Rosa Miriam Elizalde
▲ Sobeida Rodríguez Mimí y Camilo Cienfuegos en Ciudad Libertad, La Habana, el 3 de enero de 1959.Foto Perfecto Romero
“Mi vida era tirar fotos y vender pan hasta que conocí al Che”. Perfecto
Romero, ascendido en 1958 de fotógrafo ambulante a corresponsal de la
Columna 8 ‘‘Ciro Redondo”, que comandaba Ernesto Guevara, ha cumplido 86
años y tiene una memoria envidiable, pero no puede decir cuántas
imágenes de la Revolución cubana guardan sus negativos, aún sin pasar a
impresión: ‘‘mil, dos mil…”.
A diferencia de los fotógrafos cubanos Alberto Díaz Gutiérrez (Korda), Raúl
Corrales, Osvaldo y Roberto Salas y Liborio Noval, que trabajaron en la
publicidad antes de llegar a la fotografía periodística, Perfecto vio
en la gráfica una oportunidad para ganarse la vida en plena calle,
después de ejercer oficios de hambre: jornalero, limpiabotas, pintor de
brocha gorda, cortador de caña, ayudante de sastre y revendedor del pan
que compraba en otro pueblo más pobre que el suyo.
Militaba en una célula del Movimiento 26 de Julio, la organización
conducida por Fidel Castro para enfrentar a las fuerzas del dictador
Fulgencio Batista, cuando decidió unirse al Che, que avanzaba
hacia La Habana. Los cinco integrantes del grupo conspirador al que
pertenecía Perfecto en Cabaiguán, poblado del centro de la isla, se
adentraron en los campos bombardeados por la aviación y después de un
calvario de varios días a través de la Sierra del Escambray dieron con
el campamento rebelde.
‘‘Llevé mi cámara, con la idea peregrina de, si me encontraba con los casquitos
(los soldados de Batista), utilizar el pretexto de que yo era fotógrafo
ambulante y estaba tirando fotos en el monte”. No tuvieron la acogida
que esperaban. El Che los miró uno a uno, fríamente:
‘‘¿Ustedes vienen a la guerra sin fusil?” Y los hizo regresar por donde
mismo habían venido, salvo a Perfecto porque llevaba su Bessa alemana al cuello. El jefe guerrillero le contó de su cámara Retina
de 35 mm y sus malas fotos en los parques de México, que le habían dado
de comer hasta que su camino se cruzó con los revolucionarios cubanos.
Nombrado en el acto ‘‘corresponsal de guerra”, la primera e inmediata
misión de Perfecto fue comprar papel, química para el revelado y armar
un cuarto oscuro en una escuelitaabandonada.
A diferencia de los otros grandes fotógrafos de la Revolución con
educado sentido estético, Perfecto era en laguerrilla un soldado que
dejaba constancia gráfica de la cotidianidad entodas sus facetas: la
voladura de un puente, la impresión artesanal del periódico, los
combatientes dispuestos para el retrato, el saludo de los pueblos
liberados, los momentos de ocio, las fatigosas marchas. No es una mirada
‘‘artística”, sino la del ‘‘alzado” que fotografía a los suyos y lo
hace como sólo sabe hacerlo: con familiaridad y devoción.
Sin proponérselo deja en claro que Fidel, Camilo Cienfuegos y el Che
eran prodigiosamente fotogénicos y que la Revolución era épica, poética
y estéticamente inspiradora. Cuando los rebeldes entran en La Habana el
8 de enero de 1959, allí estaba Perfecto Romero.Sus imágenes en blanco y
negro recorrieron el mundo antes que la de sus extraordinarios
compañeros de oficio. La fotografía empezaba a vivir su propia
revolución como expresión artística y dio al levantamiento una belleza
plástica que se convirtió en su mejor salvoconducto.
Han transcurrido 61 años de aquel día. En La Habana se reditó este
miércoles la entrada de los barbudos, con una caravana de jóvenes que
siguió la ruta de la columna rebelde desde la Sierra Maestra y que, como
entonces, recorrió todo el Malecón hasta el Campamento de Columbia, el
cuartel donde estuvo el mayor bastión de la tiranía batistiana y que fue
convertido en ‘‘Ciudad Escolar Libertad”.
Perfecto está sentado frente a mí tomándose una taza de café, después
de trabajar, como todos los días desde hace más de tres décadas, en la
redacción del periódico humorístico Palante, donde guarda parte de su colección de fotos. Hablamos de Pombo –Harry Villegas, escolta del Che
en la etapa insurreccional cubana y uno de los pocos sobrevivientes de
la guerrilla en Bolivia–, quien murió hace pocos días. Hurga en su
archivo y me muestra una imagen que jamás he visto. Hace lo mismo cuando
salen en la conversación los nombres más conocidos –Fidel, Camilo, el Che, Raúl, Almeida– o menciona al pasar otros desconocidos, como Sobeida Rodríguez (Mimí),
combatiente de la Columna 8 que enfrentó sola con una ametralladora a
una escuadra de Batista y salvó a su compañero herido en el combate.
Su memoria es prodigiosa, ya dije, pero su archivo lo es más. Da la
impresión de que el verdadero conocimiento de aquella gesta vivida como
protagonista, quedó atrapado por completo en la Bessa 1 alemana
que tiene el poder de traducir a imágenes la gran película del Ejército
Rebelde seis semanas, seis décadas o seis siglos después de los
acontecimientos, y que siempre revela algo asombroso.
¿Cómo pudo un soldadito casi analfabeto hacer tal prodigio? ‘‘He cumplido la tarea que me dio el Che:
estar donde la Revolución estaba.” ¿Por qué son tan bellas las
fotografías imperfectas de Perfecto, si la belleza no era el propósito?
Porque son verdad.
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