El capitalismo de nuestra
época está cuajado de nuevas contradicciones. Entre ellas podemos citar
las que se derivan del cambio climático y la ecodestrucción. Se prevé
un saldo de 200 millones de ecorrefugiados en los próximos 20 años; se
estima que la elevación del nivel de los mares para este siglo será de
59 centímetros y afectará a unos 400 millones de personas. Por otra
parte, la extracción de minerales y la explotación de los recursos
energéticos y forestales suelen seguir una lógica cada vez más
destructiva, dejando tras de sí un paisaje desigual de centros mineros
abandonados, suelos agotados, vertederos de residuos tóxicos y valores
de activos devaluados. Pero las grandes empresas impiden toda acción
eficaz contra el deterioro climático y los recursos naturales. También
están los persistentes problemas del desempleo masivo, la espiral a la
baja del desarrollo económico en Europa y Japón, las devastadoras crisis
económicas que el neoliberalismo ha causado en los países tradicionales
y dependientes como la de la crisis de 2008. El ejemplo de Bolivia está
fresco. El neofascismo está a la orden del día. Trump y Bolsonaro no
son figuras solitarias. La catástrofe a la que se refería Rosa
Luxemburgo en su famoso dilema
socialismo o barbariees más que nunca vigente.
Ahora bien, no todas esas contradicciones son fatales. El capitalismo
ha demostrado a lo largo de su historia, una sorprendente capacidad de
adaptación a nuevos problemas y de superación de las crisis. Pero, ¿a
qué precio? Si las crisis de 1907 y 1913 fueron superadas en la Primera
Guerra Mundial y la gran crisis de los años 30 produjo la Segunda Guerra
Mundial, algunas de las grandes contradicciones actuales pueden ser
también superadas, pero hay
solucionesque son tanto o más graves desde el punto de vista humano, como los problemas. Y luego está la posibilidad de que la acumulación de incoherencias actuales ya no sea superable y la catástrofe se produzca.
En esas condiciones, más que nunca es actual la famosa pregunta de Lenin:
¿qué hacer?Un movimiento anticapitalista global es poco probable sin cierta visión comprehensiva de lo que hay que hacer, por qué y cuándo. Existe un bloqueo doble: la falta de una visión alternativa evita la formación del movimiento anticapitalista, mientras que la ausencia de tal movimiento se opone a la articulación de una alternativa teórica. ¿Cómo superar este bloqueo? La relación entre la visión de lo que está por hacerse y la formación de movimientos políticos en lugares clave para hacerlo tiene que coincidir, cosa que apenas comienza a suceder. Cada una tiene que reforzar a la otra. De lo contrario, la oposición potencial estará por siempre confinada a un círculo limitado de demandas y conocimientos tácticos, dejándonos a la merced de las perpetuas crisis del capitalismo en el futuro. Ésta es una tarea para el pensamiento teórico, pero también para los movimientos potencialmente anticapitalistas, que todavía son pocos o difusos.
Tomemos como ejemplo la situación que había en México a la hora de la
fundación del PCM en 1919. La Revolución Mexicana estaba en una
encrucijada. La Constitución de 1917 había sido aprobada con todos sus
elementos sociales, pero por el momento ninguno de ellos había sido
aplicado. Las promesas flotaban en el aire. Los movimientos radicales,
el magonismo, el zapatismo, el villismo, habían sido militarmente
derrotados pero sus ideas vivían en millones de campesinos y miles de
obreros. Muchos campesinos estaban armados y exigían la reforma agraria
comunal. Los obreros, después de haber sido manipulados por el
carrancismo, despertaban en una gran ola de acciones reivindicativas
económicas en los términos del anarquismo. La Revolución Rusa
desencadenó fuerzas gigantescas. En México, conocida a medias, tuvo gran
impacto.
En esa situación nace o más bien se proyecta una corriente que
pretende transformar la Revolución Mexicana en una revolución
socialista, el PCM. La idea del comunismo y su ejemplo vivo impactaron
al México radical. Surgen los líderes comunistas: Úrsulo Galván, Primo
Tapia y Guadalupe Rodríguez. Un poco más tarde Hernán Laborde y Valentín
Campa.
Mientras la nueva corriente que será el PCM los toma en serio, los
círculos oficialistas las usan demagógicamente. Plutarco Elías Calles
dice que quiere ser enterrado envuelto en la bandera roja y Antonio Soto
y Gama, líder del oficialista Partido Agrarista, proclama:
En la metrópoli y todo el país se debe fijar la mirada en esta nueva aurora heroica que tiene radiaciones sublimes, en la aurora social de Rusia. (Gerardo Peláez, Partido Comunista Mexicano: 60 años de historia, tomo I, p. 18).
Las ideas del socialismo y el comunismo penetran pródigamente en el
México revolucionario radical y obligan a los círculos gobernantes a una
demagogia roja. Pero el PCM recién formado, que quiere cambiar la
orientación de la revolución y a la vez echar raíces en el pueblo
trabajador, se ve obligado a recoger las demandas que se han ido
forjando durante la Revolución Mexicana: reforma agraria comunal y
satisfacción de las demandas económicas de los obreros y postergar la
idea del socialismo.
Sin teoría revolucionaria no hay praxis revolucionaria, pero sólo
satisfaciendo las demandas ya existentes y urgentemente exigidas, se
puede pasar a la dirección del movimiento. Como dice Ibsen:
Como hilo en la mar es la palabra / Hondo sendero la acción labra.
No hay comentarios:
Publicar un comentario