Todas sabemos que la violación sexual tuvo el fin de iniciar este proceso para poder dejar la marca en ellas y decir que con eso jamás iban a levantarse. Pero no fue en balde la vida y la sangre de esas grandes mujeres, cuyos nombres conocemos en murales y algunos pocos libros. Yo pienso que del dolor puede nacer la alegría”.
Estas palabras de Rosalina Tuyuc fueron pronunciadas en el II Festival de la Memoria, recién realizado en Chimaltenango. Organizado por Actoras de Cambio, constituyó una experiencia memorable para las mujeres de Guatemala, pero me atrevería a decir que no solo para ellas. Más de 150 mujeres guatemaltecas de distintas culturas compartieron cuatro días el espacio con otras de Serbia, India, Francia, Ecuador, España, Costa Rica y Colombia. Encuentros como este validan el concepto de la teórica Donna Haraway, quien llama “mujeres de colores” a esa categoría donde no nos vinculamos entre nosotras por una identidad “natural”, sino por afinidad. Aquí el punto de convergencia fueron las resistencias de las mujeres frente a la violación sexual durante el conflicto armado.
Si hay una historia universal, esta es la de los cuerpos mancillados de las mujeres en contextos de violencia. Sin embargo, paradójicamente, es la historia menos nombrada. Lo que ha pasado en el cuerpo de millones de mujeres de todo el mundo apenas si se menciona, porque históricamente se ha concebido el cuerpo de nosotras solo para dos cosas: para dar a luz o para dar placer. Y esto no puede estar en un solo cuerpo al mismo tiempo. De manera que o se es la santa madre o la indefectible prostituta, al servicio de una sociedad. Por ello, cuando un ejército quiere vencer al enemigo, ultraja los cuerpos de las mujeres-madres de este enemigo sólo por el placer de destruir al otro completamente. Simbólicamente, los hombres de una cultura vencen a los de otra en los cuerpos de las mujeres, tradicional botín de guerra. Encima de todo, ellas son las que sienten después culpa, miedo y vergüenza, y son las señaladas en sus familias y comunidades.
Este festival se levanta sobre todo esto, pero no desde el paradigma del sufrimiento, sino desde la resistencia y la persistencia por la vida. Todas las memorias corporales de las mujeres se encontraron y reconectaron en este espacio para nombrar historias, para destapar sentimientos, para desatar la culpa, la vergüenza y el miedo, y traducirlo todo en fuerza para la transformación. Nombrar, identificar, elaborar y soltar fue la ruta esta vez; no más guardar, callar, sufrir y aguantar. Hubo también música, baile, arte y teatro, para recordar a las mujeres que hay derecho a celebrar la vida, a vivir en bienestar y a recuperar la propia voz individual y colectiva.
Como dijo Maya Cú: “Hay que contar lo que pasó. Esta no es la historia de un día. Pero en un día puede sintetizarse la terrible experiencia vivida por mujeres de distintas culturas y en distintas regiones del país, quienes en medio de la guerra fueron tomadas por la fuerza, casi siempre por los soldados, para hacer uso de su cuerpo.(…)Esta ceremonia fue dirigida al cuerpo, hecha con el cuerpo, sentida en el cuerpo, vivida desde el cuerpo. En muchas de nuestras culturas nuestro cuerpo sigue siendo ajeno a nosotras. Persisten los tabúes, los miedos y esas emociones perversas que nos ponen zancadilla, que nos detienen. En esta ceremonia entonces, se convocó a las manos, las piernas, los pies, la cabeza, el corazón, la vagina, la garganta, el estómago. La lengua, la voz…”. Voz para decir que la historia que pasa por nuestros cuerpos es la de cada una de nosotras, pero también la de una sociedad y la de toda la humanidad.
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