Las luchas populares
contra un neoliberalismo resurgente y las agresiones de la ultra-Derecha
que han tomado por asalto a América Latina en los últimos meses
presentan a la Izquierda global con una paradoja peculiar: suceden en un
momento en que la Izquierda institucional y partidaria ha perdido la
hegemonía que había conquistado anteriormente y ahora se encuentra
desgastada. Cualquier intento de explicar esta paradoja debe colocar la
rebelión popular actual en el contexto más amplio de las dinámicas
políticas de la expansión capitalista global y crisis en la región en
los años recientes.
El capitalismo global enfrenta en estos
momentos una crisis orgánica que es tanto estructural como política.
Estructuralmente el sistema enfrenta una crisis de la sobreacumulación y
ha volcado hacia una nueva ronda de expansión violenta y muchas veces
militarizada alrededor del mundo en busca nuevas oportunidades para
descargar el excedente de capital acumulado y prevenir el estancamiento.
Politicamente el sistema enfrenta una descomposición de la hegemonía
capitalista y una crisis de la legitimidad del Estado. Mientras se
extiene el descontento popular, los grupos dominantes han recurrido a
modalidades cada véz más coercitivas y represivas de dominación
alrededor del mundo para contener este descontento y a la véz para abrir
a la fuerza nuevas oportunidades de acumulación mediante la
intensificación del neoliberalismo.
Esta crisis dual se
vislumbra con toda claridad en América Latina. El golpe de Estado en
noviembre en Bolivia y la tenáz resistencia a la toma fascista, el
alzamiento hacia principios de octubre en Ecuado contra la restoración
neoliberal, las rebeliones sostenidas en Haití y Chile (éste último la
mera cuna del neoliberalismo), y ahora Colombia, el regreso al poder de
los Peronistas en Argentina seguido apénas semanas después por
destitución electoral del Frente Ampio en Uruguay, entre otros
acontecimientos recientes, apuntan todos hacia una temporada de gran
flujo e incertidumbre en la región. Pero los trastornos actuales debe
ser analizados en el contexto de las dinámicas políticas de la
globalización capitalista.
¿El post-mortem de la ‘Marea Rosada’?
América Latina se vió envuelta en la globalización capitalista desde
los años 1980 y en adelante, proceso que produjo una vasta
transformación de su economía política y estructura social. Surgió una
nueva generación de élites y capitalistas transnacionalmente orientados a
raíz de la derrota de los movimientos revolucionarios en las décadas de
los 1960 y 1970. Estos grupos dominantes transnacionales condujeron a
la región hacia la nueva época global, caracterizada por la acumulación
como “planta de estufa”, la especulación financiéra, la calificación
crediticia, el internet, las comunidades cerradas, las ubicuas cadenas
de la comida chatarra, y los malls y las supertiendas que dominan los
mercados locales en las emergentes mega-ciudades. Estas élites y
capitalistas transnacionales forjaron una hegemonía neoliberal en la
decada de los 1990, llevando a cabo un amplísimo programa de
privatización, liberalización, desregulación, y austeridad. Sin embargo,
la globalización capitalista terminó agravanado la pobreza y la
desigualdad, desplazando a decenas de millones desde las clases
populares, y produciendo un masivo sub- y desempleo. Los despojos
desataron una oleada de migraciones transnacionales y nuevas rondas de
mobilizacion de masas entre aquellos que se quedaron.
Los
gobiernos izquierdistas o de la llamada ‘Marea Rosada” llegaron al poder
en los primeros años del nuevo siglo impulsados por la rebelion de
masas contra éste monstruo de la globalización capitalista. El giro
hacia la Izquierda en América Latina suscitó grandes expectativas e
inspiró las luchas populares alrededor del mundo. El llamado que hizo
Hugo Chávez por un Socialismo del Siglo XXI despertó esperanzas de que
la región señalaría el camino hacia una alternativa al capitalismo
global. Los gobiernos de la Marea Rosada desafiaron y hasta hicieron
retroceder los aspectos mas notorios del programa neoliberal,
redistribuyeron la riqueza hacia abajo, y redujeron la pobreza y la
privación. No obstante, los esfuerzos de los Estados y los movimientos
sociales por llevar a cabo las transformaciones tropezaron contra el
enorme poder estructural del capital transnacional, y sobre todo de los
mercados financieros globales. Este poder estructural empujó a los
Estados de la Marea Rosada hacia un arreglo con dichos mercados. Dejando
al lado la retórica, los gobiernos de la Marea Rosada basaron su
estratégia en una vasta expansión de la producción de materias primas en
asociación con los contingentes foráneas y locales de la clase
capitalista transnacional.
Con excepción a Venezuela durante
el auge de la Revolución Bolivariana, se destacó la ausencia de
cualquier cambio a fondo en las relaciones clasistas y de propiedad, no
obstante los cambios producidos en los bloques de poder político, un
discurso a favor de las clases populares, y una expansión de los
programas de bienestar social financiados por impuestos sobre las
industrias extractivistas corporativas. La extensión de la minería y la
agroindustria transnacional corporativa resultó en una mayor
concentración de las tierras y el capital y reforzó el poder estructural
de los mercados globales sobre los Estados izquierdistas. Como
resultado, los países de la Marea Rosada se vieron cada vez mas
integrados a los circuitos transnacionales del capitalismo global y
dependientes de los mercados globales de commodities y de capital.
Las masas populares reclamaban transformaciones mas sustanciales. El
viraje hacia la Izquierda de hecho abrió espacio para que estas masas
avanzaran sus luchas. Sin embargo, en su afán por atraer la inversión
corporativa transnacional y expandir la acumulación extractivista, los
Estados suprimieron muchas veces las demandas de los de abajo para
mayores transformaciones. Estos Estados desmovilizaron a los movimientos
sociales, aborbiendo sus dirigentes al gobierno y al Estado
capitalista, y subeditaron los movimientos de las masas al electoralismo
de los parties de la Izquierda. Dada la ausencia de mayores
transformaciones estructurales que pudieron haber respondido a las
causas profundas de la pobreza y la desigualdad, los programas sociales
se vieron sujetos a los vaivenes de los mercados globales sobre los
cuales los Estados de la Marea Rosada no ejercitaban ningun control.
En cuanto estalló la crisis financiera mundial a partir de 2008, estos
Estados se tropezaron contra los limites de una reforma redistributiva
enmarcada en la lógica del capitalismo global. La extrema dependencia de
los países de la Marea Rosada de las exportaciones de materia prima los
arrojó a la agitación económica cuando los mercados globales de
commodities se colapsaron a partir de 2012. Estos países experimentaron
altos niveles de crecimiento mientras la economía global siguió su ritmo
de expansión y en tanto los precios de los commodities permanecieron
altos gracias al apetito voráz de China por las exportaciones de las
materias primas. La recesión económica socavó la capacidad de los
gobiernos de sostener los programas sociales, llevandolos a negociar
concesiones y austeridad con las élites financieras y las agencias
multilaterales, tal como sucedió en Brazil, Argentina, Ecuador, y
Nicaragua, entre otros países. Las tensiones resultantes avivaron las
protestas y abrieron espacio para el resurgimiento de la Derecha. Si
bién no se puede hacer brochazos generalizados aplicados por igual a
todos los países, he aquí los elementos esenciales de un analisis de
trasfondo del reciente golpe de Estado en Bolivia, la destitución del
Partido de los Trabajadores en Brasil y los demás reveses de la Marea
Rosada.
El regreso de la derecha
Las clases
dominantes tradicionales se vieron obligados al principio del proceso de
la Marea Rosada a llegar a un modus vivendi con gobiernos izquierdistas
dado el balance de fuerzas sociales y clasistas. Pero en cuanto la
económica y los trastornos políticos abrieron espacio de maniobrar para
la Derecha, ésta pasó a la ofensiva, a menudo violentamente, en un
intento por recuperar el poder político directo. El giro constitucional y
extra-constitucional hacia la Derecha empezó en 2009 con el golpe de
Estado en Honduras, seguido por: el “golpe suave” en 2012 contra el
gobierno izquierdista de Fernando Lugo en Paraguay; la derrota electoral
de los Peronistas en Argentina en 2015; el “golpe de eEtado
parlamentario” contra el Partido de los Trabajadores en Brasil en 2016;
el regreso de la Derecha en Chile con la elección en 2017 del Presidente
Sebastián Piñera y su coalición Chile Vamos; la elección en
Colombia en 2018 del Presidente ultra-derechista Iván Duque, quien no es
más que el rostro titular del proyecto fascista del Uribismo; y
la derrota electoral a principios de 2019 del Frente Farabundo Martí de
Liberación Nacional en el Salvador (la elección de Andrés Manuel López
Obrador y su partido Morena en México es la excepción a este giro hacia la Derecha).
Este fuerte viraje a la Derecha ha entrañado una escalada de represión
en toda la región y una movilización de los partidos y las cámaras
empresariales de la ultra-Derecha, culminando más recientemente con el
golpe de Estado en octubre en Bolivia, en tanto la región parece volver a
la época de las dictaduras y los regímenes autoritarios. América Latina
se vuelve una caldera de violencia estatal y privada fusionada en torno
a la represión de la revuelta popular y una mayor apertura del
continente hacia el pillaje corporativo. La Derecha acude al racismo, el
autoritarismo, y el militarismo en su empeño por consolidar y expandir
el poder corporativo transnacional. En este sentido, la región pone ante
el espejo a donde se dirige el mundo. Si el continente es emblemático
del Estado policiaco global, también lo es de la creciente ola alrededor
del mundo de resistencia desde abajo.
Pero la suerte estaba
echada antes de que la Derecha recuperó el poder político directo. Los
ejércitos latinoamericanos han crecido rápidamente en los últimos años
al mismo paso con una nueva ronda de expansión corporativa y financiero
transnacional en la región. Los espacios territoriales que hasta muy
poco aún gozaba de cierto grado de autonomía, tales como los altiplanos
indígenas de Guatemala y Perú, áreas de la Amazonia y la costa pacifica
de Colombia, están siendo violentamente penetrados y sus abundantes
recursos naturales y fuerza labora puestos a la disposición del capital
transnacional.
De acuerdo con el informe “Security for Sale”
(Seguridad en Venta en español), publicado en 2018 por el Inter-American
Dialogue, centro de investigación basado en Washington, D.C., en el año
2017 había mas que 16,000 compañías privadas en América Latina que
ofrecían servicios militares y de seguridad y que empleaban unos 2.4
millones de personas que a menudo colaboraban con las fuerzas militares y
policiacas del Estado. De hecho, prácticamente se borra la distinción
entre el personal militar y policiaco activo y retirado, por un lado, y
los empleados de estas empresas privadas, por el otro, concluyó el
informe, ya que existe “una red entrelazada entre los militares activos,
los militares retirados, los agentes de la seguridad privada, las
élites empresariales, y los funcionarios del gobierno.” El número de
militares se duplicó en Brasil, Bolivia, México, y Venezuela en años
recientes, en tanto el ejército colombiano se cuadruplicó, y las fuerzas
armadas en el resto de la región han crecido un promedio de 35 por
ciento. Los militares han sido desplegados a las mega-ciudades de la
región y muchas veces colaboran con los sombríos escuadrones de la
muerte en la limpieza social de los pobres y la represión de la
disidencia política.
La Derecha se desempeña ahora en utilizar
el poder político directo que ha recuperado para imponer violentamente
una plena restauración del neoliberalismo como parte de la expansión
militarizada del saqueo corporativo transnacional. La chispa que hizo
estallar las mas recientes protestas de masa fue una nueva ronda de
medidas neoliberales. La sublevación en Nicaragua entre el abril y
agosto de 2018 se produjo en respuesta a la decisión del gobierno de
Ortega a imponer reformas al sistema de pensiones. En Ecuador los
indígenas, campesinos y trabajadores se alzaron en octubre del 2019
contra el arreglo que negoció el gobierno con el FMI para eliminar los
subsidios al combustible. La rebelión en Chile contra toda la estructura
del neoliberalismo se desencadenó por la decisión del gobierno de
incrementar las tarifas para el transporte público. En Argentina, fue el
sostenido asalto neoliberal del gobierno de Macri el factor que
finalmente abocó en octubre pasado en su destitución electoral. Y en
Colombia, las protestas de masa fueron provocados por la promulgación
por parte del gobierno de nuevas medidas de austeridad.
La hegemonía en disputa
Las crisis estructurales del capitalismo mundial históricamente
constituyen momentos en que se producen prolongados trastornos sociales y
mayores transformaciones, tal como hemos visto en la historia reciente
de América Latina. A nivel mundial, la crisis en espiral de la hegemonía
parece estar abocando en una crisis general de la dominación
capitalista. A simple vista, esta afirmación parece ser contra-intuitiva
ya que la clase capitalista transnacional y sus agentes han pasado a la
ofensiva contra las clases populares por doquier. Sin embargo, el
agresivo resurgimiento de la Derecha en América Latina y alrededor del
mundo es una respuesta a la crisis que descansa sobre un terreno
movedizo.
A nivel estructural, las crisis se refieren
precisamente a la existencia de obstáculos a la acumulación continua del
capital, y por lo tanto a la tendencia hacia el estancamiento y la baja
en los niveles de ganancia. Dada una desigualdad sin precedente a nivel
mundial, el mercado global no puede absorber la creciente producción de
la economía global, la cual esta llegando a los limites de su
expansión. El crecimiento económico en años recientes ha sido basado en
un consumo insostenible basado en el endeudamiento, la frenética
especulación financiera en el casino global, y la militarización
impulsada por el Estado –lo que califico como la acumulación militarizda– en tanto el mundo entra a una economía global de guerra y se intensifican las tensiones internacionales.
Mientras la economía global esta al borde de una recesión, la economía
latinoamericana ya de hecho cayó en la recesión en 2015 y sigue hasta
la fecha enfrentando el estancamiento (hasta en Bolivia, país que
registró los índices mas altos del crecimiento, la tasa de crecimiento
comenzó a contraer en los últimos años, lo que obligó al gobierno de MAS
a recurrir a las reservas). La clase capitalista transnacional y sus
contingentes locales intentan ahora trasladar la carga de la crisis a
los sectores populares por medio de una renovada austeridad neoliberal
en su afán por restaurar la rentabilidad capitalista. Pero es poco
probable que la Derecha tendrá éxito. El presidente Brasilero Jair
Bolsonaro enfrenta un descenso precipitado en las encuestas, en tanto el
neoliberal Mauricio Macri sufrió un revés en las recientes elecciones y
los gobiernos de Ecuador, Chile, y Colombia han tenido que dar marcha
atrás con las medidas de austeridad.
La incapacidad de la
Derecha de estabilizar su proyecto se da en momentos en que la Izquierda
institucional/partidaria ha perdido la mayor parte del poder y la
influencia que había alcanzado. Por tanto, surge un abismo entre la
sociedad civil y la sociedad política. Hay un pronunciado desfase
alrededor del América Latina – sintomático de un fenómeno de la Izquierda a nivel mundial
– entre los movimientos sociales de masa que están pujantes en la
actualidad y una Izquierda partidaria que ha perdido la capacidad de
mediar entre las masas y el Estado con un proyecto propio viable. El
escenario mas probable es un empate momentáneo mientras se reúnen los
nubarrones.
Si bien es la hora de la solidaridad con las masas
de las/los Latinoamericanos que están en plena lucha contra la toma
derechista, también debe ser un momento de reflexión sobre las lecciones
que ofrece América Latina para la Izquierda global. La Marea Rosada –
hemos de recordar – llegó al poder no por el aplastamiento del Estado
capitalista sino por la vía constitucional, es decir, en procesos
electorales mediante las cuales los gobiernos izquierdistas asumieron la
administración de los Estados capitalistas. Sencillamente, aplastar el
Estado capitalista era no en la mesa. No basta con recordar la
exhortación de Marx de que las clases trabajadores no pueden simplemente
apoderarse del Estado capitalista y utilizarlo para sus propios fines.
Dado el regreso violento de la extrema-Derecha, no sería difícil caer en
la tentación de considerar como punto discutible si los gobiernos de la
Izquierda hubieron podido hacer mas para llevar a cabo mayores
transformaciones estructurales aun cuando no existía la posibilidad de
romper con el capitalismo mundial.
Pero son lecciones
fundamentales para la Izquierda global. Se trata de la capacidad de los
movimientos sociales de masa autónomas de obligar desde abajo a
los Estados a emprender dichas transformaciones. A cambio, esto entraña
la necesidad de repensar la relación triangular entre los Estados, los
partidos de la Izquierda, y los movimientos sociales de masa. El modelo
de gobernanza de la Izquierda basado en absorber los movimientos
sociales y supeditar la agenda popular al electoralismo y a las
exigencias de la estabilidad capitalista nos lleva a un callejón sin
salida – aun peor, lleva al regreso de la Derecha. Solo la movilización
de masa autónoma desde abajo que puede imponer un contra-peso al control
que ejercen el capital transnacional y el mercado global desde arriba
sobre los Estados capitalistas en América Latina, ya sean estos
administrados por la Izquierda o por la Derecha.
Cualquier proyecto izquierdista renovado en América Latina, al igual
que alrededor del mundo, tendrá que lidiar con la cuestión de las
elecciones y del Estado capitalista. Hemos aprendido que la
subordinación de la agenda popular a ganar elecciones nos aboca al
fracaso, aun cuando hemos de participar en procesos electorales cuando
esta participación sea posible y expediente, y aun considerando que la
arena electoral puede ser un espacio estratégico. En mi punto de vista,
enfrentar la actual embestida de la Derecha pasa urgentemente por la
renovación de un proyecto revolucionario y un plan para la refundación
del Estado. Nos enseña las experiencias recientes del partido Syriza en
Grecia y los gobiernos de la Marea Rosada en América Latina, así como
los partidos social-demócratas que llegaron al poder alrededor del mundo
en los últimos años del siglo XX, que cualquier fuerza izquierdista,
una vez que ocupa el gobierno, se ve obligado a administrar el Estado
capitalista y sus crisis. Estos gobiernos - no obstante su tinte
izquierdista - se ven empujados a defender dicho Estado y su dependencia
del capital transnacional para su reproducción, lo que los contrapone a
las mismas clase populares y los mismos movimientos sociales que los
llevaron al poder.
William I. Robinson. Profesor de Sociología, Universidad de California en Santa Bárbara
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