Carolina Escobar SartiLa sociedad global tiene un arma en la sien. La megamillonaria industria armamentista se asegura de mantener los conflictos al día, con el fin de asegurar el retorno de su inversión y, por supuesto, aumentar sus jugosas ganancias. No me es difícil imaginar a los señores de la muerte rezando cada noche en sus mullidas camas, para que guerras, conflictos de “baja intensidad”, ajustes de cuentas entre narcotraficantes y sociedades armadas hasta los dientes como la guatemalteca sigan existiendo.
Para ello se aseguran de estar muy cerca del poder político y del poder mediático.
Bombas termobáricas, ojivas nucleares, AK-47 o armas calibre 9 milímetros son apenas algunos de los trofeos de la muerte que circulan por el mundo. En Guatemala, según el Instituto Nacional de Ciencias Forenses (Inacif), tres de cada cuatro muertes violentas sucedidas el año pasado se produjeron con armas de fuego. Y no fueron pocas: cinco mil 107. En el mundo, según el informe anual del Instituto Internacional de Investigación para la Paz (Sipri/2008), cada segundo la humanidad gasta en armamento €35.120, lo cual da un total de €1.107.550 millones al año, equivalente a €3.034 millones diarios.
En el mismo lapso, con el 1% de ese gasto, la educación de la niñez mundial podría costearse totalmente. Con lo que Estados Unidos pagó por 10 de los 15 portaaviones nucleares Nimitz que fabricó antes del año 2000, más de 14 millones de niños y niñas en África que murieron de desnutrición y enfermedades prevenibles pudieron haber sobrevivido.
Una noticia le ha dado la vuelta al mundo, no por novedosa sino por obscena: los proveedores de armas de los carteles mexicanos están en Estados Unidos, país cuyo gobierno ha “donado” a la región millones de dólares para el combate del narcotráfico y el crimen organizado, so pretexto de cumplir con una agenda de seguridad hemisférica. La pregunta es: ¿cómo sobreviven las mafias de los países del sur sin una mafia en la potencia del norte que reciba los cargamentos, compre políticos y surta de armas a los grupos del crimen organizado? Algo le salió mal a alguien. Luego de la muerte de un agente estadounidense encubierto, se supo que la Agencia de Control del Alcohol, Tabaco y Armas de Fuego (ATF) de EE. UU., hizo tratos con vendedores de armas con licencia para que colaboraran como informantes. Aunque el gobierno mexicano y la encargada de la seguridad interna de EE. UU. dicen no haber estado enterados de nada, esto no es lo realmente grave. Lo grave es lo que pensamos y no decimos: que en esas negociaciones entre la ATF y algunos grupos mexicanos, estas acciones encubiertas también encubren negociaciones muy turbias.
¿Cómo puede ahora la señora Napolitano, en nombre de su gobierno, reclamar la muerte de uno de los suyos que actuaba de manera encubierta en una operación ilícita, mientras desde su país se llena de armas el patio trasero de EE. UU.? Mientras en la gran potencia se consuma la cantidad de droga que se consume y el Gobierno no empiece por perseguir a sus propias mafias, de nada sirve que abajo todo quiera cambiarse. De manera inusualmente rápida, en México se ha capturado al culpable del asesinato del agente Jaime Zapata. Es un hecho que la Policía sabe cuándo y cómo cuadrarse, pero esto también nos recuerda el caso Camarena, que en 1985 tensó las relaciones diplomáticas entre ambos países. Mientras la industria armamentista tenga su cuartel general en Estados Unidos, las sociedades de muchos países están condenadas a vivir con el arma en la sien.
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