Sin la heroica y victoriosa
resistencia venezolana y cubana frente al progresivo recrudecimiento del
férreo bloqueo económico que les impone Estados Unidos, el cuadro
político de América Latina y el Caribe estaría muy lejos de ser
favorable al avance revolucionario y progresista. La resistencia es más
desgastante aún para Washington, porque ve con nerviosismo que en
Venezuela resultan derrotadas también sus peligrosas acciones
desestabilizadoras, incluidos ataques armados, como le tocó a Cuba en su
momento, por no hablar de las autoproclamaciones y otros circos de la
oposición.
La pelea cotidiana incluye también la decidida riposta popular
sandinista al intento de golpe suave contra el gobierno de Nicaragua, lo
que ha permitido conservar y acrecentar una correlación de fuerzas y un
espacio político en nuestra región favorables a la llegada al gobierno
de proyectos populares como el de Andrés Manuel López Obrador en México y
el del dúo Fernández-Fernández en Argentina. La existencia de estos dos
gobiernos, por más condicionamientos geopolíticos y frustrantes
herencias neoliberales que los limiten, refuerza considerablemente el
cuadro latinocaribeño de resistencia contra el sistema mundial de
dominación neoliberal, como lo estamos comprobando con sus valientes
actitudes ante el golpe fascista en Bolivia, o con la decisión de AMLO
de invitar al presidente Nicolás Maduro a su toma de posesión.
Igualmente, la acción de este primer núcleo de resistencia vigoriza y
estimula los tradicionales y admirables esfuerzos de la Comunidad del
Caribe (Caricom) por defender la independencia, la soberanía, la paz y
confraternidad entre los pueblos de la región, así como su unidad,
integración y concertación política. Pero este cuadro de resistencia
resulta enormemente fortalecido cuando añadimos las intensas batallas de
los pueblos de Nuestra América contra el neoliberalismo.
Como habíamos afirmado anteriormente, la brega que hoy llevan a cabo
los pueblos de Chile, Colombia, Haití, Ecuador, Bolivia y Honduras y
otros que están por estallar, añaden mucho peso a las victorias que se
ha anotado la izquierda en este año y abren nuevos frentes que fuerzan a
Estados Unidos y a las oligarquías a la dispersión de su atención y sus
recursos. Resulta importante subrayar que la correlación de fuerzas
regional, relativamente favorable a los sectores revolucionarios y
progresistas, se inscribe y no sería posible sin el giro global hacia el
multilateralismo promovido por el impetuoso ascenso de China, Rusia y
por el accionar de otros países y potencias contra la unipolaridad, como
es el notable caso de Irán. En esta dirección, añade una nota positiva
como conjunto el Movimiento de Países no Alineados, independientemente
de las posiciones reaccionarias y proimperialistas de algunos de sus
integrantes.
Volviendo a las actuales luchas populares de nuestra región, conforta
el cada vez más generalizado y creativo desempeño de las mujeres, los
indígenas, los afrodescendientes, los jóvenes de ambos sexos y sectores
empujados a la marginalidad y la exclusión por el capitalismo
neoliberal. Muchos de esos colectivos trabajan por aminorar, o detener
la catástrofe climática que ya está aquí, pero ante ese peligro es
necesario transversalizar la acción en defensa de la vida que ya
realizan con tesón y entrega comunidades y pueblos que defienden los
ríos, el agua, las selvas y bosques, las tierras ancestrales o se
enfrentan a los proyectos de muerte de las grandes corporaciones
mineras. Esa cualidad, como el antimperialismo y el antineoliberalismo,
son esencialísimas para considerar a alguien militante de izquierda en
la región latinocaribeña.
Pese a los avances, derrotas tan importantes como el golpe de Estado
en Bolivia o el duro revés electoral del Frente Amplio en Uruguay,
demuestran que el enemigo imperialista conserva una gran capacidad de
hacer daño y de aprovechar nuestros errores y puntos débiles. Sería
imperdonable que los movimientos nacional populares no asumieran una
actitud autocrítica ante los errores. Por otro lado, aunque detestados
por sus pueblos y sostenidos únicamente por las bayonetas y el apoyo de
Estados Unidos y las oligarquías subsisten gobiernos de derecha como los
de Piñera, Bolsonaro, Uribe-Duque, Biscarra, totalmente plegados al
imperio.
Pero es posible y necesario buscar puntos de entendimiento entre
diferentes que permitan echar a andar de nuevo mecanismos tan útiles de
concertación política como la Comunidad de Estados Latinoamericanos y
Caribeños (Celac), muy necesarios en un mundo tan cuajado de peligros.
México, acaba de asumir la presidencia de la Celac, que nació aquí y fue
resultado de grandes esfuerzos de Chávez, Fidel y otros líderes de
izquierda y derecha de la región.
Es imprescindible rescatar a la Celac y como norma vital de
convivencia en Nuestra América la proclama de América Latina y el Caribe
como zona de paz, hoy transgredida bajo la influencia de Washington.
Twitter: @aguerraguerra
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