El año 2019 se va
como vino: a la crisis del capital como plataforma global de las
relaciones sociales impuestas, se le anexaron -cada vez más- las luchas
de resistencia a escala mundial. América Latina, en gran medida uno de
los últimos reductos de lucha anti-neoliberal, dibujó la fisonomía de la
impotencia, que rodea a la periferia del mundo padeciendo el eterno
retorno (neo) liberal. ¿Qué deja este año de lucha de cara a los
desafíos futuros de Nuestra América? Aventuramos algunos puntos
necesarios para repensar lo que fue y lo que vendrá.
Contraciclo de impugnación neoliberal
Si
desde fines del año 2015 se comienza a quebrar lo que con mucho
esfuerzo se había mantenido erguido bajo el apotegma de “progresismo
latinoamericano”, esa rara simbiosis de lucha social y penetración
estatal de las demandas populares arribará al 2019 con una profunda
fractura económica, social y cultural.
Lejos quedó en América
Latina la fotografía de los dirigentes populares refutando al imperio
con un potente “No al ALCA” en 2005, en tanto rápidamente se develaron
los nuevos retratos del retorno neoliberal: ayer no más, Macri asumía
como presidente de Argentina (diciembre/2015), la oposición venezolana
ganaba las elecciones legislativas (diciembre/2015), Evo Morales perdía
el plebiscito de su re-elección (febrero/2016), Dilma Rousseff era
destituida (agosto/2016) y Trump llegaba a la Casa Blanca en Estados
Unidos (noviembre/2016).
Todo un fornido proceso de lucha del
movimiento popular latinoamericano desde fines de siglo XX y principio
del XXI, aquello que tan bien se supo conceptualizar como el CINAL -Ciclo de Impugnación al Neoliberalismo-, en 2019 drásticamente vio conmover las vigas de sus maltratadas estructuras, aun un poco más. El golpe de Estado en Bolivia, la embestida contra la revolución bolivariana, así como el retorno de la derecha en Uruguay,
solo por mencionar algunas de las principales tangentes de la andanada
fascista en la región, terminaron por consagrar el momento más alto de
la crisis capitalista en el escalafón continental. Para los poderes
económicos y políticos concentrados desde EEUU hacia sur, o se avanza
por derecha o no habrá paz. Algo ya hemos visto en estos años, desde un
Moreno de Ecuador, un Macri argentino y el impar Bolsonaro brasilero,
las mejores notas de un tragedia cómica que hace sufrir y llorar.
Solo un pequeño puñado de esperanza ha rodeado la salida política argentina
con la victoria de Alberto Fernández en octubre de este año y la
liberación de Lula en Brasil por esos días también. Sin embargo el
deterioro de los “oficialismos” primero, y el rearme de las derechas
sociales a nivel regional en segundo lugar, caracterizan el año que se
va.
Protesta y construcción de las salidas
Si
algo ha distinguido al ciclo de acumulación original de los progresismos
latinoamericanos, teñidos de populismos, indigenismos y marxismos
autóctonos es que la voluntad destituyente e instituyente de los
movimientos sociales nunca cesó. Si vinieron Chavez, Lula, Kirchner o
Evo, no ha sido sino por la resistencia social. Algo de eso florece por
estos días en Chile, Ecuador, Argentina, Brasil y particular (y
remotamente) en Haití.
Haití tal como lo pone en cuerpo, palabras
y militancia su pueblo, vive de la resistencia colonial y neocolonial. A
medida que alimenta su consciencia anti-imperialista desde las
manifestaciones sociales hasta sus más dignas luchas populares, Haití
desborda su re-existencia y paga la pesada indemnización de querer ser
libres, tal como decía Eduardo Galeano.
El origen histórico del
aparato estatal marca el pulso de la hegemonía moderna capitalista y la
mercantilización de las “naciones” en la medida en que se fundamenta una
teorización iluminista del poder político. Bien cabria ser situada
desde América Latina y el Caribe, sobre todo desde HAITÍ y BOLIVIA hoy,
la noción de colonialidad como un elemento constitutivo de dominación
que impone el nuevo patrón de poder mundial que nos configura como
países dependientes. Aníbal Quijano decía de la colonialidad/modernidad
que “en el proceso de constitución histórica de América, todas las
formas de control y de explotación del trabajo y de control de la
producción-apropiación-distribución de productos, fueron articuladas
alrededor de la relación capital-salario y del mercado mundial”.
Esto
de la dependencia viene a cuento del balance. Muchos de los límites a
la trasformación social, desde arriba, desde el costado o desde abajo
están dados por las dificultades de la ecuación entre Estado y sociedad
en América Latina. El vuelco sobre la trama del Estado deviene sostén de
la disputa política en estos años de impugnación al neoliberalismo,
entre otras cosas porque discutir el capitalismo en sociedades globales
contemporáneas implica reñir desde o con el Estado.
No obstante
eso, es probable que el intento de compatibilizar un instrumento
político en la administración del Estado con un horizonte más
igualitario, anti-neoliberal o incluso socialista, le haya significado a
muchos de los gobiernos y movimientos sociales/populares una profusa
disputa agónica que tiene desenlaces en la actualidad. Dicho de otro
modo: estas experiencias, más o menos populares, no darían un combate
político contundente sin el recurso persistente a la dinámica estatal,
sin embargo muchas terminan agotadas en la propia trampa estatalista, es
decir atravesadas por la fuerza del capital que acaba por dirigir el
esfuerzo hacia la reprimarización de la economía, la hegemonía
consumista o el extractivismo, en pos de conservar ese instrumento de
lucha realmente existente que es el Estado. Hay una trampa inevitable
allí y ese es el mayor desafío de muchos de los pueblos de Nuestra
América en los próximos años que tenemos por delante.
Oscar Soto. Docente e investigador. Facultad de Ciencias Políticas y Sociales/ UNCuyo - CEFIC-Tierra.
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