos usuarios también deben ser
consumidores, y mientras más los usuarios se concentren en consumir,
mayor es la ganancia de los dueños de estas corporaciones. Mientras
más usuarios se conviertan en consumidores meta de la publicidad
finamente individualizada, cuando no en anunciantes corporativos, mayor
es el lucro. Ello a su vez, en forma sutil, o a veces no tan sutil,
empieza a dar forma a la naturaleza de toda la esfera comunicacional
emergente. Sobre este tema está apareciendo una considerable
literatura académica.
Tomemos Facebook como ejemplo. El efecto neto de proyectar “imágenes cuidadosamente controladas de uno mismo”[6]
en la red podría significar reforzar las jerarquías existentes y
reforzar aún más las comunidades cerradas, en lugar de abrir a nuevas
ideas y horizontes más amplios. Las identidades podrían, por ejemplo,
priorizar el consumo por sobre la construcción de comunidad, cuando se
trata de expresar gustos musicales, películas, libros o programas de
televisión.[7]
La libertad de expresarse puede generar la ilusión de controlar
nuestra vida, cuando en realidad se trata apenas de controlar la imagen
propia dentro de un rango definido de piezas preseleccionadas.
La
publicidad personalizada y los filtros de los motores de búsqueda
podrían tender a reforzar los prejuicios y la identidad existentes.
“Nuestros intereses pasados determinarán a qué estaremos expuestos en
el futuro, dejando menos espacio para los encuentros inesperados que
despiertan la creatividad, la innovación y el intercambio democrático
de ideas”.[8]
Como algunas personas limitan la mayor parte de su experiencia en
Internet a uno o varios sitios de redes sociales, éstos se convierten
en “jardines amurallados”, cada uno separado del resto de Internet y
conteniendo información altamente controlada y filtrada[9]; con lo que se exponen a la manipulación, como en el caso del experimento de Facebook mencionado arriba.
Los
Smart-phones y algunas tablets también ofrecen un acceso a Internet
restringido y atado a servicios y contenido propietarios, lo que por
último lleva a un Internet “estéril”.[10]
Otras preocupaciones se refieren a la forma arbitraria en que algunas
corporaciones de medios sociales controlan e incluso censuran
contenidos; por ejemplo, un pequeño equipo legal corporativo decide qué
es lo adecuado para la circulación en YouTube y Google.[11]
Así,
en paralelo al potencial de Internet -especialmente de las redes
sociales- para fomentar la comunicación innovadora y la cooperación,
existen dinámicas inexorables que moldean, filtran, censuran,
restringen y controlan el uso de Internet. El modelo de negocio bien
puede colocar herramientas potencialmente poderosas en manos de la
gente, sin costo, pero también impulsa gran parte de la manipulación y
de las restricciones en este espacio público. La extracción y análisis
de la información personal, la creación de “filtros burbuja” y la
localización de la publicidad sirven justamente para maximizar el valor
del perfil de los usuarios para los anunciantes; el énfasis en las
identidades propias basadas en el consumo deriva de la necesidad de
expandir la base de usuarios rápida y fácilmente; los “jardines
amurallados” sirven para mantener a los usuarios acorralados como
blancos idóneos de publicidad; y la atadura de los Smart-phones y otros
dispositivos de comunicación a ciertas fuentes y contenidos sirve para
crear un mercado cautivo. Incluso la (injustificable) censura de
ciertos sitios y contenidos por parte de empresas de medios sociales
está relacionada en última instancia a decisiones comerciales, más que
en responder a procedimientos basados en acuerdos democráticos o
participativos.
Hay
unas pocas excepciones honrosas a este modelo –por ejemplo Wikipedia y
otros servicios y plataformas gratuitas y abiertas– que siguen un
modelo basado en los bienes comunes y que persiguen activa y
deliberadamente el interés público. ¿Podemos idear estructuras de
gobernanza que los alienten? Sin duda alguna podemos. Pero esto no
está acorde con los intereses de quienes dominan actualmente.
Lo
que aquí está en juego tendrá enorme importancia a largo plazo; va
mucho más allá de las preferencias o de la banalización y la
manipulación de contenidos. Tiene que ver con la esfera de la
comunicación en la cual, cada vez más, las personas, y sobre todo la
juventud, construyen su entendimiento básico de la sociedad y de sí
mismas. Tiene que ver con los parámetros de lo que podemos aspirar,
para nosotros mismos y la sociedad, y con los límites de lo que podemos
lograr a nivel individual y colectivo.
Se
trata de un bombardeo de mensajes implícitos que exhorta a las personas
a consumir, que continuamente nos dice que el consumismo es el único
camino a la felicidad, que deja pocas rutas abiertas para la
resistencia y aún menos para que colectivamente ideemos y prioricemos
una existencia más justa y creativa para todos y todas. Por supuesto,
a lo largo de los años, otros medios de difusión han sido y siguen
siendo sometidos a fuerzas similares de comercialización. No obstante,
la esfera de comunicación mediada por Internet se está configurando
como la más poderosa y envolvente de todas.
Desigualdades
La
promesa original de Internet era muy distinta. Era un espacio que
eliminaría las desigualdades: de localidad, de estatus, de
oportunidades. Sin embargo, aun en el marco del Internet más
amplio, parece que lo opuesto ocurre en una amplia gama de áreas. No
es accidental que las desigualdades, tanto globales como dentro de los
países, coincidan con el advenimiento de Internet y la digitalización
de tanta actividad comercial, incluyendo el surgimiento de productos y
de producción completamente digitales.[12]
Lejos
de igualar las oportunidades, con la dispersión en términos de
localización de los recursos y de los medios para una participación
efectiva, Internet desplaza las ventajas: la riqueza y los medios de
subsistencia se están traspasando de ubicaciones geográficas y sociales
marginales a otras más privilegiadas. Por
lo tanto, el acceso a una conexión rápida o lenta, o el no tener
conexión alguna, está relacionada a la ubicación, y con ello, la
oportunidad de participar en o beneficiarse de la actividad económica u
otra cuando migran a una plataforma de Internet. Los requerimientos
cada vez más altos de ancho de banda dejan a quienes se encuentran en
desventaja de ubicación –que viven en zonas rurales y remotas, en barrios más pobres y relegados, en zonas del mundo con bajo nivel de servicios-, cada vez más marginados.
Del
mismo modo, las desigualdades existentes de riqueza y educación, o por
privilegios de idioma y género, se reproducen y se amplifican en la
esfera de Internet, allí donde se ha dejado crecer las barreras
técnicas, cognitivas, lingüísticas y culturales, lo que determina quién
tiene acceso a los recursos basados en Internet y quién no. El
privilegio acordado a ciertos idiomas, a algunas prácticas y estilos
culturales basados en el género, a ciertos modos de comunicación,
actúan en la práctica como una barrera para que amplios sectores
sociales no sean otra cosa que consumidores pasivos de productos
digitales y de las comunicaciones, y eso apenas cuando éstos estén
técnicamente disponibles.
La
concentración de la propiedad de los recursos de Internet
–infraestructura, software, servicios– en relativamente pocas manos y
ubicaciones se acelera por el “efecto de la red”, donde quienes más
tienen (y están interconectados con mayor efectividad) reciben más, y
quienes menos tienen (con menos medios para un uso y acceso efectivo de
las redes) reciben menos. Y por supuesto, con la riqueza viene el
poder y los recursos para usar ese poder en el diseño de estrategias
cada vez más sofisticadas a fin de evitar el pago equitativo de
impuestos; a la vez que se monopolizan las actividades digitales (de
nuevo usando los efectos de la red) para concentrar la actividad
digital comercial en pocas manos y en unos pocos países favorecidos.
Abriendo camino para influenciar la gobernanza del Internet
El
debate actual sobre el futuro de Internet y cómo será gobernado podría
enriquecerse bastante si más defensores de la justicia social aportan
desde su conocimiento y experiencia. De hecho, su contribución activa
es sin duda crucial para lograr soluciones que permitan que prime el
interés público. La actual correlación de fuerzas está sesgada por la
enorme cantidad de recursos que las corporaciones globales, algunos
gobiernos y un puñado de entidades con un interés en el statu quo[13]
destinan para asegurar que el resultado seguirá favoreciendo sus
intereses. Su influencia en las filas de la sociedad civil es
inquietante. Algunas ONGs son poco más que organizaciones de fachada
para los intereses corporativos; otras están influenciadas, a sabiendas
o no, por las grandes donaciones y otras formas de dependencia de la
financiación privada.
La idea de que todas las partes interesadas (multi-stakeholders
en inglés – ver nota 2) puedan participar en la gobernanza es un
concepto central en el debate. La idea es atractiva para los intereses
de las corporaciones, ya que en principio empodera a las empresas al
mismo nivel de los demás actores -específicamente los gobiernos-. Es
más, en la práctica, son ellas quienes llevan la voz cantante, gracias
a sus recursos ilimitados y el respaldo de algunos gobiernos poderosos.
Para varios actores de la sociedad civil, incluyendo los miembros de la Coalición Just Net,
su demanda principal es que el sistema multisectorial debe ser
democrático, transparente y responsable. Un principio que se limita a
abrir la participación a todas las partes interesadas significa
simplemente entregar el poder a quienes sean más acaudalados y con los
megáfonos más grandes. Las voces de las áreas más pobres del mundo, de
las comunidades marginadas, de los sectores sin conectividad y del
interés público general, quedan ahogadas. Sin embargo, son éstos
sectores cuyos intereses están mayormente en juego y por lo tanto se
les debe escuchar. La
legitimidad de los gobiernos de representar a su pueblo –no obstante
las fallas que algunos tienen- también se merece el debido
reconocimiento.
El
peso adicional que defensores y organizaciones por la justicia social
pueden aportar, al unirse a quienes ya participan en el debate, podría
ser decisivo para generar una discusión más clara y afinada, sobre
dónde debe orientarse Internet. La Coalición Just Net aglutina a varias de tales voces e invita a sumarse a otras que trabajan en temas de justicia social y desarrollo.
(Traducción ALAI)
Para más información, visite el sitio de la Coalición Just Net (por un Internet Justo y Equitativo) [http://www.justnetcoalition.org/] Vea también http://www.waccglobal.org/news/net-freedom
- Seán Ó Siochrú, Sally Burch, Bruce Girard, Michael Gurstein, Richard Hill.
Los autores son miembros de la Coalición Just Net,
una red global de actores de la sociedad civil comprometidos con un
Internet abierto, libre, justo y equitativo. Los principios fundadores
y objetivos de la Coalición se encuentran en la Declaración de Delhi: http://justnetcoalition.org/delhi-declaration (en español: http://alainet.org/active/72842.)
Artículo publicado en inglés en: Media Development 4/2014, revista internacional sobre comunicación para el desarrollo, editado por WACC, http://www.waccglobal.org/home
[2] NdT: Multi-stakeholder, en inglés, que significa literalmente, de las múltiples partes interesadas. Aquí le traducimos como multisectorial.
[5] Fuchs, Christian (2011) ‘A Contribution to the Critique of the Political Economy of Google’ in Fast Capitalism, Volume 8 (1), http://www.uta.edu/huma/agger/fastcapitalism/8_1/fuchs8_1.html
[6] Fenton,
Natalie (2012:127). “The Internet and Radical Politics”. Chapter 6 of:
Curran, James, Natelie Fenton, Des Freedman (2012) Misunderstanding the Internet. Routledge: London and New York.
[7] Marwick Alice (2005) Selling Your Self: Online Identity in the Age of Commodified Internet. Washington : University of Washington Press. http://www.academia.edu/421101/Selling_Your_Self_Online_Identity_In_the_Age_of_a_Commodified_Internet
[8] Pariser, Eli (2011) The Filter Bubble: What the Internet is Hiding from you. Penguin Press: New York.
[9] Berners-Lee, Tim (2010) “Long Live the Web: A Call for Continued Open Standards and Neutrality”. Scientific American, December. http://www.scientificamerican.com/article/long-live-the-web/
[10] Zittrain, Jonathan (2008) The Future of the Internet and how to Stop it. Caravan Books. http://futureoftheInternet.org/files/2013/06/ZittrainTheFutureoftheInternet.pdf. Accesado 14 de mayo de 2012.
[11] Freedman, Des (2012) “Web 2.0 and the Death of the Blockbuster Economy”. Chapter 3 in Curran et al (2012).
[12] Schiller, Dan (2014), Digital Depression: Information Technology and Economic Crisis, University of Illinois Press.
[13] El
más grande de éstos es ICANN, la organización responsable de coordinar
los nombres y números de dominio, basada en EEUU. ICANN prevé ingresos
en 2015 por US$ 159 millones. https://www.icann.org/en/system/files/files/adopted-opplan-budget-fy15-16sep14-en.pdf
http://alainet.org/active/80031
No hay comentarios:
Publicar un comentario