La Jornada
Emir Sader
América Latina no sería víctima de la fuerte ofensiva de la derecha si ésta no contara con las debilidades de la izquierda latinoamericana. Elemento común en la recuperación de fuerza de la derecha ha sido, por ejemplo, el rescate de la derecha de las bases sociales de apoyo que los gobiernos progresistas habían logrado. Gobiernos que han sido elegidos o reelegidos con altos niveles de apoyo electoral han sido derrotados o han sido arrinconados a apoyos apenas mayoritarios.
Hay pérdida de bases de apoyo de sectores medios de la población, pero, sobre todo, pérdida de sectores populares, beneficiarios directos de las políticas sociales de los gobiernos que han sido rescatados por fuerzas de derecha, con base en fuertes campañas mediáticas, pero también a mecanismos de persecución y criminalización política de liderazgos de la izquierda.
Como resultado, a pesar de poseer un programa de gobierno con un potencial de amplio arraigo popular, gobiernos han sido derrotados o han triunfado por márgenes exiguos de votos frente a una derecha que no puede enfrentarse a ese programa porque no posee propuestas de políticas sociales y tiene que desplazar la agenda central de los países hacia temas como corrupción, seguridad pública o temas conservadores de carácter moral.
La izquierda latinoamericana había sido hegemónica en los países donde ha logrado eligir y reeligir a sus gobiernos, todos antineoliberales en su esencia. Aquí me voy a atener a un aspecto de las debilidades que han llevado a los retrocesos de esos gobiernos: la incapacidad del pensamiento crítico latino-americano de ser contemporáneo de esos avances, de no haber comprendido su naturaleza, su fuerza y sus debilidades, y no haber contribuido para el análisis de esos procesos, apoyando y promoviendo la superación de sus problemas.
En la primera década hubo involucramiento de sectores del pensamiento crítico, incluido en sus principales entidades, en los gobiernos que recién surgían. No contó con la participación de todos los sectores del pensamiento social, en parte críticos de algunos aspectos de esos gobiernos, en parte desconectados absolutamente del carácter progresista de los gobiernos, muchas veces sumándose a la derecha en la oposición.
Cuando los gobiernos progresistas han empezado a enfrentar más dificultades –con la recuperacion de iniciativa de la derecha–, la incapacidad de formulación teórica de la crisis que venía ha dificultado todavía más una reacción del campo progresista. Éstos no pudieron contar con amplios debates que apuntaran hacia las debilidades que facilitaban la retomada de iniciativa de la derecha, la pérdida de disputa sobre temas teóricos y políticos centrales –como la democracia, el papel del Estado, entre otros. Hubo un repliegue de gran parte de la intelectualidad hacia las universidades, cerradas sobre sí mismas en sus temas prioritarios de análisis, así como procesos de burocratización han afectado a entidades que debieran representar y movilizar al pensamiento crítico.
Hoy la capacidad de comprensión de los problemas actuales de América Latina se concentra alrededor de los principales líderes de la izquierda en el continente, porque no se pueden separar enfoques teóricos de salidas políticas concretas. Pero tambien porque éstas requieren una comprensión de mayor profundidad, alcance y amplitud de la crisis que vive el continente y de sus perspectivas de superación positiva.
Sin la participación activa y creativa del pensamiento crítico latinoamericano no podremos salir de esta crisis con fuerza suficiente para impulsar un nuevo ciclo progresista en nuestros países. Así como, sin salida política concreta, el pensamiento crítico se agotará y no tendrá rearticulación con la práctica política realmente existente.
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